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miércoles, 17 de junio de 2009

Carta Pública a Adriano M. Tejada

El pasado 5 de Junio, Adriano M. Tejada, director de Diario Libre, escribió una nota editorial titulada “¿Delito o Pecado?”, en el que criticaba a las iglesias que intentan imponer sus criterios morales sobre el resto de la ciudadanía. Puede leer la nota editorial de Tejada en DiarioLibre.com:

Esta fue mi respuesta al señor Tejada, publicada en Diario Libre en el día de hoy, 17 de Junio.

Estimado señor Tejada:

Antes que nada, permítame decirle que usualmente aprecio sus atinados comentarios sobre el acontecer nacional.

Precisamente por eso, me extrañó sobremanera su editorial del pasado viernes 5 de Junio, titulado “¿Pecado o Delito?”, tema que vuelve a desarrollar en entregas posteriores, incluyendo la de este lunes 15. Estoy de acuerdo con usted en que no todo pecado debe ser considerado como un delito. La codicia es un pecado según la Biblia, pero de ninguna manera puede ser penado por la ley. Es ciertamente lamentable que en el pasado se haya hecho uso del Estado para castigar pecados que competía a la iglesia sancionar dentro de los límites que le son propios. Al igual que usted pienso que debemos defender firmemente el principio de separación entre el Estado y la Iglesia.

Sin embargo, si bien no todo pecado debe ser tratado como un delito, toda acción delictiva penada por la ley envuelve algún tipo de conducta pecaminosa que daña a otros. Las religiones monoteístas citadas en su artículo consideran el robo como pecado, pero también el Estado lo considera un delito. Otro ejemplo de la relación que guardan ambos conceptos es el de los crímenes que se cometen contra la integridad física de un ser humano. La Biblia condena el enojo pecaminoso como una violación del sexto mandamiento del Decálogo, “no matarás”; el enojo pecaminoso no puede ser castigado por la ley, pero si no es refrenado puede devenir en el tipo de acción delictiva que sí es considerada como delito penal cuando la persona enojada inflige algún tipo de daño contra la persona odiada. Y es interesante notar que el derecho penal hace diferencia entre el crimen pasional y el premeditado; es decir, que aún la justicia humana trata de discernir las motivaciones del corazón humano para aplicar el castigo correspondiente a un crimen.

De manera, señor Tejada, que si bien es cierto que no todo pecado debe ser considerado como un delito, todo delito envuelve algún tipo de pecado. Es una falacia pensar que se puede legislar sin tomar en cuenta las razones morales detrás de los actos humanos. Y tan pronto entramos en el terreno de los juicios morales, todos nosotros, al opinar, estamos descansando en consideraciones filosóficas o religiosas. En otras palabras, es imposible que pretendamos lidiar con tales asuntos desde una postura netamente secular, que es lo que usted parece defender en el artículo citado.


Uno de los más connotados defensores de un estado secular en EUA es el profesor de filosofía de la Universidad de Nebraska, Robert Audi, quien propone tres principios para lo que él llama “virtud cívica en una democracia liberal”. El primer principio es el que sustenta que nadie tiene la obligación de apoyar ninguna ley o política pública que restrinja la conducta humana, a menos que tales leyes o políticas puedan ser defendidas con argumentos seculares adecuados y no por consideraciones teológicas o religiosas.

El segundo principio es que los que aboguen por la promulgación de tales leyes o políticas públicas deben poseer motivaciones netamente seculares; según Audi, a la hora de establecer las leyes y políticas públicas, los legisladores no deben tomar en consideración lo que creen acerca de Dios y tomar sus decisiones como si no creyeran en Su existencia.

Y finalmente, que las iglesias deben abstenerse de apoyar candidatos (algo con lo que estamos totalmente de acuerdo) ni presionar por la promulgación de leyes o políticas públicas que restrinjan la conducta humana (esto plantea un serio problema por lo que explico a continuación).

Estos principios del profesor Audi descansan sobre una base engañosa. Por un lado, es imposible que exista un estado puramente secular. El estado tiene que lidiar con algunas preguntas fundamentales concernientes a la vida y la muerte, nuestra identidad como seres humanos o la razón de ser de nuestra existencia. Y como bien ha dicho el Dr. Albert Mohler, “desde el momento en que el estado comienza a lidiar con estas preguntas fundamentales, cesa de ser secular”.

Por otro lado, tampoco es posible argumentar a favor o en contra de una ley descansando únicamente en razones seculares; los legisladores tienen que lidiar con cuestiones como la moral o los valores humanos, acerca de los cuales no podemos argumentar únicamente desde una postura secular. Tomemos el tema del aborto como ejemplo. La postura que asumamos al respecto dependerá de lo que creamos acerca del origen de la vida humana, su significado y sus derechos inherentes. En estas cosas, los que pretenden defender su posición desde una postura no religiosa, en realidad están trayendo a la palestra argumentos tan religiosos como el que más. Todos descansamos en ciertas premisas que tenemos que aceptar por fe. En este caso en particular, los que defienden el aborto lo hacen porque creen, entre otras cosas, que el feto no es en realidad una persona humana, sino un “producto” del cual la madre puede disponer si lo desea.

En cuanto al segundo principio aducido por Audi de que los que aboguen por la promulgación de leyes o políticas públicas deben poseer motivaciones netamente seculares, éste no toma en cuenta la complejidad de las motivaciones humanas. Nadie puede abstraerse de ese modo de sus creencias centrales. Tanto el ateo como el creyente son profundamente influenciados por las premisas que traen consigo al debate; nadie argumenta sobre estas cosas desde una postura neutral. En asuntos como la existencia o no existencia de Dios, la objetividad o subjetividad de la moral, o la existencia o no existencia de verdades absolutas, la neutralidad es sencillamente imposible. Todos partimos de premisas que aceptamos por fe.

Finalmente, en cuanto a que los miembros de las iglesias deben abstenerse de presionar por la promulgación de leyes o políticas públicas que restrinjan la conducta humana, se está queriendo sustraer de la opinión pública a un sector importante de la sociedad que, como cualquier otro en un Estado democrático, tiene derecho a opinar y presentar argumentos a favor de las posturas morales que, según su juicio, son las que más convienen al conglomerado.

No creo que sea justo equiparar a un cristiano que aboga por la santidad de la vida humana desde la concepción a un fanático religioso que abogue porque el estado lapide a los adúlteros, por poner un caso. A final de cuentas, lo que está sucediendo actualmente en República Dominicana no es una pugna entre moral ciudadana y moral religiosa, y mucho menos entre religión y ciencia; lo que está sucediendo en realidad es que un grupo que define la vida de una persona humana como teniendo su origen en un punto más allá de la concepción está tratando de imponer sus criterios metafísicos sobre la mayoría, a la vez que intenta sacar del debate a todos los que tienen un criterio diferente.

Con todo respeto, señor Tejada, le ruego reconsidere su postura en este asunto, sobre todo tomando en cuenta el peso de sus notas editoriales en la opinión pública; en un momento en que nuestro país se encuentra debatiendo asuntos tan importantes como la protección de la vida humana desde el momento de la concepción, debemos apoyar los mejores intereses de nuestra nación. Lo que se está debatiendo aquí no es el predominio de una religión sobre la conciencia de la ciudadanía, sino la base fundamental de todo estado democrático de derecho y la base que sostiene toda la estructura social: el valor absoluto de la vida humana como el bien jurídico supremo.

Atentamente,

Sugel Michelén
Pastor de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo

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