Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

martes, 30 de junio de 2009

Tolerancia y Pluralismo

Por Sugel Michelén

Una de las virtudes cardinales de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI es la tolerancia, sobre todo en el terreno de la religión. El hombre moderno se jacta de ser abierto, pluralista; dice aceptar el derecho que tiene cada cual de construir su propio sistema de verdad y de valores. Lo único que la sociedad parece no tolerar es la falta de tolerancia. Cualquiera que defienda su posición con convicción y firmeza se arriesga a ser considerado como un estrecho de mente y un recalcitrante.

El Diccionario de la Real Academia define “tolerancia” como “respeto o consideración hacia las opiniones de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras”. Y ciertamente es una virtud mostrar ese rasgo de carácter en la generalidad de los casos.

Pero ¿qué ocurre cuando una persona está obviamente equivocada? ¿Debemos tolerar su error? ¿Qué debe hacer un maestro en el aula cuando el niño responde que 2 más 2 son 5, debe “tolerar” su respuesta? ¿O qué debe hacer un médico con un paciente que insiste en seguir adelante con un tratamiento que él mismo se impuso y que puede poner en riesgo su salud? ¿Acaso no sería una muestra de amor de parte del médico mostrarle al paciente que está cometiendo un grave error?

El error y el engaño deben ser combatidos con firmeza, sobre todo cuando ponen en peligro la vida de una persona o, lo que es aun peor, el destino eterno de su alma. No es la sinceridad de una creencia lo que cuenta. Si un hombre toma un veneno por error, creyendo sinceramente que era otra cosa, su sinceridad no eliminará los efectos nocivos del veneno.

El pluralismo es un atentado contra la verdad absoluta y es filosóficamente insostenible porque Dios tiene una sola forma de pensar. Si una religión es verdadera aquellas que postulan dogmas contrarios no pueden serlo también. Si Cristo era quien decía ser, el Hijo de Dios encarnado que murió en una cruz para salvar pecadores, entonces no existe otro Salvador ni otro medio de salvación; todas las otras religiones fuera del cristianismo deben ser falsas necesariamente.

“Y en ningún otro hay salvación – dice en Hechos 4:12; porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El cristianismo no es pluralista. Cristo mismo dijo de Sí: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mi” (Juan 14:6). Y Pablo escribió en 1Timoteo 2:5 que “hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo Hombre”. Se puede ser pluralista o se puede ser cristiano, pero no se puede ser pluralista y cristiano al mismo tiempo; eso es tan incongruente como un triángulo cuadrado o un rectángulo equilátero. Pluralismo no es sinónimo de tener una mente abierta, sino más bien de padecer una profunda confusión mental.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

lunes, 29 de junio de 2009

Ni te conviene ni te perjudica, sino todo lo contrario


Por Sugel Michelén

En nuestra sociedad occidental postmoderna, los sofistas continúan haciendo tanto daño como lo hicieron en la sociedad ateniense cientos de años atrás.

Según el Diccionario de la Real Academia, la palabra “sofisma” significa: “Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso”. Dos palabras relacionadas son “sofisticado”, que significa “falto de naturalidad, afectadamente refinado; y “sofisticar”: “adulterar, falsear una cosa”. Los “sofista” eran maestros ambulantes que aparecen en Atenas en el siglo V a.C., y que enseñaban por paga (algo muy novedoso en aquellos días) el arte de la retórica; es decir, hablar, escribir y argumentar eficazmente.

Los sofistas rechazaron la idea de que los seres humanos fueran capaces de encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y el universo. Por tal razón, no se preocupaban por la validez de sus razonamientos, sino por la fuerza de su argumentación para convencer al contrario. Su meta no era hallar y proclamar la verdad, sino decir las cosas de un modo convincente. Por tal razón eran considerados por algunos como enemigos de la verdadera sabiduría.

Aristóteles, por ejemplo, decía que “la sofística es una sabiduría aparente”; tiene apariencia de sabiduría, pero no lo es en realidad. Y Platón decía del sofista que se trata “de un hombre extrañísimo”, ya que su ser consiste en no ser; dice ser un filósofo (amante de la sabiduría), pero presupone que tal sabiduría fundada en la verdad no puede ser hallada.

El sofista es un escéptico y, en gran medida, un cínico. Si el sofista presupone que los seres humanos son incapaces de responder con certeza a las preguntas más relevantes de la existencia, su mejor opción sería dejar de opinar del todo, al menos en cuanto a estas cuestiones (como Cratilo quien, partiendo de la premisa de que ninguna cosa del mundo perceptible podía ser realmente conocida, decidió callar por el resto de su vida, limitándose a señalar lo que quería con el dedo).

Pero el sofista prefiere sacar provecho de su retórica argumentando con agudeza para defender su posición (a pesar de que, en el fondo, no puede tener ninguna). Es un incrédulo que está decidido a defender su incredulidad a toda costa con tal de mantener su estilo de vida.

Pablo los describe en su carta a los Romanos como aquellos que, profesando ser sabios, se hicieron necios (Romanos 1:22). El problema es que revisten su necedad con tal ropaje de sabiduría que fácilmente pueden engañar a los incautos.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconozca su autor y procedencia.
Leer más...

sábado, 27 de junio de 2009

Escribiendo para la gloria de Dios


Por Aylín Michelén

Este pasado jueves 25 y viernes 26 de junio, el Centro Educativo Logos y la Asociación Nacional de Colegios Cristianos (ACSI - por sus siglas en inglés) celebraron la 9na Convención Nacional de Administradores y Educadores de Escuelas Cristianas. El tema este año fue Construyendo el Carácter que Construye una Nación. Uno de los talleres disponibles fue llevado a cabo por Laura Flaquer y Aylín Michelén: Creando Escritores: Herramientas y Técnicas para Desarrollar el Amor por la Escritura en Nuestros Estudiantes. Aquí está disponible el material que Aylín Michelén compartió como parte de su presentación: Escribiendo para la gloria de Dios. Lo compartimos con la esperanza de que Dios lo use para glorificar Su nombre en aquellos que lo lean, e igualmente que inspire al lector a encontrar gran placer en imitar a Dios en su amor por las palabras y su modo de usarlas.

Leer más...

Una Estrella Fugaz 1 de 2


Por Xavier Memba

Ayer el mundo se despertó en medio de una gran conmoción: ¡Michael Jackson ha muerto! Controvertido, excéntrico y extravagante son algunos adjetivos que acompañaron (especialmente en la última etapa de su carrera) a esta figura legendaria de la música y de la cultura Pop de las últimas décadas. A pesar de todas las controversias que le rodearon, incluídas algunas acusaciones realmente serias en su contra, a pesar de sus bajos índices de popularidad y de haber desaparecido prácticamente de la vida pública; con todo Michael Jackson era virtualmente adorado por millones de seguidores en el mundo entero. Es increible la reacción mediática que la noticia de su muerte ha generado… nadie ha quedado indiferente.

Gracias a su increíble talento natural como cantante y bailarín, ya desde muy temprana edad despuntó como una estrella que brillaba con luz propia en medio de los Jackson Five. El paso de los años lo único que hizo fue confirmar su genialidad y, a pesar de la decadencia en los últimos años, su impresionante legado artístico es innegable.

Michael Jackson tiene algo en común con personajes como Mozart, Shirley Temple, Tiger Woods o Elizabeth Taylor… y es que todos ellos fueron niños prodigio (convertidos en fenómeno mediático) que podemos catalogar de superestrellas en sus respectivos campos. La fama y el reconocimiento no les llegó de casualidad; pues el talento por sí solo no es suficiente para que uno sea catapultado a la fama con nombre propio y luz propia para brillar en el firmamento de las estrellas mediáticas. Es verdad que alguno de ellos (como el malogrado Macaulay Culkin) no han sabido llevar muy bien eso de la fama. Incluso, teniendolo prácticamente todo, no por ello han sido o son más felices… Pero, con todo, ¿cuánta gente no desea lo que ellos tienen; alcanzar lo que ellos han alcanzado o llegar tan lejos como ellos han llegado? La fama, el dinero y el reconocimiento del que disfrutan hace que muchos hoy en día aspiren también a ser estrellas.

Ayer murió una estrella que, a lo largo de varias décadas, inspiró e hizo soñar con su magia a millones de personas a lo largo del planeta. Como escribía Andrew Sullivan (via challies.com):

[Michael Jackson] era todo lo que nuestra cultura idolatra; y aún así era de forma muy evidente una persona desesperadamente infeliz, torturada, temerosa y solitaria. Lo siento por él; pero también lo siento por la cultura que lo creó y lo destruyó. Esa cultura es la nuestra, una cultura letal y brutal: con la fama y la popularidad como sus valores esenciales, con el dinero como su única motivación, sacó todo lo que pudo de este [niño prodigio], y cuando ya no pudo sacar más, lo escupió [como quien se desahace de una goma de mascar después de haberle sacado todo el jugo].”

A pesar de ello, millones de personas continuán aspirando a ser famosos… siguiendo la estela de Jackson o de cualquier otro famoso (de los de verdad o de los de pacotilla); sin caer en la cuenta que, como escribe Sullivan en su blog, al verle cambiar de raza, de edad y casi hasta de género; hemos asistido al triste “espectáculo” de un alma torturada, en busca de lo que el resto de nosotros damos por sentado: una vida normal.

La_Cubana, una prestigiosa compañía de teatro catalana, estrenó en 2003 Mamá, quiero ser famoso. Tal y como se describe en este enlace, la obra “pretende ser un análisis divertido que, con un formato de gala televisiva, va desgranando el estado del «famoseo» de este país, la locura de ciertas personas por ser famosas sin tener en cuenta el esfuerzo personal o artístico, y la obsesión por convertirnos en personajes mediáticos a toda costa y satisfacer así nuestra vanidad. Últimamente, la televisión se ha convertido en el vehículo más preciado para todas aquellas personas que necesitan la fama para vivir.”

Desde programas como Lluvia de Estrellas, Operación Triunfo, pasando por el Gran Hermano hasta los más cutres programas de famoseo en los que entrevistan o airean las vergüenzas de “famosos” de pacotilla, parece como si lo que nos quisieran transmitir es que a lo que uno ha de aspirar en esta vida es a ser famoso… de profesión famoso… y así se solucinarán todos tus problemas de autoestima, de falta de realización personal, de sentido y significado en la vida. De profesión, famoso… y lo tendrás todo: dinero, amigos y reconocimiento.

Sólo hay que echarle un vistazo al periódico o al diario de mayor tirada, o pasearte por internet para comprobar la cantidad de castings, audiciones y pruebas de todo tipo a los que miles y miles de personas se presentan con la esperanza de ser “descubiertos” por un agente cazatalentos y lanzados a la fama y al estrellato. Youtube, Fotolog, Myspace y otras plataformas similares son ahora el portal por el que muchos acceden al codiciado mundo de la fama.

Normalmente, a las estrellas de verdad (no esos famosillos que abundan en los reality shows) se les califica como hombres o mujeres que se han hecho a sí mismos. Su talento, sus habilidades, su ingenio, su constancia y su esfuerzo los han llevado hasta lo más alto. Pero, aunque todo esto pueda ser verdad, no menos cierto es que en la mayoría de casos, casi tan importante como el talento del aspirante a estrella o de la estrella en potencia… se encuentra el papel que juega el agente o manager que lo descubre, le da una oportunidad y busca los contactos necesarios para lanzarlo a una carrera de éxito en la que pueda desarrollar todo su potencial y llegar hasta lo más alto. Pero es importante que el aspirante a estrella confie en su manager, que descanse en él y en su criterio para conducir con éxito su carrera hacia la fama.

