Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

viernes, 31 de julio de 2009

Cultura de Mercado Vs. Cultura del Reino


Encontré sumamente relevante esta cita de John Benton que nuestro hermano Xavi Memba posteó en el día de hoy. Háganse un favor y léanla en kerigma.net.


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El Dios soberano versus el genio de la lámpara

Por Sugel Michelén

Disertando acerca de la literatura fantástica, el escritor argentino Jorge Luis Borges hizo el siguiente comentario acerca de los genios que aparecen en los cuentos de las mil y una noches: “Esos genios son omnipotentes, sin embargo, son esclavos de una lámpara, de un anillo o de su poseedor, y basta con frotar la lámpara o el anillo para contar con un esclavo que, a su vez, es omnipotente”. He ahí la gran paradoja de estos seres mitológicos: aunque poseen un poder inmenso, son fácilmente controlados por la mano humana.

Tengo la sospecha de que uno de los grandes problemas del hombre con el único Dios vivo y verdadero que se revela en las páginas de las Sagradas Escrituras es el hecho de que se presenta a Sí mismo como un Dios soberano que no puede ser controlado por ninguna de Sus criaturas. “Él hace según Su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga Su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).

Porque Dios es Dios, Él es soberano, de lo contrario dependería de otras cosas fuera de Sí mismo para llevar adelante Su plan; y si Dios dependiera de otras cosas fuera de Sí mismo ya no sería un Dios auto-suficiente; y si Dios no fuera auto-suficiente, ya no sería Dios. La palabra “Dios” queda vacía de significado cuando no viene asociada con el concepto de soberanía. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A El sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).

Pero Su soberanía descansa también en Su derecho como Creador. En su discurso a los atenienses pronunciado en el Areópago, Pablo les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres como si necesitase de algo; pues Él es quien da vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25).

Por cuanto es el Creador de todas las cosas que existen, Él posee un derecho incuestionable sobre todas ellas. Podemos revelarnos contra esa verdad y acatar las consecuencias o caer rendido a Sus pies reconociendo Su soberanía. Que la sabiduría juzgue cuál es la mejor decisión.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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miércoles, 29 de julio de 2009

El Mito de las Enfermedades Mentales

Por Sugel Michelén

Uno de los problemas con las etiquetas que usan los psiquiatras y psicólogos para las “enfermedades mentales” es que no describen una enfermedad específica o una causa médica que explique el comportamiento anormal del individuo, sino más bien un conjunto de síntomas que la persona presenta. En ese sentido, el término “enfermedad mental” es engañoso, porque puede dar la impresión de que se ha diagnosticado una “enfermedad” real, cuando lo que se está describiendo es una sintomatología.

En el 1952 en el Manual de Diagnóstica y Estadística de Desórdenes Mentales se señalaban 60 tipos y subtipos de enfermedades mentales. Dieciséis años más tarde el número había crecido a 145, y ya para el 1995 la cifra llegó a 230. El problema con esto es que no estamos lidiando con algo en lo que se puede hacer un diagnóstico preciso.

El psiquiatra Thomas Szasz dice al respecto: “No hay conducta o persona a la que un psiquiatra moderno no pueda plausiblemente diagnosticar como anormal o enferma” (cit. por Martin y Deidre Bobgan, Psico-Herejía, la Seducción Psicológica de la Cristiandad; pg. 196).

Después de la caída todos los seres humanos tenemos desbalances en algunas áreas. Con esto no estoy diciendo que no existan comportamientos anormales, o si prefiere llamarlo de otro modo, problemas psiquiátricos; pero tales problemas no deben ser rotulados como “enfermedades mentales” si se está usando el término “enfermedad” en un sentido literal, no metafórico.

¿Qué son, entonces, estos problemas? Algunos problemas de comportamiento anormal tienen una causa física y, por lo tanto, deben ser tratados por un médico. Puede tratarse de una disfunción orgánica que esté afectando el cerebro, tumores, desórdenes glandulares, desórdenes químicos. En cada uno de estos casos estamos ante un problema orgánico que debe ser tratado por un neurólogo, un endocrinólogo, o incluso por un psiquiatra si éste se mantiene dentro del campo médico.

Robert Smith, doctor en medicina, dice lo siguiente al respecto: “Tumores, heridas serias, derrames cerebrales, etc., pueden dañar parte del cerebro y afectar el modo de pensar y actuar de la persona, pero estas no son enfermedades mentales, sino enfermedades orgánicas que pueden ser probadas en laboratorios. Ellas pueden ser causa de que el cerebro esté enfermo pero no la mente. Si bien las partes dañadas del cerebro no están disponibles para la mente, la mente no está enferma. En este caso hay un daño cerebral pero no una enfermedad mental. El concepto de mente enferma es una teoría no probada científicamente” (cit. por MacArthur; Consejería Bíblica; pg. 367; el énfasis es mío).

También puede darse el caso de un mal funcionamiento químico como resultado del abuso de drogas, o incluso por la falta de sueño. Jay Adams dice al respecto: “Los problemas perceptivos pueden resultar de una acumulación de sustancias tóxicas del metabolismo del cuerpo, causadas por un déficit agudo de sueño” (Manual del Consejero Cristiano; pg. 383).

Algunos de los llamados problemas psiquiátricos o enfermedades mentales, pueden tener un origen netamente espiritual. Un ejemplo de este tipo de casos lo encontramos en la Biblia, en la historia de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, y Caín le tenía envidia a Abel porque veía que Dios estaba agradado con él.

El corazón de Caín se había llenado de envidia y de amargura, y finalmente se deprimió. Dice en Gn. 4:5 que se ensañó contra su hermano en gran manera, y decayó su semblante. Noten cómo Dios trató con el problema: “Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:6-7).

Caín ofreció a Dios una ofrenda que Dios rechazó por su actitud pecaminosa; pero en vez de arrepentirse Caín complicó aún más las cosas al responder mal al rechazo de Dios. Se enojó y se deprimió; llenó su corazón de amargura y resentimiento; probablemente comenzó a sentir auto-compasión, y quién sabe cuántas cosas más.

Pero entonces Dios viene a él y le da una solución: “Si haces el bien, serás enaltecido”. En otras palabras: “Dejarás de estar deprimido. Pero si continúas reaccionando pecaminosamente, caerás más profundamente en las garras del pecado, que como un animal salvaje está acechando a la puerta, ansioso por devorarte”.

Caín no hizo caso a la advertencia divina, y el pecado lo devoró; finalmente mató a su hermano. Siguió alimentando su ira, su resentimiento, su auto-compasión, y ahí tienen el resultado.

El principio encerrado en esta historia es que el comportamiento determina los sentimientos. Si actúas mal, te sentirás mal. Por eso Pedro dice en su primera carta: “El que quiera amar la vida y ver días buenos (lo contrario a estar deprimido), refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala” (1P. 3:10-11).

Si Caín hubiese hecho esto hubiese resuelto su estado depresivo y nunca hubiese llegado a hacer lo que hizo. Las circunstancias del hombre han cambiado inmensamente de la época de Caín para acá; los problemas que tenemos que enfrentar a diario son muy distintos, pero el principio sigue vigente: Una de las razones por la que las personas se deprimen es porque responden equivocada y pecaminosamente a los problemas de la vida.

También es probable que el problema tenga una causa física y una causa espiritual al mismo tiempo, y en tal caso debe tratarlo un médico conjuntamente con alguien que aconseje bíblicamente al individuo.

Debido a la unidad orgánica que existe entre el alma y el cuerpo, muchas veces nuestros problemas se mezclan y nosotros debemos tener discernimiento para detectar cuándo el comportamiento se debe al problema físico, y cuándo se trata de un asunto espiritual.

Por ejemplo, un niño al que se le ha diagnosticado ADD puede ser que tenga un problema en la tiroides que esté afectando su nivel de energía. Pero eso no lo excusa para que golpee a sus amigos o a sus hermanos cuando quiere un juguete que ellos tienen.

Nunca debemos excusar el pecado por un problema físico, aunque podemos ser comprensivos al tratar con un niño, o aun con un adulto, cuya condición física le haga más difícil seguir instrucciones u obedecer.

Una persona puede estar deprimida por una causa física, pero si tal persona se ampara en su tristeza para pecar y dejar de hacer lo que sabe que debe hacer, es muy probable que agrave su problema, porque añadirá la culpa a su condición. ¿Cómo se deben tratar este tipo de casos?

En primer lugar, debemos buscar información de modo que podamos comprender a la persona que está atravesando por esa dificultad.

En segundo lugar, debemos tratar de distinguir, en la medida de lo posible, las causas físicas del problema, si las hay, de las causas espirituales. Si existe algún problema orgánico, el médico debe tratar con él, mientras nosotros trabajamos con las Escrituras los asuntos del corazón con amor y compasión.

Si no hay problema orgánico, o no se ha podido detectar ninguno, pero aun los síntomas físicos son severos, dolor, falta de sueño, ansiedad, hiperactividad, etc., entonces debemos considerar el uso de medicamentos para aliviar los síntomas. El uso de medicamentos en tales casos no debe hacerse a la ligera, pero no debe ser descartado. Este es un asunto de libertad cristiana.

De paso, si alguien lee este artículo y en estos momentos está bajo medicación por orden de un médico, no le aconsejo que decida por Ud. mismo descontinuar sus medicamentos. Lo más sabio es que busque consejo de su médico y de sus pastores.

Para concluir solo quiero añadir dos pensamientos adicionales. En primer lugar, que debemos poner la autoridad de Dios y de Su Palabra por encima de cualquier teoría o razonamiento humano. No sabemos cuántas otras teorías el hombre seguirá urdiendo con el paso de los años que contradicen las Escrituras, pero nosotros debemos permanecer firmes en nuestra convicción de que Dios es Dios y la Biblia Su Palabra (comp. Is. 8:20; Rom. 3:4).

En segundo lugar, que debemos profundizar cada vez más en el conocimiento de la teología bíblica, o no seremos capaces de filtrar las mentiras y errores del mundo. Muchos buenos cristianos son seducidos por estas teorías psicológicas, no porque desprecien la Biblia, sino porque son incapaces de discernir que tales teorías se oponen a las Escrituras.

Que Dios nos conceda un conocimiento cada vez más amplio de Su Palabra para que podamos tener discernimiento, y un corazón para obedecerle a Él antes que a los hombres.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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Sobre las ventajas y desventajas de tener un blog, hoy que este blog cumple dos meses

Por mucho tiempo me resistí a tener un blog, pero después de unos cuantos argumentos convincentes tomé la decisión de abrir este espacio la noche del 29 de Mayo, contando primero con la ayuda de mi hija Aylín, y luego de otros jóvenes de la iglesia más aventajados que yo en el uso de los medios cibernéticos. Ahora, dos meses después, me doy cuenta que tener un blog tiene sus ventajas y sus peligros.

