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lunes, 18 de enero de 2010

Terremoto en Haití: La respuesta del ateísmo

Tal como lo había anunciado, en el día de ayer predicamos en nuestra iglesia un sermón titulado: Terremoto en Haití, Una Perspectiva Bíblica. Gracias a todos aquellos que oraron por esta ministración de la Palabra en un momento tan sensible. En los próximos días estaré compartiendo algunas de las notas de ese sermón que espero sean de ayuda para muchos que están confusos y atribulados por la magnitud de esta tragedia. Hoy iniciaré con la respuesta del ateísmo.

Lo sucedido en Haití este martes pasado ha sido sencillamente demoledor. Las fílmicas y fotografías que hemos estado viendo esta semana en la TV y en los diarios no parecen ser de la vida real, sino sacadas de una película de horror.

Y me decía el hermano Jean Pierre Kawas cuando regresaba de Haití este viernes en la mañana que lo que nosotros vemos en los noticieros no es ni el 20% de la situación real.

Un profesor de geofísica en la Universidad de Durham (en el Reino Unido), afirmó este jueves pasado que “el terremoto de 7 grados en la escala de Richter que sacudió Haití… fue 35 veces más potente que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima… al final de la II Guerra Mundial”. Él comparó la energía liberada por el terremoto “con la explosión de medio millón de toneladas de TNT”.

Según este experto, “cada año se producen en el mundo [unos] 50 terremotos de la misma magnitud que el de Haití, [pero] no causan este grado de destrucción y muerte por ocurrir lejos de zonas densamente pobladas o en lugares próximos a placas tectónicas donde la construcción es más sólida, como Japón o California (EEUU)”.

Pero en el caso de Haití todo estaba en su contra. Por un lado, el epicentro del terremoto ocurrió en una zona densamente poblada. Por otro lado, los terremotos suelen ocurrir a una profundidad de 200 kilómetros, pero el de Haití ocurrió a una profundidad de 10 kilómetros, provocando que el impacto sea mayor; alguien explicaba que era como aplicar a un edificio un movimiento horizontal de 2 metros.

Para colmo de males, las construcciones allí son muy débiles; en muchas de las edificaciones destruidas que hemos visto en las fílmicas, casi no se ven varillas expuestas. Es tal la destrucción de Puerto Príncipe, que es muy probable que tengan que reconstruir la capital en otro lugar.

Se estima que la pérdida de vidas humanas pueda ascender a unos 100,000, y quizás más. Eso sin contar el millón y medio de personas que se han quedado sin techo, las epidemias que se puedan desatar por la insalubridad y la violencia que la desesperación pueda generar en los próximos días.

Y en medio de este panorama tan desgarrador, muchos se preguntan: ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo podemos seguir creyendo que existe un Dios bueno y todopoderoso cuando contemplamos escenas como las que hemos visto en estos días? ¿Cómo encajan estas cosas con lo que la misma Biblia revela acerca de Él?

Esas son algunas de las interrogantes que quisiera abordar en el sermón de hoy; y aunque tendremos que tocar necesariamente algunos temas doctrinales, e incluso filosóficos, ha sido mi oración al Señor que me conceda sabiduría pastoral y sensibilidad humana para que este mensaje pueda traer consuelo y claridad de pensamiento a muchos corazones atribulados y confundidos.

También ha sido mi oración que el Espíritu Santo obre con poder a través de este mensaje, de tal manera que muchos puedan venir a refugiarse bajo las alas del único Dios vivo y verdadero.

¿Por qué vivimos en un mundo tan lleno de dolor y sufrimiento? Antes de pasar a considerar este tema desde una perspectiva bíblica, permítanme detenerme primero en dos respuestas inadecuadas que solemos escuchar cuando suceden tragedias de esta magnitud.

Y la primera es la del ateísmo que niega la existencia de Dios debido a la existencia del mal.

Si Dios existiera, dicen ellos, debería ser infinitamente bueno, deseoso de que sus criaturas sean felices.

Si Dios existiera debería ser infinitamente poderoso, capaz de hacer que sus criaturas sean felices.

Pero este es un mundo en el que hay mucho mal y muchas desgracias y, por lo tanto, no puede ser que exista un Dios infinitamente bueno y todopoderoso.

“O Dios es bueno, pero no tiene el poder de hacer todo lo que quisiera hacer; o Dios es todopoderoso, pero no tiene ningún interés en el bienestar del hombre. Pero no puede ser ambas cosas a la vez. Como el Dios que se revela en la Biblia es infinitamente bueno y todopoderoso, ese Dios no puede existir en realidad”.

Este tipo de razonamiento tiene varios problemas, pero por causa del tiempo voy a tener que concentrarme en el más obvio de todos: el hecho de que es totalmente absurdo partir de la premisa de que no existe Dios, para luego decir que hay mucho mal en el mundo.

Si presuponemos que no existe Dios, entonces tenemos que llegar a la conclusión de que la existencia del mundo y del hombre es un mero accidente. Estamos aquí por el choque fortuito de partículas atómicas y, por lo tanto, nada de lo que sucede en el mundo puede ser calificado como moralmente bueno o moralmente malo.

