Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

viernes, 30 de abril de 2010

¿Estás más sensible que antes a la presencia de Dios?

Esta es una pregunta que debe ser cuidadosamente clarificada para no dar lugar a malos entendidos, porque algunos pueden tener ideas un tanto místicas de la forma como debemos experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas.

Lo primero que debemos aclarar es que Dios está presente en todo lugar, independientemente de que estemos conscientes o no de Su presencia (Sal. 139:7-10). Esa es una realidad que no depende de que nosotros la percibamos.

Por otra parte, aunque Dios está en todo lugar, nosotros no podríamos discernir Su presencia a menos que Dios se nos revele. Y ¿cómo se revela Dios al hombre? A través de Su creación (Sal. 19:1-6; Rom. 1:20), y a través de Su Palabra, tanto Su Palabra encarnada (nuestro Señor Jesucristo), como Su Palabra escrita, la Biblia.

Eso quiere decir que es a través de Cristo y la Biblia que nosotros podemos experimentar y percibir la presencia de Dios. Es ahí precisamente donde radica la diferencia entre un cristiano bíblico y un místico.

El místico pretende percibir la presencia de Dios en una forma inmediata, es decir, sin hacer uso de ningún medio. Y a menudo describen esa experiencia como encontrar a Dios dentro de ti, o sentirlo de alguna manera a través de un arrebato emocional que te lleva a olvidarte de ti mismo para perderte en Dios.

Y no es que nuestras emociones no estén involucradas en nuestra relación con Dios; pero la Biblia no dice en ningún lugar que nosotros debemos tratar de experimentar arrebatos emocionales para disfrutar de la presencia de Dios.

Una de las características del fruto del Espíritu es el dominio propio (comp. Gal. 5:22-23). Cuando una persona cae en un arrebato emocional que lo lleva a perder el control de sí mismo, con toda seguridad no está lleno del Espíritu. Pablo dice a Timoteo que Dios no nos ha dado Espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio o auto control (2Tim. 1:7).

El creyente debe buscar a Dios por medio de Cristo y a través de Su Palabra, o a través de experiencias que están fundamentadas en Su Palabra.

“Mientras leo y medito en la Escritura – dice Donald Whitney, o la escucho mientras es predicada, yo puedo esperar tener la conciencia de que es la voz de Dios la que estoy escuchando. Mientras participo en la adoración congregacional ordenada por Dios así como en la Cena del Señor, por fe yo puedo esperar encontrar allí la presencia espiritual de Cristo. Y cuando voy caminando por el bosque o entrando a la puerta del lugar donde trabajo, yo puedo buscar y percibir la presencia de Dios en momentos como esos porque la Biblia me dice que Él está en esos lugares también”.

En otras palabras, experimentamos la presencia de Dios cuando estamos conscientes de lo que Él mismo nos ha revelado acerca de Su persona en Su Palabra. Por eso no se trata simplemente de saber que Dios está presente, porque Él está en todo lugar.

Ser sensible a la presencia de Dios es vivir con la conciencia de quién es ese Dios que ha prometido estar conmigo “todos los días, hasta el fin del mundo”. Es estar consciente de que ese Dios es santo, y que me conoce, me ama y se preocupa por mí en medio de cualquier circunstancia.

Como dice Donald Whitney: Es vivir con la conciencia de que Él conoce “mis pensamientos, mis motivaciones, mis temores, mis aspiraciones, mis emociones, mis ansiedades, mi condición física y mental – y el cual me ama más allá de lo que yo puedo comprender”.

Así que al preguntarte si estás siendo más sensible a la presencia de Dios, no te estoy preguntando si estás teniendo experiencias místicas y arrebatos emocionales que te dan la impresión de que Dios está a tu lado. Más bien te estoy preguntando si estás creciendo en el reconocimiento de que estás en la presencia de Dios dondequiera que estés, así como del carácter de ese Dios delante del cual estás.

¿Estás disfrutando la dulzura de esa compañía, manteniendo con Él una relación de adoración y gratitud, y deleitando tu mente en lo que Dios ha revelado de Sí mismo en Su Palabra?

Si no es así, permíteme compartir contigo estas sugerencias de Donald Whitney:

1. Acude a menudo al lugar donde Dios se revela más claramente: la Biblia. Hablando de las Escrituras dice Martyn Lloyd-Jones: “Mientras más la conocemos y la leemos, más a menudo nos lleva a la presencia de Dios. De manera que si quieres poner al Señor delante de ti, dedica mucho de tu tiempo a la lectura diaria y regular de la Biblia”.

