Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

viernes, 29 de enero de 2010

La decadencia espiritual: Su verdadera causa

Si existe una consideración que debemos colocar por encima de todas las demás en este asunto de la decadencia y avivamiento de la piedad en el alma, es esta: Que la vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo.

En el momento en que somos salvados el Espíritu de Cristo viene a morar en nosotros, comunicándonos de ese modo la vida espiritual de Cristo y Sus características. Varios textos enseñan esto con toda claridad en la Escritura:

En Jn. 14:19 Cristo dice a Sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Y en Jn. 15:4-5: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Gal. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”.

Muchas veces hablamos de la vida eterna como algo que se nos da, y eso no es incorrecto en sí mismo (Pablo dice en Ef. 2:9 que la salvación es un regalo de Dios); pero es más preciso verla como algo que compartimos. Por el hecho de estar en Cristo somos hechos partícipes de Su vida.

1Jn. 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Y en el vers. 20 añade: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”.

Es por eso que el NT hace un uso tan frecuente de la expresión “en Cristo” o frases similares (Pablo usa ese tipo de expresión unas 216 veces en sus cartas). Todo lo que somos y todo lo que tenemos se debe únicamente al hecho de que estamos en Cristo.

Es a eso que se refiere el Señor en Juan 6 cuando dijo a los judíos que si querían ser salvos debían comerlo y beberlo. Cuando nosotros comemos y bebemos los alimentos que sostienen nuestra vida física, esos alimentos vienen a ser parte constituyente de nuestro cuerpo.

Y lo mismo ocurre a nivel espiritual. Cuando creemos en Cristo, nos estamos apropiando de Él, y Su vida espiritual con sus características pasa ahora a ser nuestra (comp. Jn. 6:47-58).

Por eso decimos que el cristianismo es Cristo. Estamos vivos espiritualmente porque Él mora en nosotros por Su Espíritu; y ahora podemos ser salvos porque Él está obrando en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a Él.

Son esas características de Cristo las que Pablo describe en Gal. 5:22-23 como el fruto del Espíritu. La diferencia entre Él y nosotros, es que en la Persona de Cristo esas gracias son intrínsecas y son perfectas; mientras que en nosotros son derivadas y necesitan ser perfeccionadas. ¿Cómo? Supliéndonos constantemente de la fuente de la que se derivan: Cristo mismo.

Juan nos dice en su evangelio que la Ley nos fue dada por medio de Moisés, “pero (que) la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Él es la fuente por la cual fluyen todas las gracias de Dios a nuestras vidas.

Pero, ¿cómo podemos, en una forma práctica, alimentarnos de Cristo? De la misma manera como llegamos a ser partícipes de Él: por medio de la fe. ¿Qué quiso decir el Señor cuando habló de que Él era el Pan de Vida, y que sólo comiéndole a Él podíamos tener vida eterna?

El Señor estaba hablando aquí de depositar toda nuestra fe en Él y apropiarnos de Él en todos Sus oficios aceptándole como nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey.

Así como el Espíritu de Cristo vino a morar en nosotros cuando fuimos salvados, comunicándonos de ese modo la vida de Cristo y Sus características, esa vida y esas características son ahora desarrolladas y fortalecidas en la misma medida en que continuamos alimentándonos de Cristo por la fe.

Es por fe que contemplamos la gloria de Cristo, Su persona, Su obra de salvación, su perdón continuo, sus oficios como Profeta (revelándonos la verdad de Dios), como Sacerdote (intercediendo por nosotros ante Dios) y como Rey (teniendo pleno derecho de gobernar nuestras vidas).

Y cuando miramos a Cristo constantemente con los ojos de la fe, y contemplamos Su majestad para adorarle, contemplamos Su santidad y bondad para imitarle, contemplamos Su redención para agradecerla, entonces las gracias que El impartió en nosotros se fortalecen y desarrollan (comp. 2Cor. 3:18).

El ministro puritano John Owen dice al respecto: “Cuando la mente es llenada con pensamientos de Cristo y de Su gloria, cuando el alma se adhiere a Él con intensos afectos, esto echará fuera, y no permitirán la entrada, de aquellas causas que provocan debilidad e indisposición espiritual” (Owen; vol. 1, pg. 461).

Y en otro lugar añade: “¿Hemos descubierto en nosotros decaimiento en la gracia...? ¿Mortandad, frialdad, adormecimiento, algún tipo de tontera y de insensibilidad espiritual? ¿Hemos descubierto lentitud en el ejercicio de la gracia en su momento apropiado...? ¿Quisiéramos ver nuestras almas recobrarse de estas enfermedades peligrosas?... No existe una mejor manera de ser sanado y librado; más aún, no existe otra manera que no sea ésta: obtener una fresca visión de la gloria de Cristo por fe... La contemplación constante de Cristo y Su gloria, ejerciendo un poder transformador que reavive todas las gracias, es el único socorro en este caso” (Ibíd.; pg. 395).

¿Qué tanto ocupas tus pensamientos en meditar en la gloria de Cristo? ¿Qué tanto procuras imitarle? ¿Qué tanto le manifiestas tu amor y tu adoración? ¿Qué tanto profundizas en el estudio de Su Persona y Su obra a través del estudio cuidadoso y reflexivo de la Escritura?

La vida cristiana no se vive simplemente siguiendo una serie de reglas o creyendo una serie de doctrinas (por más importantes que las doctrinas sean para una vida cristiana vigorosa). La vida cristiana práctica consiste en comunión con Cristo. Por estar en Él estamos espiritualmente vivos, y sólo en comunión con Él podemos estar saludable y vigorosamente vivos.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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jueves, 28 de enero de 2010

La decadencia espiritual: La urgente necesidad de cuidar nuestras almas

El hecho de que la salvación sea segura para el que realmente la tiene de ningún modo debe llevar al creyente al descuido y la pereza, porque el pecado todavía mora en nosotros; y no como una bomba desactivada o un volcán extinguido. Como hemos dicho muchas veces, el pecado ha dejado de ser nuestro rey, pero sigue siendo nuestro enemigo, y su meta es llevarnos a lo peor; esa es la lección del apóstol Pablo en Romanos 6, así como en 7:14-25, por sólo citar algunos.

Octavio Winslow dice al respecto que en todos nosotros hay una tendencia “secreta, perpetua y alarmante de alejarnos de Dios”. Y si esa tendencia no es vigilada y mantenida a raya, puede apartarnos sutilmente de nuestra comunión íntima con Él y causar serios daños a nuestra vida espiritual.

Sigue diciendo Winslow: “Tal desvío devora al alma de su vigor, de su fuerza, de su energía espiritual; e incapacita al creyente, por un lado, para servir, amar, obedecer y deleitarse en Dios; y por otro lado, para resistir las tentaciones de la carne, el mundo y Satanás”.

Noten que aquí no estamos hablando de un pecado en particular. Nos estamos refiriendo, más bien, a un estado de deterioro, en el cual las gracias que Cristo ha implantado en nosotros, tales como la fe, el amor, el gozo, la esperanza, la mansedumbre, se encuentran en franco decaimiento; es un estado en el que nuestra comunión con Dios ha descendido a su mínima expresión.

Y lo terrible de esta condición es que comienza de una manera sutil, secreta, imperceptible para las personas que nos rodean, y a veces hasta para nosotros
mismos.

En lo que respecta a la conducta externa, éste creyente no se distingue de los demás hermanos de la Iglesia. Pero su alma se encuentra en un franco y abierto deterioro espiritual.

No hay vigor en su fe, no hay incremento en su amor, no experimenta el gozo de saberse perdonado y de pertenecer a Cristo, ni el gozo de la obediencia; no vive amparado en la esperanza, no manifiesta humildad y mansedumbre; y su comunión con Dios es rígida, externa, ritualista.

Y nos preguntamos, ¿cómo es posible que un verdadero creyente caiga en un estado espiritual tan penoso?

Antes de responder esta pregunta, permítanme corregir un concepto equivocado que muchos tienen al evaluar el estado de su vida espiritual. Algunos creyentes se dan cuenta que algo no anda bien en su vida cristiana, que su piedad y su relación con Dios han decaído, lo mismo que su servicio en el reino y su involucración en la iglesia.

Pero al querer encontrar la causa de su deterioro caen en lo que yo he llamado el síndrome adámico. ¿Qué hizo Adán cuando Dios lo confrontó con su pecado? Le echó la culpa a su mujer. Y ¿qué hizo la mujer? Echarle la culpa a Satanás. Todos son culpables de mi desgracia, menos yo.

Sin embargo, según la evaluación divina en Génesis 3, cada uno fue responsable de su pecado y cada uno recibió la consecuencia de sus actos. Querido hermano, querida hermana, ninguna causa externa a ti puede ser responsable de tu decadencia espiritual. Ese mal comenzó en tu corazón y se desarrolló en tu corazón (comp. Mt. 15:17-20).

Si quieres encontrar a alguien a quien echarle la culpa de tu condición, créeme que lo vas a encontrar, pero no vas a solucionar tu problema. Puede que al principio te haga sentir mejor contigo mismo, pero la fuente de tu decadencia seguirá produciendo productos tóxicos que no te permitirán salir del estado en que estás.

Y, por supuesto, cuando achacamos la culpa de nuestro mal a una causa equivocada, inevitablemente vamos a llegar a una solución equivocada. Es por eso que muchas personas cifran la esperanza de su mejoría en un cambio de circunstancia: “Un cambio de aire me vendrá bien; tal vez si cambio de amistades, o de iglesia, o de trabajo, incluso de país, puede que mi situación mejore”.

Pero si entendemos que el mal radica en nuestro propio corazón, entonces podremos aplicar la medicina apropiada en el lugar apropiado. ¿Cuál es, entonces, la verdadera causa de la decadencia espiritual? Hablaré un poco acerca de esto en la próxima entrada, si el Señor lo permite.


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miércoles, 27 de enero de 2010

Reporte del pastor Francisco Guzmán sobre la situación actual en Haití


Después de haber viajado a Puerto Príncipe el pasado fin de semana nos reunimos con los ancianos de IBSJ y Carlos Pimentel de la Fundación Esperanza para evaluar la situación posterremoto y he aquí el camino a seguir a corto y largo plazo:

Decidimos abrir una oficina con dos empleados que van a organizar y coordinar todo nuestro trabajo allá.

Ante la realidad de que miles de las casas de nuestros hermanos y el pueblo en general están destruidas y otras están muy agrietadas e inhabitables, se decidió que los pastores hagan un inventario en las diferentes iglesias de los hermanos afectados.

Les vamos a proveer comida y agua a cambio de que empleen sus manos para remover los escombros.

La gente se encuentra viviendo en las calles y las áreas libres. Miles de lonas y sabanas viejas les cubren del sol del día y del frió de la noche. El mal olor provocado por las eses fecales y los cadáveres descompuestos debajo de los escombros es insoportable.

El hambre y la sed no se quedan detrás en esta macabra danza de muerte que afecta a niños y a adultos por igual.

Estamos comprando mandarrias, picos, carretillas y cinceles para que nuestros hermanos en la fe retornen cuanto antes a los solares donde estuvieron sus casas. Es nuestra meta poder involucrar las iglesias y las comunidades en la construcción de casas de bajo costo con los fondos que nos están llegando para pagarle con comida y agua.