Las ventajas son evidentes:

1. Lo que se postea en un blog puede ser de beneficio a personas en el mundo entero (literalmente en el mundo entero), siempre y cuando promueva la verdad verdadera revelada por Dios en Su Palabra.
2. El blog puede ser usado para proclamar el evangelio y defender la fe, a través de un medio de información que está siendo ampliamente usado para proclamar falsas doctrinas.
3. El blog une comunidades de creyentes que comparten una misma fe y una misma visión ministerial.
4. El blog puede ser un medio de sana diversión.
5. El blog nos permite saber lo que piensan algunos siervos de Dios de nuestra generación con respecto a temas que son importantes, pero que sería más difícil de encontrar en un sermón o en un libro.
6. El blog tiene la ventaja de que sus artículos suelen ser breves y, por esa misma razón, pueden ayudarnos a ponernos al día en un mundo que cambia casi cada segundo, y en el que usualmente estamos cortos de tiempo para seguirle el ritmo.

Pero el blog tiene también sus desventajas:

1. Precisamente por su brevedad, el blog no permite transmitir ideas complejas que necesiten un amplio desarrollo.
2. Si nos descuidamos, el blog puede quitarnos mucho tiempo y trastornar nuestras prioridades.
3. El blog puede ser también un medio para auto promovernos, por lo que tiene un alto potencial de alimentar el orgullo y el narcisismo.
4. Precisamente por la rapidez con que viaja la información por la Internet, lo que se postea en un blog puede hacer mucho daño si la información es errónea o herética (y si nos damos cuenta luego y queremos eliminarlo, existe la posibilidad de que alguien ya lo haya leído y enviado a otros, quedando así el comentario como un barco navegando en el océano cibernético, el cual continuará arribando a otros puertos mucho tiempo después de haberlo eliminado de nuestro blog).

Probablemente a otros se les ocurran otras ventajas y desventajas de tener un blog (comentarios que serán más que bienvenidos). Por el momento, oro a Dios que use este para Su gloria y el beneficio de Su iglesia, mientras seguimos esforzándonos por derribar “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.

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martes, 28 de julio de 2009

El cuerpo, el alma y las llamadas “enfermedades mentales”


Por Sugel Michelén

En una serie de artículos que publiqué hace unos días vimos cómo en las últimas décadas muchos cristianos se han volcado hacia la psicología para tratar con sus problemas, y que este fenómeno se debe, en parte, al hecho de que algunos presuponen que existen enfermedades de la mente que deben ser tratadas por un experto en salud mental.

Pero ¿cómo se enferma la mente? ¿Se puede hablar de una mente enferma en el mismo sentido en que nosotros hablamos de un hígado enfermo, o de un corazón enfermo? Antes de responder estas preguntas es necesario que profundicemos un poco más en lo que la Biblia enseña sobre nuestra naturaleza y constitución como seres humanos.

La Biblia no sólo enseña que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, sino también que el hombre posee dos partes fundamentales que componen su ser: el cuerpo y el alma, una parte material y otra espiritual (comp. Gn. 2:7; Dn. 7:15; Mt. 10:28; 1Cor. 6:19-20).

En cuanto a la parte inmaterial o espiritual, en la Biblia encontramos un conjunto de palabras que, aunque poseen distintos énfasis, pueden intercambiarse entre sí: “espíritu”, “corazón”, “alma”, “mente”, “conciencia”, “hombre interior” (comp. 1P. 3:3-4). Todos estos términos señalan la parte inmaterial del ser humano, el asiento de nuestra personalidad.

El puritano J. Owen refiriéndose al uso bíblico de la palabra “corazón”, dice lo siguiente: “El corazón posee un uso variado en la Escritura; algunas veces para referirse a la mente y el entendimiento, otras veces para la voluntad, otras para los afectos, otras para la conciencia, otras para el alma en su totalidad. Generalmente, esta denota toda el alma del hombre con todas sus facultades” (cit. por E. Welch; Blame it on the Brain; pg. 36).

Son estos elementos los que componen la personalidad humana; la mente, el entendimiento, la voluntad, los afectos, son facultades del alma. De manera que la mente y el cerebro no son la misma cosa. Por eso, no es moralmente malo que una persona no tenga mucha capacidad intelectual o mala memoria; pero sí es moralmente malo que una persona tenga el entendimiento entenebrecido y se deleite en pensamientos que son contrarios a la ley de Dios (comp. Ef. 4:18).

Y ¿qué del cuerpo? El cuerpo es nuestra parte material y física, lo que Pablo llama en 2Cor. 4:16 “el hombre exterior”: el cerebro, los músculos, los huesos, los nervios, la piel, los órganos vitales. Es por medio del cuerpo que tenemos acceso al mundo físico y a través del cual actuamos.

Ahora, es importante señalar que el cuerpo es el mediador de nuestras acciones morales, no el iniciador. Como alguien ha dicho, “en un sentido, (el cuerpo) es el equipo del corazón; él hace lo que el corazón le dice que haga (y estoy usando la palabra corazón aquí para señalar nuestro hombre interior)” (Welch; pg. 40 – el paréntesis es mío).

En mi mente yo decido servir, pero es con el cuerpo que sirvo. En mi mente, yo decido realizar un acto pecaminoso, pero es con el cuerpo que peco. Pero tanto en un caso como en el otro, soy yo, como persona total, la que sirvo y la que peco. Hay una relación orgánica y una interacción misteriosa entre el alma y el cuerpo que nosotros no podemos desentrañar del todo.

Uno de los pasajes bíblicos más impresionantes donde podemos ver esa interacción entre el alma y el cuerpo es el momento cuando Cristo ora en el huerto de Getsemaní, la noche antes de la crucifixión.

En Mt. 26:38 el Señor comenta a algunos de Sus discípulos que su alma estaba triste, hasta la muerte. El Señor estaba experimentando aquí una angustia extrema ante la perspectiva de la cruz, el abandono del Padre, la ira de Dios que habría de caer sobre Él por causa de los pecados de aquellos a quienes vino a salvar. Y dice en Lc. 22:44 que “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

Probablemente la angustia extrema por la que estaba atravesando el Salvador en ese momento provocó una dilatación de los vasos capilares subcutáneos, de tal manera que estos reventaron. Cuando esto ocurre en las proximidades de las glándulas sudoríparas se puede dar un fenómeno conocido como “hematidrosis” donde la sangre y el sudor se mezclan y salen juntos.

El alma del Señor estaba triste, pero esa tristeza se manifestó corporalmente, a través de su cuerpo físico. Hay una interacción misteriosa entre el alma y el cuerpo. Por eso la tensión puede provocar úlceras; y un temor extremo puede paralizarnos e incluso dejarnos sin voz.

De la misma manera un fuerte sentido de culpabilidad puede enfermarnos y causar en nosotros diversos trastornos físicos. Tal vez es a eso que se refiere David en el Sal. 38:3-5 (comp. Pr. 3:7-8; 1Tim. 6:10).

De manera que el hombre es un ser creado a la imagen de Dios, compuesto de alma y cuerpo, una parte espiritual y una parte material, unidas orgánicamente la una con la otra e interactuando misteriosamente la una con la otra.

Partiendo de esa definición es que decimos dogmáticamente que la mente no se puede enfermar en el mismo sentido en que hablamos de las enfermedades del cuerpo, porque la mente es una facultad del alma, de naturaleza espiritual, no material.

El problema es que muchos psicólogos no aceptan esta definición del hombre que la Biblia nos provee, sino que parten más bien de una premisa materialista. El materialismo enseña que el alma no existe, y que el hombre es pura materia, una compleja máquina química, y nada más. Desde esa perspectiva, las llamadas enfermedades mentales se deben a un mal funcionamiento de la maquinaria.

Pero si aceptamos la definición que la Biblia da del hombre, no podemos adoptar mansamente esta perspectiva. Más bien debemos decir con Isaías: “¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esta palabra, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20). Y junto con Pablo: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4).

En una entrega futura espero poder explicar más ampliamente el complejo tema de las llamadas “enfermedades mentales”.

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lunes, 27 de julio de 2009

¿Son realmente protestantes y evangélicos todos los "protestantes" y "evangélicos" de hoy?


Por Sugel Michelén

La palabra “protestante” comenzó a usarse para designar a los partidarios de la Reforma del siglo XVI a raíz de la protesta que un grupo de príncipes alemanes presentaron por escrito en la segunda Dieta de Spira, en 1529.

Tres años antes se había resuelto que cada estado se responsabilizara ante Dios, no ante el Emperador, de la religión de sus súbditos y que no se debía poner impedimento a la predicación de la Palabra de Dios.

Pero en la Dieta del 1529 el representante del Emperador anunció que esa ordenanza quedaba revocada y que debía reinstaurarse el antiguo sistema de gobierno eclesiástico con el catolicismo romano a la cabeza. Los príncipes, indignados, entregaron un documento en el que aparecía repetidas veces la palabra “protestamos”, de donde se derivó el apelativo “protestantes”.

Este movimiento reformador del siglo XVI no fue el inicio de una nueva religión, sino la manifestación del deseo de muchos en la Edad Media tardía de que la iglesia fuera restaurada y renovada conforme al patrón bíblico. Por eso el movimiento se mantuvo apegado a las grandes declaraciones de fe del cristianismo histórico.

Descansando en la enseñanza del Nuevo Testamento los reformadores proclamaban que la salvación es un regalo de la sola gracia de Dios y del cual somos hechos partícipes únicamente por medio de la fe en nuestro Señor Jesucristo. De igual modo proclamaban que la Biblia, como revelación inspirada de Dios, es nuestra única regla segura e infalible de fe y práctica.

Andando el tiempo, el término “protestante” comenzó a usarse indiscriminadamente para designar a todos los grupos disidentes de Roma, aún aquellos que no se adhieren a los principios bíblicos sostenidos por la Reforma.

Algo similar ocurrió con el término “evangélico”. Hasta hace un poco más de cien años “evangélico” era aquel que había abrazado de corazón el evangelio de Cristo descansando únicamente en la Biblia como su autoridad doctrinal y práctica. Hoy día son tantos y tan variados los grupos religiosos designados popularmente con estos términos que su significado real se ha perdido casi por completo.

Basta con mirar algunos de los programas televisados que llevan la etiqueta de “cristiano” para darse cuenta que muchos de ellos están presentando un mensaje totalmente diferente del que los verdaderos protestantes y evangélicos predicaban en el pasado. Confieso que me siento indignado y muy avergonzado con mucho de lo que se presenta como cristianismo en los diversos medios de comunicación disponibles hoy día (aunque es justo decir que hay honrosas excepciones).