2. Reconoce Su presencia contigo mientras caminas con Él. ¿No es verdad que muchas esposas se quejan porque están físicamente con sus maridos en la misma habitación, pero él está encerrado en su propio mundo, sin tener comunión con ellas? ¿Ayuda eso a crear más intimidad en el matrimonio? ¡Por supuesto que no! Pues lo mismo ocurre en nuestra comunión con Dios. Él permanece a nuestro lado en todo tiempo y en toda circunstancia, aún cuando nosotros no lo sentimos; pero podemos pasar una buena parte del día sin conversar con Él ni acordarnos siquiera que está con nosotros.

3. Acude al culto de adoración con la expectativa de que vas a encontrarte con Él. Es allí donde Dios ha prometido manifestar Su presencia en una forma especial y única (comp. Ex. 20:24 y Mt. 18:20).

4. Medita continuamente en la verdad de que Dios es omnipresente. Como decía hace un momento, nuestro Dios está presente a nuestro lado, independientemente de que nosotros estemos conscientes de eso. Como dice Whitney, “eso nos ayudara a vivir más por fe que por sentimientos”.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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jueves, 29 de abril de 2010

¿Estás creciendo en tu amor por los demás?

Decía Martín Lutero que mientras más ama una persona, más se acerca a la imagen de Dios. Eso es exactamente lo que dice el apóstol Juan en su primera carta:

“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (comp. 1Jn. 4:7-8).

¿De dónde aprendió el apóstol Juan esta lección? Del Señor Jesucristo (comp. Jn. 13:34-35; 15:12, 17).

Si hay algo que encontraremos una y otra vez en el NT son exhortaciones a que nos amemos unos a otros:

“Amaos unos a otros con amor fraternal” (Rom. 12:10).

“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros” (Rom. 13:8).

“Todas vuestras cosas sean hechos con amor” (1Cor. 16:14).

“Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal. 5:14).

“Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef. 5:2).

Y así podría seguir citando un texto tras otro. La salud espiritual de un creyente se manifiesta a través de una medida creciente de amor hacia otros. Podemos estar creciendo en otras áreas, pero si nuestro amor está decayendo, no hay duda de que algo no está andando bien en nuestra vida espiritual (comp. 1Cor. 13:1-3).

¿Saben lo que ocurre cuando no estamos experimentando una medida creciente de amor a los demás? Que el pecado irá ganando terreno en nosotros haciéndonos cada vez menos semejantes al Señor Jesucristo (comp. 1Cor. 13:4-7).

Todo creyente debe dedicarse a cultivar la gracia del amor que nos hace cada vez más semejantes al Señor Jesucristo, independientemente del estado de salud espiritual en que se encuentre. Y ¿cómo podemos hacer eso? Donald Whitney nos da algunas sugerencias:

1. Medita en el hecho de que el amor es la marca distintiva más importante del cristiano. Maurice Roberts dice al respecto: “La gracia suprema del cristiano es el amor. El amor es la joya suprema entre las gracias de la vida cristiana. Nosotros lo sabemos – pero continuamente lo olvidamos”.

Medita en eso constantemente; exponte una y otra vez a los textos bíblicos que tratan este tema en las Escrituras, y pídele a Dios que te ayude a crecer en esa área.

2. Deja que tu corazón se inflame con el fuego del amor de Dios. Recuerda que el amor de Dios es la fuente de donde emana nuestro amor por otros (comp. 1Jn. 4:10-11).

3. Descubre la seguridad de que Dios es tu Padre amando como Él ama (comp. 1Jn. 4:7-8).

4. Deléitate en imitar a Dios amando como Él ama (comp. Ef. 5:1-2).

5. Identifica aquellas relaciones donde tienes más necesidad de crecer en amor.

6. Toma la iniciativa de mostrar amor, especialmente amando aquellas personas de las que tienes poca o ninguna expectación de que te amarán a cambio.


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miércoles, 28 de abril de 2010

¿Eres cada vez más gobernado por la Palabra de Dios?

Una de las primeras cosas que evidencian que estamos atravesando por un problema de salud es la falta prolongada de apetito. Dios colocó en nuestro cerebro ciertos mecanismos que se activan cuando tenemos la necesidad de cubrir los requerimientos energéticos de nuestros cuerpos.