Oren que el Señor nos de sabiduría en todo este trabajo y que multiplique los panes y los peces ante un mar tan grande de necesidades.

En la parte espiritual vimos la inmensa necesidad de ministrar la Palabra de Dios a los pastores y líderes de las iglesias en Puerto Príncipe, ya que se encuentran desconcertados, deprimido y sus corazones destrozados al ver sus edificios derribados y miles de sus ovejas muertas o heridas.

Estamos organizando una conferencia pastoral para la primera semana de marzo junto con los pastores de IBSJ, oren que el Señor nos de la gracia de animarles para seguir adelante pastoreando en sus condiciones presentes.

En nuestras aulas de la tercera planta habilitamos 15 camas para acoger a los pacientes que salen de alta de los diferentes hospitales. Oren por la recuperación física y emocional de estos pacientes. Varios son creyentes. Tenemos amputados, huesos rotos, contusiones diversas. Oren por sabiduría para los médicos de nuestras iglesias que le están dando asistencia.

Atte.

Pastor Francisco Guzmán

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Decadencia espiritual: La naturaleza indestructible de la gracia verdadera

Recientemente iniciamos en nuestra iglesia una serie de sermones sobre la decadencia espiritual y pensé que era una buena idea postear poco a poco algunas de las ideas que hemos estado compartiendo con nuestra congregación, dada la enorme importancia de este tema.

Al hablar de decadencia o declinación espiritual nos referimos a un creyente verdadero cuya vida espiritual no se encuentra vigorosa y saludable.

La Biblia nos advierte claramente que muchas personas tendrán una evaluación incorrecta de sí mismos, creyendo que son creyentes sin serlo en realidad. Pero también nos advierte que un verdadero cristiano puede pasar por tal declinación que apenas podamos distinguir la obra de la gracia de Dios en su vida.

Y es precisamente acerca de ese aspecto de la vida cristiana práctica que queremos hablar en esta serie de estudios. ¿Cuáles son los síntomas de que estamos atravesando por un período de decadencia espiritual? ¿Cuáles son las causas que llevan a un creyente a caer en esa penosa condición? Y sobre todo, ¿cuál es el remedio que debemos aplicar, ya sea para evitar caer o para recuperarnos si lamentablemente ya nos encontramos en ese estado?

Esas son algunas de las interrogantes que vamos considerar en esta serie. Pero antes, es necesario hacer algunas puntualizaciones que nos permitirán poner este tema en perspectiva. Y la primera es la naturaleza indestructible de la gracia salvadora.

Una vez que somos hechos partícipes de la gracia salvadora de Cristo, es imposible que esa gracia pueda ser totalmente destruida en nosotros. Es verdad que un creyente puede atravesar por un período de tal decadencia espiritual que llegue a tener dudas de la realidad de su fe.

Pero una cosa es el apóstata que durante un tiempo proclama ser creyente, vive externamente como un creyente, y finalmente se aparta; y otra muy distinta es el creyente verdadero que por un tiempo decae en su vida espiritual.

Usualmente, cuando un apóstata comienza a apartarse del Señor, este alejamiento no le preocupará mucho, siempre que se mantenga viviendo externamente como un verdadero hijo de Dios.

Pero en el caso de un creyente, esta situación resulta muy penosa, sobre todo porque durante un período de decaimiento espiritual el creyente no experimenta seguridad total de salvación y, por eso mismo, carece del gozo que esa seguridad provee.

Es por eso que Pedro nos exhorta a poner toda diligencia en añadir a nuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; etc. (2P. 1:5-7). En otras palabras, debemos ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor, como dice Pablo en Fil. 2:12.

Y Pedro nos da una buena razón para hacer esto: “procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2P. 1:10). “Esfuércense por tener en vuestros corazones la certeza de que fueron llamados y elegidos por Dios”.

El comentarista Kistemaker dice al respecto: “La elección y el llamamiento son y seguirán siendo actos redentores de Dios…El hombre no se escoge o se llama a sí mismo… La tarea del hombre es la de apropiarse de esta salvación para estar absolutamente seguro del llamado con que Dios lo ha convocado y para poder vivir en el conocimiento de que es un hijo de Dios” (comp. 2Tim. 1:9).

En palabras más sencillas, todo creyente debe esforzarse por experimentar seguridad de salvación. ¿Cómo? Poniendo toda diligencia en añadir a la fe virtud; a la virtud conocimiento; al conocimiento, dominio propio; etc.

Pero una cosa es experimentar dudas en cuanto a la seguridad de salvación, y otra muy distinta es poseer una salvación insegura. Un hijo de Dios puede pasar por momentos de duda, sobre todo si está atravesando por un período de decaimiento espiritual.

Pero la gracia salvadora que Dios ha colocado en él no permitirá que se aparte totalmente, sino que más bien lo moverá de manera efectiva a procurar levantarse de ese penoso estado.

Si tal persona se aparta totalmente del Señor y nunca regresa, es evidente que nunca tuvo en él la gracia salvadora (comp. Mt. 7:21-23; 1Jn. 2:19; noten que en ambos textos se señala el hecho de que esas personas nunca fueron salvas, ni siquiera cuando estaban activamente involucrados en actividades religiosas; Cristo les dice: “Nunca os conocí”). Los que se apartan totalmente nunca estuvieron; los que están, nunca se apartarán totalmente (comp. Jn. 10:27-30; 2Jn. 9).

Nuestra salvación depende de la obra de Cristo a nuestro favor, no de nuestras obras a favor de nosotros mismos (comp. Rom. 8:29-30). Aquellos que enseñan que la salvación se pierde, probablemente no se están dando cuenta que están enseñando salvación por obras y que están poniendo en duda la eficacia de la justicia de Cristo, la cual es imputada (puesta en la cuenta del pecador) por medio de la fe (comp. 2Cor. 5:21).

Ahora bien, aunque la gracia verdadera es indestructible todo creyente verdadero es susceptible de caer en un estado de decaimiento espiritual. Pero eso lo veremos en la próxima entrada.

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martes, 26 de enero de 2010

7. La Confesión de Fe de 1689 es Independiente y Bautista

Este es el rasgo distintivo que la diferencia de la Confesión de Fe de Westminster: la Confesión de Westminster es presbiteriana, mientras nuestra Confesión es independiente y bautista por cuanto establece claramente que cada iglesia local es autónoma, con sus pastores y gobierno particular. Otras implicaciones de ser una Confesión independiente y bautista:

La Separación de la Iglesia y del Estado.

Al igual que los presbiterianos, los bautistas creemos en la separación de la Iglesia y del Estado, a diferencia del erastianismo. Este nombre proviene de un teólogo del siglo XVll llamado Tomás Erastus, que afirmaba que la Iglesia debía ser gobernada por el Estado. En ese sentido las iglesias bautistas, lo mismo que las presbiterianas, nos oponemos al anglicanismo y al catolicismo.

El hecho de que un estado tenga una religión establecida, como sucede en la República Dominicana, es una violación de ese principio de autonomía entra la Iglesia y el Estado.

Los Principios de la Iglesia Universal.

Los autores de la Confesión de Fe de Londres defendían los principios de la Iglesia universal, tal como se enseña en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando dice la Escritura que Cristo amó a su iglesia, no se está refiriendo a ninguna iglesia local en particular, sino a su Iglesia en sentido general y universal.

En esto la Confesión se diferencia de los landmarquistas los cuales niegan que exista una Iglesia universal; según ellos, existe una sola iglesia verdadera es la Iglesia Bautista; más aún, dicen poder rastrear sus iglesias landmarquistas desde el siglo XVlll ó XlX, que fue cuando surgió este movimiento, hasta Juan el Bautista, que fue, supuestamente, el primer bautista.

¿Y por qué se llaman landmarquistas? Por un artículo escrito en el siglo XlX basado en Pr. 22:28 que dice: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres”. La palabra lindero en inglés es landmark (the old landmark): no traspases el viejo o antiguo landmark, los linderos que delimitan. Y luego que este artículo salió a la luz pública se les comenzó a llamar a este grupo landmarquistas, o sea que es una transliteración del inglés al español.

También se diferencia del catolicismo romano. ¿Por qué? Porque si los landmarquistas destruyen la iglesia universal, a la larga los católicos destruyen la iglesia local. Porque ellos tienen una jerarquía que gobierna todas las iglesias del mundo, con una sola cabeza que es el Papa; los bautistas enseñan, en cambio, que cada iglesia local es autónoma.

La Política de la Iglesia local.

Los bautistas se distinguen también por su política para el gobierno de la Iglesia local. Esto incluye, en primer lugar, el hecho de que los miembros de la iglesia deben ser personas regeneradas, a diferencia de los presbiterianos que admiten en la membresía a los hijos de los miembros.

Eso no quiere decir que los presbiterianos creen que los hijos de los creyentes son salvos por el hecho de ser hijos de creyentes; lo que ellos creen es que por ser hijos del pacto, los hijos de los creyentes deben ser miembros de la Iglesia. Los bautistas enseñan, en cambio, que los únicos que deben ser miembros de la iglesia son personas que den muestra de haber sido regeneradas y nacidas de nuevo.

En segundo lugar, creemos que donde hay un grupo de creyentes debe erigirse una iglesia local, en oposición a los “devocionalistas”, que dicen que lo importante es que cada creyente viva una vida de piedad delante de Dios; la iglesia local no tiene importancia, según ellos.

Y por otro lado, nos oponemos al gobierno por medio de sínodos. Cada iglesia local es independiente, autónoma.

En tercer lugar, creemos que la iglesia debe ser gobernada por una pluralidad de pastores. En eso la Confesión se diferencia de los episcopales que tienen un obispo que gobierna una región. Nosotros creemos que cada iglesia debe tener sus propios pastores, los cuales gobiernan las iglesias bajo la autoridad de Cristo (1Tim. 5:17; He. 13:17).

En cuarto lugar, creemos en la necesidad de ejercer disciplina en la Iglesia Local. Dentro de ese mismo punto de la política de la iglesia local, creemos en la necesidad de disciplina en la iglesia local.

Las ordenanzas de la iglesia.

Finalmente, creemos que el bautismo y en la santa cena son las únicas dos ordenanzas dadas por Cristo a Su iglesia, y que solo los creyentes deben participar de estas ordenanzas.

Si desean leer el capítulo completo de la Confesión que trata extensamente el tema de la Iglesia, pueden hacerlo aquí. También pueden leer el capítulo sobre Las Ordenanzas, el Bautismo y la Cena del Señor.

Con esto concluimos el resumen del contenido de la Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689. Animamos a los que no conocen este documento histórico, leerlo y estudiarlo con Biblia en mano. Nosotros no le atribuimos a este documento autoridad inerrante; solo la Biblia es inspirada por Dios y sólo la Biblia es infalible, como lo declara esta misma Confesión desde su declaración inicial: “Las Santas Escrituras son la única toda suficiente, segura e infalible regla del conocimiento, fe y obediencia salvadoras”.

