Por Sugel Michelén
Una de las facultades más maravillosas del hombre como un ser creado a la imagen de Dios es su capacidad de pensar. Es por medio de los pensamientos que tomamos conciencia de las cosas. Allí guardamos nuestros recuerdos y forjamos nuestras percepciones de la realidad, nuestras ideas, nuestras creencias. Podemos, incluso, ir más lejos de la realidad en nuestros pensamientos y concebir lo que no es pero pudiera haber sido, o lo que tendría que haber sido pero no es. La capacidad que el hombre tiene de pensar es un don maravilloso y constituye una parte esencial de nuestra vida.
Es por eso que si queremos vivir vidas cristianas estables y crecer en la gracia, debemos saber cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos; sólo así podremos trabajar con ellos apropiadamente y desarrollar una forma cristiana pensar.
Ahora, estoy consciente que este es un tema que encierra enormes dificultades, porque estamos tratando con algo intangible. Yo no puedo “ver” mis pensamientos, si por “ver” nos referimos a lo que percibimos por el sentido de la vista; no puedo olerlos, no puedo tocarlos. Y, sin embargo, no podemos minimizar el impacto que los pensamientos tienen en nuestra vida. A pesar de la dificultad que envuelve la consideración de este tema, esto es algo que debemos considerar seriamente. ¿Cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos?
Alguien dijo que nuestro proceso de pensamiento envuelve cuatro elementos básicos: ideas, imágenes mentales, la información que adquirimos y nuestra capacidad de procesar esa información. He ahí los elementos que interactúan en nuestras mentes cuando nos referimos a nuestros pensamientos: ideas, imágenes mentales, información adquirida y la capacidad de procesar esa información.
No podemos hacer un estudio exhaustivo de cada uno de estos elementos, pero al menos quiero que veamos brevemente algunas cosas acerca de ellos, comenzando por las ideas. Las ideas son conceptos que nos formamos de las cosas tal como las percibimos en nuestras mentes y las vamos absorbiendo a medida que crecemos como absorbemos el aire a nuestro alrededor.
El problema es que la mayoría de las veces no estamos tan conscientes de ellas ni del sistema ideológico que hemos ido conformando con el paso de los años. Esas ideas simplemente están allí haciendo su trabajo, dándonos una perspectiva de las cosas y moviendo nuestra voluntad.
Y una de las tareas más difíciles, y más vitales, que tenemos los cristianos es la de apercibirnos conscientemente de todas las ideas erróneas que hemos absorbido de un modo u otro y que representan la vida lejos de Dios, para entonces comenzar a sustituirlas por el sistema de ideas que encarnó y enseñó nuestro Señor Jesucristo. Es en eso que consiste en gran medida el proceso de transformación del creyente. “No os conforméis a este siglo – dice Pablo en Rom. 12:2, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.”
El mundo tiene su sistema ideológico y el reino de Dios tiene otro. Si queremos crecer en gracia y ser transformados conformes a la imagen de nuestro Salvador, la cultura del reino de Dios debe continuar permeando nuestra forma de pensar.
El otro elemento envuelto en nuestro pensamiento son las imágenes mentales. Como bien señala Dallas Willard, estas imágenes “son siempre concretas y específicas en contraste con el carácter abstracto de las ideas y están fuertemente cargadas de emociones” (Renueva Tu Corazón; pg. 127).
Por ejemplo cuando Satanás tentó a Eva para apartarla de Dios, él no vino con un garrote a amenazarla, vino con una idea: la idea de que Dios no era digno de confianza y que la felicidad de ellos dependía de que se independizaran y se alejaran lo más posible de Él.
Ahora bien, esa idea transmite una imagen de Dios que nos mueve a rechazarlo y a querer expulsarlo de nuestros pensamientos. ¿Quién desea estar al lado de un ser insincero que usa Su poder y Su autoridad para que nosotros no progresemos ni disfrutemos de la vida? Una vez esa imagen de Dios encuentra lugar en el corazón humano ya la batalla está perdida.
