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miércoles, 10 de junio de 2009

¿Ver para creer?

Por Sugel Michelén

Todos conocemos el dicho: “Si no lo veo, no lo creo”. En esa frase tan popular se expresa en forma llana una de las teorías del conocimiento que más ha calado en el pensamiento del hombre moderno: el cientifismo. Estos sólo aceptan las ciencias comprobables empíricamente como fuente de verdadero conocimiento. Según los cientifistas, nada puede ser realmente conocido a menos que pueda ser probado científicamente...

Hay dos clases de cientifistas, el fuerte y el débil. El cientifista fuerte proclama que una proposición es verdadera o racional si, y sólo si, puede ser verificada por el método científico. De ese modo excluyen la posibilidad de llegar a conclusiones objetivas y razonables acerca de Dios, o de los valores éticos y morales o del sentido de la vida. Los cientifistas débiles, en cambio, están dispuestos a conceder la posibilidad de que existan verdades aparte de la ciencia a las que podamos atribuir cierto grado de racionalidad, pero defienden el conocimiento científico como el más valioso, serio y autoritativo que podemos alcanzar como seres humanos.

Así que los cientifistas se presentan a sí mismos como el paradigma de la racionalidad. Sin embargo, esta teoría se refuta a sí misma y es, por lo tanto, irracional. El cientifista fuerte dice que sólo puede ser considerado como verdadero y racional lo que puede ser probado por la ciencia. Pero esta no es una declaración científica, sino filosófica. La veracidad de esta proposición no puede ser probada científicamente. Cabría preguntarle al cientifista fuerte: “¿Qué concepto de verdad probado científicamente es el que estás usando en tu declaración? ¿Cómo puedes probar científicamente que tus conceptos de verdad y de racionalidad son correctos?” Es muy acertado el comentario que hace al respecto John Carew Eccles, premio Nobel en el campo de la neurocirugía:

"Una insidia perniciosa surge de la pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de que la ciencia proporcionará pronto una explicación completa de todos los fenómenos del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas: no sólo de las percepciones y experiencias acerca de la belleza, sino también de nuestros pensamientos, imaginaciones, sueños, emociones y creencias [...]. Es importante reconocer que, aunque un científico pueda formular esta pretensión, no actúa entonces como científico, sino como un profeta enmascarado de científico. Eso es cientifismo, no ciencia, pero impresiona fuertemente al profano, convencido de que la ciencia suministra la verdad. Por el contrario, el científico no debe pretender que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que podemos hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un entendimiento verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación de errores en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los científicos que aparezcan ante el público como lo que realmente son: humildes buscadores de la verdad" (La psique humana, 1986).

Y en cuanto al cientifista débil, su problema es que descansa en la filosofía para probar que las proposiciones filosóficas son inferiores a las científicas; tal parece que está serruchando la rama en la que están sentados.

Los cristianos no limitamos el conocimiento de ese modo. Nuestra fe nos provee una visión más amplia de la realidad, porque descansa sobre una base racional (la revelación de Dios), pero nos permite llegar más lejos que el empirista porque por medio de la revelación divina conocemos lo que no podríamos conocer valiéndonos únicamente de los sentidos y nuestras capacidades intelectuales. Así que en vez de decir: “ver para creer”, decimos como Agustín de Hipona: credo ut intelligam – “creo para entender”. La fe es un elemento esencial para el conocimiento, entendiendo “fe” en este caso como “creencias provisionales en ciertas cosas antes que podamos validarlas por la demostración”. Esa fe produce en nosotros un deseo de conocer mejor lo que ya se cree. Los cientifistas poseen esa clase de fe; ellos parten de ciertas premisas sobre las que construyen su teoría del conocimiento, premisas que, como hemos visto ya, no pueden ser probadas científicamente. Ellos también creen para entender. Pero mientras su fe descansa en ellos mismos, la nuestra descansa en Dios y Su revelación.

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