Eso es lo que se denomina como “centro del apetito”, y sus componentes son el centro del hambre y el centro de la saciedad. “Cuando el centro del hambre se estimula, aparece la sensación de apetito, pero si por el contrario el estímulo llega al centro de la saciedad, el deseo de comer se detiene”.

Pero ¿qué sucede cuando una persona necesita comer y no tiene apetito? Que puede estar indicando que algo no está funcionando bien en su organismo. Y lo mismo ocurre con nuestra vida espiritual. Si hay algo que el creyente necesita continuamente es alimentarse de la Palabra de Dios:

“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1P. 2:1-3).

Allí no dice que los creyentes recién nacidos deben desear alimentarse de la Palabra de Dios, sino que los creyentes deben desear esa leche espiritual no adulterada como los niños recién nacidos desean la leche materna.

No importa cuántos años tengan en la fe. Como dice Kistemaker: “Los bebés recién nacidos actúan como si toda su vida dependiera de su próximo alimento”.

Ahora, noten que ese deseo no tiene como meta simplemente que conozcamos el contenido de las Escrituras. La razón por la que debemos alimentarnos de las Escrituras es para que crezcamos espiritualmente. Y es obvio que ese crecimiento se evidenciará en una vida transformada conforme al modelo de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso la pregunta de este cuestionario no apunta únicamente al hecho de si estás leyendo la Biblia regularmente. La pregunta es si estás siendo cada vez más gobernado por la Palabra de Dios.

¿Qué tan frecuentemente te encuentras a ti mismo cuestionando qué dice la Biblia con respecto a ciertas áreas específicas de tu vida? ¿Consultas con otros creyentes más maduros que tú cuando no estás seguro de un curso de acción, si es o no es la voluntad de Dios? ¿Cuándo fue la última vez que la predicación de la Palabra produjo cambios permanentes en tu vida?

Escucha lo que dice el salmista en el Salmo 119, y pregúntate si puedes identificarte con él en estos textos: Sal. 119: 44-45 – la ley no era una camisa de fuerza para este hombre, sino el camino de la libertad, 47-48, 97, 113, 127, 162-163).

Pablo expresa algo similar en el NT cuando dice en Rom. 7:22: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”.

Octavio Winslow dice al respecto: “Cuando un cristiano profesante puede leer su Biblia sin gusto espiritual, o cuando la escudriña, pero no con un sincero deseo de conocer la mente del Espíritu para un andar santo y obediente, sino simplemente con curiosidad… esa es una evidencia segura de que su alma está experimentando un movimiento de retroceso en la verdadera espiritualidad”.

El creyente que tiene una vida espiritual saludable no se caracteriza por llevar una vida perfecta de obediencia, porque eso es imposible de este lado del cielo; sino por un deseo creciente de conformarse cada vez más a la voluntad de Dios revelada en Su Palabra.

Mientras el incrédulo lucha en el terreno del pecado contra Dios y Sus mandamientos, el creyente lucha en el terreno de Dios contra el pecado. Un creyente que está creciendo espiritualmente es alguien que está siendo cada vez más gobernado por las Escrituras.

Hablando en un sentido práctico, dice Donald Whitney, “te das cuenta de que la Palabra de Dios está teniendo una influencia creciente sobre ti cuando puedes señalar un creciente número de creencia y acciones que han sido cambiadas [en tu vida] debido a la obra de textos específicos de las Escrituras”.

¿Qué hacer si descubres que tu deseo por las Escrituras ha menguado, y con esa falta de deseo por la Biblia también ha menguado la influencia de ella sobre ti?

Déjame darte un consejo: si quieres volver a tener apetito por la Biblia, date un banquete regular de Biblia. Dice Donald Whitney: “Nada puede hacerte más hambriento por la Escritura que la misma Escritura”.

Mientras más conozcas la Escritura, más fascinantes la encontrarás. Sólo puede aburrirse con la Biblia aquel que se ha estancado en su conocimiento de ella.

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martes, 27 de abril de 2010

¿Sientes todavía sed por Dios?

En el capítulo 4 del evangelio de Juan, el Señor dice a la mujer samaritana que había ido al pozo de Jacob a buscar agua: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn. 4:13-14).

Noten que Cristo no le promete destruir la sed, sino proveerle un manantial inagotable para saciarla. Si el Señor destruyera nuestra sed, nunca más sentiríamos nuestra necesidad de Él. Y como bien ha dicho alguien, Cristo no quiere santos auto satisfechos.