Como dijo el gran predicador Charles Spurgeon sobre esta Confesión: “Este documento antiguo es un excelente resumen de aquellas cosas creídas entre nosotros. Aceptamos el mismo no como una regla autoritativa, o como un código de fe, sino como una ayuda en la controversia, una confirmación en la fe y un medio de edificación en la justicia. En él los miembros de esta Iglesia tendrán un pequeño resumen doctrinal, y por medio de las pruebas bíblicas allí contenidas estarán preparados para dar una respuesta de la fe que hay en ellos”.

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lunes, 25 de enero de 2010

6. La Confesión de Fe Bautista de 1689: Una Confesión Puritana

El puritanismo fue un avivamiento del cristianismo en Inglaterra que se originó durante el reinado de Elizabeth I, y que culminó 100 años más tarde, durante el reinado de Carlos II. La Iglesia de Inglaterra se había separado de la Iglesia Católica en la época de Enrique VIII, el padre de Elizabeth, porque el Papa no le permitió divorciarse de Catalina de Aragón, la hija de los reyes católicos de España.

Así nace la Iglesia Anglicana, una Iglesia inglesa, de la cual el rey se proclama cabeza. Eso trae como resultados algunos cambios en la Iglesia de Inglaterra, que se hacen más profundos durante el reinado de Eduardo VI.

Al morir Eduardo siendo apenas un adolescente, María, su hermana (hija de Enrique VIII con Catalina de Aragón), es coronada como reina, y ésta vuelve al catolicismo, provocando que muchos protestantes huyeran a la Europa continental por causa de la persecución; muchos de ellos abrazan allí las doctrinas calvinistas.

Al morir María, Elizabeth, su media hermana, es coronada reina; ésta vuelve al protestantismo muy probablemente por conveniencia (siendo hija de Ana Bolena, la segunda esposa de Enrique VIII, era considerada una bastarda por los católicos que no reconocieron como válido el divorcio de Catalina).

Durante el reinado de Elizabeth muchos de los protestantes que huyeron a Europa continental, regresan a Inglaterra con la esperanza de que la Reforma fuera más profunda. Pero pronto se desilusionan. La supuesta reforma de Elizabeth era meramente externa y no llegaba al corazón de lo que el Nuevo Testamento enseñaba que una iglesia debía ser. A esos disidentes se les comenzó a llamar puritanos.

De ahí en adelante ese grupo de hombres (puritanos) trató de hacer una verdadera y profunda reforma en Inglaterra, no sin recibir mucha persecución por parte de los reyes de Inglaterra. Tan fuerte llegó a ser la persecución que en el año 1622, algunos tuvieron que huir hacia las colonias americanas.

La Confesión de Fe Bautista de 1689 es puritana. Y, ¿eso qué significa en la práctica?

En primer lugar, ellos predicaban la libertad de conciencia, es decir, que ningún hombre está obligado a seguir los dictados que otros hombres le quieren imponer si no está revelado en la Palabra de Dios, en oposición al catolicismo, al anglicanismo, al legalismo y al tradicionalismo (Cap. 21.2).

En segundo lugar, los puritanos creían que la adoración que honra a Dios debía ser regulada por Cristo en Su Palabra, de tal manera que solo tenemos derecho a incluir en nuestros cultos aquello que Dios ha ordenado expresa o implícitamente (22.1). En palabras más simples: “Lo que se ordena es correcto, y lo que no se ordena es erróneo” (G. I. Williamson; cit. por Samuel Waldrom; Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689; pg. 273). También debemos incluir en este punto el lugar que los puritanos designaban al Sabath cristiano como el día designado por Dios para adorarle en una forma especial (cap. 22. 7, 8).

Finalmente, los puritanos también enseñaban la prioridad de una religión experimental, en oposición a un mero ritualismo.


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viernes, 22 de enero de 2010

5. La Confesión de Fe Bautista de 1689 y el Sínodo de Dort (2da parte)

En la entrada anterior comenzamos a ver cómo la Confesión de Fe Bautista de 1689 se adhiere a los puntos doctrinales que fueron defendidos en el Sínodo de Dort, conocidos como Los Cinco Puntos del Calvinismo. Ya vimos la doctrina de la depravación total; ahora veremos las otras cuatro.

La Elección Incondicional:

Cuando hablamos de la elección incondicional, nos referimos al hecho de que Dios, desde antes de la fundación del mundo, soberanamente escogió obrar en unos la salvación que no merecían, y esto por el puro afecto de Su voluntad. Esta no solo es la enseñanza clara de las Escrituras, sino que se desprende lógicamente de la depravación total del hombre. Si el hombre está muerto en sus delitos y pecados (como dice Pablo en Ef. 2:1-3), entonces es impotente para salvarse a sí mismo.

Así lo declara nuestra Confesión de Fe en el capítulo 3, los párrafos del 3 al 7:

3. Por el decreto de Dios y para la manifestación de su propia gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados (o pre-ordenados) a vida eterna por medio del Señor Jesucristo, (g) para la alabanza y gloria de su gracia. (h) A los demás, él ha dejado para que sean condenados en sus pecados, para la alabanza de su gloriosa justicia. (i)

(g) 1 Tim. 5:21; Mt. 25:34
(h) Ef. 1:56
(i) Rom. 9:22,23; Jud. 4

4. Estos hombres y ángeles así predestinados y pre ordenados, están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir. (j)

(j) Jn. 13:18; 2 Tim. 2:19

5. A aquellos que Dios ha predestinado para vida desde antes que fuesen puestos los fundamentos del mundo, conforme a su eterno e inmutable propósito y al consejo y beneplácito secreto de su propia voluntad, los ha escogido en Cristo para la gloria eterna; mas esto por su libre gracia y puro amor, (k) sin cualquiera otra cosa en la criatura como condición o causa que le mueva a ello.(l)

(k) Efe. 1:4,9, 11; Ro.8:30; 2 Tim. 1:9; 1Ts. 5:9
(l) Rom. 9:13,16; Ef. 2:5,12

6. Así como Dios ha designado a los elegidos para la gloria, de la misma manera, por el propósito libre y eterno de su voluntad, ha pre ordenado también los medios para ello.(m) Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo,(n) y en debido tiempo eficazmente llamados a la fe en Cristo por el Espíritu Santo; son justificados, adoptados, santificados,(ñ) y guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación.(o) Nadie más será redimido por Cristo, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos.(p)

(m) 1 P. 1:2; 2Tes. 2:13
(n) 1Ts. 5:9, 10
(ñ) Rom. 8:30; 2Ts. 2:13
(o) 1 Pe. 1:5
(p) Jn. 10:26; Jn. 17:9; Jn.6:64

7. La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado, para que los hombres, persuadidos de su vocación eficaz, se aseguren de su elección eterna,(q) y atendiendo a la voluntad revelada en la palabra de Dios, cedan la obediencia a ella. De esta manera esta doctrina proporcionará motivos de alabanza,(r) reverencia y admiración a Dios; y también de humildad,(s) diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio.(t)

(q) 1Ts. 1:4,5; 2 Pe. 1:10
(r) Efe. 1:6; Rom. 11:33
(s) Rom. 11:5, 6, 20
(t) Lc. 10:20

La Expiación Limitada:

Esta doctrina se opone al error de la redención universal que nos dice que Cristo murió por todos, haciendo posible la redención de todos, pero sin asegurar la salvación de ninguno. Noten la enseñanza de la Confesión en el capítulo 8, los párrafos 5 y 8:

5. El Señor Jesucristo, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo que ofreció una sola vez por el Espíritu eterno de Dios, ha satisfecho plenamente a la justicia de Dios.(e) Él ha efectuado la reconciliación y ha comprado un herencia eterna en el reino de los cielos para todos aquellos dados a él por el Padre.(f)

(e) He. 9:14; Re. 10:14; Rom. 3:25, 26
(f) Jn. 17:2; He.9:15

8. A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido eterna redención, cierta y eficazmente les aplica y comunica la misma, haciendo intercesión por ellos,(k) uniéndoles a él por su Espíritu, revelándoles en la palabra y por medio de ella el misterio de la salvación, persuadiéndoles eficazmente a creer y a obedecer,(l) gobernando el corazón de ellos por su palabra y Espíritu,(m) y venciendo a todos sus enemigos por su gran poder y sabiduría,(n) y de la manera y por los caminos que están más en conformidad con su maravillosa e inescrutable dispensación. Todas estas cosas son hechas en su libre y soberana gracia e incondicionalmente, ya que nada de mérito es previsto por él en sus elegidos.(ñ)

(k) Jn. 6:37; Jn. 10:15, 16; Jn. 17:9; Rom. 5:10
(l) Jn. 17:6; Ef. 1:9; 1 Jn. 5:20
(m) Rom. 8:9, 14
(n) Sal. 110:1; 1Cor. 15:25,26
(ñ) Jn. 3:8; Ef. 1:8

La Gracia Irresistible:

Esto no significa que Dios obliga al hombre a hacer lo que no quiere hacer. Nosotros usamos la palabra irresistible muchas veces con esa connotación (el caso de un secuestro, por ejemplo). Pero esa palabra posee otra connotación, aun en nuestro lenguaje ordinario (como en el caso de una personalidad irresistible). Algunos prefieren el término “gracia eficaz”.

Lo que hace la gracia de Dios es inclinar eficazmente nuestra voluntad para que hagamos voluntariamente Su voluntad. La Confesión trata este tema en el capítulo 10, párrafo 1 y 2:

1. A aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, le agrada en su tiempo señalado y aceptado, llamar eficazmente(a) por su palabra y Espíritu, sacándolos del estado de pecado y muerte en que se hallaban por naturaleza para darles vida y salvación por Jesucristo.(b) Esto lo hace iluminando espiritualmente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios;(c) quitándoles el corazón de piedra y dándoles uno de carne,(d) renovando sus voluntades y por su poder soberano determinándoles a hacer aquello que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo;(e) de tal manera que ellos vienen con absoluta libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de hacerlo. (f)

(a) Rom. 8:30; 11:7; Ef. 1:10, 11; 2Ts. 2:13, 14
(b) Ef. 2:16
(c) Hch. 26:18; Ef. 1:17, 18
(d) Ez.36:26
(e) Ez. 36:27; Ef. 1:19
(f) Sal. 110:3; Cant. 1:4

2. Este llamamiento eficaz depende de la libre y especial gracia de Dios y de ninguna manera de alguna cosa prevista en el hombre, (g) el cual es en esto enteramente pasivo, hasta que siendo vivificado y renovado por el Espíritu Santo,(h) adquiere la capacidad de responder a este llamamiento y de recibir la gracia ofrecida y trasmitida en él. Esto sucede por el mismo poder que obró la resurrección de Cristo de los muertos.(i)

(g) 2Tim. 1:9; Ef 2:8
(h) 1 Cor. 2:14; Ef. 2:5; Jn. 5:25
(i) Ef.1:19, 20

Es importante resaltar que creemos en la libre oferta del evangelio, porque no sabemos quiénes son los elegidos, y porque Dios ha decretado salvar a los perdidos a través de la predicación. Por eso nos oponemos a la enseñanza de los hipercalvinistas quienes dicen que los elegidos se salvarán aunque nadie les predique.