En otras palabras, cuando el ateo dice que hay mucho mal en el mundo, está presuponiendo dos cosas: primero, que el hombre es un ser moralmente responsable, y que existen normas objetivas de bien y de mal que nos permiten hacer un juicio de valor de las cosas que cosas que ocurren en el mundo. Pero ambas presuposiciones dependen de que exista Dios.

No quisiera complicar mucho las cosas en esta mañana, pero quisiera dejar este punto claramente establecido, así que voy a tratar de explicarlo de otro modo.

Si no existe Dios, eso quiere decir que nosotros los seres humanos somos pura materia sin alma. Lo cual quiere decir que todo lo que pensamos y todas las decisiones que tomamos se deben a meros procesos químicos de los cuales no tenemos ningún control. Lo cual quiere decir que no somos seres moralmente responsables y que nuestras vidas no tienen ningún sentido.

Escuchen como lo dice el biólogo y paleontólogo ateo Stephen J. Gould: “Estamos aquí porque un inusual grupo de peces tenía una peculiar anatomía en sus aletas, que lograron transformarse en piernas para las criaturas terrestres. Porque hubo cometas que impactaron contra la tierra y eliminaron a los dinosaurios, dando a los mamíferos una oportunidad que no habrían tenido de otro modo… Porque la tierra no se congeló del todo durante una era de hielo. Porque una especie pequeña y tenue que surgió en África un cuarto de millón de años atrás, ha logrado hasta ahora sobrevivir, de uno u otro modo. Podremos anhelar una respuesta ‘más elevada’ pero no existe ninguna... Tenemos que construir nuestras propias respuestas por nosotros mismos, a partir de nuestra sabiduría y sentido de la ética. No hay otra manera”.

Esto es sencillamente increíble, sobre todo viniendo de un hombre tan admirado en el mundo científico. Por un lado Gould nos dice que estamos aquí por una conjunción de eventos que nadie controló, animales evolucionados y nada más. Pero luego nos dice que debemos usar nuestra sabiduría y nuestro sentido de la ética para determinar el sentido de nuestras vidas y cómo debemos vivirla.

Pero ¿cómo puede tener sabiduría y un sentido ético seres que surgieron de la evolución casual de la materia? Eso no tiene sentido. Las cosas materiales no tienen sentido ético ni sabiduría. En un mundo sin Dios las cosas no son malas ni buenas, simplemente son.

El problema es que nadie en su sano juicio puede ser coherente con ese tipo de filosofía. Cuando un ateo contempla lo ocurrido en Haití esta semana se siente consternado por la pérdida de vidas humanas; y cuando lee en los periódicos que algunas personas están aprovechando esa situación para especular y obtener ganancia, en el fondo de su corazón sabe que eso no debería ser así.

¿Saben por qué? Porque el hombre no es pura materia; porque fuimos creados por un Dios personal que puso en el corazón de todo hombre una conciencia moral que pasa juicio sobre las acciones humanas, y las califica como malas o buenas. Donald Carson dice al respecto: “Si creyéramos realmente que no somos más que una colección accidental de átomos, sería irracional sentir ‘enojo moral’ acerca de algo”.

Cuando una familia de leones se come a un jabalí nadie protesta, porque se contempla como parte de la cadena alimenticia del mundo animal. Pero cuando un narco traficante se puede dar el lujo de contratar sicarios para matar a todo el que se le ponga en medio, y luego usa su poder económico para burlar la ley, eso sí nos mueve a protestar porque sabemos que las cosas no deberían ser así.

En el fondo todos admitimos que el hombre es un ser moralmente responsable. Y eso sólo es posible en un mundo creado por un Ser moral. Como bien señala Raví Zacarías: “Cuando afirmas que existe el mal, tienes que suponer que existe el bien. Cuando dices que existe el bien, tienes que suponer que hay una ley moral que permite distinguir al bien del mal. Tiene que haber un parámetro que determine qué es el bien y qué es el mal. Cuando supones una ley moral, tienes que admitir a un dador de esta ley… un origen o fuente de donde surge esta ley moral”.

De manera que cuando un ateo dice que no puede creer en Dios porque hay mucho mal en el mundo, en realidad está diciendo algo que no es coherente con su postura filosófica. Si no hay un Dios, tampoco hay moral.

Podríamos decir que las cosas son convenientes o inconvenientes; podríamos decir, incluso, que algunas cosas son de nuestro agrado y otras no. Pero de ninguna cosa que ocurra en este mundo podríamos decir que es moralmente mala o buena.

Antes de pasar a mi próximo punto, me gustaría hacer una pregunta a todos aquellos que excusan su no creencia en Dios por el hecho de que hay mucho mal en el mundo: ¿Creen ustedes que más personas creerían en Dios si en el mundo en que vivimos todos los hombres experimentaran placer sin dolor?

Yo no creo. Las tragedias humanas son usadas por Dios muchas veces para hacernos ver cuáles son las cosas que realmente importan y cuáles no; y aunque muchos se amargan en sus aflicciones, muchos también pueden dar testimonio de cómo Dios los atrajo a Él a través de la aflicción.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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