Al considerar el tema de los pactos estamos tocando un asunto de suprema importancia para la comprensión adecuada de las Escrituras.
Como todos sabemos, la Biblia, posee dos grandes divisiones. Por un lado, tenemos un grupo de 39 libros compendiados en una sección que la Biblia llama el Antiguo Testamento; y 27 libros restantes compendiados en otra sección llamada el Nuevo Testamento. Ambas secciones también podrían ser denominadas: el antiguo pacto y el nuevo pacto. Pero, ¿qué es un pacto? Y ¿cómo nos ayuda este tema a la comprensión de las Escrituras?
Definición de pacto.
Un pacto es una promesa divina a la que Dios añade un juramento. Dice en el capítulo 6 de Hebreos que Dios juró su pacto a Abraham. No se limitó a darle una promesa, sino que también interpuso un juramento: “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo” (He. 6:13).
¿Y para qué juró Dios? Versículo 17: “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables [su palabra y su juramento], en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros.”
La unidad temática de los pactos.
Dios ha hecho diversos pactos en diferentes épocas, de la historia. Dios hizo un pacto con Noé, con Abraham, con el pueblo de Israel en el tiempo de Moisés y con David. También hizo un nuevo pacto con nosotros, Su iglesia. Son pactos distintos, pero hay un elemento común que une todos esos pactos, una unidad temática.
Escuchen lo que dice Pablo en Efesios 2:11 al 13: “Por tanto acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”.
Dice el apóstol Pablo: “Vosotros estabais lejos de la ciudadanía de Israel. Y, por consiguiente, erais extraños a los pactos [en plural] de la promesa [en singular]”.
¿Cuál es esa promesa? El apóstol Pablo no lo dice en el texto. Sin embargo, podemos aventurarnos a dar una respuesta viendo los siguiente textos bíblicos: Gn. 17:7-8; Ex. 6:6-7; 2Sam. 7:14; Jer. 31:33; Ap. 21:3. La promesa que se repite una y otra vez en estos textos es: “Yo será Su Dios y ellos serán mi pueblo”.
En cada uno de esos pactos hay un tema peculiar, pero cada uno se va construyendo encima del otro. Es decir, cada pacto no anula el anterior, sino que, con sus peculiaridades, se construye sobre el anterior. Veamos, rápidamente, ese tema peculiar de cada pacto y cómo se va construyendo uno encima del otro.
La promesa centra es: Dios redimirá un pueblo para sí; Él será su Dios y ellos serán su pueblo. En el pacto con Noé Dios asegura la preservación de lo creado hasta el cumplimiento de la promesa. Si Dios destruye la tierra completamente ya la promesa no se cumple, porque ya Dios no tendría un pueblo.
Pero, ¿cuál es la promesa peculiar de ese pacto? “No voy a destruir más la tierra por agua”. ¿Para qué Dios va a preservar lo creado? Para poder redimir del mundo a Su pueblo, El pueblo que será de Él y del cual Él será su Dios.
El pacto con Abraham inicia formalmente el pueblo a través del cual el Redentor prometido habría de venir. ¿Cuál es la peculiaridad del pacto con Abraham? “De ti saldrá una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena que está en el mar”. Es de ese pueblo específicamente que va a surgir el pueblo del pacto, el pueblo de Israel, del cual vino Cristo.
El pacto mosaico provee la necesaria legislación y regulación para ese pueblo. En el pacto mosaico Dios le proveyó a ese pueblo la legislación necesaria para poder preservarlo de todas las costumbres paganas que lo rodeaba y de ese modo poder llevar a cabo el cumplimiento de su promesa.
En el pacto davídico, el gobierno de Dios sobre su pueblo es concretamente manifestado. Ahora Dios ha prometido un rey que ha de gobernar perpetuamente ese pueblo cuando ellos sean su pueblo y Él sea su Dios. Ese Rey no es otro que nuestro Señor Jesucristo.
Y en el nuevo pacto el Redentor aparece y lleva a cabo la redención cumpliendo de ese modo. Cristo compra para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras y ahora Dios es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo.
Así que todos los pactos descansan en el anterior. No es que Dios hace un pacto hoy, mañana hace otro y anula todo lo que dijo antes y luego hace otro y anula todo lo que dijo antes. No. Los pactos se van construyendo uno encima del otro; hay una unidad orgánica entre unos y otros.
Por ejemplo, el pacto mosaico descansa en el pacto abrahámico. Éxodo 1:6-7: “Y murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación. Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra”.
Una de las promesas que Dios le dio a Abraham es: “Tu descendencia será numerosa”. Vemos aquí como el pacto comienza a cumplirse en la época de Moisés: “También establecí mi pacto con ellos, de darles la tierra de Canaán, la tierra en que fueron forasteros, y en la cual habitaron. Asimismo yo he oído el gemido de los hijos de Israel, a quienes hacen servir los egipcios, y me he acordado de mi pacto. Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto” (Ex. 6:4-7).
El pacto con Moisés descansa en el pacto con Abraham. Como también el pacto davídico está orgánicamente relacionado con el de Abraham y el de Moisés (comp. Deut. 17:14-20; 1R. 2:2-4).
Y el nuevo pacto está relacionado orgánicamente con todos los anteriores. Ezequiel 37:24-28: “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre. Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre”.
¿De qué David está hablando Dios aquí si David estaba muerto? Obviamente Dios está hablando de Aquel que Apocalipsis llama la raíz y el linaje de David, nuestro Señor Jesucristo (comp. Ap. 21:3; Lc 1:72-73; Gal. 3:15-18).
Algunas personas no distinguen la variedad y el progreso de la revelación, y yerran en su interpretación de la Escritura. Por ejemplo, los Adventistas del Séptimo Día. Ellos siguen guardando el sábado, no comen carne de puerco, etc., etc. Pero esas leyes ceremoniales fueron abolidas por Cristo. Ellos no ven el progreso de la revelación.
Otros, en cambio, no ven la unidad en esa diversidad, como es el caso de los dispensacionalistas. El dispensacionalista quebranta la unidad de la Escritura al enseñar que Dios tiene dos pueblos, Israel y la Iglesia, que permanecerán separados por siempre.
Pero la Biblia posee unidad en la diversidad, algo que reconoce la Confesión de Fe Bautista de 1689, no sólo en el capítulo 7, El Pacto de Dios, sino también en todo el entramado doctrinal de la Confesión.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
martes, 19 de enero de 2010
2. La Confesión de Fe Bautista de 1689 y la teología del pacto
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