La Perseverancia final de los Santos:

Esta doctrina nos enseña que aquellos que han sido elegidos soberanamente por Dios, aquellos por quienes Cristo murió, los cuales fueron, en el tiempo, llamados eficazmente a salvación, de ninguna manera pueden caer del estado de gracia y perderse. Esa es la enseñanza de la Confesión en el capítulo 17, párrafo 1:

1. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el Amado, y ha llamado eficazmente y santificado por su Espíritu, y a quienes ha dado la preciosa fe de sus elegidos, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente perseverarán en él hasta el fin, y serán salvos por toda la eternidad, puesto que los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables, por lo que Él continúa engendrando y nutriendo en ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo, la esperanza y todas las virtudes del Espíritu para inmortalidad;(a) y aunque surjan y les azoten muchas tormentas e inundaciones, nunca podrán, sin embargo, arrancarles del fundamento y la roca a que por la fe están aferrados; a pesar deque, por medio de la incredulidad y las tentaciones de Satanás, la visión perceptible de la luz y el amor de Dios puede nublárseles y oscurecérseles por un tiempo,(b) Él, sin embargo, es aún el mismo, y ellos serán guardados, sin duda alguna, por el poder de Dios para salvación, en la que gozarán de su posesión adquirida, al estar ellos esculpidos en las palmas de sus manos y sus nombres escritos en el libro de la vida desde toda la eternidad.(c)

(a) Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P. 1:5-10; 1 Jn. 2:19
(b) Sal. 89:31, 32; 1 Co. 11:32; 2 Ti. 4:7
(c) Sal. 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P. 1:5; Ap. 13:8


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Estimado incrédulo

Hace unos años alguien me escribió una carta en un tono muy airado, en respuesta a un artículo que publiqué en la columna semanal del periódico El Caribe (más abajo incluyo el artículo que, si no recuerdo mal, dio lugar a la carta en cuestión). Este episodio vino a mi mente en estos días porque aún recibo críticas similares en mi correo.

Me voy a permitir postear la respuesta que escribí en aquel momento, porque pienso que puede ser de utilidad para aquellos que tienen que enfrentar críticas similares (lamentablemente no tengo a mano la carta que esta persona me envió, pero creo que de mi respuesta se puede deducir su línea de argumentación).


De entrada le pido que me excuse por responder a su carta a pesar de que me pidió que no lo hiciera. Espero que no lo tome como una invasión a su espacio cibernético. Le prometo que no volveré a escribirle a menos que Ud. lo desee; por ahora le ruego la oportunidad de compartir algunas ideas en relación a la carta que me envió. Creo que es justo que lea mi respuesta con atención, así como yo leí la carta suya.

No me ofende que no le agrade mi artículo; todo el que escribe en un medio masivo de comunicación sabe de antemano que no todos estarán de acuerdo ni complacidos con lo que escriba. Lo que me entristece es la renuencia que manifiesta a discutir el tema que expuse en el artículo de este sábado 3 de Enero.

Ud. me dice que yerro en todos mis criterios, pero lamentablemente no me dice cuáles son mis errores de razonamiento. En el artículo de este sábado éste fue mi proceso de argumentación:

En primer lugar, afirmé que el naturalismo es una postura filosófica, no científica. En el glosario de la obra Introduction to Philosophy de Norman L. Geisler y Paul D. Feinberg, se define el naturalismo como: “La creencia de que el universo es todo lo que es; todo opera por leyes naturales (sin milagros)”. Esta es una creencia, una premisa que debe ser aceptada por fe.

El método científico requiere los siguientes pasos: observación – hechos – hipótesis – experimentación. El resultado será la elaboración de una teoría que podría ser modificada luego con subsecuentes experimentos; por lo que el método se repite de nuevo de este modo: observación – hechos – hipótesis – teoría – experimentación. Consecuentemente, es imposible probar científicamente que el universo es todo lo ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá. Eso podría ser cierto, pero no es una declaración científica.

L. T. More, paleontólogo de la Universidad de Chicago, dice lo siguiente al respecto: “Mientras más uno estudia paleontología, más certeza tenemos de que la evolución descansa en la fe solamente; exactamente la misma clase de fe que es necesario tener cuando consideramos los grandes misterios de la religión”.

Y Louis Bounoure, quien fuera Presidente de la Sociedad Biológica de Estrasburgo y luego Director del Centro Nacional Francés de Investigaciones Científicas, es aún más enfático cuando dice: “El evolucionismo es un cuento de hadas para adultos. Esta teoría no ha ayudado en nada en el progreso de la ciencia. Es algo inútil”.

En segundo lugar, dije que si aceptamos la postura del naturalismo debemos llegar a la conclusión de que este universo es un afortunado accidente. En el 1995 la posición oficial de la American National Asociation of Biology Teachers (Asociación Americana de Profesores de Bilogía) era la siguiente: “La diversidad de la vida en la tierra es el resultado de la evolución: un proceso natural no supervisado, impersonal e impredecible”. En ese proceso los cambios genéticos son producidos por “la selección natural, el azar, las contingencias históricas y los cambios ambientales”.

En tercer lugar, declaré que esta postura filosófica trae como consecuencia una vida sin sentido. No veo dónde yerra este argumento. Si somos el producto del azar podemos tratar de darle sentido a cada milímetro de nuestra existencia, pero la existencia en sí no tendría sentido alguno.

Con todo respeto, creo que mi argumentación sigue un lineamiento lógico. Usted puede no estar de acuerdo con él (y yo debo respetar eso), pero no puede afirmar que mi postura sea irrazonable.

También me dice su carta que no soy original. Realmente no pretendo serlo. Encontrar la verdad absoluta es más importante que la originalidad. Decir que 2 + 2 = 5 para no decir lo mismo que dicen los demás es una tontería, por más original que sea la declaración

Por último, la acusación que hace contra el cristianismo debe ser cualificada. Por un lado, al filósofo italiano Giordano Bruno lo llevó a la hoguera la iglesia católica romana en el 1600. Como no identifico esta iglesia con el cristianismo bíblico no veo qué relación tenga este penoso incidente con la veracidad de la fe cristiana. Y por el otro lado, el cristianismo ha sido reconocido como la fuerza moral e intelectual que impulsó la modernización de Europa, sobre todo en los países del norte que se libraron del catolicismo romano en la época de la Reforma.

Con respeto, lo invito a investigar más este asunto demostrando así que tiene una mente abierta y que no tiene temor a examinar sus convicciones con las convicciones de otros. Me gustaría que permaneciera abierto a seguir discutiendo estas cosas, pero, como le dije al principio, le reitero que no le escribiré más a menos que Ud. lo desee.

Espero que mi carta no haya sido ofensiva, ya que no fue mi intención ofenderle. Atentamente,

Sugel Michelén

La fe del ateo

A menudo se quiere dar la impresión de que el cristianismo bíblico descansa enteramente sobre la fe, mientras que el ateísmo y la evolución descansan sobre la ciencia y la razón. Pero ese no es el caso. Nadie puede probar científicamente ni el ateísmo ni la evolución y, por lo tanto, ambas cosas descansan en la fe.

La teoría de la evolución es un engendro del naturalismo, una postura filosófica que afirma que todo cuanto existe tiene que ser explicado únicamente en términos de procesos naturales. En el naturalismo no hay lugar para la intervención de Dios ni de ningún otro agente sobrenatural. Fuera de la naturaleza, dicen ellos, no hay nada que buscar; la materia es la única realidad. El famoso (y fenecido) astrónomo norteamericano Carl Sagan, lo explica con estas palabras: “El cosmos es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá”.

Pero ¿cómo pueden los científicos saber eso con certeza? De ninguna manera. Es imposible probar científicamente que el universo es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá; esta es una postura filosófica, no científica, algo que el naturalista tiene que aceptar por fe.

Y una de las consecuencias inevitables de esa fe es el sin sentido de todo cuanto existe. Si la naturaleza es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá, entonces tendríamos que concluir que el universo es un afortunado accidente, el resultado de un proceso que ningún ser inteligente inició ni guió con ningún propósito. Consecuentemente, la tendencia que ha tenido el hombre a través de los siglos a buscarle un significado a la existencia humana sería una labor inútil, porque no habría ningún significado que buscar.

Si un niño tropieza con un bote de pintura y ésta se derrama indiscriminadamente sobre el tapiz, sería muy tonto tratar de encontrarle un significado oculto a la mancha. Puede que se vea bonito, pero fue algo accidental, no planificado. Según el ateo, este universo maravilloso que manifiesta orden, diseño y propósito en todas sus partes, no posee en realidad ningún diseño inteligente detrás; es la mancha hermosa que quedó en el espacio infinito luego que la materia + tiempo + casualidad tropezaran con el bote de pintura.

Por eso alguien dijo una vez que “el momento más embarazoso para el ateo es cuando se siente profundamente agradecido por algo, pero no puede pensar en nadie a quien darle las gracias”. La fe del ateo deja al hombre sumido en una existencia sin sentido. Pocos lo han expresado tan claramente como Sartre en La Nausea: “Yo existo como una piedra, una planta, un microbio… Aquí estamos todos nosotros, comiendo y bebiendo para preservar nuestra preciosa existencia y sin embargo no hay nada, nada, absolutamente ninguna razón para existir”. El ateo no sólo niega la existencia de Dios, sino que también atenta contra la humanidad del hombre.

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jueves, 21 de enero de 2010

4. La Confesión de Fe Bautista de 1689 y el Sínodo de Dort (1ra parte)

En la entrada anterior dijimos que la Confesión de Fe de 1689 es una confesión calvinista, y explicaba que al usar ese término me refería al hecho de que nuestra Confesión se adhiere a los cinco puntos que fueron redactados en ese Sínodo en respuesta a las doctrinas arminianas (si desean conocer más a fondo la historia del Sínodo pueden hacer click aquí). Esos puntos son doctrinales:

1. La depravación total del hombre.
2. La elección incondicional.
3. La expiación limitada (o particular).
4. La gracia irresistible.
5. La perseverancia final de los creyentes.

Veamos lo que enseña la Confesión con respecto a estas doctrinas, creídas y defendidas por estas congregaciones bautistas inglesas del siglo XVII.

La depravación total del hombre.

Cuando decimos que el hombre está totalmente depravado, esto no significa que todo hombre es todo lo malo que pudiera llegar a ser, ni tampoco que el hombre sea completamente incapaz de hacer algo relativamente bueno.

Más bien estamos afirmando que la corrupción del pecado alcanzó al hombre en todas sus facultades, y que éste quedó completamente imposibilitado de salvarse o disponerse a sí mismo para la salvación. En el capítulo 6:2-3 la Confesión dice:

2. Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia original y perdieron la comunión con Dios. El pecado de ellos nos envolvió a todos y a través de este pecado la muerte pasó a todos.(c) Todos los hombres vinieron a ser muertos en pecado,(d) y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.(e)

(c) Rom. 3:23

(d) Rom. 5:12-21

(e) Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:1-19

3. Siendo ellos la raíz de la raza humana, y por la ordenanza de Dios estando Adan en el lugar de toda la humanidad, la culpa de este pecado fue imputada a su posteridad, y la naturaleza corrompida se transmitió a aquella que desciende de ellos según la generación ordinaria.(f) Todos los hombres, siendo concebidos en pecado,(g) y por naturaleza hijos sujetos a la ira de Dios,(h) siervos del pecado y sujetos a la muerte,(i) son dados a inexplicables miserias espirituales, temporales y eternas, a no ser que el Señor Jesucristo los libere.(j)

(f) Ro. 5:12-19; 1 Co. 15:21,22,45,49

(g) Sal. 51:5; Job 14:4

(h) Ef. 2:3

(i) Ro. 6:20; 5:12

(j) He.2:14,15; 1 Ti. 1:10

También pueden ver el capítulo 9, párrafo 3, sobre el Libre Albedrío.