No tenemos temor de las clasificaciones, siempre que se usen adecuadamente. De lo contrario crearemos mucha confusión y cometeremos graves errores de juicio.

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sábado, 25 de julio de 2009

La corona ignominiosa de un Rey: meditación para el día del Señor

Por Sugel Michelén

La Biblia nos enseña que para que Dios pudiese justificar a los creyentes sin pasar por alto Su justicia, Su Hijo debió sufrir a un nivel inimaginable. Ningún otro ser humano en la historia ha padecido más que nuestro Señor Jesucristo, tanto a nivel físico como a nivel emocional y espiritual. Sus sufrimientos fueron únicos porque Él era único.

Y nuestro Dios quiso que nosotros supiéramos eso, que no fuésemos ignorantes de lo que significó para Cristo venir a salvarnos. El Señor quería que nosotros pudiésemos aquilatar cuán grande fue el amor con que nos amó y cuán costosa fue nuestra salvación.

Es por eso que en el relato de los Evangelios se narra con tantos detalles la semana de la pasión, más que cualquier otro aspecto de la vida de Jesús. Y uno de esos detalles es la corona de espinas con la que Jesús fue coronado antes de Su crucifixión. El Espíritu Santo inspiró a Mateo, a Marcos y a Juan para que incluyeran ese detalle en sus narraciones de la pasión.

¿Qué debemos ver en esa corona con que Cristo fue coronado? ¿Qué lecciones espirituales podemos extraer de este siniestro detalle de la crucifixión? Siguiendo a través del bosquejo de Frederick Leahy en una de sus meditaciones sobre la cruz, quiero que nos detengamos a considerar la vergüenza de esta corona y su significado.

La vergüenza de esa corona.

La intención obvia de estos soldados no era únicamente la de torturar al Señor, sino también burlarse de Él. Algunos comentaristas entienden que la burla iba más dirigida a la nación de Israel que a Cristo mismo como persona. Pero si bien puede haber algo de cierto en esto, no podemos pasar por alto que era el Señor quien estaba siendo torturado y escarnecido.

El Rey de la gloria no sólo había asumido una naturaleza humana, lo que en Su caso era de por sí una gran humillación, sino que ahora voluntariamente descendió a un punto más bajo todavía: permitió que Sus criaturas le hicieran objeto de sus burlas.

Los soldados romanos hicieron un carnaval ese día y el personaje central de su desfile no era otro que el Rey de reyes y el Señor de señores, representando la caricatura de un monarca.

James Stalker recrea para nosotros lo que pudo haber sucedido ese día en su famosa obra “Vida de Jesucristo”:

“Los soldados lo llevaron al cuartel vecino, y allí satisficieron sus instintos crueles con los sufrimientos de Jesús. No podemos describir la vergüenza, y el dolor de este repugnante castigo. ¡Qué sería para Él, con su honor y amor a la naturaleza humana, el ser maltratado por aquellos hombres groseros y ver tan de cerca la más extrema crueldad de la naturaleza humana!

“Los soldados se daban gusto en esta obra, y agregaban el insulto a la crueldad. Cuando acabaron de azotarle, le hicieron sentar, pusieron sobre sus hombros un manto de grana en burlesca imitación de la púrpura real y un pedazo de caña en las manos como cetro; y tejiendo algunas ramas espinosas de una zarza cercana y dándole la apariencia grosera de una corona, clavaron las punzantes espinas sobre sus sienes. Entonces, pasando por delante de Él, cada uno por turno hincaba la rodilla, mientras al mismo tiempo escupían su semblante y tomando de su mano la caña, le herían en la cabeza y en el rostro” (pg. 139).

Aquello fue sencillamente una manifestación de la naturaleza humana caída en su odio y desprecio hacia Dios. Pero esta corona de espinas, tan humillante y vergonzosa, tiene un mensaje para todos nosotros; y eso nos lleva a nuestro segundo encabezado...

El significado de esa corona.

Esta corona tiene un mensaje que dar, tanto al mundo perdido como a los creyentes. Al mundo incrédulo esta corona le anuncia que Cristo vino al mundo a salvar a pecadores y eso por necesidad implicaba la cruz con toda su vergüenza y sufrimiento.

Esa corona de espinas fue puesta sobre su cabeza por los soldados romanos con una intensión perversa, pero al igual que la cruz, fue también la voluntad del Padre que el Señor fuese humillado hasta lo más bajo para poder llevar sobre sí nuestra vergüenza por causa de nuestros pecados.

Para que nosotros pudiésemos recibir la corona de vida, Cristo debía llevar la corona de espinas. No podía ser de otro modo. El Salvador de los pecadores debía sustituirnos en todo, aún en nuestra vergüenza y humillación.

Para que los pecadores pudiesen ser salvos Cristo debía tomar sobre Sí toda la maldición que el pecado merecía. Y llama la atención el hecho de que en ese momento Jesús fuese coronado con una corona de espinas, siendo que parte de la maldición que vino sobre la tierra por causa del pecado del hombre es el hecho de que produzca espinos y caldos, dice en Gn. 3:18.

Es por eso que Hendriksen dice en su comentario que en ese momento el Señor estaba llevando incluso la maldición que pesa sobre la naturaleza, de tal modo que ésta pudiese ser libertada también de su esclavitud cuando Jesús regrese en gloria.

Pablo dice en Romanos 8:20-21 que “la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.

Por eso podemos hoy predicar el evangelio y ofrecerle al pecador en Cristo el perdón de todos sus pecados, porque el Señor estuvo dispuesto a sufrir lo que sufrió, incluyendo la humillación de la que fue objeto en aquel día.

Pero esa corona tiene un mensaje para los creyentes también. Por un lado nos recuerda que nosotros somos seguidores de Uno que primero fue a la cruz y luego entró en la gloria; Uno que primero fue burlado por el mundo pecador, aunque algún día todos tendrán que postrarse ante Él y reconocer que “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre” (Fil. 2:11).

Si somos seguidores de ese Cristo, nosotros tendremos que transitar por ese mismo camino. Primero la cruz, luego la gloria, no puede ser de otro modo (comp. Jn. 15:18-20; 1P. 1:10-13).

Pero por el otro lado, esa corona nos recuerda que, aún cuando el mundo quiso hacer de Cristo una caricatura de Rey, a través de esa misma humillación Él estaba a punto de obtener la más grande de las victorias, triunfando sobre el mal en la cruz del calvario.

Frederick Leahy dice al respecto: “En su aparente debilidad Él es el poderoso Conquistador de Satanás, el pecado y la muerte, Aquel que venció al mundo” (pg. 53). Y nosotros participamos también de Su victoria por medio de la fe.

La iglesia de Cristo también parece débil ante los ataques del mundo; cada uno de nosotros está rodeado de debilidad y de muchas tentaciones. Pero es imposible que un verdadero creyente se pierda al final de la batalla, porque nosotros estamos del lado Aquel que venció.

Pero hay algo más que nosotros debemos ver en esa corona. No sólo su vergüenza y su significado, sino también…

La maravillosa paciencia de Cristo manifestada en esa corona.

Refiriéndose a la reacción de nuestro Señor en medio de aquella terrible humillación Mathew Henry usa la expresión “la paciencia invencible”. El Señor Jesucristo fue terriblemente humillado aquel día, como hemos visto ya.

Pero muchas personas han sufrido humillaciones similares a esta. Lo que hace una enorme diferencia es el hecho de que Cristo es el Dios encarnado, digno de toda honra y honor, y poseedor de todo el poder con que hizo y sostiene el universo.

El Señor pudo haber impedido la acción de los soldados, pero no lo hizo; soportó con paciencia que se burlaran de Él, que lo azotaran cruelmente, que lo coronaran de espinas, que le escupieran el rostro y le dieran bofetadas.

¿Sabes por qué? Porque Él estaba determinado a remplazarnos en todo. La vergüenza que debimos haber sufrido nosotros Él la sufrió para que nosotros no tengamos que ser avergonzados nunca más ante la justicia de Dios. Fue por nosotros que hizo lo que hizo y soportó lo que soportó, para que tú y yo fuésemos reconciliados con el Padre, para poder otorgarnos Su justicia, el perdón de nuestros pecados y el don de la vida eterna.

Alabémosle hoy con todo el corazón y escuchemos sumisamente Su Palabra; Él merece ser exaltado en Sus iglesias por todos aquellos a quienes rescató pagando tan alto precio. Que Dios nos conceda ofrecerle hoy la adoración que Él merece.


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jueves, 23 de julio de 2009

El caso de Zelaya: Una Perspectiva Bíblica 2 de 2

Por Sugel Michelén

Primero que todo establezcamos algunos hechos. Por un lado, es un hecho que Zelaya fue elegido presidente en elecciones libres a finales del 2005 (aunque, como suele ocurrir en algunos de nuestros países latinoamericanos, su victoria solo pudo ser proclamada después de un proceso traumático poco más de un mes después).

Por otro lado, también es un hecho que luego de su elección, el presidente Zelaya quiso llevar su gobierno por un rumbo de centro izquierda que trajo no poca inquietud en casi todos los sectores de la sociedad hondureña. A finales del 2007, Zelaya manifestó su intención de ser parte del ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas), una coalición compuesta por gobiernos latinoamericanos con tendencias socialistas.

También es un hecho que, en la percepción de muchos hondureños, lo ocurrido el pasado 28 de Junio no fue un golpe de estado, sino un retorno a la constitucionalidad luego de que Zelaya intentara colocarse por encima del poder legislativo y del poder judicial.

El asunto llegó a su punto álgido cuando el presidente se propuso llevar a cabo una consulta popular para ver si los hondureños estaban de acuerdo en colocar una cuarta urna en las elecciones generales que se llevarán a cabo en Noviembre, para aprobar un referéndum de reforma a la constitución y así, según sus adversarios, poder reelegirse para otro período presidencial (algo que está tajantemente prohibido en la Constitución actual).

El 23 de Junio el congreso aprobó una ley contra la celebración de esa consulta; Zelaya decidió continuar adelante a pesar de todo y ordenó que las boletas de votación fueran distribuidas. El Jefe del Estado Mayor, general Romeo Vásquez Velásquez, se negó a acatar la orden presidencial alegando que había recibido una contraorden del Tribunal Supremo. Al día siguiente Zelaya anunció su destitución en un discurso televisado, pero el 25 de Junio la Corte Suprema anuló la destitución del general Vásquez; Zelaya declaró entonces que en realidad no lo había destituido, sino que solo había anunciado su futura destitución.