Lo que Él promete a la mujer samaritana, y a todos nosotros, es que si bebemos del agua que Él ofrece tendremos en nosotros un manantial inagotable donde saciar nuestra sed continuamente.

John Piper dice lo siguiente al respecto: “Un manantial satisface la sed, no removiendo la necesidad que tienes de agua, sino estando allí para proveerte agua cada vez que estés sediento. Una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez” (cit. por Donald Whitney; pg. 19).

Pero hay ocasiones en que los creyentes nos sentimos más que sedientos; sentimos que tenemos el alma reseca, agrietada de tanta aridez. Y aunque eso puede ocurrir por diversas razones, es posible que el problema sea que estamos bebiendo demasiado de la fuente equivocada de este mundo, y bebiendo cada vez menos de la fuente que Dios nos ha provisto para calmar nuestra sed.

No todo lo que se bebe calma la sed; algunas cosas más bien la incrementan. Y así le ocurre al creyente cuando se detiene demasiado en las cosas de este mundo, descuidando al mismo tiempo su comunión con Dios. Tarde o temprano sentirá como su alma se torna reseca y agrietada:

“Espantaos, oh cielos, por esto, y temblad, quedad en extremo desolados - declara el SEÑOR. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer. 2:12-13).

¿Es ese tu caso? ¿Te has dejado seducir por las cisternas rotas de este mundo que no retienen agua, y has descuidado la fuente de agua viva? No te extrañes, entonces, de que tienes el alma seca. No podría ser de otro modo, porque el que bebiere de esa agua que el mundo ofrece volverá a tener sed.

Pero hay otro tipo de sed a la que Donald Whitney llama: La sed del alma satisfecha. Esto suena paradójico de primera impresión, pero lo cierto es que alma satisfecha en Dios siente una continua sed de Dios, precisamente por el hecho de haber sido satisfecha.

Dice el salmista en el Salmo 34:8: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en Él”. Aquel que ha gustado y experimentado la bondad de Dios en su vida, siempre querrá más.

Esa fue la experiencia del apóstol Pablo, como vemos en el capítulo 3 de Filipenses:

“Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como Él en su muerte” (Fil. 3:7-10).

“Ya le conozco – dice él, tengo 30 años caminando a Su lado, pero no me siento totalmente satisfecho; yo quiero más, yo quiero más”. Esa es la sed del alma satisfecha.

¿Cómo está tu sed por Dios en este momento? Ese es un buen indicativo para conocer el estado espiritual en que se encuentra tu alma.


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lunes, 26 de abril de 2010

10 preguntas para diagnosticar tu salud espiritual


Este domingo concluimos la serie sobre la Decadencia Espiritual, tratando los remedios para un alma en decadencia. Por la importancia del tema pensé que era buena idea publicar el material parte por parte durante esta semana.

En la famosa obra de Juan Bunyan, titulada “El Progreso del Peregrino”, se ilustra la vida del creyente en este mundo a través del viaje de un personaje llamado “Cristiano” desde la Ciudad de la Destrucción hasta la Canaán celestial.

En una parte de su viaje Cristiano, y otro peregrino llamado Esperanza, caen en manos del Gigante Desesperación y de su esposa Desconfianza, quienes los encierran en el Castillo de la Duda.

Después de golpearlos severamente, y de echarlos en un calabozo inmundo, Desesperación y Desconfianza tratan de convencer a los peregrinos de que se quiten la vida porque ya no había esperanza para ellos.

Y como no pudieron convencerlos de eso, la Sra. Desconfianza sugiere a su marido que los saque al patio para mostrarles los huesos y calaveras de aquellos que ya habían sido despedazados por él; “y hazles creer – dice ella – que antes de una semana los desgarrarás, como has hecho con sus compañeros”.

Eso es lo que ocurre muchas veces cuando el creyente se desvía momentáneamente de su camino y atraviesa por un período de decadencia espiritual: casi siempre queda atrapado en el Castillo de la Duda.

Satanás hará todo lo posible por convencerlo de que para él no hay esperanza, que no vale la pena volver a hacer otro intento para salir de su situación.

Y cuando no puede hacerlo desistir de seguir luchando, entonces trae a su memoria los casos de aquellos supuestos creyentes que finalmente sucumbieron y apostataron de la fe, tratando de hacerle creer que si ellos no pudieron salir de esa prisión, él tampoco podrá hacerlo.