Esta doctrina se opone a la doctrina arminiana que niega la total depravación del hombre y su total imposibilidad para salvarse sin la obra todopoderosa de la gracia de Dios.

También se opone a la doctrina de Charles Finney (y su sistema evangelístico de invitación). Según Finney, el hombre no ha perdido la capacidad de obedecer a Dios, y por lo tanto, puede decidir en cualquier momento, sin la ayuda del Espíritu, cambiar por completo el rumbo de su vida. En eso consiste la regeneración, dice Finney, el cambio de ruta que toma el pecador cuando decide seguir a Cristo.

Por tanto, todo lo que se necesita para ser cristiano es que el hombre decida hacerse cristiano, sin ninguna intervención divina. Lo único que hace el Espíritu Santo es persuadirnos a través de la verdad para que obedezcamos el evangelio, pero nada más. Los hombres, decía Finney, “no son convertidos por un cambio obrado en su naturaleza por el poder creativo del Espíritu Santo”, sino por “rendirnos a la verdad” (cit. por Iain Murray; Pentecost Today?; pg. 50).

El cambio podemos producirlo nosotros mismos por medio de una resolución. Esa resolución del pecador es anterior a la regeneración. Primero yo me decido por Cristo, y entonces Él obra en mí. Eso dicen los arminianos.
Esa resolución debe ser manifestada, según Finney, a través de algún acto físico como ponerse de pie, venir al frente en la iglesia, o algo similar. Esa resolución pública puede ser considerada como idéntica al cambio producido en el hombre en la conversión.

Pero eso es totalmente contrario a la enseñanza de las Escrituras. En Jn. 6:44 el Señor Jesucristo dice claramente: “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae”.

Si venir a Cristo es algo que el pecador puede hacer con sólo quererlo, y no es otra cosa que una decisión pública manifestada a través de levantar la mano o pasar al frente, entonces no se necesita ninguna asistencia especial del Padre para llevarlo a cabo.

Lamentablemente, algunas personas que no se definen a sí mismas como arminianas, y que incluso afirman creer en las doctrinas de la gracia definidas en el Sínodo de Dort, o por lo menos en 4 de ellas, al evangelizar usan la misma metodología y la misma terminología del arminianismo.

Le piden al pecador que levanten sus manos, que vengan al frente, o que reciten la oración del pecador (y una vez hacen eso aseguran al pecador que ya es salvo por haber orado); les dicen que Cristo murió por él, pero que ahora todo depende de su decisión, y cosas así.

¿A qué se debe esto? Probablemente a una falta de comprensión más precisa de la doctrina y sus implicaciones. Lo mismo le ocurre al arminiano cuando ora por la salvación de los perdidos. Su oración es incoherente con su sistema doctrinal (si la salvación depende de una decisión del pecador, ¿para qué orarle a Dios, entonces?).

Ya veremos los demás puntos doctrinales en otra entrada.


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miércoles, 20 de enero de 2010

El Terremoto en Haití: Una Perspectiva Bíblica

Habiendo visto que la respuesta del ateísmo y la del Dios destronado son inadecuadas, ahora quiero considerar ¿qué podemos aprender de este terremoto que azotó la nación de Haití desde una perspectiva bíblica?

A. El terremoto de Haití nos recuerda que vivimos en un mundo maldito por causa del pecado:

La Biblia nos enseña en el libro del Génesis que todo lo que salió originalmente de la mano de Dios en la creación era bueno en gran manera. De haber continuado en ese estado, este mundo habría sido un lugar sin dolor, sin desgracias ni muerte; un lugar seguro para el hombre y para todas las criaturas que Dios creó.

Pero eso dependía de una cosa: que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y a quien le fue dada la responsabilidad de regir la tierra en Su nombre y para Su gloria, mantuviera su lealtad y su obediencia a su Creador. En ese sentido, había una conexión entre el estado espiritual del hombre y el equilibrio armonioso de la creación.

Pero el hombre no mantuvo su lealtad, sino que se rebeló contra Dios, y por causa de su desobediencia y rebeldía este planeta dejó de ser lo que originalmente fue.

“Maldita será la tierra por tu causa – dice Dios a Adán; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).

La muerte entró en el mundo por causa del pecado, y aún la tierra misma recibió el impacto de esa rebelión. “El perfecto equilibrio simbiótico de los elementos creados quedó trastornado… y dislocado” (Alan Dunn).

O como dice Erwin Lutzer: “La creación llegó a ser una víctima impersonal de la decisión personal que tomó Adán al rebelarse. La naturaleza está maldita porque el hombre está maldito; el mal natural… es por consiguiente un reflejo del mal moral porque ambos son salvajes, crueles y perjudiciales”.

Este mundo dejó de ser un lugar seguro, no sólo porque el hombre en su rebeldía ya no merecía vivir en un mundo equilibrado y armonioso, sino también para darnos una idea de lo horrible que es el pecado a los ojos de Dios.

“Dios puso al mundo natural bajo maldición – dice Piper – para que los horrores físicos que vemos en derredor nuestro en enfermedades y calamidades nos presenten una imagen gráfica de lo horrible que es el pecado. En otras palabras, la maldad natural es un indicador que nos señala los horrores de la maldad moral”.

“El mundo natural está plagado de horrores para despertarnos del mundo de fantasía que dice que el pecado no es una cuestión importante. (Cuando es en realidad)… una cuestión horrorosamente importante” (Piper).

Cuando veamos las noticias de la tragedia haitiana, no sentemos a Dios en el banquillo de los acusados; recordemos que este mundo es como es por la entrada del pecado. Dirigir nuestra rabia hacia Dios, no solo es inútil, sino también absurdo, tan absurdo como criticar a un juez que condena a un malhechor por un crimen que sí cometió.

Ahora bien, para que nadie saque conclusiones apresuradas de esto que acabo de decir, ahora debo añadir, en segundo lugar, que el terremoto de Haití también nos recuerda, o al menos debería recordarnos, que nuestra comprensión de los propósitos de Dios es limitado.

B. El terremoto de Haití nos recuerda que nuestra comprensión de los propósitos de Dios es limitado:

Muchos se preguntan si el terremoto de Haití será un juicio de Dios sobre una nación donde hay tanto oscurantismo espiritual y donde se practica el Vudú abiertamente. Y no debe cabernos ninguna duda de que esas prácticas religiosas son abominables a los ojos de Dios, ¿pero podemos estar seguros de que esa fue la razón por la que ocurrió este terremoto?

¿Creen Uds. que la República Dominicana es menos merecedora del juicio de Dios? Hablando acerca de esto, Al Mohler se pregunta:

“¿Por qué no le envió Dios un terremoto a la Alemania nazi? ¿Por qué ningún tsunami se tragó los campos de exterminio de Camboya? ¿Por qué el huracán Katrina destruyó más iglesias evangélicas que casinos? ¿Por qué dictadores asesinos viven hasta la vejez, mientras que muchos misioneros mueren en su juventud?”

Los juicios de Dios son insondables y Sus caminos inescrutables, dice Pablo en Rom. 11:33. Nosotros solemos relacionar las desgracias con el pecado y el bienestar con la bendición de Dios. Pero la providencia de Dios es muchísimo más compleja.

El Señor Jesucristo tuvo que corregir algunas de esas percepciones equivocadas durante Su ministerio: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:1-5).

Donald Carson hace tres señalamientos con respecto a la enseñanza del Señor en este pasaje:

1. Jesús no asume que aquellos que sufrieron bajo Pilato, o los que murieron cuando se derrumbó la torre, no merecieran su destino.
2. Jesús insiste que la muerte por esos medios no es evidencia de que los que sufrieron de ese modo fueran más malvados que los que escaparon a semejante destino.
3. Jesús considera las guerras y los desastres naturales… como incentivos al arrepentimiento. Pero ya hablaremos de esto en un momento.

Como dice Erwin Lutzer: Debemos ser cuidadosos con lo que decimos cuando ocurren este tipo de tragedias. “Si decimos demasiado, podemos equivocarnos, pensando que podemos leer la letra pequeña de los propósitos de Dios. Pero si no decimos nada, damos la impresión de que no hay un mensaje que podamos aprender de las calamidades… Dios sí habla a través de estos eventos, pero debemos ser cautos al pensar que conocemos los detalles de Su agenda”.

C. El terremoto de Haití nos recuerda que Dios sigue siendo misericordioso y compasivo con un mundo que le odia:

Cuando vemos el pecado y la rebeldía del hombre en su justa dimensión, en vez de sorprendernos por los desastres naturales, nos sorprendemos más bien de las muchas bendiciones que Dios derrama sobre un mundo que no lo merece.

Cristo mismo dice en Mt. 5:45 que Dios hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. Y en Hch. 14:17 Pablo dice a los ciudadanos de Listra que Dios no se ha dejado a Sí mismo sin testimonio, “haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría nuestros corazones”.

Erwin Lutzer dice al respecto: “A menudo la misma gente que pregunta dónde estaba Dios después de un desastre se rehúsa ingratamente a adorarlo y honrarlo por los años de paz y calma. Ellos dejan de lado a Dios en los buenos tiempos, pero piensan que Él está obligado a ayudarlos cuando vienen los tiempos malos. Creen que el Dios al que deshonran cuando están bien debería sanarlos cuando están enfermos; que el Dios al que ignoran cuando son ricos debería rescatarlos de la inminente pobreza; y que el Dios al que rehúsan adorar cuando la tierra permanece firme debería rescatarlos cuando comienza a temblar”.

De hecho, aún en medio de tragedias como la de Haití nosotros podemos ver la mano bondadosa de Dios (la solidaridad del pueblo dominicano, el hecho de que nuestro país no haya sido devastado de tal manera que ahora puede extenderle una mano de ayuda, la ayuda internacional; aún me pregunto, sin minimizar el dolor y el sufrimiento de esa nación, cuánto bien puede venir fruto de esta tragedia que ha llamado la atención del mundo entero, sobre un país que ha sido siempre la cenicienta del hemisferio occidental).

D. El terremoto de Haití nos recuerda que la vida es breve, frágil e incierta:

Nos espantamos, y con razón, cuando vemos tragedias como estas; pero a veces olvidamos que en este mundo maldito por el pecado mueren unas 50 millones de personas al año, a un promedio de 6 mil personas por hora, más de 100 por minuto. Durante el tiempo que hemos estado reunidos aquí probablemente han muerto unas 7 mil personas, sin necesidad de un desastre natural.

Como dice Lutzer, “los desastres naturales atraen nuestra atención… porque intensifican de manera dramática la ocurrencia de la muerte y de la destrucción”.

Y de ese modo nos despiertan a una realidad que tratamos de evadir con todas las fuerzas de nuestro corazón: La vida es breve, frágil e incierta (comp. Ecl. 7:2; Sal. 90:12).

