Por Sugel Michelén
El feminismo como movimiento no es un fenómeno reciente. Ya para finales del 1700 una inglesa llamada Mary Wollstonecraft publicó una obra titulada “Una Vindicación de los Derechos de la Mujer”. Y un año más tarde, tanto en Francia como en EUA, le siguieron dos publicaciones similares. De este modo comenzó un movimiento que cobró bastante fuerza en el siglo XIX y que trajo como consecuencia algunas reivindicaciones en cuanto a los derechos de la mujer.
Sin embargo, este movimiento no tuvo tanta incidencia en el pensamiento popular, sino hasta mediados del siglo XX con la publicación de la obra “El Segundo Sexo”, escrito por la filósofa francesa Simone deBeauvoir (publicado en 1949). Durante sus años de estudios deBeauvoir conoció al filósofo francés Jean Paul Sartre, con quien compartió su vida en una unión sumamente peculiar.
Tanto Sartre como deBeauvoir promovieron el existencialismo que, explicado en una forma sencilla, es una filosofía basada en el concepto de que cada individuo debe tomar completa responsabilidad de dar sentido a su vida en un mundo incierto y sin sentido. Lo que propone deBeauvoir en “El Segundo Sexo” es un modelo de interacción entre el hombre y la mujer basado en esa filosofía. Su tesis primaria es que a la mujer se le ha asignado un status de segunda clase en la sociedad que no le permite asumir completamente la responsabilidad de dar sentido a su vida.
Ella alega que este es un mundo definido y controlado por el hombre; y que las mujeres han sido forzadas a conformarse al molde que ellos crearon para su propio placer y beneficio. ¿Qué solución propone ella? Destruir la superioridad masculina y rehusar amoldarse al papel tradicional que se le ha asignado a la mujer como madre y esposa.
Ella dice que “la mujer debe ser obligada a proveer para sí misma…; el matrimonio debe estar basado en un acuerdo libre que los esposos puedan romper cuando quieran; la maternidad debe ser voluntaria, lo que significa que la contracepción y el aborto deben ser autorizados y que... todas las madres y sus hijos deben tener los mismos derechos, dentro y fuera del matrimonio; el estado debe proveer licencias para las embarazadas y asumir la responsabilidad de los hijos” (cit. por Mary A. Kassian; The Feminist Gospel; Crossway Books; Wheaton Illinois, 1992; pg. 19).
En un principio el libro de deBeauvoir no tuvo tanto impacto en los EUA, hasta que una periodista norteamericana llamada Betty Friedan publicó a principio de los 60s un libro titulado “La Mística Femenina”, que presentaba las enseñanzas de Simone deBeauvoir en una forma más potable para la mente americana. Pero su tesis era muy similar: La mujer debe tomar el control de su propia vida y decidir su propio destino. Esto significa en la práctica independizarse económicamente del hombre, oponerse a toda distinción entre hombre y mujer, y echar a un lado los roles tradicionales de esposa y madre que la sociedad le ha impuesto a través de los siglos.
Estas dos obras alcanzaron un alto nivel de popularidad en los EUA en la década de los 60 y desataron toda una revolución cuyo centro de ataque era el patriarcado de los hombres. La palabra “patriarcado” es muy importante en la literatura feminista; literalmente significa “el gobierno o dominio del padre”, pero las feministas la usan para describir el dominio que el hombre ejerce en la sociedad en detrimento de la autonomía y dignidad de la mujer.
Ahora, en este punto de la historia, debemos incluir un detalle importante y es que más o menos para el mismo tiempo en que Simone deBeauvoir escribía su manifiesto feminista a finales de los 40’s, una mujer llamada Katherine Bliss estaba haciendo un estudio para el Concilio Mundial de Iglesias, titulado “El Servicio y Status de la Mujer en la Iglesia”. Aunque ese reporte fue completado en el 1952, no se le prestó mucha atención hasta el 1961, casi una década después, cuando otras voces comenzaron a levantarse reclamando un cambio en el papel de la mujer en el plano eclesiástico.
Así que muy pronto el movimiento feminista secular encontró un aliado dentro de ciertos grupos religiosos con las mismas metas y los mismos objetivos: eliminar toda diferencia entre el hombre y la mujer. En el plano eclesiástico esto significa que las mujeres puedan hacer lo mismo que hacen los hombres en la iglesia, incluyendo predicar y pastorear.
Luchando ahora desde estos dos frentes distintos, el secular y el religioso, el movimiento feminista cobró una fuerza impresionante que en estos últimos 40 años no se ha limitado a clamar por una nueva definición de la femineidad y el papel de la mujer, sino más bien por un cambio radical que “redefina cada nicho de la existencia humana” (Kassian; op. cit.; pg. 71); desde el lenguaje, que según el feminismo ha sido un instrumento para promover y mantener el patriarcado en el mundo, hasta la sicología, la medicina, la sociología, la política, las relaciones sexuales, la maternidad y, en el plano eclesiástico la eliminación de toda diferencia de roles entre el hombre y la mujer.
En artículos posteriores veremos el impacto que esto ha tenido en muchas iglesias y cuál es la perspectiva de las Escrituras al respecto.
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miércoles, 24 de junio de 2009
El Movimiento Feminista
Etiquetas:
Betty Friedan,
Feminismo,
Jean Paul Sartre,
Simone de Beauvoir
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