En su carta a los Filipenses, el apóstol Pablo animaba a sus lectores, entre otras cosas, a despositar por entero toda su confianza en Dios, les exhortaba a depender total y absolutamente de Él y que para ellos el vivir fuera Cristo. En esa misma carta, Pablo también anima a los filipenses a que tengan el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús. Que en su vivir diario, aspiren a vivir de acuerdo al patrón y al estílo de vida que caracterizó la vida de Cristo quien, a pesar de ser Dios, se humilló (como uno que se vacía de sí mismo) hasta asumir la condición de hombre, haciéndose entonces obediente hasta la muerte, y no cualquier tipo de muerte, sino la muerte de cruz. Por último, y e n base este modelo en Cristo, Pablo anima a los filipenses a que ellos también sean obedientes (no a él, sino a Dios) “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

Sin duda, todo el mundo tiene una ambición, algo a lo que aspira en esta vida. Seguramente ni tu ambición ni mi ambición sea llegar a ser una estrella (por lo menos no aspiramos a ser de profesión… famosos); pero de alguna manera u otra nadie se conforma con pasar por esta vida de forma mediocre; con más o menos éxito, todos (de alguna manera) aspiramos a brillar en la vida -por poco que sea- y que de alguna manera nuestro paso por esta vida tenga sentido no sólo para nosotros (aunque tal vez tampoco para todo el mundo), pero sí al menos para la gente que forma nuestro pequeño mundo: nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros de trabajo… De alguna manera todos aspiramos a brillar en nuestro espacio del universo… de alguna manera todos queremos ser estrellas. Pero para ser estrella, a parte de talento, necesitamos que alguien nos descubra, que nos de una oportunidad, que potencie lo que somos capaces de hacer y que nos de ese empujoncito que necesitamos para lanzarnos a una carrra meteórica de ascenso al estrellato. ¿Quieres ser una estrella?

Continuará…

Publicado con permiso de kerigma.net
Leer más...

¿Existen aún el bien y el mal?

Por Sugel Michelén

La mayoría de los seres humanos asume que algunas acciones son buenas mientras que otras son malas. Y cada vez que juzgamos moralmente una acción como buena o mala estamos presuponiendo la existencia de una norma de conducta que está por encima de los seres humanos y a la que todos debemos ajustarnos por igual; sin esa norma nuestras palabras no tendrían sentido alguno, del mismo modo que no tendría sentido decir que me alejo o me acerco si no he establecido ningún punto de referencia.

Sin una norma absoluta de conducta podríamos decir que algo es conveniente o inconveniente en una situación dada, pero no podríamos decir que “es” buena o mala. Y aún el concepto de “conveniente” o “inconveniente” estaría sujeto al juicio de cada cual.

Por ejemplo, muchos pensamos que los actos terroristas son malos, pero es probable que muchos terroristas no lo vean así, sino más bien como un medio de defensa ante una agresión inicial. Como bien señala James Burtchaell, a pesar de siglos de guerras, casi nadie asume la responsabilidad de haber disparado primero. Todos los ataques son presentados como contraataques. En el caso particular de los terroristas, éstos suelen verse a sí mismos como víctimas que responden a una agresión estatal. De ese modo el acto terrorista queda reducido a una respuesta justa de revancha.

Por otro lado, la evaluación de “bueno’ o “malo” también presupone que los seres humanos somos criaturas morales y no simplemente el producto del azar o la casualidad, como enseñan los naturalistas. En una serie para la PBS titulada “Evolución”, el naturalista Daniel Dennett, afirmó que uno de los grandes logros de Darwin fue el de reducir el diseño del universo a “una materia en movimiento sin propósito ni significado.”

Visto de ese modo, el hombre queda reducido a una máquina compleja y nada más; y las acciones de una máquina no son buenas o malas moralmente hablando, simplemente son. Los cristianos, en cambio, creemos en la existencia del bien y del mal porque partimos de la premisa de que Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza; El nos ha provisto de una ley moral que es conforme a Su carácter y ante la cual el hombre es responsable.

Así que la norma de evaluación existe y todos tenemos la responsabilidad moral de ajustarnos a ella. Eso es lo que todo hombre asume, consciente o inconscientemente, cada vez que pasa juicio moral sobre sus propias acciones o las acciones de otros.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

viernes, 26 de junio de 2009

¿Credulidad, optimismo o verdadera fe?

Por Sugel Michelén

La fe juega un papel fundamental en el cristianismo. En el Nuevo Testamento se nos enseña que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Y Pablo declara en Efesios 2:8-9 que somos salvos “por gracia, por medio de la fe”. La fe es el medio instrumental por el que nos apropiamos de todas las bendiciones que Dios ofrece por gracia en el evangelio a través de la Persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo.

Pero ¿qué significa creer? ¿En verdad creen todas las personas que dicen creer? No, realmente.

La Biblia revela la sobria realidad de que muchos llegarán engañados a la presencia de Dios en el día del juicio pensando que eran creyentes sin serlo. Una de las declaraciones más sobrias que encontramos en los evangelios es la de Mateo 7:21-23:

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad".

Santiago dice en su carta que algunas personas tienen la misma que los demonios (Sant. 2:19). De dónde se deduce que todos deben examinar cuidadosamente su profesión de fe, no sea que se encuentre en este grupo sin saberlo. Y para ello lo primero que debemos hacer es dilucidar la esencia de la verdadera fe.

Algunas personas entienden la fe como un sentimiento religioso separado de la verdad objetiva de la revelación bíblica; éstos dicen creer, pero su fe no pasa de ser un sentimiento subjetivo del corazón.

Otros confunden la fe con credulidad; aceptan como verdadero un conjunto de presuposiciones, pero sin poseer evidencias objetivas y razonables que sustenten lo que creen.

También están los que confunden la fe con el optimismo, con una actitud mental positiva ante la vida; para estas personas el objeto de la fe no tiene la menor importancia, lo único que importa es creer; podríamos decir de ellos que tienen fe en la fe y, en última instancia, que tienen fe en sí mismos.

Pero la fe verdadera no es un sentimiento subjetivo del corazón, ni una creencia ciega, ni una actitud mental positiva o confianza en nuestras propias posibilidades. La Biblia define la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe descansa en una revelación objetiva, habiendo sido persuadidos razonablemente de que esa revelación es confiable.

Así que la fe posee tres ingredientes esenciales: conocimiento, asentimiento y confianza. La verdadera fe descansa en lo que Dios ha revelado en las Escrituras teniendo la plena convicción de que lo que allí se revela es en verdad la Palabra de Dios.

Pero no basta con conocer y asentir; ahora debemos manifestar una confianza que lleva a la obediencia. No es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios. El que confía obedece, el que no obedece no confía. “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor – pregunta Jesús en Lucas 6:46 – y no hacéis lo que yo digo?” “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31).

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

¿De qué están hechos los pensamientos? ¿Y qué importancia tiene saberlo?


Por Sugel Michelén

Una de las facultades más maravillosas del hombre como un ser creado a la imagen de Dios es su capacidad de pensar. Es por medio de los pensamientos que tomamos conciencia de las cosas. Allí guardamos nuestros recuerdos y forjamos nuestras percepciones de la realidad, nuestras ideas, nuestras creencias. Podemos, incluso, ir más lejos de la realidad en nuestros pensamientos y concebir lo que no es pero pudiera haber sido, o lo que tendría que haber sido pero no es. La capacidad que el hombre tiene de pensar es un don maravilloso y constituye una parte esencial de nuestra vida.

Es por eso que si queremos vivir vidas cristianas estables y crecer en la gracia, debemos saber cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos; sólo así podremos trabajar con ellos apropiadamente y desarrollar una forma cristiana pensar.

Ahora, estoy consciente que este es un tema que encierra enormes dificultades, porque estamos tratando con algo intangible. Yo no puedo “ver” mis pensamientos, si por “ver” nos referimos a lo que percibimos por el sentido de la vista; no puedo olerlos, no puedo tocarlos. Y, sin embargo, no podemos minimizar el impacto que los pensamientos tienen en nuestra vida. A pesar de la dificultad que envuelve la consideración de este tema, esto es algo que debemos considerar seriamente. ¿Cómo funcionan nuestros pensamientos y de qué están hechos?

Alguien dijo que nuestro proceso de pensamiento envuelve cuatro elementos básicos: ideas, imágenes mentales, la información que adquirimos y nuestra capacidad de procesar esa información. He ahí los elementos que interactúan en nuestras mentes cuando nos referimos a nuestros pensamientos: ideas, imágenes mentales, información adquirida y la capacidad de procesar esa información.

No podemos hacer un estudio exhaustivo de cada uno de estos elementos, pero al menos quiero que veamos brevemente algunas cosas acerca de ellos, comenzando por las ideas. Las ideas son conceptos que nos formamos de las cosas tal como las percibimos en nuestras mentes y las vamos absorbiendo a medida que crecemos como absorbemos el aire a nuestro alrededor.

El problema es que la mayoría de las veces no estamos tan conscientes de ellas ni del sistema ideológico que hemos ido conformando con el paso de los años. Esas ideas simplemente están allí haciendo su trabajo, dándonos una perspectiva de las cosas y moviendo nuestra voluntad.

Y una de las tareas más difíciles, y más vitales, que tenemos los cristianos es la de apercibirnos conscientemente de todas las ideas erróneas que hemos absorbido de un modo u otro y que representan la vida lejos de Dios, para entonces comenzar a sustituirlas por el sistema de ideas que encarnó y enseñó nuestro Señor Jesucristo. Es en eso que consiste en gran medida el proceso de transformación del creyente. “No os conforméis a este siglo – dice Pablo en Rom. 12:2, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.”

El mundo tiene su sistema ideológico y el reino de Dios tiene otro. Si queremos crecer en gracia y ser transformados conformes a la imagen de nuestro Salvador, la cultura del reino de Dios debe continuar permeando nuestra forma de pensar.

El otro elemento envuelto en nuestro pensamiento son las imágenes mentales. Como bien señala Dallas Willard, estas imágenes “son siempre concretas y específicas en contraste con el carácter abstracto de las ideas y están fuertemente cargadas de emociones” (Renueva Tu Corazón; pg. 127).

Por ejemplo cuando Satanás tentó a Eva para apartarla de Dios, él no vino con un garrote a amenazarla, vino con una idea: la idea de que Dios no era digno de confianza y que la felicidad de ellos dependía de que se independizaran y se alejaran lo más posible de Él.

Ahora bien, esa idea transmite una imagen de Dios que nos mueve a rechazarlo y a querer expulsarlo de nuestros pensamientos. ¿Quién desea estar al lado de un ser insincero que usa Su poder y Su autoridad para que nosotros no progresemos ni disfrutemos de la vida? Una vez esa imagen de Dios encuentra lugar en el corazón humano ya la batalla está perdida.

A. W. Tozer dijo lo siguiente al respecto: “El que nuestra idea de Dios se corresponda tanto como sea posible con el verdadero ser de Dios es de inmensa importancia para nosotros. En comparación con nuestros verdaderos pensamientos acerca de Él, lo que declaremos en nuestros credos es de poco valor. Nuestra verdadera imagen de Dios puede estar sepultada bajo los escombros de nociones religiosas convencionales y para conseguir desenterrarlas y sacarlas a la luz puede ser necesaria una búsqueda intensa e inteligente. Solo tras una terrible experiencia de dolorosos auto exámenes podremos llegar a descubrir lo que en realidad creemos acerca de Dios”.