No necesitamos un terremoto para que Dios le ponga punto final a nuestra existencia en este mundo. Creyente, asegúrate de que estás usando bien las oportunidades que aún tienes de servir a tu Señor. Y tú, mi amigo incrédulo, asegúrate de no partir a la eternidad sin estar preparado para ello, teniendo cuentas pendientes con la justicia de Dios.

E. El terremoto de Haití nos recuerda que en este mundo caído debemos llorar con los lloran, y que los bienes que Dios nos da, y el bienestar que nos permite disfrutar, no es para uso exclusivo de nosotros mismos.

Dios no nos llama a tratar de interpretar todos y cada uno de Sus propósitos en las tragedias que sobrevienen a otros, pero sí nos llama a identificarnos con ellos en su dolor y a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aliviar sus penurias (comp. 2Cor. 8:1-5).

“No hay gozo puro en este mundo para las personas a quienes les importan los demás” (Piper).

F. El terremoto de Haití nos recuerda el juicio de Dios que viene a este mundo pecador al final de la historia:

¿Saben una cosa? Por más terrorífico que haya sido el terremoto de Haití, la Biblia nos advierte que lo peor realmente está por llegar (comp. He. 12:25-29). El Señor advirtió claramente que a medida que la historia humana avance, el mundo experimentará lo que alguien ha llamado “contracciones escatológicas” (comp. Mt. 24:6-8). En la medida en que nos acerquemos al fin, las “contracciones escatológicas” de este mundo serán más seguidas y más intensas, como las mujeres cuando van a dar a luz.

G. El terremoto de Haití nos recuerda que hay una sola esperanza segura para este mundo pecador en Aquel que se identificó plenamente con nuestro dolor y sufrimiento:

Hace un rato decíamos que este mundo está maldito por causa del pecado, pero esa es solo parte de la historia. Tan pronto el pecado entró en el mundo Dios anunció la venida de un Redentor que habría de restaurar plenamente lo que el pecado había dañado. ¡Y a qué precio!

Si nos espanta el sufrimiento humano, mucho más espanto deberíamos experimentar al ver al santo Hijo de Dios crucificado en una cruz. Como bien ha dicho alguien, en cierto modo ese fue el acto más injusto de la historia y, sin embargo, fue ese acto tan injusto el que hizo posible que pecadores como tú y como yo pudiesen encontrar perdón y misericordia en la presencia de Dios.

Cuando llegue aquel día en que todos comparezcamos ante el juicio de Dios veremos que la mayor tragedia del hombre no fueron las desgracias que aquí padecieron, ni la mayor bendición fue haber sido librado de ellas.

Lo que trazará la línea divisoria es lo que hicimos con ese Dios que se identificó de tal manera con la miseria humana que sufrió el más grande de los dolores para poder rescatarnos: la segunda persona de la Trinidad, Dios el Hijo, se hizo Hombre para morir en una cruz y así establecer una base justa para el perdón de nuestros pecados. “El justo murió por los injustos para llevarnos a Dios” (1P. 3:18).

Cuando veas las imágenes del terremoto en Haití recuerda que lo peor está por llegar, pero que hay una esperanza segura a la cual puedes acogerte aquí y ahora, viniendo a Cristo en arrepentimiento y fe.

Sí, vivimos en un mundo muy inseguro por causa del pecado, pero hubo Uno que enfrentó el pecado cara a cara y lo venció en el mismo terreno en que el primer hombre fue derrotado.

Y hoy ofrece perdón y vida eterna gratuitamente por gracia, por medio de la fe. No desprecies la misericordia de Dios en Cristo que hoy te da la oportunidad de arreglar tus cuentas con la justicia divina cuando todavía estás a tiempo.


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3. La Confesión de Fe Bautista de 1689: Una Confesión Calvinista

Como hemos vistos en otras entradas al tratar con la Historia de los Bautistas, la Confesión de Fe de 1689 es un resumen doctrinal de las doctrinas creídas por un grupo de iglesias bautistas en Londres en el siglo XVII, y de las cuales descienden los bautistas modernos. Esta confesión es claramente calvinista en su teología.

Ahora bien, al decir que nuestra confesión es “calvinista” debemos definir este término con cuidado; en primer lugar, por los prejuicios que tienen muchos contra todo tipo de definición doctrinal, como si el hecho de acuñar un nombre para señalar una doctrina la convierta de inmediato en doctrina de hombres.

En segundo lugar, por los prejuicios que muchos tienen contra el calvinismo per se, sobre todo con la doctrina de la elección y la expiación limitada; y tercero, porque la palabra misma puede ser legítimamente usada de diversas maneras.

Algunas veces el término “calvinismo” es usado para señalar las enseñanzas de Juan Calvino, sistematizadas en su obra magna: La Institución de la Religión Cristiana.

Otros llaman “calvinismo” a la cosmovisión que produjo la Reforma y que abrazaron los países que fueron mayormente influenciados por el protestantismo. Esta cosmovisión ha dejado marcas permanentes en dichas sociedades, que podemos ver en mayor o menor grado, aun al día de hoy.

Esta cosmovisión no se circunscribe únicamente a la teología, sino que abarca también aspectos éticos, filosóficos, sociales y políticos, y fue una influencia determinante en el nacimiento de la sociedad moderna occidental.

Pero la mayoría de las veces el término “calvinismo” señala el sistema doctrinal confesado por las iglesias reformadas, donde Dios reina soberano tanto en la salvación de los pecadores, como en la vida cristiana y la adoración de Su pueblo.

La raíz de este sistema doctrinal llamado “calvinismo” subyace en una profunda comprensión de la enseñanza bíblica sobre la majestad de Dios, por un lado, y la miseria humana por el otro.

El calvinismo toma en serio lo que la Biblia enseña acerca de Dios, lo que la Biblia enseña acerca del hombre, y nos mueve a actuar en consecuencia. Cuando usemos en esta clase la palabra “calvinismo” es este último significado el que le estamos dando.

Ahora bien, es importante aclarar que este énfasis del calvinismo en la soberanía y centralidad de Dios no fue una invención de Calvino, sino que es el énfasis de las mismas Escrituras. Se le ha llamado “calvinismo” por el impacto tan profundo que tuvo Calvino en la sistematización de estas doctrinas en el siglo XVI.

Pero no fue él el primero que enseñó estas cosas. De hecho, eso podemos percibirlo claramente al leer sus Instituciones. El campeón de la ortodoxia en el siglo V fue sin duda alguna Agustín de Hipona, y su nombre es continuamente citado, tanto en los escritos de Lutero como en los de Calvino.

Así que el calvinismo no es otra cosa que la expresión del cristianismo bíblico llevado a las últimas consecuencias. Spurgeon dijo en cierta ocasión: “La antigua verdad que Calvino predicó, que Agustín predicó, que Pablo predicó, es la verdad que debo predicar hoy, o de lo contrario sería infiel a mi consciencia y a mi Dios”.

Y Benjamín Warfield, uno de los teólogos más brillantes que ha tenido la iglesia de Cristo a lo largo de su historia, dijo lo siguiente: “Aquel que cree en Dios sin reservas y está determinado a que Dios sea Dios en todo su pensamiento, sentimiento y voluntad – en el ámbito completo de las actividades de su vida, intelectuales, morales, espirituales, en todas sus relaciones… sociales y religiosas – es… un calvinista” (Calvin and Augustine; pg. 288-289).

Al hablar de “calvinismo”, entonces, nos referimos a esa perspectiva teocéntrica que debe gobernarnos en todos los aspectos de nuestra vida. Y nuestra Confesión es calvinista, en oposición a otras confesiones que son arminianas.

Jacobo Arminio fue un teólogo neerlandés que se opuso a las enseñanzas de las iglesias reformadas, sobre todo en lo que respecta a la soberanía de Dios en la salvación de los pecadores. Nació en el 1560 y murió en el 1609.

Sus seguidores fueron conocidos como arminianos, y sus puntos de vista llegaron a ser más radicales que los del mismo Arminio. Sus doctrinas pueden ser resumidas en las siguientes proposiciones:

1. la depravación que vino al hombre por causa de la caída no debe describirse como total; el hombre posee aun la habilidad de inclinar su voluntad a fines buenos.
2. Dios elige o reprueba en base a la fe o a la incredulidad preconocida.
3. Cristo murió por todos los hombres y por cada uno de ellos, aunque sólo los creyentes son salvos.
4. La gracia de Dios puede ser resistida.
5. En esta vida es imposible llegar a tener la seguridad de salvación, a excepción de alguna revelación personal.

Algunas de estas doctrinas fueron presentadas en un documento que fue discutido y condenado en un sínodo de teólogos que se llevó a cabo en la ciudad holandesa de Dort y que concluyó el 9 de mayo de 1619 con la aprobación de un documento conocido como Cánones de Dort. Ahora, noten que Calvino ya había muerto muchos años antes de este sínodo.

Allí fueron redactados cinco puntos en respuesta a las doctrinas de los arminianos, que desde entonces han sido conocidos como los cinco puntos del calvinismo:

1. La depravación total del hombre.
2. La elección incondicional.
3. La expiación limitada (o particular).
4. La gracia irresistible.
5. La perseverancia final de los creyentes.

Estos cinco puntos doctrinales son claramente defendidos por la Confesión de Fe Bautista de 1689 como el sistema de doctrina enseñado en las Sagradas Escrituras, como veremos en una entrada posterior.

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martes, 19 de enero de 2010

Terremoto en Haití: La respuesta del Dios destronado

Habiendo visto en la entrada anterior la respuesta del ateísmo cuando ocurren tragedias como las de Haití, hoy quiero que veamos la que yo he llamado “la respuesta del Dios destronado”.

Algunas personas creen que le hacen un “favor” a Dios despojándolo de Su soberanía y de Su control absoluto sobre todo lo que ocurre en el mundo. De manera que cuando ocurren desastres naturales como este terremoto, o el horror del holocausto Nazi, ellos “defienden” a Dios diciendo que la providencia divina no incluye el mal.

Hace unos años el rabino Harold Kushner publicó un libro titulado: “Cuando a los buenos les pasan cosas malas”. Kushner quedó muy afectado emocionalmente por la pérdida de un hijo, al punto de que le llevó a poner en duda su fe judía. Finalmente llegó a la conclusión de que Dios no pudo evitar la muerte de su hijo.

Puedo adorar – decía él – a un Dios que odie el sufrimiento pero no es capaz de eliminarlo, mejor que adorar a Dios que elige a niños para que sufran y mueran”.

Pero esa respuesta es totalmente contraria a lo que Dios dice de Sí mismo en Su Palabra, y a final de cuentas crea más problemas del que pretende resolver.
La providencia divina no puede ser limitada de ese modo:

“Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” (Ex. 4:11).

“Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2:10).

“Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is. 45:5-7).

“¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (Am. 3:6).

Aunque Dios no es autor de pecado (Sant. 1:13), el pecado no está fuera de Su control. Como tampoco están fuera de Su control los desastres naturales. De lo contrario no podríamos estar seguros de que Dios llevará a cumplimiento Sus propósitos santos y sabios con el mundo y los hombres que Él creó.