El día antes de que se celebrara la consulta promovida por Zelaya, 27 de Junio, el Congreso designó una comisión para investigar al presidente, a quien acusaban de haber violado la constitución y de estar mentalmente incapacitado. Ese mismo día el Tribunal Electoral, junto a la Fiscalía General, la Corte Suprema de Justicia y el Congreso declararon ilegal la consulta.

El resto ya lo sabemos: Zelaya fue arrestado por las fuerzas armadas y sacado del país hacia Costa Rica la madrugada del 28 de Junio, el mismo día en que estaba supuesto a llevarse a cabo la consulta popular sobre el futuro referéndum. Horas más tarde, en sesión del Congreso Nacional se leyó una carta de renuncia, supuestamente escrita por Zelaya, la cual fue aceptada; desde Costa Rica Zelaya negó haberla escrito.

Según la Constitución hondureña, en ausencia del presidente, el presidente del Congreso Nacional debe asumir provisionalmente las funciones del Jefe de Estado, puesto que recayó en Roberto Micheletti, presidente del Congreso en el momento del arresto, y ahora presidente de facto de Honduras. Micheletti prometió celebrar las elecciones pautadas para el 29 de Noviembre y declaró que abandonará el cargo el 27 de Enero del 2010 cuando el próximo presidente asuma sus funciones.

Sin embargo, a pesar de eso y de todos los intentos del actual gobierno para demostrar que lo sucedido no fue un golpe de Estado militar, sino “un proceso de transición absolutamente legal”, la acción ha recibido un amplio repudio internacional. El mismo día del arresto de Zelaya, la OEA emitió una resolución unánime (con la abstención de Honduras, por supuesto) en la que condenan “enérgicamente el golpe de estado” ocurrido en la nación hondureña. Hasta ahora ninguna nación soberana ha reconocido la presidencia de Micheletti.

La situación no es sencilla y, por lo tanto, la solución no puede ser simplista. Por un lado, Zelaya tiene mucho que explicar a los hondureños, muchos de los cuales consideran sus acciones como un atentado contra los poderes del Estado.

Por otro lado, el actual gobierno de Honduras tiene que convencer a la comunidad internacional de que lo sucedido en la madrugada del 28 de Junio no fue un golpe de Estado, y de que ellos mismos no violaron la Constitución que dicen defender al arrestar al presidente y enviarlo al exilio sin haber llevado a cabo un proceso en su contra (la Constitución de Honduras declara que “Ningún hondureño podrá ser repatriado ni entregado a un Estado extranjero”). Un gobierno de Zelaya no podrá ser viable mientras dentro de su propia nación muchos lo perciban como un peligro al orden constitucional. Pero también está por verse hasta donde puede mantenerse el gobierno actual con la opinión internacional en contra.

Quiera Dios que en el futuro cercano, y sin derramamiento de sangre, la nación hondureña pueda encontrar una solución claramente constitucional al presente estado de cosas; y que en nuestros países latinoamericanos gobernantes y gobernados se miren en ese espejo para no cometer los mismos errores, pues de lo contrario, es probable que dentro de poco otros casos se sumen al de Honduras trayendo más inestabilidad política y social a la región.

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miércoles, 22 de julio de 2009

El caso de Zelaya: Una Perspectiva Bíblica 1 de 2


Por Sugel Michelén

El caso del presidente de Honduras Manuel Zelaya, arrestado y enviado al exilio el pasado 28 de Junio, ha puesto en una situación difícil a toda la nación hondureña en general y a los creyentes en particular. ¿Deben los cristianos apoyar al presidente depuesto, elegido por el voto popular a finales del 2005, o al presidente de facto Roberto Micheletti? ¿Cuáles principios bíblicos pueden servirnos de guía en el presente caso?

Aunque la Biblia no es un tratado de filosofía política, aún así en ella encontramos el marco de referencia que necesitamos como cristianos para abordar cualquier tema que sea relevante para nuestra vida aquí y ahora, incluyendo la actual situación que se vive en Honduras. He aquí dos principios que debemos tomar en cuenta.

El primero es que Dios es la fuente y fundamento de toda autoridad humana legítima.

La Biblia enseña claramente que nuestro Dios posee autoridad absoluta sobre todos los seres y cosas, y que Él es el fundamento que sustenta todas las esferas legítimas de autoridad que hay en el mundo. Todos los gobernantes de las naciones están bajo Su autoridad y derivan de Él la autoridad que poseen, aunque ellos no lo reconozcan así.

Esa es la enseñanza de Pablo en el capítulo 13 de su carta a los Romanos: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridades sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste” (Romanos 13:1-2).

Es basado en esa realidad que el Señor Jesucristo dice a Pilato, en Juan 19:11: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba”. A pesar de que Pilato era un pagano, en última instancia, su autoridad no se derivaba del César, sino de Dios mismo.

De esto podemos inferir que los gobernantes de las naciones no poseen un poder absoluto, porque su autoridad es delegada, supeditada a la autoridad de Dios.

Uno de los reyes más poderosos de la antigüedad fue Nabucodonosor, el gran rey de Babilonia; pero cuando este rey comenzó a ser dominado por su soberbia, Daniel tuvo que recordarle que el Dios del cielo le había dado “reino, poder, fuerza y majestad” (Daniel 2:37).

También podemos inferir de esta enseñanza que los gobernantes de la tierra son responsables ante Dios en el ejercicio de su autoridad. Pablo se refiere a los magistrados en Romanos 13:4 como “servidores de Dios”. Y en el versículo 6 se señala a los cobradores de impuestos como “ministros de Dios”. Algún día todos ellos tendrán que responder ante Él por la mayordomía que se les confió.

Lo segundo que debemos tomar en cuenta es que Dios ha provisto los gobiernos humanos en Su gracia común para el buen funcionamiento de los pueblos.

Cuando hablamos de gracia común nos referimos a los favores que Él en Su bondad derrama sobre este mundo caído para beneficio de todos los hombres, independientemente de si son creyentes o no. Esa gracia común opera en el hombre no regenerado de dos maneras: restringiendo el pecado en ellos y capacitándolos para hacer obras que son externamente buenas y beneficiosas.

Santiago nos dice en su carta que “toda buena dádiva y todo don perfecto” proceden de Dios (Santiago 1:17). Y en Isaías 54:16 dice el Señor: “He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra”. He ahí la gracia común en operación. No alcanza a los hombres para salvación (eso es lo que hace la gracia especial de Dios), pero sí los alcanza para hacerles mucho bien temporal.

Y los gobiernos humanos son una provisión de esa gracia común de Dios como un medio indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad humana, al llevar a cabo, idealmente, cuatro funciones básicas.

En primer lugar, el estado debe proteger a los ciudadanos contra todo aquello que impida o perjudique sus legítimos intereses. “Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, dice Pablo en Romanos 13:3, sino al malo”. Y luego señala que no es en vano que lleva la espada (vers. 4 – poder para castigar físicamente al malhechor, y aún condenarlo a la pena capital si fuere necesario).

A raíz de la caída el hombre se convirtió en un ser egoísta que hará todo lo posible por hacer prevalecer su voluntad y procurar sus intereses personales, aún a costa del bienestar ajeno si es necesario; a menos que sea frenado por un poder legítimo, y eso es lo que las autoridades civiles están llamadas a hacer (compare Génesis 9:6; Jueces 21:25; Salmos 72:12-14; Daniel 4:27).

Por eso es tan importante que la justicia sea administrada con equidad y que se mantenga la división de poderes en el estado, porque el poder corrompe y son hombres caídos los que están en esos puestos. Si los poderes funcionan de manera independiente, y todos los que ostentan cargos públicos saben que son plausibles de recibir el peso de la ley si abusan de su posición, hay más garantía para asegurar justicia para todos y el buen orden social.

En segundo lugar, el estado debe proveer de libertad a los gobernados para realizar las funciones que les son propias en el ámbito de sus propias esferas. Como hemos dicho ya, la autoridad del estado no debe ser absoluta. Existen otras esferas básicas de autoridad creadas por Dios para el buen funcionamiento de la raza humana, como es el caso del hogar y la Iglesia.

Cada una de esas esferas tiene sus propias responsabilidades y sus autoridades correspondientes, y cada una de ellas tiene una forma distinta de ejercer su autoridad. Cuando estos límites son traspasados el resultado siempre es desastroso, sobre todo para los intereses del reino de Dios.

En tercer lugar, el estado debe promover el bienestar material de sus ciudadanos. Eso no significa que el estado está llamado a alimentar y vestir al pueblo (excepto en caso de una emergencia nacional).

El paternalismo estatal es una maldición, no una bendición; Dios ha provisto otros mecanismos para que los hombres procuren su sustento. Peo el estado está llamado a promover las condiciones necesarias para que los individuos puedan conseguir su sustento y el de los suyos en una forma honrada y digna.

Si todo el mundo pagara sus impuestos, si las reglas de juego fueran las mismas para todos, probablemente el beneficio de la actividad comercial alcanzaría a un mayor número de personas, fortaleciendo así la economía individual y colectiva. Pero en un país donde impera la corrupción se está castigando al justo y premiando al tramposo.

Y en cuarto lugar, el estado debe garantizar los intereses espirituales de los gobernados. Y aquí incluimos: la libertad de expresión y la libertad de culto; en pocas palabras: libertad de conciencia, por cuanto Dios es su único dueño legítimo.

He ahí, en sentido general, el papel que corresponde al estado y sus poderes en la gracia común de Dios. Con esto en mente, ahora podemos tratar de analizar la situación específica que se vive en Honduras en este momento.

Continuará…

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lunes, 20 de julio de 2009

La Psicología: ¿Un Nuevo Caballo de Troya en la Iglesia? 4 de 4

Por Sugel Michelén

La tercera presuposición errónea que ha volcado a muchos a buscar ayuda en la psicología es que existen problemas en el hombre que no son físicos, y por lo tanto, no pueden ser tratados por un médico, ni tampoco son espirituales, y por lo tanto, no puede tratarlos un pastor. Son problemas netamente psicológicos o mentales.

Pero esto no es más que un mito. O nuestros problemas son orgánicos, y en ese caso debemos buscar la ayuda de un médico, o tenemos un problema espiritual, y entonces debemos ir a un pastor que trate con nosotros con la Palabra de Dios (por la estrecha interacción del alma y el cuerpo en algunos casos necesitará del trabajo conjunto del médico y el pastor).

Una persona puede tener un problema en el cerebro que le esté ocasionando una conducta extraña o anormal, como la arteriosclerosis, o el Alzheimer; pero tales personas no están mentalmente enfermas. Su problema es biológico y, por lo tanto, debe tratarlos un neurólogo no un psicólogo.