Y luego sigue diciendo: “Un concepto correcto de Dios es esencial, no solo para la teología sistemática, sino también para la vida cristiana práctica. Tal concepto es a la adoración lo que el fundamento es al templo: allí donde éste sea incorrecto o mal edificado la estructura se derrumbará tarde o temprano. Estoy convencido de que no hay ningún error de doctrina o fallo de aplicación en la ética cristiana cuyo origen no pueda trazarse hasta pensamientos imperfectos e innobles acerca de Dios”.

Debemos tener una imagen de Dios que corresponda con la realidad. Pero no debemos quedarnos ahí. Ese debe ser el punto de partida para continuar forjándonos una imagen veraz de todas las cosas a nuestra alrededor. Las imágenes que tenemos en nuestras mentes ejercen una poderosa influencia en nosotros, para bien o para mal.

Por ejemplo, si al escuchar la palabra “santo” lo que viene a nuestras mentes es la imagen de un santurrón hipócrita y aburrido, eso producirá en nosotros una fuerte resistencia al concepto de santidad y vendrá a ser un poderoso obstáculo para nuestro crecimiento en gracia. Así que las ideas son importantes, pero también son importantes las imágenes mentales que asociamos con tales ideas.

Un tercer elemento que comprende nuestros pensamientos, y que en cierto sentido podemos decir que es el primero de todos, es la información, los datos que almacenamos acerca de lo que suponemos que son las cosas en realidad. Cito una vez más a Dallas Willard: “Sin una información correcta nuestra capacidad de pensar no tiene nada con qué trabajar. De hecho, sin la necesaria información puede que incluso tengamos temor de pensar, o sencillamente que seamos incapaces de pensar correctamente” (pg. 132).

Cuántos médicos en el pasado fueron los causantes de la muerte de sus pacientes porque ignoraban algunas cosas fundamentales acerca de los gérmenes y cómo estos pueden propagarse en un instrumento quirúrgico que no ha sido debidamente esterilizado.

Pero no basta con adquirir información; esa información debe ser procesada adecuadamente aplicando nuestras facultades pensantes iluminadas por la verdad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras.

Es la facultad de pensar y razonar la que nos permite ver la información desde diferentes ángulos, o darnos cuenta de la falsedad de un razonamiento. Es imposible separar la verdad del error y la mentira sin pensar. En ese sentido debemos ver nuestras facultades mentales como un don que Dios nos ha dado con el propósito de que tengamos un mejor entendimiento de la verdad y sus implicaciones.

Si hay algo que un creyente no debe permitirse a sí mismo es venir a ser un individuo ligero y superficial. Ese espíritu tan característico de nuestra época no debería hallar cabida en un cristiano. Pero lamentablemente debemos reconocer que ese espíritu ha penetrado también ha penetrado en el pueblo de Dios y ha contaminado a muchos. Algunos piensan, incluso, que el cultivo del intelecto se opone al ejercicio de la fe, cuando la realidad es que creer es pensar, como señala John Stott en el título de una de sus obras.

Que Dios nos ayude a hacer un buen uso de la noble facultad del entendimiento con que Él ha dotado nuestras almas, porque solo así seremos un pueblo espiritualmente robusto y celosamente activo en la expansión de Su reino.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

jueves, 25 de junio de 2009

El pescador obtuso

Por Sugel Michelén

Muchas personas creen erróneamente que el meollo del conflicto entre el teísmo y el naturalismo es un antagonismo entre religión y ciencia, cuando se trata en realidad de dos creencias en pugna. Mientras los teístas afirman que hay un Dios trascendente y personal que creó el universo, los naturalistas insisten en que el universo puede ser explicado en términos puramente naturales.

El astrónomo norteamericano Carl Sagan resume el credo del naturalismo en la frase con que iniciaba cada episodio de la serie televisiva Cosmos, que vino a ser sumamente popular hace unas décadas: “El cosmos es todo lo que existe, lo que siempre existió y lo que siempre existirá”. Según esta perspectiva no existe nada más aparte del universo que explique la existencia del mismo, como si se tratara de una entidad infinita, eterna y omnipotente, atributos que la Biblia otorga únicamente a Dios.

Ahora bien, esta declaración, aunque dicha por un hombre de ciencia, debe ser tomada como una declaración de fe y no como una conclusión científica. La ciencia tiene sus límites en el campo del conocimiento. Es erróneo pensar que ésta pueda explicarlo todo y más erróneo aún presuponer como inexistente todo lo que esté fuera del alcance de la investigación científica.

Es imposible de probar científicamente que el universo es todo lo que hay, todo lo que ha habido y todo lo que habrá. La falacia de este concepto es ilustrada en la famosa parábola del físico Arthur Eddinton, sobre un pescador que pescaba con una red con aberturas de 10 cm., y que había llegado a la conclusión de que no existían peces más pequeños. Cuando alguien le dijo haber visto peces de 5 cm., el pescador obtuso le respondió: “¡Si mi red no lo captura no es un pez!”.

“Toda red científica – dice John Lennox – tiene su tamaño de malla, y no existe ciencia que lo capte todo”. Aquellos que afirman que la ciencia es el único medio seguro de adquirir conocimiento, no tienen más opción que creer esto por fe y contradecirse a sí mismos, porque tampoco podemos probar científicamente que la ciencia es el único medio de adquirir conocimiento seguro y objetivo.

John MacArthur está en lo cierto cuando afirma que toda la filosofía naturalista descansa “en una premisa basada en la fe… La ciencia sólo se ocupa de cosas que pueden ser observadas y reproducidas por experimentación. Por definición, la ciencia no puede darnos conocimiento alguno acerca de cómo llegamos a existir en este planeta. La creencia en la teoría evolutiva es un asunto de pura fe, y la creencia dogmática en cualquier teoría naturalista no es más ‘científica’ que cualquier otro tipo de fe religiosa”.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

miércoles, 24 de junio de 2009

El Movimiento Feminista

Por Sugel Michelén

El feminismo como movimiento no es un fenómeno reciente. Ya para finales del 1700 una inglesa llamada Mary Wollstonecraft publicó una obra titulada “Una Vindicación de los Derechos de la Mujer”. Y un año más tarde, tanto en Francia como en EUA, le siguieron dos publicaciones similares. De este modo comenzó un movimiento que cobró bastante fuerza en el siglo XIX y que trajo como consecuencia algunas reivindicaciones en cuanto a los derechos de la mujer.

Sin embargo, este movimiento no tuvo tanta incidencia en el pensamiento popular, sino hasta mediados del siglo XX con la publicación de la obra “El Segundo Sexo”, escrito por la filósofa francesa Simone deBeauvoir (publicado en 1949). Durante sus años de estudios deBeauvoir conoció al filósofo francés Jean Paul Sartre, con quien compartió su vida en una unión sumamente peculiar.

Tanto Sartre como deBeauvoir promovieron el existencialismo que, explicado en una forma sencilla, es una filosofía basada en el concepto de que cada individuo debe tomar completa responsabilidad de dar sentido a su vida en un mundo incierto y sin sentido. Lo que propone deBeauvoir en “El Segundo Sexo” es un modelo de interacción entre el hombre y la mujer basado en esa filosofía. Su tesis primaria es que a la mujer se le ha asignado un status de segunda clase en la sociedad que no le permite asumir completamente la responsabilidad de dar sentido a su vida.

Ella alega que este es un mundo definido y controlado por el hombre; y que las mujeres han sido forzadas a conformarse al molde que ellos crearon para su propio placer y beneficio. ¿Qué solución propone ella? Destruir la superioridad masculina y rehusar amoldarse al papel tradicional que se le ha asignado a la mujer como madre y esposa.

Ella dice que “la mujer debe ser obligada a proveer para sí misma…; el matrimonio debe estar basado en un acuerdo libre que los esposos puedan romper cuando quieran; la maternidad debe ser voluntaria, lo que significa que la contracepción y el aborto deben ser autorizados y que... todas las madres y sus hijos deben tener los mismos derechos, dentro y fuera del matrimonio; el estado debe proveer licencias para las embarazadas y asumir la responsabilidad de los hijos” (cit. por Mary A. Kassian; The Feminist Gospel; Crossway Books; Wheaton Illinois, 1992; pg. 19).

En un principio el libro de deBeauvoir no tuvo tanto impacto en los EUA, hasta que una periodista norteamericana llamada Betty Friedan publicó a principio de los 60s un libro titulado “La Mística Femenina”, que presentaba las enseñanzas de Simone deBeauvoir en una forma más potable para la mente americana. Pero su tesis era muy similar: La mujer debe tomar el control de su propia vida y decidir su propio destino. Esto significa en la práctica independizarse económicamente del hombre, oponerse a toda distinción entre hombre y mujer, y echar a un lado los roles tradicionales de esposa y madre que la sociedad le ha impuesto a través de los siglos.

Estas dos obras alcanzaron un alto nivel de popularidad en los EUA en la década de los 60 y desataron toda una revolución cuyo centro de ataque era el patriarcado de los hombres. La palabra “patriarcado” es muy importante en la literatura feminista; literalmente significa “el gobierno o dominio del padre”, pero las feministas la usan para describir el dominio que el hombre ejerce en la sociedad en detrimento de la autonomía y dignidad de la mujer.

Ahora, en este punto de la historia, debemos incluir un detalle importante y es que más o menos para el mismo tiempo en que Simone deBeauvoir escribía su manifiesto feminista a finales de los 40’s, una mujer llamada Katherine Bliss estaba haciendo un estudio para el Concilio Mundial de Iglesias, titulado “El Servicio y Status de la Mujer en la Iglesia”. Aunque ese reporte fue completado en el 1952, no se le prestó mucha atención hasta el 1961, casi una década después, cuando otras voces comenzaron a levantarse reclamando un cambio en el papel de la mujer en el plano eclesiástico.

Así que muy pronto el movimiento feminista secular encontró un aliado dentro de ciertos grupos religiosos con las mismas metas y los mismos objetivos: eliminar toda diferencia entre el hombre y la mujer. En el plano eclesiástico esto significa que las mujeres puedan hacer lo mismo que hacen los hombres en la iglesia, incluyendo predicar y pastorear.

Luchando ahora desde estos dos frentes distintos, el secular y el religioso, el movimiento feminista cobró una fuerza impresionante que en estos últimos 40 años no se ha limitado a clamar por una nueva definición de la femineidad y el papel de la mujer, sino más bien por un cambio radical que “redefina cada nicho de la existencia humana” (Kassian; op. cit.; pg. 71); desde el lenguaje, que según el feminismo ha sido un instrumento para promover y mantener el patriarcado en el mundo, hasta la sicología, la medicina, la sociología, la política, las relaciones sexuales, la maternidad y, en el plano eclesiástico la eliminación de toda diferencia de roles entre el hombre y la mujer.

En artículos posteriores veremos el impacto que esto ha tenido en muchas iglesias y cuál es la perspectiva de las Escrituras al respecto.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

martes, 23 de junio de 2009

Crónicas de un milagro cada día


El pasado 17 de Abril, luego de luchar por casi año y medio con el cáncer, la hermana Salima de Castro pasó a la presencia del Señor. Por la forma tan evidente como el Señor se glorificó en su aflicción, y con el permiso de su esposo Manuel, compartimos con Uds. esta parte de su historia (en archivo Pdf) narrada por ella misma.

Crónica de un milagro cada día

Leer más...

“¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”

Por Sugel Michelén

En 1793 Madame Roland, heroína de la Revolución Francesa, fue decapitada en la Plaza de la Concordia. Cuenta la historia que el día de su ejecución, al encontrarse ante la estatua de la Libertad colocada justo en frente de la guillotina, pronunció estas famosas palabras: “¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. La revolución que esta mujer había apoyado con pasión, cual Saturno que devora a sus propios hijos, finalmente se volvió contra ella.