A. W. Tozer dijo lo siguiente al respecto: “El que nuestra idea de Dios se corresponda tanto como sea posible con el verdadero ser de Dios es de inmensa importancia para nosotros. En comparación con nuestros verdaderos pensamientos acerca de Él, lo que declaremos en nuestros credos es de poco valor. Nuestra verdadera imagen de Dios puede estar sepultada bajo los escombros de nociones religiosas convencionales y para conseguir desenterrarlas y sacarlas a la luz puede ser necesaria una búsqueda intensa e inteligente. Solo tras una terrible experiencia de dolorosos auto exámenes podremos llegar a descubrir lo que en realidad creemos acerca de Dios”.
Y luego sigue diciendo: “Un concepto correcto de Dios es esencial, no solo para la teología sistemática, sino también para la vida cristiana práctica. Tal concepto es a la adoración lo que el fundamento es al templo: allí donde éste sea incorrecto o mal edificado la estructura se derrumbará tarde o temprano. Estoy convencido de que no hay ningún error de doctrina o fallo de aplicación en la ética cristiana cuyo origen no pueda trazarse hasta pensamientos imperfectos e innobles acerca de Dios”.
Debemos tener una imagen de Dios que corresponda con la realidad. Pero no debemos quedarnos ahí. Ese debe ser el punto de partida para continuar forjándonos una imagen veraz de todas las cosas a nuestra alrededor. Las imágenes que tenemos en nuestras mentes ejercen una poderosa influencia en nosotros, para bien o para mal.
Por ejemplo, si al escuchar la palabra “santo” lo que viene a nuestras mentes es la imagen de un santurrón hipócrita y aburrido, eso producirá en nosotros una fuerte resistencia al concepto de santidad y vendrá a ser un poderoso obstáculo para nuestro crecimiento en gracia. Así que las ideas son importantes, pero también son importantes las imágenes mentales que asociamos con tales ideas.
Un tercer elemento que comprende nuestros pensamientos, y que en cierto sentido podemos decir que es el primero de todos, es la información, los datos que almacenamos acerca de lo que suponemos que son las cosas en realidad. Cito una vez más a Dallas Willard: “Sin una información correcta nuestra capacidad de pensar no tiene nada con qué trabajar. De hecho, sin la necesaria información puede que incluso tengamos temor de pensar, o sencillamente que seamos incapaces de pensar correctamente” (pg. 132).
Cuántos médicos en el pasado fueron los causantes de la muerte de sus pacientes porque ignoraban algunas cosas fundamentales acerca de los gérmenes y cómo estos pueden propagarse en un instrumento quirúrgico que no ha sido debidamente esterilizado.
Pero no basta con adquirir información; esa información debe ser procesada adecuadamente aplicando nuestras facultades pensantes iluminadas por la verdad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras.
Es la facultad de pensar y razonar la que nos permite ver la información desde diferentes ángulos, o darnos cuenta de la falsedad de un razonamiento. Es imposible separar la verdad del error y la mentira sin pensar. En ese sentido debemos ver nuestras facultades mentales como un don que Dios nos ha dado con el propósito de que tengamos un mejor entendimiento de la verdad y sus implicaciones.
Si hay algo que un creyente no debe permitirse a sí mismo es venir a ser un individuo ligero y superficial. Ese espíritu tan característico de nuestra época no debería hallar cabida en un cristiano. Pero lamentablemente debemos reconocer que ese espíritu ha penetrado también ha penetrado en el pueblo de Dios y ha contaminado a muchos. Algunos piensan, incluso, que el cultivo del intelecto se opone al ejercicio de la fe, cuando la realidad es que creer es pensar, como señala John Stott en el título de una de sus obras.