“Muéstrales los huesos y calaveras de aquellos que has despedazado – le dice la esposa al Gigante – y hazles creer que antes de una semana los desgarrarás como a ellos”.

Pero la historia no termina allí. Los peregrinos pudieron escapar de ese horrible Castillo porque recordaron que tenían una llave llamada “Promesa”.

Dios nos ha dejado todos los recursos necesarios para llegar sanos y salvos a nuestro destino final, a pesar de todos los peligros que tengamos que enfrentar en nuestro peregrinaje.

Si en este momento estás atrapado en el Castillo de la Duda, y Satanás está tratando de convencerte de que no hay esperanza para ti, recuerda que él es un mentiroso y un homicida.

En el paquete de la salvación que Dios nos ha dado por gracia vino incluido esa llave que abre todas las puertas del Castillo de la Duda. Escucha la promesa que Dios hace a Su pueblo que se había apartado de Él en el libro de Oseas:

Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios. No nos librará el asirio; no montaremos en caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Dioses nuestros; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia. Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos. Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano (Oseas 14:1-5).

Dios promete sanar la rebelión de Su pueblo y hacerlos fructificar otra vez. Así como fuimos salvos por gracia, también somos recobrados por gracia.

Y lo que quiero que veamos en este último estudio sobre la Decadencia Espiritual son los remedios que debe emplear un cristiano cuando está atravesando por un período de declinación.

Y el primero de todos es este: Ocúpate en conocer el verdadero estado de tu alma delante de Dios.

Si vamos a recobrarnos de una enfermedad física es necesario que estemos conscientes de que tenemos un problema. Y lo mismo ocurre en nuestra vida espiritual. No voy a hacer el esfuerzo de salir de un estado de decadencia, si no estoy consciente de que estoy en esa condición.

Debemos venir delante de Dios con la actitud del salmista en el Salmo 139: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).

Eso es algo que debemos hacer, cuando menos cada vez que participamos de la Cena del Señor: “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa”, dice Pablo en 1Cor. 11:28. La meta de ese auto examen no es quedarnos lamentando lo mal que estamos, sino volver a buscar la gracia de Cristo para el perdón y la restauración.

Y ¿cómo podemos llevar a cabo este proceso de auto examen? De la misma manera como los doctores llevan a cabo una evaluación médica: haciendo preguntas.

Para eso quiero compartir con Uds. un cuestionario que aparece en el libro de Donald Whitney, que se titula precisamente “Diez Preguntas para Diagnosticar tu Salud Espiritual”; voy a detenerme en algunas de esas preguntas, trayendo aquí y allá algunas aplicaciones prácticas.


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viernes, 23 de abril de 2010

¿Cuál es la responsabilidad de los miembros de la iglesia hacia sus pastores?

Satanás conoce la enorme importancia del ministerio pastoral para la salud espiritual de los miembros de la iglesia, y por eso hará todo lo posible por anular nuestra labor, hacerla ineficaz en sus mentes y corazones. Pero él no puede hacer eso sin nuestro consentimiento.

De ahí la directriz que el autor de la carta a los Hebreos dirige a los miembros de esta iglesia por inspiración divina:

“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He. 13:17).

¿Cuál es la responsabilidad de los miembros de la iglesia hacia sus pastores? Según este texto, básicamente dos:

Los miembros de la iglesia deben reconocer la autoridad de sus pastores:

Ya vimos en la entrada anterior que ellos tienen una autoridad delegada por Cristo. Pero ahora debemos reconocer esa autoridad y actuar en consecuencia. Eso no es algo opcional; el autor de esta carta, inspirado por el Espíritu Santo, escribió un doble mandato aquí: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos”.

El problema es que en todos nosotros hay una resistencia para someternos a la autoridad, por causa del pecado que todavía mora en nosotros. La esencia del pecado no es otra cosa que rebeldía, una resistencia a someternos a la voluntad de otro, incluyendo la voluntad de Dios mismo (esa fue la tentación del diablo a nuestros primeros padres: “seréis como Dios”).

Por otro lado, también está el problema de que los líderes a los cuales debemos someternos no son perfectos. Dios hubiera podido enviar ángeles para que pastorearan la iglesia, pero quiso enviar hombres, hombres con debilidades que tienen que luchar con sus propios pecados; hombres que cometen errores, que se cansan.