Estas palabras atribuidas a Roland constituyen una advertencia perenne del enorme peligro que encierra la falsa libertad. Son muchos los crímenes que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de una libertad desfigurada, mal comprendida, mal aplicada. ¿Es acaso libertad el que echemos por tierra los parámetros morales establecidos por el Creador en Su Palabra y con los cuales podemos distinguir el bien del mal? ¿Es en verdad necesario que neguemos los valores absolutos para llegar a ser genuinamente libres?

La sociedad sólo funciona adecuadamente en la medida en que la ley moral de Dios es respetada y obedecida. ¿Cómo serían las cosas si todos honráramos y obedeciéramos a las autoridades superiores: los hijos a los padres, los alumnos a los maestros, los ciudadanos al gobierno civil? ¿Cómo funcionaría la sociedad si no hubiese homicidas y pudiésemos estar seguros en cualquier lugar, a cualquier hora de la noche? ¿Si nadie cometiera adulterio ni hubiese hogares rotos? ¿Si no tuviésemos que proteger nuestras propiedades por temor de los ladrones? ¿Si nadie mintiera? ¿Si nadie sintiera envidia de los demás ni codiciara sus posesiones?

Algunos pensarán que es iluso esperar que las cosas sean así y tienen razón. El hombre en su pecado no puede llenar la medida de la ley moral de Dios; pero el problema no está en la ley sino en el hombre. La ley es un buen capitán, pero la naturaleza humana es un mal soldado. Por eso el Hijo de Dios se hizo Hombre, murió en una cruz y resucitó al tercer día: para redimirnos de nuestra esclavitud de modo que podamos libremente obedecer la voluntad de Dios; no con una obediencia perfecta, imposible en esta vida, pero sí genuina y creciente.

Es la verdad la que nos hace libres, no la ausencia de reglas; y la verdad se encarnó en nuestro Señor Jesucristo, por cuya fe el hombre es perdonado, libertado del pecado y hecho heredero de la vida eterna. A quien Él libertare será verdaderamente libre (Juan 8:36).

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

lunes, 22 de junio de 2009

Sartre, la náusea y Dios


Por Sugel Michelén

Uno de los pensadores más influyentes del siglo XX fue, sin duda alguna, el existencialista francés Jean Paul Sartre. Junto a su compañera y alter ego Simone de Beauvoir, marcó un hito en el pensamiento occidental de la post guerra. Tomando el ateismo como punto de partida, Sartre llega a conclusiones radicales con respecto al ser humano: “El hombre es nada más que lo que él hace de sí mismo. Ese es el primer principio del existencialismo.”

A partir de ese principio fundamental se deriva lo que podríamos llamar la “libertad soberana” del hombre. Para Sartre, la libertad no es otra cosa que el poder que supuestamente poseemos de determinar lo que somos. Y ¿qué es lo que realmente somos? Según él, eso es algo que no podemos establecer con certeza en ningún punto de nuestra existencia, porque nuestro ser no posee una esencia fija, sino que es algo que estamos determinando continuamente: “La naturaleza humana no existe, ya que no existe ningún Dios” que nos provea un concepto adecuado de ella. El hombre está en un constante proceso de llegar a ser y, por lo tanto, nunca podremos decir lo que un hombre realmente es. Consecuentemente, según Sartre, el hombre es nada, una pasión inútil.

De manera que al echar a Dios fuera de su sistema filosófico, y tomando al hombre como punto de partida, irónicamente Sartre termina reduciendo a nada al ser humano. “Todo es absurdo, dice él: el parque, la ciudad, yo mismo. Si te percatas de ello, se te revuelve el estómago y todo empieza a flotar.” Sartre describe este sentimiento como “La Nausea”, título de la primera y más famosa de sus novelas. Por supuesto, y como bien señala el filósofo J. Pieper, “nadie en el mundo podría llevar una vida consecuente con la idea del absurdo absoluto. Si todo es absurdo, ¿cómo puede hablar Sartre de libertad, justicia y responsabilidad? Además, si el mundo fuera absurdo no habría motivo para nada, ni posibilidad de argumentar nada: ni siquiera la no existencia de Dios.”

De hecho, es interesante notar que el mismo Sartre no pudo mantener esta postura atea y nihilista hasta al final; unos meses antes de morir Le Nouvel Observateur publicó estas palabras suyas: “No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el Universo, sino alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que sólo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea de una mano creadora hace referencia a Dios.”

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

sábado, 20 de junio de 2009

Algunas citas para meditar como preparación para el culto de adoración

“La música y la liturgia pueden ayudar o servir de medio de expresión de un corazón adorador, pero ellas no pueden hacer que un corazón no adorador se convierta en uno que adora. El peligro es que estas cosas pueden darle a un corazón no adorador el sentimiento de que está adorando” (John MacArthur).

“[E]s evidente que no hay evangelio en la música. Dios nos dio el evangelio en palabras y nada en la música debe distorsionar u oscurecer o, en modo alguno, relegar al trasfondo lo que la Biblia llama ‘la palabra verdadera del evangelio’ (Col. 1:5). Si el volumen o disonancia de la música son tales que las palabras no se pueden oír claramente, entonces toda la actuación es un ejercicio absurdo” (John Blanchard; El Rock Invade la Iglesia; pg. 156).

“Debemos precavernos... no sea que nuestros oídos tengan más interés en la música que nuestras mentes en el significado espiritual de las palabras” (Juan Calvino; citado por Blanchard; Ibíd.).

“El Espíritu no puede ser manipulado. Él es soberano en las bendiciones que derrama en los adoradores y en el grado de ésta. Pero Él puede ser esperado y encontrado en las formas que Él ha establecido para la adoración... [Y] La adoración en el Espíritu siempre es una adoración que es conforme a la verdad (Jn. 4:24)” (Robert Godfrey; Give Praise to God; pg. 367).

Donald Carson: “Aunque hay ciertas cosas que podemos hacer para mejorar la adoración corporativa, hay un profundo sentido en que la adoración excelente no puede ser obtenida meramente por ir detrás de la adoración excelente. En la misma forma en que, de acuerdo con Jesús, usted no puede encontrarse a sí mismo hasta que se pierda a sí mismo, usted no puede encontrar una adoración corporativa excelente hasta que deje de buscar una adoración corporativa excelente y vaya detrás de Dios mismo. A pesar de las protestas, uno se pregunta si no estaremos comenzando a adorar la adoración antes que adorar a Dios… es algo así como aquéllos que comienzan admirando la puesta del sol y pronto comienzan a admirarse a ellos mismos admirando la puesta del sol”.

En este punto, Carson pone como ejemplo el corito que dice: “Olvidemos nuestro ser y alabemos al Señor con el corazón.” Y entonces añade:

“El problema es que después de que usted ha cantado repetidamente este corito tres o cuatro veces, no pasa de ahí. La forma en que usted se olvida de usted mismo es enfocándose en Dios; [es decir] no cantando acerca de olvidarse de usted mismo, sino haciéndolo… [Un himno como “Santo, santo, santo” puede ser más efectivo para que nos olvidemos de nosotros mismos y nos enfoquemos en el Señor]. Si desea profundizar la adoración del pueblo de Dios, entonces por encima de todo profundice el entendimiento de ese pueblo acerca de la majestad inefable de la persona y de las obras de Dios” (Worship by the Book; pg. 30-31; los paréntesis son míos).

“Lo que debe deleitarnos de la adoración no es, en primera instancia, la novedad o la belleza estética, sino el objeto de la adoración: Dios mismo es deleitosamente maravilloso y nosotros hemos aprendido a deleitarnos en Él” (Ibíd. énfasis mío).
Leer más...

¿Quiénes son nuestros héroes?


Por Sugel Michelén

El carácter de una época queda evidenciado, hasta cierto punto, por el carácter de sus héroes. El tipo de hombre que es exaltado en una generación evidencia las características que esa generación exalta. Por lo que cabe preguntarse: ¿Quiénes son los hombres admirados en esta era postmoderna? ¿A quiénes se admira y se exalta en estos días?

No hay que ser muy observador para darse cuenta que los individuos más admirados son aquellos que rompen los esquemas establecidos, los que no se aferran a valor alguno, los que se jactan de su rebeldía y se definen a sí mismos como personas sin tabúes. Esos son, generalmente hablando, los héroes de esta generación.

Y no es extraño que así sea. En una sociedad que ha abrazado el relativismo como dogma y el pragmatismo como estilo de vida, no debe sorprendernos que se exalte al hombre que eche por tierra toda distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto. Como no es extraño que se menosprecie y se escarnezca a aquellos que tienen el coraje de levantar su voz a favor de la verdad y la moral absolutas. Definitivamente la virtud y la integridad no están de moda ni las distinciones morales tampoco.

Tal parece que nada debe ser prohibido excepto prohibir. Atreverse a categorizar alguna acción como pecado, por más perversa que esa acción pueda ser, es arriesgarse a ser acusado de intransigencia e intolerancia en el mejor de los casos y de fariseismo hipócrita en el peor. Eso es muy evidente en el cine y en las series más populares de televisión: el virtuoso es estereotipado como un mojigato tonto y arcaico. Y lo que es aún más increible: en muchas ocasiones se le coloca en el papel de victimario persiguiendo y vilipendiando a los que no quieren aferrarse a las reglas de juego establecidas. Consecuentemente el público es llevado a favorecer al malhechor y a regocijarse cuando triunfa sobre el bueno.

Lo que resulta paradójico es que esa misma sociedad que canoniza al que se sale con la suya, al astuto, al rebelde, es la misma sociedad que luego se horroriza cuando sufre las consecuencias de vivir en un mundo sin parámetros de bien y de mal. La defensa de la verdad y de la moral absolutas no tiene nada que ver con tabúes y mojigatería, sino con el hecho de que existe un Dios soberano que se ha revelado al hombre y ha establecido las reglas de juego; cuando esas reglas son pisoteadas y los trasgresores son convertidos en héroes no nos queda otro camino que la anarquía y el desenfreno.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

viernes, 19 de junio de 2009

La Dignidad de la Vida Humana

Por Sugel Michelén

Esta fue la ponencia presentada en UNIBE en el panel convocado por la Red de Abogados Cristianos, con el tema: Decadencia Moral en la República Dominicana.

Muchos tienen la convicción de que nuestra sociedad se encuentra atravesando por una profunda crisis de valores. El aumento de la delincuencia en nuestras calles, los altos niveles de corrupción que se perciben en distintas esferas, la falta de respeto generalizada hacia todo tipo de autoridad, son algunos de los síntomas preocupantes que parecen indicar que estamos ante un problema de enormes proporciones.

Sin embargo, antes de asumir a priori este diagnóstico, debemos preguntarnos si en verdad podemos afirmar que nuestra sociedad está atravesando por un período de crisis moral. El problema con esta pregunta es que presupone un parámetro de normalidad, la existencia de valores absolutos y de un estándar objetivo de comportamiento que rija a todos los seres humanos por igual.

Si en la selva africana una familia de leones ataca un jabalí y lo despedaza, tengan por seguro que la noticia no saldrá en los periódicos al día siguiente; pero cuando un adolescente toma un arma de fuego y descarga su furia disparando contra sus profesores y compañeros, eso sí que espanta, porque no se espera que los seres humanos se comporten así.

Ahora, ¿cómo determinamos el comportamiento que debemos esperar de los seres humanos? ¿Basados en qué criterio o en cuál autoridad vamos a distinguir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, lo normal de lo que no lo es? ¿Cuáles son los criterios que vamos a utilizar para establecer las leyes y políticas públicas que deben regir una nación?