Que Dios nos ayude a hacer un buen uso de la noble facultad del entendimiento con que Él ha dotado nuestras almas, porque solo así seremos un pueblo espiritualmente robusto y celosamente activo en la expansión de Su reino.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Una de las facultades más maravillosas del hombre como un ser creado a la imagen de Dios es su capacidad de pensar. Es por medio de los pensamientos que tomamos conciencia de las cosas. Allí guardamos nuestros recuerdos y forjamos nuestras percepciones de la realidad, nuestras ideas, nuestras creencias. Podemos, incluso, ir más lejos de la realidad en nuestros pensamientos y concebir lo que no es pero pudiera haber sido, o lo que tendría que haber sido pero no es. La capacidad que el hombre tiene de pensar es un don maravilloso y constituye una parte esencial de nuestra vida.
Es por eso que si queremos vivir vidas cristianas estables y crecer en la gracia, debemos saber cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos; sólo así podremos trabajar con ellos apropiadamente y desarrollar una forma cristiana pensar.
Ahora, estoy consciente que este es un tema que encierra enormes dificultades, porque estamos tratando con algo intangible. Yo no puedo “ver” mis pensamientos, si por “ver” nos referimos a lo que percibimos por el sentido de la vista; no puedo olerlos, no puedo tocarlos. Y, sin embargo, no podemos minimizar el impacto que los pensamientos tienen en nuestra vida. A pesar de la dificultad que envuelve la consideración de este tema, esto es algo que debemos considerar seriamente. ¿Cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos?
Alguien dijo que nuestro proceso de pensamiento envuelve cuatro elementos básicos: ideas, imágenes mentales, la información que adquirimos y nuestra capacidad de procesar esa información. He ahí los elementos que interactúan en nuestras mentes cuando nos referimos a nuestros pensamientos: ideas, imágenes mentales, información adquirida y la capacidad de procesar esa información.
No podemos hacer un estudio exhaustivo de cada uno de estos elementos, pero al menos quiero que veamos brevemente algunas cosas acerca de ellos, comenzando por las ideas. Las ideas son conceptos que nos formamos de las cosas tal como las percibimos en nuestras mentes y las vamos absorbiendo a medida que crecemos como absorbemos el aire a nuestro alrededor.
El problema es que la mayoría de las veces no estamos tan conscientes de ellas ni del sistema ideológico que hemos ido conformando con el paso de los años. Esas ideas simplemente están allí haciendo su trabajo, dándonos una perspectiva de las cosas y moviendo nuestra voluntad.
Y una de las tareas más difíciles, y más vitales, que tenemos los cristianos es la de apercibirnos conscientemente de todas las ideas erróneas que hemos absorbido de un modo u otro y que representan la vida lejos de Dios, para entonces comenzar a sustituirlas por el sistema de ideas que encarnó y enseñó nuestro Señor Jesucristo. Es en eso que consiste en gran medida el proceso de transformación del creyente. “No os conforméis a este siglo – dice Pablo en Rom. 12:2, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.”
El mundo tiene su sistema ideológico y el reino de Dios tiene otro. Si queremos crecer en gracia y ser transformados conformes a la imagen de nuestro Salvador, la cultura del reino de Dios debe continuar permeando nuestra forma de pensar.
El otro elemento envuelto en nuestro pensamiento son las imágenes mentales. Como bien señala Dallas Willard, estas imágenes “son siempre concretas y específicas en contraste con el carácter abstracto de las ideas y están fuertemente cargadas de emociones” (Renueva Tu Corazón; pg. 127).
Por ejemplo cuando Satanás tentó a Eva para apartarla de Dios, él no vino con un garrote a amenazarla, vino con una idea: la idea de que Dios no era digno de confianza y que la felicidad de ellos dependía de que se independizaran y se alejaran lo más posible de Él.
Ahora bien, esa idea transmite una imagen de Dios que nos mueve a rechazarlo y a querer expulsarlo de nuestros pensamientos. ¿Quién desea estar al lado de un ser insincero que usa Su poder y Su autoridad para que nosotros no progresemos ni disfrutemos de la vida? Una vez esa imagen de Dios encuentra lugar en el corazón humano ya la batalla está perdida.