Las enfermedades mentales, si usamos ese término literalmente y no en un sentido metafórico, en realidad no existen, como veremos más ampliamente en otros artículos. El psiquiatra investigador E. Fuller Torrey dice con respecto a esta terminología: “El término en sí es disparatado, un error semántico. Las dos palabras no pueden ir juntas” (cit. por Martin y Deidre Bobgan; pg. 179).

Y el psiquiatra Thomas Szasz, a quien citamos anteriormente, dice: “Es costumbre definir la psiquiatría como una especialidad médica que tiene que ver con el estudio, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales. Esta es una definición sin valor, y engañosa. La enfermedad mental es un mito” (Ibid; pg. 181-182).

Esto no es un asunto de semántica meramente, sino un serio error que está causando no pocos inconvenientes en la iglesia de Cristo de nuestra generación. La psicología ha invadido un terreno que no le corresponde, y muchos pastores mansamente han claudicado ante ella.

Cito aquí a Martin y Deidre Bobgan en su obra “Psico - Herejía; la Seducción Sicológica de la Cristiandad”: “La mayor tragedia que produce el nombre erróneo de la enfermedad mental, es que las personas que están experimentando problemas de la vida buscan ayuda fuera de la iglesia. Y cuando piden esa ayuda a un líder de la iglesia, por lo general son (remitidas) a profesionales que se especializan en ‘enfermedad mental’ y ‘salud mental’. Se ha hecho tan fácil enviar a una persona con problemas matrimoniales o de familia a un profesional de la salud mental, como enviar a una persona con una pierna quebrada a un médico”.

Y luego continúan diciendo: “Los problemas de la vida son problemas espirituales, que requieren soluciones espirituales, no problemas psicológicos que requieren soluciones psicológicas. A la iglesia se le ha embaucado para que crea que los problemas de la vida son problemas del cerebro, que requieren soluciones científicas, más que problemas de la mente que requieren soluciones bíblicas… Mientras llamemos ‘enfermedad mental’ a los problemas de la vida, seguiremos sustituyendo la responsabilidad por la terapia” (pg. 185-186).

Nosotros tenemos en la Biblia un manual completo de todo lo que nuestras almas necesitan para una vida bienaventurada que glorifique a Dios. Los médicos deben tratar con los problemas del cuerpo, los cristianos debemos tratar con Cristo y Su Palabra los problemas del alma humana. Decir lo contrario es resucitar la vieja herejía que Pablo combatió en Colosas, que aunque ahora use terminología científica, sigue siendo igualmente errónea y dañina; los falsos maestros de Colosas querían convencer a estos hermanos de que era bueno tener a Cristo y Su Palabra, pero no suficiente; de ahí la advertencia de Pablo en el capítulo 2 de la carta con las que ahora concluyo:

“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:8-10).

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viernes, 17 de julio de 2009

La Psicología: ¿Un Nuevo Caballo de Troya en la Iglesia? 3 de 4

Por Sugel Michelén

La segunda presuposición errónea que están asumiendo muchos consejeros cristianos hoy día es que la mejor clase de consejería es aquella que utiliza tanto la psicología como la Biblia. Los llamados “psicólogos cristianos” piensan estar en una mejor posición para aconsejar que los consejeros cristianos, que no son psicólogos, y que los psicólogos que no son cristianos. Ellos creen tener lo mejor de los dos mundos.

El problema con esa simbiosis es que los postulados sobre los cuales se basa la psicología secular se oponen tajantemente a los postulados esenciales del evangelio. Si aprobamos uno de ellos automáticamente desaprobamos el otro. Es por eso que a medida que la psicología ha tomado cuerpo en la Iglesia, muchas enseñanzas falsas han comenzado a infiltrarse también, como por ejemplo: Que la naturaleza humana es básicamente buena, que las personas pueden encontrar respuesta para sus problemas dentro de ellos mismos, que la clave para comprender y corregir las actitudes y acciones de un individuo se encuentran en algún lugar de su pasado, que otros son culpables de nuestros problemas, y así podríamos citar muchas otras cosas más.

En muchos círculos cristianos aún el vocabulario ha sufrido cambios trascendentales. Al pecado se le llama “enfermedad”; el arrepentimiento ha sido sustituido por las terapias; los pecados habituales son llamados adicciones, o conductas compulsivas, de las cuales el individuo no parece ser responsable.

Quizás el ejemplo más palpable de esta distorsión es el énfasis que vemos hoy día sobre la importancia de la auto estima y el amor propio para la realización y felicidad del individuo. Aunque este es un tema muy popular hoy día, en realidad tiene un origen reciente. Hace apenas unos 50 años que surgió fuera de la Iglesia, y desde hace unos 30 años para acá se ha introducido con fuerza dentro de ella, adaptándola de tal modo que parece una doctrina bíblica, basada en textos bíblicos.

Uno de los promotores de esta enseñanza dice lo siguiente: “Nuestra habilidad de amar a Dios y de amar a nuestro prójimo es limitada por nuestra habilidad de amarnos a nosotros mismos. No podemos amar a Dios más de lo que amamos a nuestro prójimo y no podemos amar a nuestro prójimo más de lo que nos amamos a nosotros mismos”.

Y otro psicólogo cristiano escribió: “Sin amor por nosotros mismos no puede haber amor por otros… Tu no podrás amar a tu prójimo, no podrás amar a Dios, a menos que te ames primero a ti mismo”.

Esto parece ser un eco de las palabras del Señor Jesucristo al intérprete de la ley, cuando éste le preguntó: “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40).

¿Está ordenando Cristo a los suyos en este pasaje que se amen a sí mismos, como sugieren algunos psicólogos cristianos? De ser así, no serían dos los mandamientos de los que dependen toda la ley y los profetas, sino tres: Ámate a ti mismo, ama a Dios y ama al prójimo. Y de estos tres, ¿cuál sería el más importante? Obviamente, el amarte a ti mismo, porque de ese dependen supuestamente los otros dos.

¿Pero es esa la enseñanza de ese texto? ¡Por supuesto que no! El mandamiento más importante de la ley no es que nos amemos nosotros mismos, sino que amemos a Dios y a nuestro prójimo. El Señor está presuponiendo más bien que nos amamos a nosotros mismos (aún el que se suicida lo hace porque piensa que estará mejor muerto que vivo), y ahora nos dice: “Con esa misma dedicación, con ese mismo fervor, ama a tu prójimo”.

En la Escritura se habla del amor propio como una obra de la carne, no como una virtud. En 2Tim. 3:1-5 Pablo advierte a Timoteo “que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos”. Por eso el llamado de Cristo a los hombres es a negarse a sí mismos y a tomar su cruz. Cualquier mensaje que enseñe lo contrario no puede ser verdadero, ni mucho menos provechoso. La desgracia de los seres humanos radica precisamente en el hecho de estimarse demasiado a sí mismos y de mirar continuamente dentro de sí mismos.

El hombre sin Cristo ha puesto el “yo” en un lugar inapropiado, y por eso su vida es un caos. Cuando el evangelio llega a nosotros, y nos mueve eficazmente a confiar en Cristo, entonces las cosas caen en el lugar que les corresponde. Nuestro interés primordial no debería ser agradar al “yo” y satisfacer sus demandas, sino más bien vivir para la gloria de Dios.

Como podemos ver, la psicología estudia los problemas del hombre desde una perspectiva completamente distinta a la perspectiva bíblica, y por lo tanto no puede haber una relación satisfactoria entre ambas; una de las dos tendrá que ceder ante la otra. Y tenemos mucha razón para pensar que es la Iglesia la que está claudicando ante el humanismo secular.

Concluyo este punto citando al Dr. MacArthur otra vez: “La ‘psicología cristiana’ es un intento de armonizar dos sistemas de pensamiento intrínsecamente contradictorios. La psicología moderna y la Biblia no pueden mezclarse sin un serio compromiso o un completo abandono del principio de la suficiencia de las Escrituras” (Una Breve Mirada a la Consejería Bíblica; pg. 30).

Continuará…

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jueves, 16 de julio de 2009

La Psicología: ¿Un Nuevo Caballo de Troya en la Iglesia? 2 de 4

Por Sugel Michelén

¿Cuáles presuposiciones erróneas asumen aquellos que se han volcado hacia la psicología para tratar con los problemas del alma humana?

En primer lugar, presuponen que la psicoterapia (el aconsejamiento psicológico con sus teorías y técnicas) es una ciencia objetiva, cuando es en realidad una especie de religión que posee sus credos y sus dogmas, y en los cuales sus adherentes ejercen fe.

Cada día más y más personas, aun en el campo secular, están poniendo en duda, no sólo la capacidad de la psicología para ayudar a las personas, sino también su supuesto ropaje científico. Por ejemplo, el premio Nobel Richard Eynman, dice lo siguiente acerca del status científico de la psicoterapia: “El psicoanálisis no es una ciencia… tal vez se parezca más al curanderismo” (op. cit.; pg. 34).

Y el psiquiatra Thomas Szasz, profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de NY, dice: “No es sólo una religión que pretende ser ciencia, sino en realidad una religión falsa que busca destruir a la verdadera religión” (Ibid; pg. 35)..

La psicología y el cristianismo son dos religiones en pugna. Los problemas con los que lucha la psicología son esencialmente religiosos. Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, veía la “neurosis” como una crisis de orden espiritual, no como un problema médico.

Lean con cuidado este trozo de una de sus obras, y presten atención a ciertas palabras claves que aparecen allí: ¿Qué deben hacer los terapeutas, pregunta Jung, cuando los problemas del paciente surgen de “no tener amor sino sólo sexualidad; ninguna fe, porque teme andar en oscuridad; sin esperanza porque está desilusionado del mundo y la vida, y sin entendimiento porque ha fracasado en la lectura del significado de su propia existencia?”

El problema que encaran los terapeutas, desde este punto de vista, es el de dar a los pacientes amor, fe, esperanza y entendimiento. ¿No son estos problemas netamente religiosos? ¿Cómo podrá un hombre sin Dios proveer tales cosas a un individuo? Como ven, estamos ante una religión rival que intenta desacreditar el cristianismo.

Esto viene a ser más evidente cuando rastreamos las raíces de las teorías y métodos psicológicos. Al tratar de desentrañar el origen de la psicología nos topamos con tres nombres principales: Sigmund Freud, Carl Jung, y Carl Rogers.

El primero decía que las creencias religiosas son una mera ilusión, y que la religión misma no es otra cosa que “la neurosis de obsesión de la humanidad”. De hecho, Freud atribuía a la religión el origen de los problemas mentales del hombre. Siempre fue un crítico acérrimo de las creencias religiosas.