Hasta hace relativamente poco tiempo las naciones occidentales no se cuestionaban estas cosas, porque se daba por sentado que las leyes públicas eran la codificación de una cosmovisión moral; en el caso de occidente esta cosmovisión no era otra que la judeocristiana. Sin embargo, desde hace unas décadas esta idea no sólo es cuestionada, sino francamente negada en ciertos círculos.

De acuerdo con este nuevo planteamiento, las leyes y políticas públicas que restrinjan de alguna manera la conducta del individuo deben ser esencialmente seculares. Alguien explica de forma sencilla lo que esto significa: “La ley… no debe depender de la moralidad cristiana, y la moralidad cristiana no debe tener influencia sobre la ley” (Albert Mohler; Culture Shift; pg. 9).

Permítanme citar un ejemplo reciente. En el 2004 Robert Reich, antiguo Secretario de Trabajo en la administración del presidente Clinton, publicó un libro titulado: Reason: Why Liberals Will Win the Battle for America. En este libro, Reich identifica a sus oponentes como “Radcons”, una forma abreviada de “Conservadores Radicales” en Inglés. Según Reich, los Radcons insisten en que la moralidad sobre la cual descansan las leyes, debe estar basada a su vez en una cosmovisión más amplia, obviamente la cosmovisión cristiana que dio forma al pensamiento del mundo occidental. Pero él considera que esto es un error.

“Es perfectamente apropiado para los Radcons que declaren sus convicciones personales acerca del sexo y el matrimonio – convicciones que se basan a menudo en sinceras creencias religiosas. Pero es una cosa muy distinta insistir en que todos los demás compartan esas mismas convicciones. Tal como he dicho, la tradición liberal sabiamente ha trazado una línea bien clara de separación entre la religión y el gobierno. Tenemos que detener a los Radcons antes de que impongan más allá su agenda de mente estrecha” (citado por Mohler; Ibíd).

Antes de responder a esta declaración, quisiera señalar que estoy completamente de acuerdo en que el Estado y la Iglesia son dos instituciones que deben funcionar por separado, aunque beneficiándose mutuamente. El orden y la paz públicas benefician el buen desenvolvimiento de las iglesias; y de igual manera, uno de los beneficios colaterales de la expansión del evangelio es la propagación de un germen moralizante que beneficia a la nación. Pero estas instituciones deben funcionar por separado.

Ahora bien, a la hora de legislar, el Estado tiene que lidiar con asuntos que no pueden ser discutidos desde una plataforma netamente secular, como pretenden hombres como Reich. Y el tema del aborto es un buen ejemplo de esto. Al decidir por la penalización o despenalización del aborto, tenemos que lidiar primero con una serie de temas transcendentes como la naturaleza de un ser humano, así como su dignidad y derechos inherentes. Nadie puede abordar estos temas desde una postura religiosa o filosóficamente neutral.

Recientemente estuve debatiendo este tema con alguien que aboga porque el Estado se desligue por completo de la moralidad religiosa y descanse más bien en lo que él llama una moralidad ciudadana. Y ¿cuáles son los principios sobre los cuales descansa esta moral ciudadana, en contraposición a la moral religiosa? Según esta persona, uno de esos principios es la regla de oro, entre otros. Ahora, esa es una respuesta interesante. Como todos Uds. saben, la regla de oro nos dice que debemos tratar a los demás como nosotros queremos ser tratados.

Pero una vez aceptamos la regla de oro como uno de los principios que deben regir la moral ciudadana, la próxima pregunta que debemos hacernos es: ¿cuándo comienza un ser humano a ser digno de ser tratado conforme a la regla de oro?

Alguien me comentaba recientemente el caso de algunos Estados en los EUA, donde el aborto es permitido aún en embarazos de término; pero si la criatura sobrevive al aborto y nace con vida, entonces el hospital está obligado por ley a hacer todo lo que esté a su alcance para salvarla. Esto es algo verdaderamente esquizofrénico: unos minutos antes estaban tratando de asesinar a ese ser humano, pero como ya no se encuentra en el vientre de su madre, ahora están obligados a tratarlo conforme a la regla de oro.

Pero en un plano más fundamental todavía, ¿por qué deben los seres humanos ser tratados conforme a esa regla? ¿Qué hace a los seres humanos más dignos que los demás seres vivos del planeta? Para los cristianos esta pregunta no plantea ninguna dificultad, porque la Biblia enseña que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios; pero tan pronto pasamos por alto esa presuposición, ya no tenemos base alguna para defender la dignidad inherente de los seres humanos. Hace unas horas recibí por correo electrónico esta noticia que salió en el Nacional de hoy:

“La organización Personas por un Trato Ético a los Animales (PETA), envió al primer mandatario… (Barak Obama) un dispositivo que permite a los usuarios atrapar insectos voladores en las casas para liberarlos después en el exterior. ‘Estamos a favor de la compasión, incluso para los animales más fastidiosos, pequeños y antipáticos’, dijo el miércoles Bruce Friedich, portavoz de la PETA. ‘Creemos que la gente, cuando pueda ser compasiva, debe serlo con todos los animales’. El martes, irritado por el revoloteo incesante de una mosca durante una entrevista televisada en la casa presidencial, el presidente decidió hacer justicia por mano propia. Obama le dijo a la mosca: ‘Vete de aquí’, pero el insecto se negó.

“Entonces, Obama esperó a que la mosca se posara, alzó la mano y la aplastó al primer intento”.

Una vez más me pregunto, ¿debemos tratar a las moscas con la misma compasión con que tratamos a un ser humano, o poseen los seres humanos una dignidad inherente que los distingue del resto de los seres vivos? A la hora de establecer las leyes y políticas públicas que van a regir la conducta ciudadana tenemos que abordar cuestiones como estas; y cuando entramos en este terreno ya no podemos argumentar desde una postura netamente secular.

Como decía en una carta que salió publicada en el día de ayer en el Diario Libre: “…los que pretenden defender su posición desde una postura no religiosa, en realidad están trayendo a la palestra argumentos tan religiosos como el que más. Todos descansamos en ciertas premisas que tenemos que aceptar por fe”. En el caso particular del aborto, los que defienden que sea despenalizado “lo hacen porque creen, entre otras cosas, que el feto no es en realidad una persona humana, sino un ‘producto’ del cual la madre puede disponer si lo desea”. Nosotros defendemos que el aborto sea penalizado como cualquier otro crimen porque creemos que el feto es una persona humana desde el momento de la concepción.

Argumentar que esa es una postura meramente religiosa y, que por lo tanto, no debe ser tomada en cuenta en este debate, es una forma muy astuta de evadir los argumentos presentados a favor de nuestra postura sin tener que rebatirlos, y así poder imponer sus criterios metafísicos sobre la mayoría.

En una nación verdaderamente democrática todos los sectores que la componen deben tener la oportunidad de expresar sus opiniones y presentar argumentos a favor de su postura. En el caso de aquellos que nos oponemos al aborto, hemos presentado nuestros argumentos una y otra vez: Si el feto es un ser vivo, producto de un espermatozoide humano y de un óvulo humano, entonces no debería haber ninguna duda respecto a su naturaleza.

Como bien señala el Dr. Roland M. Nardone: “La asignación de un ser vivo a una especie está determinada, no por la etapa de desarrollo, sino por la suma total de sus características biológicas, reales y potenciales, las cuales son determinadas genéticamente”. Si el feto no es una persona humana, entonces tendríamos que llegar a la conclusión de que pertenece a otra especie, pero eso es totalmente absurdo.

A pesar de eso, algunas personas insisten en que la verdadera naturaleza del feto es un misterio. Pero aún si hubiese alguna duda al respecto (y aquí podría citar muchas autoridades científicas para probar que el inicio de la vida humana no es un misterio), pero si fuese verdad que hay alguna duda razonable al respecto, ¿a qué debe movernos la duda, a proteger al feto o a exterminarlo?

Si alguien va conduciendo su automóvil en una calle oscura y ve un bulto delante que no puede distinguir con claridad (podría tratarse de una funda o de un ser humano tirado en el camino), ¿debería pasarle por encima o detener la marcha?

La vida humana es el bien jurídico supremo y la base sobre la cual ha de construirse todo estado de derecho. El famoso artículo 30 no trata directamente el tema del aborto. Ese artículo declara más bien que “El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte”. Quiera Dios que ese artículo no sea modificado; cuando la vida humana es desvalorizada en cualquier sentido, tarde o temprano comenzaremos a sentir el impacto de ese concepto disminuido del ser humano, porque las ideas tienen consecuencias.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

jueves, 18 de junio de 2009

¿Qué es el hombre?

Por Sugel Michelén

La biología moderna ha redefinido la vida humana. Hasta la llegada del siglo XIX era generalmente aceptado el hecho de que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios. No había dudas sobre lo que significa ser humano o sobre el valor de la vida, porque la cosmovisión judeocristiana era determinante en la sociedad occidental.

Pero con la llegada del naturalismo el panorama cambió radicalmente. El naturalista cree que la vida “surgió de un mar primitivo a través de un choque… de sustancias químicas, y que a lo largo de cientos de millones de años de mutaciones casuales, este accidente biológico dio lugar a los primeros seres humanos”. Esta perspectiva ha traído como consecuencia una redefinición del hombre y de la vida.

De acuerdo con la biología moderna el hombre no es otra cosa que un “animal racional” y, por lo tanto, sin más dignidad que las bestias. Ingrid Newkirk, la fundadora de PETA (las siglas en inglés de: Personas en Favor de un Tratamiento Ético a los Animales), declaró a un reportero del Washington Post que las atrocidades de los nazis son insignificantes en comparación con la cantidad de animales que son “exterminados” anualmente para comer: “Seis millones de judíos murieron en los campos de concentración, pero seis billones de pollos morirán en los hornos este año”. Y en otro lugar declaró que “no existe ninguna base racional para decir que un ser humano tenga derechos especiales… Una rata es un puerco, es un perro, es un niño”.

Muchos evolucionistas se horrorizan ante semejantes declaraciones, sin comprender que su teoría nos conduce hacia allí a final de cuentas. Si somos el producto de un afortunado accidente, entonces “no somos más que protoplasma esperando convertirnos en abono”, como alguien dijo. Ni siquiera podríamos decir que los seres humanos son animales más desarrollados en el proceso evolutivo, porque no tendríamos parámetro alguno para definir el progreso. El evolucionismo nos deja sin una base racional para defender la dignidad humana.

Las ideas tienen consecuencias. La postura que asumamos respecto a la vida humana y su definición incidirá directamente en temas como el aborto, el suicidio asistido, la eutanasia, y muchos otros. Más aún, si enseñamos a nuestros jóvenes que no existe diferencia alguna entre una bestia y un hombre, no es de extrañarse cuando los veamos conducirse según la ley de la selva. El evolucionismo es mucho más que una teoría académica: es un modo de ver y vivir la vida.

Pero sí existe una gran diferencia entre el hombre y la bestia. La vida humana es sagrada y el hombre posee una dignidad especial porque, a diferencia de los otros seres vivos que pueblan el planeta, es un ser creado a imagen y semejanza de Dios. No somos “animales racionales” como nos han adoctrinado por décadas a través de los medios masivos de comunicación, así como en las escuelas y universidades. Poseemos personalidad y racionalidad porque fuimos creados por un Dios personal y racional.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

miércoles, 17 de junio de 2009

Carta Pública a Adriano M. Tejada

El pasado 5 de Junio, Adriano M. Tejada, director de Diario Libre, escribió una nota editorial titulada “¿Delito o Pecado?”, en el que criticaba a las iglesias que intentan imponer sus criterios morales sobre el resto de la ciudadanía. Puede leer la nota editorial de Tejada en DiarioLibre.com:

Esta fue mi respuesta al señor Tejada, publicada en Diario Libre en el día de hoy, 17 de Junio.