Como dice Donald Carson: “Quizás lo más importante de todo es el hecho de que este tipo de dios no puede ofrecernos ningún consuelo. La creencia en un Dios omnipotente acarrea todo tipo de preguntas difíciles sobre cómo un Dios así, si es bondadoso, puede permitir el mal y el sufrimiento, pero también proporciona la promesa de ayuda, alivio, una respuesta, una perspectiva escatológica. Abandonar la creencia en la omnipotencia divina puede “resolver” el problema del mal, pero el precio es enorme: el dios resultante es incapaz de ayudarnos. Puede que logre manifestarnos su compasión, incluso dolerse con nosotros; pero está claro que no puede ayudarnos, ni ahora ni en el futuro”.

El Dios que se revela en las páginas de las Escrituras es un Dios soberano, y Él hará Su voluntad en toda Su creación a pesar del pecado humano y a través del dolor y el sufrimiento.

En la próxima entrada pasaremos a considerar una perspectiva bíblica del terremoto.


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2. La Confesión de Fe Bautista de 1689 y la teología del pacto

Al considerar el tema de los pactos estamos tocando un asunto de suprema importancia para la comprensión adecuada de las Escrituras.

Como todos sabemos, la Biblia, posee dos grandes divisiones. Por un lado, tenemos un grupo de 39 libros compendiados en una sección que la Biblia llama el Antiguo Testamento; y 27 libros restantes compendiados en otra sección llamada el Nuevo Testamento. Ambas secciones también podrían ser denominadas: el antiguo pacto y el nuevo pacto. Pero, ¿qué es un pacto? Y ¿cómo nos ayuda este tema a la comprensión de las Escrituras?

Definición de pacto.

Un pacto es una promesa divina a la que Dios añade un juramento. Dice en el capítulo 6 de Hebreos que Dios juró su pacto a Abraham. No se limitó a darle una promesa, sino que también interpuso un juramento: “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo” (He. 6:13).

¿Y para qué juró Dios? Versículo 17: “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables [su palabra y su juramento], en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros.”

La unidad temática de los pactos.

Dios ha hecho diversos pactos en diferentes épocas, de la historia. Dios hizo un pacto con Noé, con Abraham, con el pueblo de Israel en el tiempo de Moisés y con David. También hizo un nuevo pacto con nosotros, Su iglesia. Son pactos distintos, pero hay un elemento común que une todos esos pactos, una unidad temática.

Escuchen lo que dice Pablo en Efesios 2:11 al 13: “Por tanto acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”.

Dice el apóstol Pablo: “Vosotros estabais lejos de la ciudadanía de Israel. Y, por consiguiente, erais extraños a los pactos [en plural] de la promesa [en singular]”.

¿Cuál es esa promesa? El apóstol Pablo no lo dice en el texto. Sin embargo, podemos aventurarnos a dar una respuesta viendo los siguiente textos bíblicos: Gn. 17:7-8; Ex. 6:6-7; 2Sam. 7:14; Jer. 31:33; Ap. 21:3. La promesa que se repite una y otra vez en estos textos es: “Yo será Su Dios y ellos serán mi pueblo”.

En cada uno de esos pactos hay un tema peculiar, pero cada uno se va construyendo encima del otro. Es decir, cada pacto no anula el anterior, sino que, con sus peculiaridades, se construye sobre el anterior. Veamos, rápidamente, ese tema peculiar de cada pacto y cómo se va construyendo uno encima del otro.

La promesa centra es: Dios redimirá un pueblo para sí; Él será su Dios y ellos serán su pueblo. En el pacto con Noé Dios asegura la preservación de lo creado hasta el cumplimiento de la promesa. Si Dios destruye la tierra completamente ya la promesa no se cumple, porque ya Dios no tendría un pueblo.

Pero, ¿cuál es la promesa peculiar de ese pacto? “No voy a destruir más la tierra por agua”. ¿Para qué Dios va a preservar lo creado? Para poder redimir del mundo a Su pueblo, El pueblo que será de Él y del cual Él será su Dios.

El pacto con Abraham inicia formalmente el pueblo a través del cual el Redentor prometido habría de venir. ¿Cuál es la peculiaridad del pacto con Abraham? “De ti saldrá una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena que está en el mar”. Es de ese pueblo específicamente que va a surgir el pueblo del pacto, el pueblo de Israel, del cual vino Cristo.

El pacto mosaico provee la necesaria legislación y regulación para ese pueblo. En el pacto mosaico Dios le proveyó a ese pueblo la legislación necesaria para poder preservarlo de todas las costumbres paganas que lo rodeaba y de ese modo poder llevar a cabo el cumplimiento de su promesa.

En el pacto davídico, el gobierno de Dios sobre su pueblo es concretamente manifestado. Ahora Dios ha prometido un rey que ha de gobernar perpetuamente ese pueblo cuando ellos sean su pueblo y Él sea su Dios. Ese Rey no es otro que nuestro Señor Jesucristo.

Y en el nuevo pacto el Redentor aparece y lleva a cabo la redención cumpliendo de ese modo. Cristo compra para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras y ahora Dios es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo.

Así que todos los pactos descansan en el anterior. No es que Dios hace un pacto hoy, mañana hace otro y anula todo lo que dijo antes y luego hace otro y anula todo lo que dijo antes. No. Los pactos se van construyendo uno encima del otro; hay una unidad orgánica entre unos y otros.

Por ejemplo, el pacto mosaico descansa en el pacto abrahámico. Éxodo 1:6-7: “Y murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación. Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra”.

Una de las promesas que Dios le dio a Abraham es: “Tu descendencia será numerosa”. Vemos aquí como el pacto comienza a cumplirse en la época de Moisés: “También establecí mi pacto con ellos, de darles la tierra de Canaán, la tierra en que fueron forasteros, y en la cual habitaron. Asimismo yo he oído el gemido de los hijos de Israel, a quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de mi pacto. Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto” (Ex. 6:4-7).

El pacto con Moisés descansa en el pacto con Abraham. Como también el pacto davídico está orgánicamente relacionado con el de Abraham y el de Moisés (comp. Deut. 17:14-20; 1R. 2:2-4).

Y el nuevo pacto está relacionado orgánicamente con todos los anteriores. Ezequiel 37:24-28: “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre. Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre”.
¿De qué David está hablando Dios aquí si David estaba muerto? Obviamente Dios está hablando de Aquel que Apocalipsis llama la raíz y el linaje de David, nuestro Señor Jesucristo (comp. Ap. 21:3; Lc 1:72-73; Gal. 3:15-18).

Algunas personas no distinguen la variedad y el progreso de la revelación, y yerran en su interpretación de la Escritura. Por ejemplo, los Adventistas del Séptimo Día. Ellos siguen guardando el sábado, no comen carne de puerco, etc., etc. Pero esas leyes ceremoniales fueron abolidas por Cristo. Ellos no ven el progreso de la revelación.

Otros, en cambio, no ven la unidad en esa diversidad, como es el caso de los dispensacionalistas. El dispensacionalista quebranta la unidad de la Escritura al enseñar que Dios tiene dos pueblos, Israel y la Iglesia, que permanecerán separados por siempre.

Pero la Biblia posee unidad en la diversidad, algo que reconoce la Confesión de Fe Bautista de 1689, no sólo en el capítulo 7, El Pacto de Dios, sino también en todo el entramado doctrinal de la Confesión.

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lunes, 18 de enero de 2010

Terremoto en Haití: La respuesta del ateísmo

Tal como lo había anunciado, en el día de ayer predicamos en nuestra iglesia un sermón titulado: Terremoto en Haití, Una Perspectiva Bíblica. Gracias a todos aquellos que oraron por esta ministración de la Palabra en un momento tan sensible. En los próximos días estaré compartiendo algunas de las notas de ese sermón que espero sean de ayuda para muchos que están confusos y atribulados por la magnitud de esta tragedia. Hoy iniciaré con la respuesta del ateísmo.

Lo sucedido en Haití este martes pasado ha sido sencillamente demoledor. Las fílmicas y fotografías que hemos estado viendo esta semana en la TV y en los diarios no parecen ser de la vida real, sino sacadas de una película de horror.

Y me decía el hermano Jean Pierre Kawas cuando regresaba de Haití este viernes en la mañana que lo que nosotros vemos en los noticieros no es ni el 20% de la situación real.

Un profesor de geofísica en la Universidad de Durham (en el Reino Unido), afirmó este jueves pasado que “el terremoto de 7 grados en la escala de Richter que sacudió Haití… fue 35 veces más potente que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima… al final de la II Guerra Mundial”. Él comparó la energía liberada por el terremoto “con la explosión de medio millón de toneladas de TNT”.

Según este experto, “cada año se producen en el mundo [unos] 50 terremotos de la misma magnitud que el de Haití, [pero] no causan este grado de destrucción y muerte por ocurrir lejos de zonas densamente pobladas o en lugares próximos a placas tectónicas donde la construcción es más sólida, como Japón o California (EEUU)”.

Pero en el caso de Haití todo estaba en su contra. Por un lado, el epicentro del terremoto ocurrió en una zona densamente poblada. Por otro lado, los terremotos suelen ocurrir a una profundidad de 200 kilómetros, pero el de Haití ocurrió a una profundidad de 10 kilómetros, provocando que el impacto sea mayor; alguien explicaba que era como aplicar a un edificio un movimiento horizontal de 2 metros.

Para colmo de males, las construcciones allí son muy débiles; en muchas de las edificaciones destruidas que hemos visto en las fílmicas, casi no se ven varillas expuestas. Es tal la destrucción de Puerto Príncipe, que es muy probable que tengan que reconstruir la capital en otro lugar.

Se estima que la pérdida de vidas humanas pueda ascender a unos 100,000, y quizás más. Eso sin contar el millón y medio de personas que se han quedado sin techo, las epidemias que se puedan desatar por la insalubridad y la violencia que la desesperación pueda generar en los próximos días.

Y en medio de este panorama tan desgarrador, muchos se preguntan: ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo podemos seguir creyendo que existe un Dios bueno y todopoderoso cuando contemplamos escenas como las que hemos visto en estos días? ¿Cómo encajan estas cosas con lo que la misma Biblia revela acerca de Él?

Esas son algunas de las interrogantes que quisiera abordar en el sermón de hoy; y aunque tendremos que tocar necesariamente algunos temas doctrinales, e incluso filosóficos, ha sido mi oración al Señor que me conceda sabiduría pastoral y sensibilidad humana para que este mensaje pueda traer consuelo y claridad de pensamiento a muchos corazones atribulados y confundidos.

También ha sido mi oración que el Espíritu Santo obre con poder a través de este mensaje, de tal manera que muchos puedan venir a refugiarse bajo las alas del único Dios vivo y verdadero.

¿Por qué vivimos en un mundo tan lleno de dolor y sufrimiento? Antes de pasar a considerar este tema desde una perspectiva bíblica, permítanme detenerme primero en dos respuestas inadecuadas que solemos escuchar cuando suceden tragedias de esta magnitud.

Y la primera es la del ateísmo que niega la existencia de Dios debido a la existencia del mal.

Si Dios existiera, dicen ellos, debería ser infinitamente bueno, deseoso de que sus criaturas sean felices.

Si Dios existiera debería ser infinitamente poderoso, capaz de hacer que sus criaturas sean felices.

Pero este es un mundo en el que hay mucho mal y muchas desgracias y, por lo tanto, no puede ser que exista un Dios infinitamente bueno y todopoderoso.