Carl Jung, en cambio, afirmaba que todas las religiones son positivas, pero imaginarias. En otras palabras, son mitos que hacen bien; todas contienen algo de verdad sobre la psiquis humana y pueden ayudar hasta cierto punto.

Jung veía la psicoterapia como una religión alterna. “Las religiones – decía él – son sistemas de sanidad para las enfermedades psíquicas… Es por eso que los pacientes imponen al psicoterapeuta el rol de sacerdotes, y esperan y demandan de él que los libere de sus aflicciones. En consecuencia, los psicoterapeutas nos ocupamos de problemas que, estrictamente hablando, pertenecen al teólogo” (Ibid; pg. 26; el subrayado es mío).

Jung admite que los psicoterapeutas están invadiendo un terreno que antes era manejado por otros. Ahora bien, no debemos pensar que Jung veía el cristianismo con buenos ojos. No. Jung no sólo repudió el cristianismo, sino que exploró otras experiencias religiosas, incluyendo prácticas ocultistas y la nigromancia, es decir, la comunicación con los muertos a través de un médium.

Lo mismo le ocurrió a Carl Rogers. Estudió en un seminario teológico, pero renunció al cristianismo y se volcó hacia la psicología secular, terminando también en la práctica del ocultismo y la nigromancia.

Y ahora nos preguntamos, estos hombres que repudiaron de ese modo el cristianismo bíblico, ¿realmente tendrán algo que decir a la Iglesia de Cristo acerca de cómo deben vivir los cristianos y cómo deben los hombres tratar con los problemas del alma que Dios creó?

Alguien puede decir: “Bueno, eso depende. Si sus postulados son científicos, entonces no habría ningún problema en servirse de ellos. Un científico impío puede llegar a conclusiones científicas objetivas y verdaderas”. Eso es verdad, pero no en este caso.

Recuerden que aquí estamos hablando de los problemas del alma, y de las soluciones que debemos dar a estos problemas. Los psicólogos no pueden estudiar el alma en una forma científica; ellos se limitan al estudio del comportamiento humano, y en base a esos estudios tratan de determinar por qué la gente se comporta cómo lo hace, y cuáles soluciones pueden dar a sus conflictos.

Pero muchos de ellos ni siquiera creen en la existencia del alma, y una gran mayoría niega la existencia del Dios que la creó. ¿Cómo pueden llegar a conclusiones acertadas en ese terreno? Una cosa es establecer un patrón estadístico de comportamiento, y otra muy distinta pretender explicar el por qué de esos comportamientos, y muchos menos cambiarlos.

Cuando la psicología penetra en ese terreno lo que afirma es pura opinión, pura teoría, pero nada más. Puede ser que en algunos casos, sus opiniones sean de cierta utilidad, pero solo en aquellos caso en que, por la gracia común de Dios, estas opiniones coinciden con las de Dios reveladas en Su Palabra. Pero tales aciertos no deben confundirnos: la presuposición de que las teorías y métodos psicológicos son científicos no es más que un mito. La psicología es una especie de religión, y los que aceptan sus postulados lo aceptan por fe.

El famoso historiador Paul Johnson, en su obra Tiempos Modernos, dice lo siguiente: “Después de 80 años de experiencia, se ha demostrado que en general sus métodos terapéuticos (refiriéndose a Freud) son costosos fracasos, más apropiados para mimar a los desgraciados que para curar a los enfermos. Ahora sabemos que muchas ideas fundamentales del psicoanálisis carecen de base en la biología” (pg. 18).

Y Karl Popper, considerado como el filósofo de la ciencia más grande del siglo XX, dice lo siguiente sobre las teorías psicológicas: “Aunque se hacen pasar como ciencias, tienen de hecho más en común con los mitos primitivos que con la ciencia” (Ibíd.; pg. 55-56).

Continuará…

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martes, 14 de julio de 2009

La Psicología: ¿Un Nuevo Caballo de Troya en la Iglesia? 1 de 4


Por Sugel Michelén

Desde hace algunas décadas, muchos cristianos profesantes han comenzado a poner en duda la suficiencia de Cristo y de Su Palabra para la guía y dirección de la vida cristiana y para enfrentar los problemas del alma, y consecuentemente han comenzado a buscar soluciones en la psicología secular.

Como bien señala el Dr. MacArthur: “Los ‘psicólogos cristianos’ han venido a ser los nuevos campeones de la consejería en la Iglesia. Ellos son ahora proclamados como los verdaderos sanadores del corazón humano. Pastores y laicos han sido llevados a sentir que están mal equipados para aconsejar a menos que tengan un entrenamiento formal en técnicas psicológicas” (J. MacArthur; Our Sufficiency in Christ; pg. 31).

Esto ha venido a ser tan generalmente aceptado que muchos ni siquiera se han detenido a cuestionar si es lícito este maridaje entre la psicología y la religión o si se trata de un yugo desigual con los infieles.

Lo cierto es que tenemos muy buenas razones para pensar que este matrimonio ha venido a ser uno de los más grandes desastres que ha sufrido la Iglesia de Cristo de nuestra generación, y una de las causas principales de la decadencia espiritual de estos días.

A medida que la psicología ha ido avanzando en la Iglesia, en esa misma medida ha ido disminuyendo la predicación y la consejería bíblica; y a medida que la Biblia es relegada a un segundo plano, y a veces en la práctica eliminada por completo, en esa misma medida se ha ido debilitando la piedad de la Iglesia.

El Dr. Ed Payne, luego de haber analizado el contenido de cierta obra “cristiana” de psicología dice: “Tal psicología, presentada por cristianos, es una plaga en la iglesia moderna, porque tergiversa la relación del cristiano con Dios, retarda su santificación y debilita seriamente la Iglesia. Ninguna otra área del conocimiento parece tener un dominio tan absoluto sobre la Iglesia (como la psicología)” (Psico-Herejía; Martin y Deidre Bobgan; pg. 79-80; el paréntesis es mío).

Y el Dr. Vernon McGee, muy conocido por su programa “A través de la Biblia”, escribió hace unos años un artículo titulado “Psico-Religión – el nuevo flautista de Hamelín”, en el que dice lo siguiente: “Si la tendencia presente continúa, la enseñanza bíblica será eliminada totalmente de las estaciones de radio cristianas, así como de la TV y del púlpito. Esta no es una manifestación infundada hecha en un momento de preocupación emocional. La enseñanza bíblica está recibiendo baja prioridad en las emisiones radiales, en tanto que la llamada sicología cristiana es puesta al frente como solución bíblica a los problemas de la vida” (op. cit.; pg. 80).

Es hora de que nos detengamos a pensar seriamente en este asunto. ¿Es la Palabra de Dios suficiente para tratar con los problemas del alma, o necesitamos también la ayuda de la psicología secular? Ese es el tema que quisiera tratar en esta ocasión.

Ahora, estoy consciente de que este es un tema polémico que puede levantar una serie de interrogantes, por lo que me adelanto a hacer una aclaración. Mi punto aquí no es que la psicología no tenga ninguna clase de utilidad, sino que su utilidad es limitada. La palabra “psicología” significa estudio del alma. Pero lo que la psicología estudia realmente es la conducta humana, no el alma. Y sus observaciones limitadas a ese campo pueden ser útiles: en el área vocacional, para detectar problemas de aprendizaje y ayudar a las personas a superarlos, en el área industrial, en la educación.

Pero nuestro foco de atención aquí es el uso de la psicología para tratar con problemas tales como la ansiedad, el temor, la ira, la depresión, la amargura, el descontento, los problemas matrimoniales, los hábitos pecaminosos; para lidiar con estas dificultades la psicología no tiene ninguna solución que ofrecer que no podamos encontrarla en la Palabra de Dios.

Presuponer que necesitamos la psicología para tratar con los problemas del alma es falso, y esto por dos razones: en primer lugar, porque se fundamenta en algunos conceptos erróneos acerca de la psicología; y en segundo lugar, porque limita el alcance y eficacia de la Palabra de Dios.

Continuará…

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lunes, 13 de julio de 2009

La “trivialización” de Dios

Sugel Michelén

Uno de los problemas religiosos más profundos del hombre moderno no es tanto el ateísmo sino más bien la “trivialización” de Dios. El concepto que muchos tienen de Dios es el de una energía impersonal, un “algo” indescriptible que de alguna manera misteriosa incide en el mundo, pero al que no es necesario que tomemos en cuenta a la hora de actuar o tomar nuestras decisiones. Ese “dios” carece de justicia y santidad, y tal parece que su única preocupación es que gocemos de la vida y la pasemos lo mejor que podamos.

Pero independientemente de lo que cada persona piense al respecto, Dios es como Él es, y Él ha revelado de Sí mismo en Su Palabra todo cuanto necesitamos conocer por el momento. Un Dios que no se revela nos dejaría a merced de nuestra imaginación, con la consecuencia inevitable de que terminaríamos fabricando un ídolo a nuestra medida, conforme a nuestra imagen y semejanza. Cuando el hombre fabrica sus dioses hace una proyección en grande de sí mismo. Por eso los dioses olímpicos de la Grecia antigua manifestaban las mismas pasiones pecaminosas y las mismas inconsistencias de sus adoradores.

Pero Dios no nos ha dejado en oscuridad con respecto a la información que necesitamos para conocerle. Él se ha revelado al hombre en la creación (Su revelación general) y en la Biblia (Su revelación escrita).

David nos dice en el Salmo 19 que “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de Sus manos”. Y el apóstol Pablo dice en un tono similar que “las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20). La creación revela el poder del Creador, Su sabiduría, Su inmensidad.

Pero esa información no es suficiente. Necesitamos también una revelación escrita en la que Dios nos comunique, con proposiciones lógicas y razonables, lo que necesitamos saber sobre Sí mismo, sobre la creación y sobre la historia. Sin esa revelación la palabra “dios” queda reducida a un símbolo lingüístico desprovisto de significado.

Por eso no basta con decir que creemos en Dios; debemos aceptar sin reservas Su revelación escrita, de lo contrario, nuestro impulso religioso nos conducirá a la idolatría y no a la adoración del Dios Trino, infinito y personal que es digno de toda gloria y honor; ese Dios a quien todos los hombres deben amar y servir con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas.

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viernes, 10 de julio de 2009

Un tributo a la gracia de Dios en el 500 aniversario de Juan Calvino


Por Sugel Michelén

Conocí al Señor Jesucristo en verano de 1977, cuando estaba a punto de cumplir 18 años. En ese tiempo no tenía interés alguno en la religión, sino un profundo desprecio por lo que consideraba una fe sin base. Pero en Su bendita providencia el Señor usó a mi mejor amigo en ese entonces para que aceptara la invitación de asistir a un estudio bíblico en una Iglesia Bautista un sábado en la noche.