Estimado señor Tejada:

Antes que nada, permítame decirle que usualmente aprecio sus atinados comentarios sobre el acontecer nacional.

Precisamente por eso, me extrañó sobremanera su editorial del pasado viernes 5 de Junio, titulado “¿Pecado o Delito?”, tema que vuelve a desarrollar en entregas posteriores, incluyendo la de este lunes 15. Estoy de acuerdo con usted en que no todo pecado debe ser considerado como un delito. La codicia es un pecado según la Biblia, pero de ninguna manera puede ser penado por la ley. Es ciertamente lamentable que en el pasado se haya hecho uso del Estado para castigar pecados que competía a la iglesia sancionar dentro de los límites que le son propios. Al igual que usted pienso que debemos defender firmemente el principio de separación entre el Estado y la Iglesia.

Sin embargo, si bien no todo pecado debe ser tratado como un delito, toda acción delictiva penada por la ley envuelve algún tipo de conducta pecaminosa que daña a otros. Las religiones monoteístas citadas en su artículo consideran el robo como pecado, pero también el Estado lo considera un delito. Otro ejemplo de la relación que guardan ambos conceptos es el de los crímenes que se cometen contra la integridad física de un ser humano. La Biblia condena el enojo pecaminoso como una violación del sexto mandamiento del Decálogo, “no matarás”; el enojo pecaminoso no puede ser castigado por la ley, pero si no es refrenado puede devenir en el tipo de acción delictiva que sí es considerada como delito penal cuando la persona enojada inflige algún tipo de daño contra la persona odiada. Y es interesante notar que el derecho penal hace diferencia entre el crimen pasional y el premeditado; es decir, que aún la justicia humana trata de discernir las motivaciones del corazón humano para aplicar el castigo correspondiente a un crimen.

De manera, señor Tejada, que si bien es cierto que no todo pecado debe ser considerado como un delito, todo delito envuelve algún tipo de pecado. Es una falacia pensar que se puede legislar sin tomar en cuenta las razones morales detrás de los actos humanos. Y tan pronto entramos en el terreno de los juicios morales, todos nosotros, al opinar, estamos descansando en consideraciones filosóficas o religiosas. En otras palabras, es imposible que pretendamos lidiar con tales asuntos desde una postura netamente secular, que es lo que usted parece defender en el artículo citado.


Uno de los más connotados defensores de un estado secular en EUA es el profesor de filosofía de la Universidad de Nebraska, Robert Audi, quien propone tres principios para lo que él llama “virtud cívica en una democracia liberal”. El primer principio es el que sustenta que nadie tiene la obligación de apoyar ninguna ley o política pública que restrinja la conducta humana, a menos que tales leyes o políticas puedan ser defendidas con argumentos seculares adecuados y no por consideraciones teológicas o religiosas.

El segundo principio es que los que aboguen por la promulgación de tales leyes o políticas públicas deben poseer motivaciones netamente seculares; según Audi, a la hora de establecer las leyes y políticas públicas, los legisladores no deben tomar en consideración lo que creen acerca de Dios y tomar sus decisiones como si no creyeran en Su existencia.

Y finalmente, que las iglesias deben abstenerse de apoyar candidatos (algo con lo que estamos totalmente de acuerdo) ni presionar por la promulgación de leyes o políticas públicas que restrinjan la conducta humana (esto plantea un serio problema por lo que explico a continuación).

Estos principios del profesor Audi descansan sobre una base engañosa. Por un lado, es imposible que exista un estado puramente secular. El estado tiene que lidiar con algunas preguntas fundamentales concernientes a la vida y la muerte, nuestra identidad como seres humanos o la razón de ser de nuestra existencia. Y como bien ha dicho el Dr. Albert Mohler, “desde el momento en que el estado comienza a lidiar con estas preguntas fundamentales, cesa de ser secular”.

Por otro lado, tampoco es posible argumentar a favor o en contra de una ley descansando únicamente en razones seculares; los legisladores tienen que lidiar con cuestiones como la moral o los valores humanos, acerca de los cuales no podemos argumentar únicamente desde una postura secular. Tomemos el tema del aborto como ejemplo. La postura que asumamos al respecto dependerá de lo que creamos acerca del origen de la vida humana, su significado y sus derechos inherentes. En estas cosas, los que pretenden defender su posición desde una postura no religiosa, en realidad están trayendo a la palestra argumentos tan religiosos como el que más. Todos descansamos en ciertas premisas que tenemos que aceptar por fe. En este caso en particular, los que defienden el aborto lo hacen porque creen, entre otras cosas, que el feto no es en realidad una persona humana, sino un “producto” del cual la madre puede disponer si lo desea.

En cuanto al segundo principio aducido por Audi de que los que aboguen por la promulgación de leyes o políticas públicas deben poseer motivaciones netamente seculares, éste no toma en cuenta la complejidad de las motivaciones humanas. Nadie puede abstraerse de ese modo de sus creencias centrales. Tanto el ateo como el creyente son profundamente influenciados por las premisas que traen consigo al debate; nadie argumenta sobre estas cosas desde una postura neutral. En asuntos como la existencia o no existencia de Dios, la objetividad o subjetividad de la moral, o la existencia o no existencia de verdades absolutas, la neutralidad es sencillamente imposible. Todos partimos de premisas que aceptamos por fe.

Finalmente, en cuanto a que los miembros de las iglesias deben abstenerse de presionar por la promulgación de leyes o políticas públicas que restrinjan la conducta humana, se está queriendo sustraer de la opinión pública a un sector importante de la sociedad que, como cualquier otro en un Estado democrático, tiene derecho a opinar y presentar argumentos a favor de las posturas morales que, según su juicio, son las que más convienen al conglomerado.

No creo que sea justo equiparar a un cristiano que aboga por la santidad de la vida humana desde la concepción a un fanático religioso que abogue porque el estado lapide a los adúlteros, por poner un caso. A final de cuentas, lo que está sucediendo actualmente en República Dominicana no es una pugna entre moral ciudadana y moral religiosa, y mucho menos entre religión y ciencia; lo que está sucediendo en realidad es que un grupo que define la vida de una persona humana como teniendo su origen en un punto más allá de la concepción está tratando de imponer sus criterios metafísicos sobre la mayoría, a la vez que intenta sacar del debate a todos los que tienen un criterio diferente.

Con todo respeto, señor Tejada, le ruego reconsidere su postura en este asunto, sobre todo tomando en cuenta el peso de sus notas editoriales en la opinión pública; en un momento en que nuestro país se encuentra debatiendo asuntos tan importantes como la protección de la vida humana desde el momento de la concepción, debemos apoyar los mejores intereses de nuestra nación. Lo que se está debatiendo aquí no es el predominio de una religión sobre la conciencia de la ciudadanía, sino la base fundamental de todo estado democrático de derecho y la base que sostiene toda la estructura social: el valor absoluto de la vida humana como el bien jurídico supremo.

Atentamente,

Sugel Michelén
Pastor de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

La Justicia instruye a los jueces


Por Sugel Michelén

El artista suizo Paul Robert, pintó por encargo un gran mural en el edificio del Tribunal Supremo de Suiza, inmediatamente antes del año 1900. Se titulaba como nuestro artículo de hoy: “La Justicia instruye a los jueces”. Robert, que era cristiano, plasmó en su pintura toda una teoría sociológica. En el primer plano del mural el artista describe diversas clases de litigio: las esposas contra los esposos, los arquitectos contra los constructores, los comerciantes contra los artesanos, etc. Por encima de ellos están los jueces que deben juzgar entre ellos. Y por encima de todos ellos aparece La Justicia, sin venda en los ojos y la espada apuntando hacia a un libro rotulado con estas palabras: “La Ley de Dios”.

La tesis es muy obvia: la justicia no consiste en promedios y estadísticas, necesita una base inconmovible, un marco de referencia objetivo para los imperativos morales y éticos. Más aún, necesita un Legislador que tenga derecho pleno sobre todos los hombres. Como bien señala John Locke: “Sin la noción de un legislador, es imposible tener la noción de una ley y una obligación de observarla”.

El planteamiento de Emmanuel Kant al respecto es digno de ser considerado. Según Kant, el conocimiento humano es limitado a lo que podemos percibir por los sentidos. Como Dios no puede ser percibido por los sentidos, concluye que tampoco podemos saber con certeza si en verdad El existe. Sin embargo, cuando se enfrenta con el problema de la ética y la moral, Kant se pregunta: ¿Qué sería necesario para que los imperativos éticos y morales tengan algún significado? El responde: tiene que haber justicia. Pero ya que la justicia no funciona perfectamente en este mundo, debe existir un estado futuro en el que la justicia prevalezca. Pero para que eso sea posible debe existir también un Juez perfecto, omnisciente y moralmente intachable que dé a cada cual lo que merece. En conclusión, Kant arguye que Dios debe existir para que los imperativos éticos y morales tengan algún sentido. Aunque no podamos saber con certeza si Dios existe, dice Kant, debemos vivir como si El existiera.

Los cristianos no tenemos que buscar a tientas dónde se encuentra esa inteligencia superior, ni asumir la existencia de Dios como una posibilidad conveniente. “Los cristianos, como bien señala Peter De Vos, vemos la justicia como enraizada en la voluntad amante de Dios, una voluntad dirigida hacia el bien de los seres que El creó y ejemplificado en Su trato con los hombres”. La Justicia no es un concepto abstracto, es una Persona ante la cual todos compareceremos algún día para dar cuentas. Y tal como lo muestra Robert en su pintura, aún los jueces están bajo Su autoridad. Ellos comparecerán también delante del Gran Juez de toda la tierra, ante el cual “todas las cosas están desnudas y abiertas” (Hebreos 4:13).

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

martes, 16 de junio de 2009

Vistiéndonos para la gloria de Dios

En este enlace de Sermones Reformados puedes leer una transcripción del sermón "Vistiéndonos para la gloria de Dios", el cual ha sido titulado en esta página: "¿Ropa Pecaminosa?" http://www.sermonesreformados.org/
Leer más...

¡Prohibido prohibir!


Por Sugel Michelén

En 1948 Shirley Jackson publicó en el New Yorker un breve relato titulado “The Lottery” (El sorteo). En algún lugar rural de América la población se reunió para un ritual que, según pensaban, promovía la prosperidad al fin de la cosecha. La trama, que Jackson elaboró con gran realismo y suspenso, giraba en torno a un sorteo. No es si no hasta el desenlace de la historia que el lector se da cuenta de que lo que se sorteaba era la víctima de un sacrificio humano.

Finalmente, Tessie Huttchinson “esposa, madre y vecina”, escoge el terrible trozo de papel que la señalaba como la persona a ser sacrificada. “¡Venga, venid todos!” – dijo el viejo Warner, y todos se acercan para llevar a cabo el sangriento ritual. – “No es justo, no está bien” – grita la víctima; pero todos siguen adelante, aún los más pequeños. La frase con la cual Jackson concluye la historia es como un golpe sordo en alma: “Y entonces cayeron sobre ella.”

Cuando este relato se publicó por primera vez, se desató una tormenta de cartas airadas protestando. La idea de un ritual semejante era escandalosa y repugnante. Desde entonces esta historia ha sido analizada y comentada en innumerables clases de educación secundaria y siempre había provocado una fuerte reacción moral en contra… hasta la década de los 90.

