En una entrada anterior decía que una de las cosas que no cambiará en el 2010 es que el hombre seguirá siendo un pecador egoísta. Pero no todas las noticias son malas. Hay esperanza para el hombre, porque otra de las cosas que no cambiará en el 2010 es que…
El evangelio de Jesucristo seguirá siendo la solución para el hombre pecador
No importa cuánto avance el mundo en los próximos años, científica y tecnológicamente, ni cuántos inventos extraordinarios veamos surgir, o si obtenemos una cura para el cáncer, o para el SIDA, o si logramos colonizar la Luna o el planeta Marte; el problema espiritual del hombre seguirá siendo el mismo, y la solución seguirá siendo la misma también.
El mundo ha cambiado mucho en los últimos 50 años, y se ha establecido una base para cambios que serán muy probablemente más increíbles y asombrosos de los que hemos visto hasta ahora.
Y sin embargo, el hombre sigue siendo el mismo: una criatura débil y pecadora que necesita reconciliarse con Su Creador, un ser que necesita desesperadamente encontrar el sentido de su existencia en este mundo, que necesita saber cuál será su destino final cuando le llegue la hora de la muerte.
Y es precisamente de esto y mucho más que trata el evangelio de nuestro Señor Jesucristo; por eso no importa cuántos años pasen, ni cuánto cambie el mundo en los próximos años, el evangelio de Cristo seguirá siendo el instrumento que Dios usará para salvar a los pecadores:
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito:
Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor. 1:18-25).
Ese mismo desdén con que el hombre moderno responde hoy al evangelio lo sentían los hombres a quienes Pablo ministró. Para los judíos era un tropiezo que se les predicara de un Mesías que había sido crucificado por un procurador romano.
Y para los griegos aquello era una locura. Estos hombres que amaban la filosofía, que creían poder encontrar la salvación a través de su propio razonamiento, ahora escuchaban al apóstol Pablo decir que no lo encontrarían allí, que debían aceptar por fe el mensaje que el evangelio proclamaba: que la salvación dependía de un tal Jesús, hijo adoptivo de un carpintero de Nazaret, que decía ser el Hijo de Dios y que vino a dar su vida en una cruz para salvar a los pecadores.
“¡Qué clase de tontería es esta!”, decían ellos. Y sin embargo, ese era el mensaje que la Iglesia de Cristo proclamaba, y a través del cual los hombres eran salvos. “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor. 1:25).
“Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”, de la predicación de ese evangelio. El apóstol Pablo no se dejó seducir por la idea de que ni los judíos ni los griegos aceptarían el evangelio a la manera tradicional. Él no intentó adaptar el mensaje para hacerlo más potable a la gente a la que ministró.
Ni tampoco se valió de recursos extraños para hacer el evangelio más atractivo. “Vamos a formar un buen coro, o un grupo de drama, para que los cultos sean más interesantes, más entretenidos; y luego vamos a hacer una cena para que la gente se sienta cómoda en medio nuestro; y vamos a evitar hablar del infierno, y de cualquier otra cosa que cause inquietud y desasosiego”.
¡No! Ni Pablo hizo eso, ni ninguno de los apóstoles, porque tenían la plena convicción de que si los pecadores se iban a salvar sería escuchando el evangelio. Ellos sabían que “la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17).
Ciertamente nos ha tocado ministrar a una generación altamente tecnificada, y podemos hacer uso de la tecnología para una mayor propagación del evangelio; por eso no tenemos reparo en hacer uso de la radio, de los casetes, de los vídeos, de los CDs, del Internet.
Pero no perdamos de vista ni por un instante que el mensaje que necesita escuchar el hombre del siglo XX es el mismo que necesitaba el hombre de la Edad Media, y el mismo que necesitará el hombre del siglo XXI: Que somos pecadores, que hemos transgredido la ley de Dios, que no podemos salvarnos de ningún modo por nuestras buenas obras, y que Dios ofrece gratuitamente salvación en Cristo para todo aquel que cree en Él.
Pueden pasar mil años más, el mundo puede llegar al siglo XXII, y el hombre seguirá teniendo la misma necesidad: un Mediador que lo reconcilie con Dios; el hombre seguirá necesitando a Jesucristo. Obtener la cura del cáncer o del SIDA, hacer en la Luna un barrio habitable, o inventar un carro que vuele, no llenará esa necesidad.
El hombre moderno ha llegado muy lejos en sus avances y descubrimientos; pero no ha podido frenar el deterioro de las familias, no sabe cómo criar adecuadamente a sus hijos, y lo que es mil veces peor, no sabe para qué está vivo, ni hacia dónde se dirige su existencia; no tiene ni idea del gran problema judicial con el que se enfrentará cuando tenga que comparecer ante el tribunal de Dios.
La necesidad sigue siendo la misma. El hombre necesita ser salvo, necesita ser reconciliado con Dios, su entendimiento entenebrecido necesita ser iluminado, necesita que sus ojos sean abiertos para que pueda tener una perspectiva correcta de las cosas.
Y el medio por excelencia que Dios seguirá usando para hacer eso es la proclamación a viva voz del evangelio de nuestro Señor Jesucristo. “Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”.
Puede que suene arcaico y anticuado, pero el evangelio sigue siendo “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16), y así continuará siendo hasta que se salve el último pecador que ha de ser salvo, sea que ocurra dentro de diez años, de cien o de mil. “El cielo y la tierra pasarán, dice el Señor, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35).
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
domingo, 3 de enero de 2010
Algo más que no cambiará en el 2010
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