“O Dios es bueno, pero no tiene el poder de hacer todo lo que quisiera hacer; o Dios es todopoderoso, pero no tiene ningún interés en el bienestar del hombre. Pero no puede ser ambas cosas a la vez. Como el Dios que se revela en la Biblia es infinitamente bueno y todopoderoso, ese Dios no puede existir en realidad”.

Este tipo de razonamiento tiene varios problemas, pero por causa del tiempo voy a tener que concentrarme en el más obvio de todos: el hecho de que es totalmente absurdo partir de la premisa de que no existe Dios, para luego decir que hay mucho mal en el mundo.

Si presuponemos que no existe Dios, entonces tenemos que llegar a la conclusión de que la existencia del mundo y del hombre es un mero accidente. Estamos aquí por el choque fortuito de partículas atómicas y, por lo tanto, nada de lo que sucede en el mundo puede ser calificado como moralmente bueno o moralmente malo.

En otras palabras, cuando el ateo dice que hay mucho mal en el mundo, está presuponiendo dos cosas: primero, que el hombre es un ser moralmente responsable, y que existen normas objetivas de bien y de mal que nos permiten hacer un juicio de valor de las cosas que cosas que ocurren en el mundo. Pero ambas presuposiciones dependen de que exista Dios.

No quisiera complicar mucho las cosas en esta mañana, pero quisiera dejar este punto claramente establecido, así que voy a tratar de explicarlo de otro modo.

Si no existe Dios, eso quiere decir que nosotros los seres humanos somos pura materia sin alma. Lo cual quiere decir que todo lo que pensamos y todas las decisiones que tomamos se deben a meros procesos químicos de los cuales no tenemos ningún control. Lo cual quiere decir que no somos seres moralmente responsables y que nuestras vidas no tienen ningún sentido.

Escuchen como lo dice el biólogo y paleontólogo ateo Stephen J. Gould: “Estamos aquí porque un inusual grupo de peces tenía una peculiar anatomía en sus aletas, que lograron transformarse en piernas para las criaturas terrestres. Porque hubo cometas que impactaron contra la tierra y eliminaron a los dinosaurios, dando a los mamíferos una oportunidad que no habrían tenido de otro modo… Porque la tierra no se congeló del todo durante una era de hielo. Porque una especie pequeña y tenue que surgió en África un cuarto de millón de años atrás, ha logrado hasta ahora sobrevivir, de uno u otro modo. Podremos anhelar una respuesta ‘más elevada’ pero no existe ninguna... Tenemos que construir nuestras propias respuestas por nosotros mismos, a partir de nuestra sabiduría y sentido de la ética. No hay otra manera”.

Esto es sencillamente increíble, sobre todo viniendo de un hombre tan admirado en el mundo científico. Por un lado Gould nos dice que estamos aquí por una conjunción de eventos que nadie controló, animales evolucionados y nada más. Pero luego nos dice que debemos usar nuestra sabiduría y nuestro sentido de la ética para determinar el sentido de nuestras vidas y cómo debemos vivirla.

Pero ¿cómo puede tener sabiduría y un sentido ético seres que surgieron de la evolución casual de la materia? Eso no tiene sentido. Las cosas materiales no tienen sentido ético ni sabiduría. En un mundo sin Dios las cosas no son malas ni buenas, simplemente son.

El problema es que nadie en su sano juicio puede ser coherente con ese tipo de filosofía. Cuando un ateo contempla lo ocurrido en Haití esta semana se siente consternado por la pérdida de vidas humanas; y cuando lee en los periódicos que algunas personas están aprovechando esa situación para especular y obtener ganancia, en el fondo de su corazón sabe que eso no debería ser así.

¿Saben por qué? Porque el hombre no es pura materia; porque fuimos creados por un Dios personal que puso en el corazón de todo hombre una conciencia moral que pasa juicio sobre las acciones humanas, y las califica como malas o buenas. Donald Carson dice al respecto: “Si creyéramos realmente que no somos más que una colección accidental de átomos, sería irracional sentir ‘enojo moral’ acerca de algo”.

Cuando una familia de leones se come a un jabalí nadie protesta, porque se contempla como parte de la cadena alimenticia del mundo animal. Pero cuando un narco traficante se puede dar el lujo de contratar sicarios para matar a todo el que se le ponga en medio, y luego usa su poder económico para burlar la ley, eso sí nos mueve a protestar porque sabemos que las cosas no deberían ser así.

En el fondo todos admitimos que el hombre es un ser moralmente responsable. Y eso sólo es posible en un mundo creado por un Ser moral. Como bien señala Raví Zacarías: “Cuando afirmas que existe el mal, tienes que suponer que existe el bien. Cuando dices que existe el bien, tienes que suponer que hay una ley moral que permite distinguir al bien del mal. Tiene que haber un parámetro que determine qué es el bien y qué es el mal. Cuando supones una ley moral, tienes que admitir a un dador de esta ley… un origen o fuente de donde surge esta ley moral”.

De manera que cuando un ateo dice que no puede creer en Dios porque hay mucho mal en el mundo, en realidad está diciendo algo que no es coherente con su postura filosófica. Si no hay un Dios, tampoco hay moral.

Podríamos decir que las cosas son convenientes o inconvenientes; podríamos decir, incluso, que algunas cosas son de nuestro agrado y otras no. Pero de ninguna cosa que ocurra en este mundo podríamos decir que es moralmente mala o buena.

Antes de pasar a mi próximo punto, me gustaría hacer una pregunta a todos aquellos que excusan su no creencia en Dios por el hecho de que hay mucho mal en el mundo: ¿Creen ustedes que más personas creerían en Dios si en el mundo en que vivimos todos los hombres experimentaran placer sin dolor?

Yo no creo. Las tragedias humanas son usadas por Dios muchas veces para hacernos ver cuáles son las cosas que realmente importan y cuáles no; y aunque muchos se amargan en sus aflicciones, muchos también pueden dar testimonio de cómo Dios los atrajo a Él a través de la aflicción.

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1. La Confesión de Fe Bautista de 1689: Es una Confesión cristiana (ortodoxa)


Habiendo considerado la Historia de los Bautistas y la Historia de la Confesión de Fe Bautista de 1689, ahora quiero enfocar el contenido general de la Confesión, resaltando cinco de sus características primordiales. Y la primera es que ésta es una confesión cristiana (ortodoxa), es decir, que esta Confesión se adhiere a aquellas doctrinas que el cristianismo bíblico ha defendido a través de los siglos.

1. La Escritura. Nosotros creemos que la palabra de Dios es inspirada por Dios en todas sus partes y en cada una de sus palabras. Eso quiere decir que todo cuanto dice en este libro, en sus escritos originales, aunque fue escrito por hombres, fue escrito por hombres inspirados por el Espíritu Santo; y la Confesión de Londres se adhiere a esa doctrina.

¿A qué se opone? A la doctrina de los liberales y de los neo-ortodoxos. Los liberales dicen que en la Biblia hay muchas cosas folklóricas, que nosotros no podemos creerlas tal y cual están allí escritas.

Los neo-ortodoxos, por su parte, dicen que la Biblia no es la palabra de Dios, sino que contiene la palabra de Dios. Cuando usted está leyendo la Palabra, y hay algún texto que lo toca de manera particular, los neo-ortodoxos dicen: “En ese momento ese texto se convirtió en palabra de Dios para ti”. Muy sutil, pero equivocado.
La Biblia no contiene, sino que es, en todas sus partes, desde Génesis hasta Apocalipsis, la Palabra infalible e inerrante de Dios; y eso es lo que esta Confesión afirma, conforme a la enseñanza de la Escritura misma (2Tim. 3:16-17; 2P. 1:16-21).

2. Dios. Con respecto a Dios esta Confesión también se adhiere a la confesión de la Iglesia a través de los siglos. Creemos en un Dios que subsiste en tres personas: Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo.

¿A qué error se opone? Al de los Testigos de Jehová, que nos dicen que Dios es uno solo, Jehová. Que la primera criatura de Dios fue el Hijo, y que el Espíritu Santo no es más que una fuerza, un poder.

La Biblia, en cambio, nos enseña que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios; pero aún así no hay tres Dioses, sino un solo Dios. El misterio de la Santísima Trinidad.

3. La Creación y la Providencia. En cuanto a la creación y la providencia la Confesión afirma que Dios creó el mundo y todo lo creado en seis días. Que el séptimo día descansó, y que de ahí en adelante Dios ha continuado gobernando su creación.

¿A qué error se opone? A los evolucionistas, por un lado, que nos dicen que este mundo es el producto de millones y millones y millones de años. Y también se opone a la doctrina de los deístas que dicen que Dios creó el mundo, pero después lo dejó funcionando solo. Pero la Biblia enseña que Dios creó el mundo y que Él gobierna su creación a través de la providencia.

4. Cristo. En cuanto a Cristo la Confesión de Fe afirma que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre; el Mesías que Dios había prometido en el Antiguo Testamento.

Se oponen en esto a los liberales, y a los Testigos de Jehová. Estos proclaman que Cristo fue un gran hombre, un gran maestro. Pero Cristo no era simplemente un gran maestro, ni un gran hombre únicamente, sino la segunda persona de la Trinidad encarnada.

5. El Evangelio. En cuanto al evangelio la Confesión afirma que el pecador es justificado por medio de la fe, sin las obras de la ley. Las grandes doctrinas que se defendieron en la época de la Reforma, y por la cual muchos de nuestros antepasados tuvieron que dar la vida en las mazmorras de la Inquisición Católico-romana.

¿A qué se opone? Precisamente al Catolicismo Romano que nos dice que el hombre no es justificado por la fe sola, sino también a través de sus buenas obras.

6. La Vida Cristiana. En cuanto a la vida cristiana la confesión de fe nos dice que el hombre es salvo por la fe sin obras, pero para buenas obras. Es cierto que somos salvos sin obras, pero una vez salvo el cristiano debe dar frutos de salvación (Ef. 2:8-10).

¿A qué se opone esta doctrina? A la credulidad de nuestros días. Ser crédulo no es tener una fe fuerte; ser crédulo es tener una fe ligera. Y hoy día muchas personas dicen que basta con creer que Jesucristo es el Hijo de Dios para ser salvos, no importa qué estilo de vida lleven de ahí en adelante.

7. El Mundo Venidero. En cuanto al mundo venidero la Confesión de Fe nos dice que habrá una resurrección de justos e injustos. La Confesión de Fe nos dice que hay dos lugares eternos: el cielo y el infierno.

¿A qué se opone? Por un lado se opone al universalismo, doctrina que enseña que al final todos serán salvos, incluyendo el diablo. Se opone también al aniquilacionismo, es decir la doctrina que enseña que una vez morimos todo termina allí; que no hay cielo ni hay infierno.

También hay aniquilacionistas que enseñan que hay cielo, pero que no hay infierno, como es el caso de los Testigos de Jehová. Los Adventistas del Séptimo Día a la larga son aniquilacionistas también, ellos dicen que todos los impíos serán destruidos, y no quedará más memoria de ellos.

Así que, como ustedes pueden ver, nuestra Confesión de Fe es cristiana ortodoxa, en el sentido de que defiende aquellas grandes doctrinas que el cristianismo bíblico ha defendido a través de los siglos.

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