Para mí sorpresa, allí encontré a un grupo de jóvenes que leían la Biblia y profesaban ser cristianos ¡sin ser tarados mentales! ¡Fue todo un descubrimiento para mí que existieran personas así! Al despedirme de ellos les dije que tenía la intención de continuar asistiendo a sus reuniones, pero para no dar lugar a “falsas expectativas” añadí: “Pero que conste: ¡Yo nunca me voy a convertir!”

Sin embargo, al llegar a casa esa noche, y sin tener mucha consciencia de lo que hacía, me postré en mi cama y oré a Dios diciendo algo como esto: “Dios yo no estoy seguro de que tu existes; tal vez estoy aquí como un tonto hablando con nadie. Pero si realmente me estás escuchando, yo te quiero conocer”. A partir de ese momento se produjo en mí un deseo intenso por leer la Biblia, y en pocos días ya estaba convencido de que era la Palabra de Dios, y de que Jesús era quien Él decía ser: el Dios encarnado que vino a morir por pecadores. Así conocí al Señor hace aproximadamente 32 años.

A pesar de las tendencias arminianas a nuestro alrededor, era más que obvio para mí que si me había arrepentido de mis pecados y había depositado mi fe en Cristo había sido enteramente por una obra de la gracia de Dios, habiendo sido escogido para ser partícipe de esa gran salvación “desde antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4).

Fue un poco después que tuve conocimiento de que los que creen en las doctrinas de la total depravación del hombre y de la elección incondicional, entre otras, eran conocidos como calvinistas. También aprendí andando el tiempo que Calvino era persona non grata en muchos círculos evangélicos, y que en muchos de ellos no se tiene un claro entendimiento de las doctrinas comprendidas en el sistema teológico conocido como calvinismo.

En este día se cumplen 500 años del nacimiento de Juan Calvino, un pecador que fue salvado por la gracia de Dios y quien, capacitado por esa misma gracia, prestó un servicio invaluable a todas las generaciones de cristianos que vinieron después de él.

Pero lejos sea de nosotros exaltar y alabar en este día el nombre de Calvino. Si alguien hubiese abominado tal cosa con todo su corazón, hubiese sido seguramente el autor de la Institución de la Religión Cristiana (obra monumental que, por sí sola, es suficiente para colocar a Calvino en un renglón aparte como uno de los más grandes sistematizadores de las doctrinas cristianas y como el padre de la exégesis moderna, y en cuyas páginas no pierde oportunidad para subrayar la pecaminosidad y bajeza humana, en contraposición a la grandeza y majestad de Dios).

No, no sea a Calvino la gloria; él también llevó consigo un tesoro en vaso de barro, “para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2Corintios 4:7). Pero clamamos que el Señor continúe levantando a otros como él, que guíen a Su pueblo “con ciencia e inteligencia” hacia las sendas antiguas, a ese mensaje del evangelio plasmado en las Escrituras, que atribuye a Dios toda la gloria por la salvación de los pecadores. Rogamos y suplicamos porque en más púlpitos vuelva a resonar ese bendito mensaje que nos enseña que la fe es un don de Dios, del cual nadie tiene de qué gloriarse, y que aún las obras que hacemos posteriores a la salvación fueron preparadas por Él de antemano “para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

Mejor manera no hay de recordar el 500 aniversario del nacimiento de Juan Calvino, que alabando y exaltando la bendita gracia de Dios que en su vida fue tan evidente. En el día final, no sólo Calvino, sino todos aquellos que fielmente sirvieron a su Señor, echarán las coronas a Sus pies y proclamarán con alegría que “el Cordero es toda la gloria de la tierra de Emanuel”.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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jueves, 9 de julio de 2009

Postmodernidad o La Derrota del Racionalismo


Sugel Michelén

Aunque muchas personas no sean capaces de dar una definición académica del fenómeno cultural que ha sido llamado “postmodernidad”, su influencia ha venido a ser determinante en la sociedad occidental debido a su amplia divulgación a través de los medios masivos de comunicación. Ahora bien, definir la “postmodernidad” no es una tarea fácil. Por la naturaleza misma de este fenómeno, cualquier intento de definición será parcial y no podrá englobar todas las corrientes diversas que convergen dentro en el término.

Sin embargo, simplificando el asunto al extremo podemos decir que es una reacción al espíritu de la modernidad producido por el pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII. El hombre de la Ilustración suponía que el progreso científico y tecnológico nos permitiría desvelar todos los misterios de la vida y la creación; a través de la razón, y usando el método científico, el hombre podía conocerlo casi todo y la humanidad habría de alcanzar una edad de oro sin precedente en la historia.

Así que el espíritu de la modernidad es, en esencia, una confianza inquebrantable en el hombre, la ciencia y el progreso, confianza que a finales del siglo XIX generó una gran expectativa para el futuro cercano y que sería ampliamente frustrada en el siglo XX con sus dos guerras mundiales, totalitarismos de izquierda y derecha, campos de concentración, amenazas nucleares y un largo y agobiante etcétera.

Es sobre los escombros de ese sentimiento de desilusión y desencanto que se construye la postmodernidad. Así como el hombre moderno confiaba en la razón humana autónoma, libre de toda autoridad, excepto la del hombre mismo, el postmoderno presupone que no podemos conocer casi nada con certeza. El único absoluto es que todo es relativo; y el único “pecado” que no se tolera es el de la intolerancia (por supuesto, entendiendo como intolerancia toda indicación de que alguien está equivocado, no importa cuán absurdas sean sus ideas).

En otras palabras, el hombre postmoderno ha claudicado en su búsqueda de la “verdad verdadera”, y ahora pretende guiarse por la intuición, no por la razón (de ahí el slogan de moda: “sigue tu corazón”). La postmodernidad, entonces, no es otra cosa que la declaración de derrota del racionalismo que, pretendiendo desembarazarse de la autoridad de Dios y Su Palabra, ahora se encuentra empantanado en el fango de la irracionalidad.

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miércoles, 8 de julio de 2009

Fanatismo religioso: una etiqueta odiosa


Por Sugel Michelén

En un mundo relativista como el nuestro todo aquel que afirme saber algunas cosas como ciertas corre el riesgo de ser tildado de fanático. Como los cristianos profesamos creer en la existencia de verdades absolutas y afirmamos que tales verdades pueden ser conocidas con certeza (aunque no exhaustivamente), el riesgo de ser etiquetados como fanáticos religiosos es muy alto.

Ahora bien, esta es, sin duda, una de las etiquetas más odiosas dentro del amplio espectro del fanatismo. Nadie se ofendería si se le señalara como fanático de algún deporte o incluso de algún artista; pero el fanatismo religioso posee otra connotación, porque implica una certidumbre ciega y sin base en asuntos tan relevantes como nuestras ideas de Dios, el propósito ulterior de la existencia humana o el significado de la vida. El fanático religioso vive y se mueve en “su realidad” y no admite correcciones de ningún tipo cuando otros quieren hacerle ver su error.

Los cristianos, en cambio, son descritos en las Sagradas Escrituras como hombres y mujeres que aman la verdad, escudriñan la verdad y proclaman la verdad. Un cristiano, en última instancia, es alguien que ha abrazado por fe la encarnación misma de la verdad: nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Juan 14:6).

Consecuentemente, nadie debería ser menos propenso al fanatismo que un verdadero cristiano, porque si bien es cierto que el creyente acepta las Escrituras como la verdad de Dios revelada y cree que esa verdad puede ser objetivamente conocida, debemos reconocer también nuestras limitaciones. En otras palabras, el cristiano sabe que sabe, pero debe estar siempre dispuesto a saber más y mejor sobre la base de la verdad de Dios revelada.

El cristiano cree en absolutos sin ser absolutista; por eso está mejor equipado que el escéptico para combatir el fanatismo, porque cuenta con una base objetiva sobre la cual evaluar todas las ideas y opiniones, manteniendo al mismo tiempo una disposición a aprender.

Negar que muchos grupos que se identifican a sí mismos como cristianos manifiestan un peligroso fanatismo sería querer tapar el sol con un dedo; pero suponer que tales grupos representan al verdadero cristianismo y atacarlos como si fueran tales es cometer un error de enormes proporciones.

Puede que muchos, emulando a don Quijote, se enfrasquen en una lucha contra molinos de viento pensando que son gigantes, para gloriarse luego de haber echado por tierra el cristianismo; cuando lo cierto es que est
án dirigiendo sus ataques a una mera caricatura de la fe cristiana. La historia está plagada de tales desatinos.

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martes, 7 de julio de 2009

Mujeres pastoras: Una Perspectiva Bíblica (2 de 2)

Por Sugel Michelén

Esta es la segunda parte del artículo anterior del mismo título. Si lo desea puede descargar aquí el artículo completo en formato pdf. También le puede interesar el artículo titulado: El Movimiento Feminista, en este mismo blog.

En tercer lugar, debemos tomar en consideración que la iglesia es mucho más que lo que ocurre los domingos en el culto de adoración. Algunas personas parecen no comprender esta sencilla verdad de las Escrituras y por eso mismo no saben cuál es el lugar que ocupan en la iglesia ni cómo pueden poner sus dones en operación en el pueblo de Dios.

Si la iglesia es lo que ocurre cuando nos congregamos cada domingo, ¿cómo podrán poner sus dones y talentos en operación aquellos que no predican, o los que no dirigen la alabanza, ni tocan ningún instrumento musical?

Y noten que este es un problema que no solo afecta a las mujeres, sino también a los hombres, porque no todos los hombres son pastores, ni todos los hombres predican, ni dirigen la alabanza en el culto público.

Pero una vez más, esto no es un asunto de superioridad o inferioridad, sino de dones y de vocación. Dios no llama a todos los hombres a predicar y a ser pastores; pero a todos nos llama a beneficiar el cuerpo de Cristo con los dones y talentos que El ha dado a cada uno. Porque la vida de una iglesia local no se circunscribe a lo que ocurre el domingo en sus cultos de adoración. Somos iglesia las 24 horas del día y los siete días de la semana.

Y como espero que veamos en otro artículo, las mujeres juegan un papel de suprema importancia en la vida y ministerio de toda iglesia local. Ninguna iglesia podrá desarrollarse debidamente sin la participación activa de sus mujeres actuando como mujeres.

Mis queridas hermanas, no es necesario que renuncien a vuestra femineidad para que puedan ser útiles en el pueblo de Dios. No permitan que les roben vuestra gloria con el argumento falso de que ser mujer es una desventaja, porque si hay algo que la iglesia de Cristo necesita urgentemente son mujeres que asuman responsablemente el supremo llamamiento de ser mujeres en todo el sentido de la Palabra para la gloria de Dios.