Una profesora de literatura creativa del sur de California, cuyos estudiantes oscilan entre los dieciocho y ochenta años, cuenta que una noche se topó con una clase que no mostró ninguna reacción moral luego de leer el cuento. “Un final fantástico” – comentó una mujer. “Es buenísimo, grandioso” – dijo otra. “Lo hicieron y ya está, como era su costumbre” – dijo otro más en defensa de la historia.

Cuando Haugaard expresó su postura moral de forma enérgica, una enfermera de unos cincuenta años dijo: “Yo doy un curso para el personal de nuestro hospital acerca de la interpretación multicultural y se enseña que si algo forma parte de la cultura de una persona, no debemos juzgar, y si a ellos les funciona…”

Ahí está el punto. Las distinciones morales han sido borradas y sustituidas por el criterio de cada individuo o comunidad. Parece que lo único malo es decir que algo está mal. Como bien ha dicho Os Guinness: “En un mundo así, la consecuencia es sencilla. Cuando no se puede emitir un juicio crítico acerca de nada excepto de la crítica en sí… las barreras entre lo impensable, lo aceptable y lo que se puede hacer se derrumban por completo”. Es hora de que levantemos nuestra voz a favor de los valores absolutos revelados por Dios en Su Palabra, de lo contrario no nos sorprendamos cuando seamos nosotros los escogidos en el sorteo de la barbarie.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

lunes, 15 de junio de 2009

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón


Por Sugel Michelén

Cuando mencionamos el nombre de Juan Bunyan, muchos piensan de inmediato en su famosa obra “El Progreso del Peregrino”. Y no sin razón. Este es uno de los libros más leídos después de la Biblia y un verdadero tesoro espiritual que parece no agotarse nunca. Pero Bunyan escribió muchas otras obras, incluyendo otra alegoría con una riqueza similar a la anterior, titulada “La Guerra Santa”, donde describe con un simbolismo sumamente gráfico la guerra espiritual entre Cristo y Satanás por la ciudad de “Alma Humana”.

En medio de aquella ciudad, según la descripción de Bunyan en el Prólogo de la obra, había “un palacio muy célebre y majestuoso (‘el corazón’, el asiento de nuestra personalidad, nuestro ser interior). Por su capacidad de resistencia, podía ser llamado un castillo; por lo placentero que era, un paraíso; por su tamaño, un lugar tan inmenso que podía contener todo el mundo. Este lugar el Rey Shaddai lo dispuso para sí, y para nadie más que para sí; en parte por lo placentero que era el lugar mismo, y en parte porque no quería que el terror de los extraños cayera sobre la ciudad (lo que controla el corazón, controla toda nuestra vida). De este lugar hizo también Shaddai el cuartel de guarnición, pero encomendó su cuidado sólo a los hombres de la ciudad” (La Guerra Santa; pg. 13-14).

Dios diseñó el alma humana para ser Su habitación, el lugar donde Él habría de reinar como el Soberano. Y así fue al principio, hasta la caída de nuestros primeros padres. En ese momento Alma Humana decidió jurar por otra bandera y ponerse bajo las órdenes de otro monarca, quedando así vacía de Dios y profundamente afectada en todas sus facultades: el intelecto, la voluntad, las emociones. Ese vacío de Dios hace que el hombre se sienta insatisfecho, y esa insatisfacción lo coloca en una posición sumamente peligrosa, porque tratando de llenar el vacío cae en la idolatría.

La idolatría no es otra cosa que el alma humana buscando satisfacer sus anhelos en todo aquello que no puede satisfacerle. Como bien escribió Agustín de Hipona al inicio de sus Confesiones: “Porque nos has hecho para ti… nuestro corazón anda siempre desasosegado hasta que se aquiete y descanse en ti”. Por eso la idolatría destruye a sus adoradores, porque no importa con qué tratemos de llenar el vacío del alma (bienes, fama, placeres, relaciones humanas de cualquier tipo), ninguna de esas cosas puede sustituir a Dios, que es lo que el alma realmente necesita.

¿Cómo puede repararse, entonces, el daño tan profundo que la caída ha producido en nosotros? El Espíritu Santo tiene que regenerarnos, impartir en nosotros una nueva vida espiritual, por medio de la cual somos capacitados para ejercer fe en la Persona y la obra de Cristo y entregarnos por entero a Él. Y a partir de ese momento, al igual que con cualquier otra entidad viviente, esta nueva vida que el Espíritu imparte en la regeneración debe comenzar a ser nutrida para desarrollarse y crecer.

Así se inicia un proceso de santificación que dura toda la vida y cuya meta es conformarnos cada día más a la imagen de nuestro Señor Jesucristo. Pero como el pecado todavía mora en nosotros y nos seduce, ese proceso de santificación y crecimiento espiritual no será sin lucha. Aunque la simiente de gracia fue implantada en nuestras almas, todavía queda mucha hierba mala que cortar diariamente: motivos y pensamientos pecaminosos, las seducciones del mundo, la apatía espiritual.

Así como toma tiempo mantener un jardín hermoso y en buen estado, así también toma tiempo, esfuerzo y energía, guardar el corazón. Pero aun así, esta tarea no es opcional para el creyente. Dice en Pr. 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.

Todos tenemos pertenencias que debemos cuidar, cosas valiosas que debemos proteger; pero de todas ellas, ninguna es más importante que el corazón. Por eso debemos guardarlo y protegerlo con más esmero que cualquier otra cosa en el mundo. ¿Sabes por qué? Porque lo que domina tu corazón domina tu vida entera. El verdadero estado de tu vida espiritual lo determina el estado de tu corazón.

Siguiendo de cerca la introducción de Maureen Bradley a la obra titulada “Guardando el Corazón” del ministro puritano John Flavel, quiero que meditemos en las enseñanzas de este texto de Pr. 4:23.

LA PRIMACIA DE LA MENTE EN EL CUIDADO DEL CORAZON:

Por razones obvias la mente juega un papel de primera importancia en el cuidado del corazón. Ahora bien, cuando hablamos de la “mente” en el sentido bíblico, no nos referimos al cerebro, sino más bien a esa facultad del alma por medio de la cual tenemos entendimiento de las cosas. En la mente procesamos la información que recibimos, luego esa información mueve nuestros afectos, y entonces la voluntad es llevada a tomar una decisión, un curso de acción.

Por eso es tan importante el alimento que le damos a la mente. Si te expones continuamente, y sin un juicio crítico, a las mentiras y engaños que el mundo promueve, sobre todo a través de los medios masivos de comunicación, estás dejando que manipulen tu panel de control. No se puede guardar el corazón sin guardar la mente.

Pablo dice en Rom. 12:2 que en el proceso de transformación en que se encuentran los cristianos, la mente ocupa un lugar de suprema importancia (comp. Rom. 12:2). El mundo quiere que nos amoldemos a él, y para eso tratará de llenar nuestras mentes con información equivocada, para alcanzar luego nuestros afectos. Y cuando lleguen allí ya nos tienen controlados.

Como bien ha dicho Maureen Bradley, “aunque a menudo hay miles de millas de distancia desde nuestras mentes a nuestros corazones… hay sólo unos pasos cortos desde nuestros afectos a nuestra obediencia” (pg. vii).

Pero no debemos quedarnos en el aspecto negativo. Así como debemos tener una vigilancia crítica sobre lo que permitimos penetrar en nuestras mentes, así también debemos saciarnos continuamente de las verdades de Dios reveladas en Su Palabra. Esa Palabra debe llenar nuestra mente y corazón (Col. 3:16).

El cristiano debe mantenerse en estado de alerta protegiendo su mente, porque la mente tiene primacía en el cuidado del corazón. Pero esa tarea de vigilancia no resulta y fácil y placentera.

LAS DIFICULTADES QUE TENEMOS QUE VENCER PARA GUARDAR EL CORAZON:

Para poder guardar el corazón debemos examinarlo con objetiva sinceridad delante de Dios. El buen cristiano conoce su Biblia y conoce su corazón. Pero así como encontramos dificultades para estudiar las Escrituras, así también el creyente se enfrenta con algunos obstáculos para estudiar su propio corazón. He aquí algunos de los más comunes.

El Factor Tiempo:

Tenemos tantas cosas delante de nuestros ojos que llaman nuestra atención, que se nos hace difícil detenernos a considerar algo que pertenece al mundo de lo intangible. Hay cuentas que pagar, personas que visitar, negocios que hacer, necesidades que cubrir. Esas cosas nos parecen tan reales que nos sentimos tentados a considerar todo lo demás como una pérdida de tiempo.

Alguien dirá: “Y ¿qué tiempo tengo yo disponible para sentarme tranquilo a examinar mi corazón?” Esto es un asunto de prioridades. Cuando decimos que no tenemos tiempo para hacer algo, lo que estamos diciendo en realidad es que no lo consideramos como algo tan importante como para buscarle un espacio en nuestra agenda. ¿Cuáles son las cosas que estamos colocando en nuestra lista de prioridades en el lugar de las cosas realmente importantes? Eso no es difícil de responder: Dime a qué le estas dedicando tu tiempo. No es lo que digas con tu boca, es lo que haces cada día con el tiempo que tienes a tu disposición.

“Es que yo no soy una persona contemplativa; soy más bien una persona de acción”. Este es un asunto de prioridad no de personalidad. En Lc. 10:38-42 se narra la historia de dos hermanas, Marta y María. Mientras Marta afanaba con los quehaceres de la casa, María estaba sentada a los pies de Cristo escuchando sus enseñanzas. Cuando Marta se quejó de que su hermana le dejara todo el servicio a ella, Jesús le respondió que María había escogido la mejor parte. Es un asunto de elección no de temperamento. Si eres como Marta es porque has escogido ser como Marta; y si eso es lo que has escogido es porque lo consideras como lo más importante.

Pero nada puede ser más importante para ti como cristiano que guardar tu corazón, y eso toma tiempo. Toma tiempo examinarte a ti mismo, pasar juicio sobre tus acciones y motivaciones, preguntarte qué es lo que realmente amas; toma tiempo desarrollar una buena y profunda comunión con Dios.

El Factor Culpa:

Muchos prefieren no detenerse a hurgar en sus corazones porque sospechan que no les gustará lo que van a encontrar allí. Por eso le temen al deber del auto examen como el comerciante deshonesto le teme a las auditorías. Pero ¿cómo podremos avanzar en nuestras vidas cristianas y en nuestra relación con Dios si desconocemos o prestamos poca atención a los peligros que ponen en riesgo nuestra salud espiritual?

Una de las grandes bendiciones de vivir en estos tiempos modernos en lo que a salud se refiere, es el avance en materia de diagnósticos. Ahora se cuenta con análisis y equipos sumamente sofisticados que permiten a los médicos darnos un diagnóstico con un alto grado de precisión. Sin embargo, hay personas que prefieren no enterarse de lo que tienen. Prefieren que no le revisen mucho sus órganos no vaya a ser que encuentren algo. Pero, es mejor tener ahora la mala noticia, a que nos descubran la enfermedad cuando no haya nada que hacer. Si dan a tiempo con el problema es posible que haya solución para nuestro mal.

Pero a estos dos factores que hemos mencionado ya, debemos añadirle también el factor silencio y soledad.

El Factor Silencio y Soledad:

Para examinar el corazón necesitamos estar a solas con nosotros mismos delante de Dios y silencio para pensar; y muchos se resisten tanto a una cosa como a la otra. Vivimos en una sociedad que nos condiciona desde niños a rechazar el silencio y la soledad. Pero si queremos obedecer lo que Dios ordena en Pr. 4:23 tendremos que sobre ponernos a estos factores y dedicarnos a este sagrado deber en dependencia del Espíritu de Dios. Tenemos que guardar el corazón, porque Dios no acepta ninguna cosa de nuestras manos si no llevamos con ella nuestro corazón (comp. Mr. 7:6-7).