Y a todo esto debemos añadir el individualismo de nuestra época. Cada vez se percibe menos en nuestra sociedad ese sentido de que somos parte de un conglomerado, de que nos debemos a otros; y eso también afecta la iglesia, y hace que muchos que profesan ser cristianos levanten paredes infranqueables a su alrededor para que nadie se meta en sus vidas.

“Es mi libertad cristiana; es mi relación con el Señor; es mi ministerio”. Ese es el espíritu de la generación en que nos ha tocado vivir. Pero el mandato de He. 13:17 sigue tan vigente hoy como hace 2,000 años: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos”.

Hay dos deberes en el texto íntimamente relacionados entre sí. La palabra “obedecer” significa lit. “dejarse convencer con argumentos”, “ser persuadidos”, en este caso de la enseñanza fiel de la Palabra de Dios.

Y eso es algo que los mismos pastores deben distinguir con claridad. Muchas veces tenemos que dar consejos en asuntos que son neutrales, donde hay varios cursos de acción que son legítimos. En tal caso el hermano o la hermana es libre de seguir o no el consejo pastoral. Pero cuando se trata de un claro mandato de la Palabra de Dios, la obediencia no es opcional.

Pero no sólo se trata de obedecer, sino también de sujetarse a ellos; en otras palabras, reconocer la autoridad que ellos poseen en lo tocante al gobierno de la iglesia, aún en situaciones en las que no estamos de acuerdo (siempre y cuando estemos hablando de cosas neutrales que no viole nuestras conciencias).

Lo que se requiere de los miembros no es una obediencia mecánica, sino el tipo de trato que damos a una persona a la que queremos honrar (comp. 1Ts. 5:12-13):
“Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo. Vivid en paz los unos con los otros” (comp. 1Tim. 5:17).

Y eso nos lleva al segundo aspecto de este pasaje. No solo debemos reconocer la autoridad que el Señor les ha conferido…

Los miembros de la iglesia deben hacer todo lo que esté a su alcance para que ellos hagan su labor con gozo:

“A la luz del trabajo que realizan y la responsabilidad que tienen delante de Dios, en la medida de lo posible alívienle la carga en vez de aumentarla, pues para Uds. no será provechoso que vuestros pastores tengan que trabajar luchando todo el tiempo con la amargura y el espíritu de queja”.
Un comentarista dice al respecto: “Cuando los miembros se niegan a obedecer y no le tienen respeto a sus dirigentes, la obra de la iglesia se vuelve una carga. Los miembros deben darse cuenta de que ni ellos ni los dirigentes son dueños de la iglesia. La iglesia pertenece a Jesucristo, ante quien los lectores son responsables. Si ellos hacen que la vida y obra de los dirigentes sea difícil, ellos mismos serán los perdedores”.

Y ¿cuáles son las cosas que traen gozo al corazón de un pastor? Un autor cristiano enumera las siguientes:

1. El hecho de que todos los miembros den evidencia de que realmente han venido a Cristo en arrepentimiento y fe (comp. Mt. 7:21-23; 1Ts. 2:19-20).
2. Verlos andar en obediencia (comp. 3Jn. 3-4; 1Ts. 3:6-9).
3. Ver a los hermanos cultivando y preservando la paz en la iglesia (comp. Fil. 2:1-2).
4. Saber que están luchando con él en oración (comp. Rom. 15:30).
5. Manifestándoles amor y aprecio por su labor (2Cor. 7:5-7; He. 13:24).
6. Dándoles el beneficio de la duda en las decisiones que toman (1Cor. 13:7 – eso no quiere decir que no podemos estar en desacuerdo con las decisiones de los pastores o que no debemos expresarles nuestros desacuerdos, pero debemos estar siempre dispuestos a poner la mejor construcción).
7. Poner sus dones en operación para beneficio de todo el cuerpo (Ef. 4:11-12).

En conclusión, la iglesia es un solo cuerpo donde los pastores y los miembros trabajan en equipo, beneficiándose mutuamente para la gloria de Dios y la expansión de Su reino.

Algunos están en el equipo como líderes, otros están como seguidores, pero tanto los unos como los otros le sirven al mismo Señor y persiguen la misma meta.


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jueves, 22 de abril de 2010

La autoridad pastoral

Estoy consciente de que este no es un tema muy popular en la época en que nos ha tocado vivir. El concepto de “autoridad” suele ser asociado con ideas que nos provocan reacciones negativas: “tiranía”, “legalismo”, “autoritarismo”.