En cuarto y último lugar, al considerar el rol de la mujer en la iglesia no debemos pasar por alto el hecho de que las cartas que componen el NT fueron dirigidas a iglesias compuestas por hombres y mujeres y, por lo tanto, sus directrices generales se aplican a hombres y mujeres por igual.

Por ejemplo, cuando Pablo dice en Ef. 4:11ss que los pastores equipan a los santos para la obra del ministerio, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe, etc., se está refiriendo a hombres y mujeres por igual. Todos estamos siendo equipados por el ministerio de enseñanza en la iglesia para que todos nos ayudemos mutuamente, según los dones que Dios ha dado cada uno, independientemente de que sea hombre o sea mujer.

Dios no restringe a las mujeres del ministerio pastoral o de la enseñanza en el culto público porque las mujeres sean menos espirituales, ni menos capaces que el hombre. Son muchas las cosas que las mujeres están llamadas a hacer en beneficio del reino de Dios, cosas para las cuales han sido dotadas con los dones y talentos necesarios.

Repito, esto no es un asunto de capacidad. Muchas mujeres son más capaces que muchos hombres en muchos sentidos. Pero así como Cristo se somete voluntariamente a la autoridad del Padre, ellas deben someterse a la autoridad de sus maridos, independientemente de las capacidades que puedan tener.

Uno de los argumentos que escucho a menudo a favor del ministerio pastoral de las mujeres es el hecho de que muchas pastoras han sido usadas por Dios para la salvación de pecadores y la edificación de la iglesia. ¿Cómo es posible que Dios use instrumentos que Él mismo desaprueba?

Antes de responder esta pregunta, es importante establecer el principio general de que nunca debemos evaluar la Biblia a la luz de nuestras experiencias, sino que debemos evaluar nuestras experiencias a la luz de la Biblia. En su segunda carta, el apóstol Pedro hace referencia a la experiencia que tanto él como Juan y Santiago tuvieron con Cristo en el monte de la transfiguración. Pero inmediatamente añade: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día amanezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (comp. 2P. 1:19). La Palabra inspirada está por encima de cualquier experiencia.

Por otra parte, al evaluar los resultados de un ministerio debemos recordar que nuestro juicio al evaluar un asunto no es infalible, y puede ser que lo que hoy veamos como bendición no lo sea realmente. Sin embargo, lo cierto es que muchas veces Dios en Su soberanía usa medios que El desaprueba. En Fil. 1:15 Pablo señala el hecho de que algunos predicaban a Cristo por envidia, pero aún así se gozaba en el hecho de que Cristo fuera proclamado: “de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo y me gozaré aún” (Fil. 1:18). ¿Cuántos creyentes se han casado con incrédulos, en franca violación a las Escrituras, y sin embargo los cónyuges incrédulos se han convertido? ¿Debemos por eso alentar la práctica de los matrimonios mixtos como un medio evangelístico? ¡Por supuesto que no!

Independientemente de las personas que puedan dar testimonio de que fueron bendecidos por el ministerio de una pastora, estos textos de las Escrituras que prohíben el ministerio pastoral a las mujeres significan lo que significan.

Insisto en que esto no es un asunto de capacidad, sino de un orden divino establecido por Dios para que hombres y mujeres podamos reflejar más plenamente Su imagen en el mundo. La Biblia condena el machismo tanto como el feminismo. Si queremos funcionar como iglesia como una verdadera comunidad de gracia, debemos evitar ambos extremos con todas las fuerzas de nuestro corazón.

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lunes, 6 de julio de 2009

Mujeres pastoras: Una Perspectiva Bíblica (1 de 2)

Por Sugel Michelén

Muchos argumentan que si la mujer no puede enseñar en el culto público o asumir el rol de pastoras en la iglesia, se les está discriminando y tratando como un ser inferior en relación al hombre. Pero hay cuatro cosas que quiero señalar al respecto y que nos permitirán considerar el rol de la mujer en la iglesia desde una perspectiva bíblica.

En primer lugar, Dios creó al hombre y a la mujer con similitudes y diferencias para que puedan complementarse el uno al otro y así mostrar más plenamente la imagen de Dios en ellos. Dice en el libro del Genesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27).

Ambos comparten la misma humanidad y la misma dignidad. Tanto el hombre como la mujer poseen inteligencia, voluntad, emociones, auto conciencia y ninguno es superior al otro en cualquiera de estos aspectos. Pero Dios hizo a uno “hombre” y a la otra la hizo “mujer”, teniendo cada uno las características físicas y emocionales que hacen al hombre ser hombre y a la mujer ser mujer.

Y tanto la sociedad como la iglesia funcionan mejor cuando el hombre actúa como hombre y la mujer como mujer. Decir que una mujer es denigrada a menos que se comporte como un hombre y sea tratada como un hombre es denigrar a la mujer.

En segundo lugar, Dios creó un esquema de autoridad en el mundo que refleja el orden operacional de la misma Trinidad. Pablo dice en 1Cor. 11:3: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1Cor. 11:3). Dios el Padre no es más Dios que Dios el Hijo, pero en su modo de operaciones Dios el Hijo está sometido a Dios el Padre.

En Juan 5:30 dice el Señor Jesucristo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Y en 6:38 añade: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38).

John MacArthur dice al respecto: “Cristo nunca había sido… en ningún sentido inferior en esencia al Padre. Pero en su encarnación Él estuvo dispuesto a subordinarse a sí mismo al Padre en su papel de Salvador y Redentor. Se sometió amorosamente y de forma total a la voluntad de su Padre como un acto de humilde obediencia en el cumplimiento del propósito divino” (1Corintios; pg. 298-299).

Pues de la misma manera la mujer debe colocarse voluntariamente bajo la autoridad de su marido para reflejar así el orden funcional de la Trinidad. Esto no es un asunto meramente cultural, ni tampoco vino a ser así por causa de la caída. Era parte del diseño original de Dios al crear al hombre y a la mujer.

Algunos quieren torcer la enseñanza de este y otros pasajes de las Escrituras afirmando que la palabra “cabeza” no significa “autoridad o dominio”, sino más bien “fuente de origen”. Pero eso contradice el uso de la palabra “cabeza” en el NT y más específicamente en los escritos de Pablo. En Ef. 1:19-23 Pablo afirma que Jesucristo ha sido constituido como cabeza sobre toda la creación en virtud de Su victoria en la cruz del calvario (comp. Mt. 28:18-20). Y en Ef. 5:22-24 nos dice que el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia. Sería absurdo suponer que este texto enseña que el esposo es la fuente de origen de la esposa (algunos dicen que se refiere a Adán, del cual fue sacada Eva, pero es evidente que el texto habla de la relación de los esposos y las esposas en general).

Dios diseñó un esquema de autoridad para el hogar que refleja el esquema de autoridad en el modo de operaciones del Dios trino, y ese esquema de autoridad debe ser evidente también en la iglesia. Esa es la enseñanza de Pablo en 1Timoteo 2:11-15: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia” (1 Timoteo 2.11-15).

El texto no podía ser más claro: Pablo prohíbe terminantemente que una mujer enseñe a los hombres en el culto público y que ejerza autoridad sobre los hombres en la iglesia. En otras palabras, lo que Pablo está diciendo es que una mujer no debe asumir el oficio pastoral, porque eso es lo que hace un pastor: enseñar y ejercer dominio sobre la grey.

Y noten que el proceso de argumentación de Pablo no es cultural, sino teológico. Pablo está enseñando aquí que Dios creó al hombre y a la mujer en cierto orden para enseñarnos algo del rol de cada uno.

Algunas personas argumentan que la sumisión de la mujer al hombre no es más que una corrupción del plan original de Dios como resultado de la caída de nuestros primeros padres. Como Cristo vino a redimirnos de los efectos que la caída causó, entonces ya no debe haber sumisión de la mujer al hombre (algunos citan Gal. 3:28 como apoyo de este argumento: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Pablo no está hablando allí de la posición de liderazgo en la iglesia, sino más bien de los privilegios de la redención. Los hombres y las mujeres disfrutan de la misma salvación en Cristo y de las mismas bendiciones espirituales. Pero la diferencia de género se mantiene: el hombre sigue siendo hombre y la mujer sigue siendo mujer; y ambos deben funcionar en la iglesia de acuerdo con el papel que el Señor en Su soberanía asignó a cada uno.

En 1Timoteo 2:11-15 Pablo no alude a la caída, sino a la creación original. Dios creó al hombre primero y a la mujer después para mostrar el esquema de autoridad que habría de regir la sociedad humana. Y eso debe ser evidente en la iglesia.

El otro argumento de Pablo es que cuando ese orden establecido por Dios es despreciado y desobedecido, el resultado inevitable será el desastre (comp. 1Tim. 2:14 – este texto no sólo señala la culpa de Eva, sino también la de Adán, que no ejerció su rol de liderazgo adecuadamente en el huerto del Edén). Cuando una mujer asume el rol de predicadora en el culto público, o de pastora, está violentando el diseño de Dios y creando una tremenda confusión de género.

Por eso vemos en 1Timoteo 3:1-7, cuando Pablo enumera las características que debemos tomar en cuenta para establecer pastores en la iglesia, que él está pensando en hombres, no en mujeres: “Si alguno (pronombre masculino) anhela el obispado, buena obra desea”. Pablo dice además que el obispo debe ser “marido de una sola mujer” y “que gobierne bien su casa” – el que debe gobernar la casa es el hombre, de acuerdo con la enseñanza general del NT (1Cor. 11:3; Ef. 5:21-33; Col. 3:18-19)

Veamos un texto más: 1Cor. 14:33b-35: “Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”. El contexto de este capítulo es el de participar en el culto público para la edificación de los hermanos (comp. vers. 26-33ª donde también se manda a callar a los hombres bajo ciertas circunstancias).

Al prohibir a la mujer hablar, lo que Pablo está diciendo es que las mujeres no deben asumir el rol de maestras en el culto público (es posible que algunas mujeres estuvieran haciendo preguntas en público que más que preguntas eran en realidad opiniones autoritativas).

Y noten una vez más que no se trata de un asunto cultural, sino de un esquema de autoridad establecido por Dios en Su Palabra (vers. 34). Pablo no está aludiendo aquí a ningún pasaje en particular, sino que usa la palabra “ley” para referirse a todo el AT.

En otras palabras, lo que él está diciendo aquí es muy similar a lo que dice en 1Tim. 2:11: cuando la mujer asume el rol de maestra en el culto público se está colocando a sí misma fuera del esquema de autoridad diseñado por Dios para el hogar y la iglesia.

Continuará…

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