A. W. Tozer dijo lo siguiente al respecto: “El que nuestra idea de Dios se corresponda tanto como sea posible con el verdadero ser de Dios es de inmensa importancia para nosotros. En comparación con nuestros verdaderos pensamientos acerca de Él, lo que declaremos en nuestros credos es de poco valor. Nuestra verdadera imagen de Dios puede estar sepultada bajo los escombros de nociones religiosas convencionales y para conseguir desenterrarlas y sacarlas a la luz puede ser necesaria una búsqueda intensa e inteligente. Solo tras una terrible experiencia de dolorosos auto exámenes podremos llegar a descubrir lo que en realidad creemos acerca de Dios”.
Y luego sigue diciendo: “Un concepto correcto de Dios es esencial, no solo para la teología sistemática, sino también para la vida cristiana práctica. Tal concepto es a la adoración lo que el fundamento es al templo: allí donde éste sea incorrecto o mal edificado la estructura se derrumbará tarde o temprano. Estoy convencido de que no hay ningún error de doctrina o fallo de aplicación en la ética cristiana cuyo origen no pueda trazarse hasta pensamientos imperfectos e innobles acerca de Dios”.
Debemos tener una imagen de Dios que corresponda con la realidad. Pero no debemos quedarnos ahí. Ese debe ser el punto de partida para continuar forjándonos una imagen veraz de todas las cosas a nuestra alrededor. Las imágenes que tenemos en nuestras mentes ejercen una poderosa influencia en nosotros, para bien o para mal.
Por ejemplo, si al escuchar la palabra “santo” lo que viene a nuestras mentes es la imagen de un santurrón hipócrita y aburrido, eso producirá en nosotros una fuerte resistencia al concepto de santidad y vendrá a ser un poderoso obstáculo para nuestro crecimiento en gracia. Así que las ideas son importantes, pero también son importantes las imágenes mentales que asociamos con tales ideas.
Un tercer elemento que comprende nuestros pensamientos, y que en cierto sentido podemos decir que es el primero de todos, es la información, los datos que almacenamos acerca de lo que suponemos que son las cosas en realidad. Cito una vez más a Dallas Willard: “Sin una información correcta nuestra capacidad de pensar no tiene nada con qué trabajar. De hecho, sin la necesaria información puede que incluso tengamos temor de pensar, o sencillamente que seamos incapaces de pensar correctamente” (pg. 132).
Cuántos médicos en el pasado fueron los causantes de la muerte de sus pacientes porque ignoraban algunas cosas fundamentales acerca de los gérmenes y cómo estos pueden propagarse en un instrumento quirúrgico que no ha sido debidamente esterilizado.
Pero no basta con adquirir información; esa información debe ser procesada adecuadamente aplicando nuestras facultades pensantes iluminadas por la verdad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras.
Es la facultad de pensar y razonar la que nos permite ver la información desde diferentes ángulos, o darnos cuenta de la falsedad de un razonamiento. Es imposible separar la verdad del error y la mentira sin pensar. En ese sentido debemos ver nuestras facultades mentales como un don que Dios nos ha dado con el propósito de que tengamos un mejor entendimiento de la verdad y sus implicaciones.
Si hay algo que un creyente no debe permitirse a sí mismo es venir a ser un individuo ligero y superficial. Ese espíritu tan característico de nuestra época no debería hallar cabida en un cristiano. Pero lamentablemente debemos reconocer que ese espíritu ha penetrado también ha penetrado en el pueblo de Dios y ha contaminado a muchos. Algunos piensan, incluso, que el cultivo del intelecto se opone al ejercicio de la fe, cuando la realidad es que creer es pensar, como señala John Stott en el título de una de sus obras.
Que Dios nos ayude a hacer un buen uso de la noble facultad del entendimiento con que Él ha dotado nuestras almas, porque solo así seremos un pueblo espiritualmente robusto y celosamente activo en la expansión de Su reino.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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