De manera que cuando la palabra “autoridad” se conecta con el ministerio pastoral, la imagen que se transmite es la de un hombre, o un grupo de hombres, enseñoreándose sobre la conciencia de los demás y usando su posición para aplastar a todo el que no piense como ellos.

Lamentablemente no pocos ministerios contribuyen a esa idea distorsionada del ministerio pastoral.

Pero esa no es la imagen que la Biblia nos presenta de los pastores. Ellos tienen autoridad, pero es una autoridad delegada que debe ser ejercida bajo la autoridad de Cristo y para el beneficio espiritual de las ovejas que Él compró con Su sangre.

Ellos no fueron llamados a implantar sus opiniones personales en las vidas de otros, sino más bien a traspasar a la iglesia la voluntad de Cristo, y velar con autoridad que esa Palabra sea obedecida.

Por eso el autor de la carta a los Hebreos se refiere a ellos en el capítulo 13:7, 17 y 24 usando la palabra griega hegueomai, de dónde proviene nuestra palabra “hegemonía” (“supremacía de cualquier tipo”). Esta es la palabra que se usa en Hch. 7:10 para referirse a José como gobernador en Egipto.

Los pastores gobiernan la iglesia en el nombre de Cristo y bajo la autoridad de Cristo. El comentarista John Brown dice al respecto: “En toda sociedad ordenada debe haber gobernadores; y nuestro Señor Jesucristo, que no es autor de confusión sino de paz… entre los dones que ha impartido en [Sus] iglesias, ha incluido el de ‘gobernantes’ o dirigentes”.

Estos hombres no ejercen sobre la iglesia una autoridad legislativa. Ellos no tienen autoridad para instituir nuevas leyes o nuevas ordenanzas. “Su autoridad – sigue diciendo Brown – está completamente subordinada a la autoridad de Cristo. Sin embargo, dentro de los límites que Él ha prescrito, ellos son gobernadores”. Comp. 1Tim. 5:17; 1Ts. 5:12-13.

De modo que los pastores tienen autoridad sobre la iglesia. Pero esa autoridad no es un fin en sí misma, sino más bien un medio para llevar a cabo eficazmente la labor que se les ha confiado. Y ¿cuál es esa labor?

En este capítulo el autor de la carta a los Hebreos lo resume diciendo que ellos cuidan nuestras almas suministrando y ejemplificando la Palabra de Dios (vers. 7). Estos gobernadores son maestros; su gobierno es ejercido primariamente, aunque no únicamente, a través de la enseñanza de la Palabra de Dios.

Su deber primario es hacer entender a las ovejas de Cristo cuál es la voluntad de su Señor y Salvador y persuadirles a la obediencia. Este es un aspecto tan importante de su ministerio que los pastores no deben permitir que ninguna otra cosa los aparte o interfiera con el cumplimiento fiel de esta responsabilidad (comp. Hch. 6:2, 4; 1Tim. 3:2; 4:6, 11, 13-16; 2Tim. 2:15; 4:1-5; Tito 1:9).

Los pastores han sido llamados a cuidar de las ovejas de Cristo alimentándolas fielmente con la Palabra de Dios, advirtiéndoles de los peligros que pueden poner en riesgo su vida espiritual, trayendo el consejo o la amonestación a tiempo. “Ellos velan por vuestras almas”, dice en el vers. 17. Se mantienen alertas para proteger al rebaño, con los ojos bien abiertos.

En Ez. 3:17 encontramos una ilustración de lo que eso significa: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya de la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte”.

Esa es nuestra labor. No todo el mundo recibe este ministerio con alegría, pero es parte del tierno cuidado de Dios para con nosotros. Los atalayas no estaban allí para molestar a la gente con sus llamadas de atención, sino para su cuidado y protección.

Esa misma idea la encontramos en el NT, en Hch. 20:28: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual El ganó por su propia sangre”.

¡Qué tremenda responsabilidad! Pero al mismo tiempo, ¡qué gran muestra del amor y cuidado de Dios para con los Suyos! Ese es uno de los instrumentos que Dios usa para nuestra preservación (comp. He. 3:12-13).

Pero los pastores no solo tienen el deber de velar por el rebaño suministrando la Palabra, sino también ejemplificándola: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe (vers 7).