Para concluir, sólo quiero traer unas breves palabras de advertencia.

UNA ADVERTENCIA QUE DEBEMOS TOMAR EN CUENTA EN EL CUIDADO DE NUESTRO CORAZON:

Así como corre un gran peligro aquel que profesa ser cristiano pero al mismo tiempo está evadiendo el cuidado de su corazón, así también corre peligro el que se dedica a este deber con una motivación errada. Esta persona puede caer fácilmente en el engaño del legalista que supone que por hacer lo correcto ganará aceptación delante de Dios. Pero la relación que tenemos con Dios es una relación de gracia y depende enteramente de los méritos de Cristo, no de los nuestros. Por lo que Cristo hizo por nosotros, por el amor con que nos amó, debemos cuidar diligentemente nuestra relación con Él, y mantenerle en nuestros corazones una morada confortable, como dice Pablo en Ef. 3:17.

Pero eso no nos gana mérito alguno en presencia de Dios. Es únicamente por la aplicación poderosa y eficaz de la obra redentora de Cristo en nuestros corazones que hoy disfrutamos de todas las bendiciones que recibimos diariamente de la mano de Dios. Y todo eso debe producir en nosotros gratitud, devoción, un amor cada vez más celoso y ferviente por nuestro bendito Redentor, de tal manera que nos sintamos compelidos a guardar el corazón, ese castillo que el Rey Shaddai dispuso para Sí, y para nadie más que para Sí.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...

domingo, 14 de junio de 2009

Gloriándonos en la cruz de Cristo

Por Sugel Michelén

Si hay algo que define la vida de un hombre es aquello en lo que ese hombre se gloría, aquello que exalta por encima de todas las demás cosas. Todo hombre se gloría en algo, en alguna habilidad en particular, en alguna posesión, en su ascendencia familiar, en las personas que conoce, en el conocimiento que posee, en los logros que ha alcanzado; algunos se glorían incluso en su maldad.

A la luz de esa realidad debemos preguntarnos, ¿en qué debe gloriarse el cristiano? El apóstol Pablo responde esa pregunta en Gálatas 6:14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.

Independientemente del trasfondo racial, familiar, socio económico, cultural, todos los cristianos deben gloriarse en esto mismo en lo que Pablo se gloría, porque ese gloriarse constituye la esencia misma de nuestra fe como cristianos. Lo que quiero decir es que si alguna persona profesa ser creyente, pero al mismo tiempo coloca su gloriarse en cualquier otra cosa, debe revisar seriamente la realidad de su profesión de fe.

Hay tres cosas en esta declaración de Pablo en el vers. 14 a las que deseo llamar vuestra atención: un contraste, un motivo y una consecuencia.


Veamos, en primer lugar, el contraste.

EL CONTRASTE:

La frase que RV traduce como “lejos esté de mí” es una forma enfática de negación que lleva consigo la idea de algo inconcebible. Por ejemplo, en Rom. 3:3 Pablo se pregunta si la incredulidad de los judíos habrá hecho nula la fidelidad de Dios, a lo que él mismo responde en el vers. 4: “De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz y todo hombre mentiroso”. La mera posibilidad de que Dios pueda ser infiel a sus promesas es algo que Pablo rechaza con todas las fuerzas de su corazón, algo totalmente absurdo para él.

Pues con la misma fortaleza Pablo rechaza la posibilidad de gloriarse en cualquier otra cosa fuera de la cruz de Cristo. “Lejos esté de mi tal cosa, de ninguna manera sería yo capaz de hacer algo así”. Podríamos expresar este pensamiento en forma positiva de este modo: “Hay una sola cosa en el mundo en la que yo me glorío, una sola cosa que es motivo de gozo y descanso para mí: la cruz de Cristo y nada más”.

Ahora, es sumamente importante que veamos esta declaración de Pablo en su contexto para que podamos comprender más ampliamente la fuerza de estas palabras. Los creyentes de Galacia estaban siendo presionados por los judaizantes que promovían la práctica de ciertos ritos judaicos como un aditamento a la obra redentora de Cristo. “Está bien que confíen en Cristo, decían ellos, pero eso no es suficiente; ahora tienen que circuncidarse, guardar ciertas fiestas, practicar ciertos ritos; de lo contrario no podrán participar de las bendiciones del pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel”. Estas personas no se gloriaban en Cristo únicamente, sino también en todos sus ritos y ceremonias.

Pero Pablo les hace ver que tal cosa era una total distorsión del mensaje evangélico. No tenemos que añadirle nada más a la obra redentora de Cristo. Lo que Él hizo en la cruz del calvario fue suficiente para la plena salvación de Su pueblo elegido, de manera que aparte de Cristo y Su obra redentora no necesitamos nada más. De ahí las palabras de Pablo en Gal. 6:14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.

“Que se gloríen ellos en el esfuerzo que hacen en llevar a cabo sus rituales religiosos, o en su conexión racial. Pero no permita Dios que yo me gloríe en ninguna otra cosa fuera de la cruz”.

EL MOTIVO:

¿Cuál era el motivo de gloria de Pablo? O si desean ponerlo de otra manera: ¿En qué se jactaba Pablo? Nuestro texto responde: en la cruz de Cristo y nada más. Martin Lloyd-Jones le llama a este texto la prueba de fuego del cristianismo. ¿Quieres saber si una persona realmente es cristiana? Pregúntale qué piensa acerca de la cruz, porque el verdadero cristiano se gloría en ella, mientras que el resto de los hombres tropieza en ella. De hecho, los creyentes se glorían en la cruz por la misma razón que los no creyentes la aborrecen.

Y no estoy hablando de la cruz como símbolo. Mucha gente se siente sobrecogida ante la visión de una cruz, pero eso no significa necesariamente que hayan entendido sus implicaciones; como tampoco significa que de entender sus implicaciones la aceptarían con buen agrado.

¿Saben por qué el hombre natural, el hombre no regenerado, aborrece el mensaje de la cruz? Porque la cruz echa por tierra el orgullo humano. La esencia del mensaje que emana de la cruz es que el hombre es un ser que se encuentra en tal condición de miseria espiritual que no puede salvarse a sí mismo. La salvación del hombre no se encuentra en sus ideas, ni en sus programas políticos o educativos, ni tampoco en sus buenas obras. La salvación del hombre depende enteramente de lo que ocurrió hace cerca de 2,000 años en aquella cruz.

Y el verdadero cristiano es aquel que ha entendido ese mensaje y lo ha abrazado de todo corazón por la fe. Es por eso que Lloyd-Jones nos dice que este texto es la prueba de fuego del verdadero cristianismo.

Dondequiera que encontremos a una persona que esté descansando en cualquier otra cosa para salvarse que no sea en la obra que Cristo llevó a cabo al morir por nosotros en esa cruz, podemos estar completamente seguros que estamos delante de una persona que no ha entendido aún el verdadero mensaje del evangelio. En otras palabras, el que no se gloría en la cruz no es cristiano. “No permita Dios que yo me gloríe en ninguna otra cosa, dice Pablo”. La cruz era el centro de su vida y ministerio (comp. 1Cor. 1:18; 2:1-2).

Queridos hermanos, si hay algo que el mundo necesita con urgencia es el mensaje de la cruz: Que el Hijo de Dios, por amor a nosotros, tomó una naturaleza humana igual en todo a la nuestra, pero sin pecado, asumió nuestra deuda con la justicia divina y la pagó por completo en esa terrible cruz. Es por eso que el cristiano se gloría en la cruz, porque Dios ha abierto los ojos de su entendimiento para ver el maravilloso mensaje que de ella emana. ¿Qué ven los cristianos en la cruz?

Por un lado, ven el inefable amor de Dios que estuvo dispuesto a hacer tan grande sacrificio por personas que no lo merecían en absoluto. Pocos han expresado este pensamiento con tanta belleza y sensibilidad como Isaac Watts en el himno titulado en castellano: “La Cruz Excelsa al Contemplar:

La cruz excelsa al contemplar,
do mi Señor por mí murió,
Nada se puede comparar
a las riquezas de su amor.

No me permitas, Dios, gloriar,
más que en la muerte del Señor;
lo que más pueda ambicionar,
lo doy gozoso por su amor.

Ved en su rostro, manos, pies,
las marcas vivas del dolor
es imposible comprender,
tal sufrimiento y tanto amor.

El mundo entero no será
dádiva digna de ofrecer;
amor tan grande y sin igual
en cambio exige todo el ser.

Pero por el otro lado, los creyentes vemos en esa cruz la pureza y santidad del carácter de nuestro Dios. Él no podía pasar por alto nuestros pecados, porque es perfectamente santo y perfectamente justo. Alguien debía satisfacer plenamente la justicia divina para que nosotros hoy podamos disfrutar de la comunión con Él y de todas Sus bendiciones. Los creyentes se glorían en la cruz porque ven en ella el amor de Dios, la justicia de Dios, la santidad de Dios.

Pero también los creyentes contemplan en ella Su sabiduría. ¡Qué extraordinario plan de redención el que Dios trazó en Sus decretos eternos! Muriendo en debilidad la muerte de un criminal, Jesucristo estaba obteniendo la más grande de las victorias que alguna vez haya sido alcanzada a través de la historia humana. Es por esto que Pablo dice en 1Cor. 1:25 que lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. En esa supuesta debilidad de Cristo se estaba manifestando en todo su esplendor el poder de Dios para salvar.

Fue contemplando la sabiduría de Dios desplegada en la salvación, que Pablo exclamó en Rom. 11:33: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Los creyentes se glorían en la cruz porque les habla de perdón y reconciliación, porque en ella ven la razón y el motivo de todas las bendiciones que Dios nos otorga cada día sin merecer ninguna de ellas. Nos gloriamos en esa cruz porque por ella tenemos asegurada “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para” nosotros (1P. 1:4).

Pero hay algo más que debemos ver en este texto…

LA CONSECUENCIA:

“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Pablo entendió que por causa de la muerte de Cristo en la cruz y nuestra asociación con Él por la fe, nuestra relación con el mundo ha cambiado drásticamente. Antes de conocer a Cristo estábamos vivos para el mundo, pero muertos para Dios; ahora estamos vivos para Dios, pero muertos para el mundo.

Tal vez la mejor explicación que podemos dar de este texto es la que el mismo Pablo nos provee en Gal. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Nuestro “yo” pecador fue crucificado juntamente con Cristo en la cruz, de tal manera que ese viejo “yo” que merecía la ira y la condenación ya no existe. Ese viejo “yo” que antes se gloriaba en un montón de cosas, menos en Dios y en Su Hijo, ha muerto; fue clavado con Cristo en la cruz y ahora vive en nosotros el nuevo “yo” de la nueva vida que Dios implantó en nosotros en el nuevo nacimiento. De ese modo, el poder que el mundo ejercía sobre nosotros fue destronado. Sigue siendo nuestro enemigo, porque el pecado mora en nosotros, pero ya no reina sobre nosotros.

Oh que el Señor nos conceda tener un entendimiento cada vez más claro de la enseñanza de Pablo en este texto, para que nosotros al igual que él, no nos gloriemos en ninguna otra cosa, sino en la cruz de Cristo. Que nuestro Señor Jesucristo sea cada vez más precioso a nuestros ojos y que en esta vida no deseemos otra cosa que vivir para Él y tener comunión con Él.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
Leer más...