Los pastores que se mencionan este versículo ya habían partido con el Señor. Eran hombres que habían vivido fielmente y habían muerto fielmente. Y ahora el autor de la carta los exhorta a imitarlos.

Eso no quiere decir que esos pastores eran perfectos (como dice Pablo en 1Cor. 4:7, los ministros del evangelio tenemos un tesoro en vasos de barro, y ese barro sale por algún lado). Pero fueron hombres de integridad que manifestaron en sus vidas un genuino deseo de hacer la voluntad de Dios aún en medio de muchas dificultades y aflicciones.

“No olviden el ejemplo de esos hombres ni las enseñanzas que impartieron, tráiganlos a vuestra memoria una y otra vez”, es la idea. Alguien lo traduce: “Observad como ellos concluyeron una vida bien vivida”.

Pero no simplemente para tener anécdotas interesantes que contar sobre ellos, sino para imitar su fe: “considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad se fe”. Ellos predicaron fielmente la Palabra y ejemplificaron en sus vidas el mensaje que proclamaron.

“Ahora imítenles”, dice el autor de esta carta. “En medio de las situaciones difíciles que ahora les está tocando vivir, recuerden el precio que esos hombres del pasado estuvieron dispuestos a pagar e imiten su fe”.

Pero no era suficiente que ellos recordaran a sus antiguos pastores y los tuvieran en alta estima. También era necesario que se sometieran a la autoridad de los que aún estaban vivos: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (vers. 17).

Es muy fácil exaltar, y hasta mitificar, a los siervos de Dios del pasado. “Si yo hubiese vivido en la época de Jonathan Edwards, o de Spurgeon, con gusto me hubiera sometido a su liderazgo”. Pero ¿qué de los pastores que tienes ahora, los hombres de carne y hueso que el Señor te ha provisto? ¿Cómo te relacionas con ellos? Escucha lo que dice Pablo en otro lugar:

“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros” (1Ts. 5:12-13).

¿Es esa la actitud que manifiestas hacia tus pastores? ¿Los tienes en alta estima por la labor que ellos realizan a favor de tu vida espiritual?


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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miércoles, 21 de abril de 2010

Más creatividad

Para aquellos que al igual que yo disfrutan la música de Bach, aquí los dejo con una interpretación de The Swingle Singers.



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martes, 20 de abril de 2010

Creatividad humana: sencillamente espectacular

Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Esto incluye, indudablemente, el genio creativo. Las imágenes que están posteadas más abajo son una pequeña muestra de esa capacidad que Dios ha dado al hombre, sean creyentes o no, para crear belleza de cosas tan comunes como espigas de arroz.

Aquí vemos a un grupo de japoneses trabajando en una plantación de arroz, nada fuera de lo común. Nada que no podamos ver en San Juan de la Maguana o San Francisco de Macorís.


Pero, repentinamente, cuando el arroz comienza a crecer, algo sorprendente ocurre...



Para lograr estos impresionantes diseños los japoneses utilizan plantas de arroz de color diferentes, que han sido estratégicamente dispuestas y cultivadas en los campos de arroz.





La próxima foto nos muestra cómo se ve la plantación desde el suelo y los tipos de espigas que usan.


Este arte se inició en 1993 con diseños muy simples que luego se fueron complicando hasta llegar a formar verdaderas obras de arte. Y esto es sólo una pequeña muestra, ínfima en comparación, de la capacidad artística de nuestro Dios.


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lunes, 19 de abril de 2010

¿Qué significa que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?

No creo que exagero al decir que la correcta comprensión de Rom. 6:14 puede determinar el que un cristiano sea maduro en su fe; puede proveernos una herramienta vital para nuestro crecimiento en gracia, y nuestra lucha contra el pecado.

Este texto contiene una enseñanza que debe llenar de asombro y de gozo el corazón de todo verdadero hijo de Dios. Pero antes de pasar a considerar el significado del texto a la luz de Rom. 6, quisiera compartir con Uds. una historia, una historia ficticia, que escuché hace unos años y que puede ilustrar lo que Pablo nos enseña en este pasaje.

Imaginemos a un hombre que vive en un reino gobernado por un tirano cruel, que tiene a todos sus súbditos sometidos totalmente a su voluntad. Este tirano impone sus deseos malvados sobre cada uno de sus siervos, y en vez de recompensarlos por su obediencia los maltrata y los tortura.

Ante esta terrible situación, el hombre de nuestra historia ha intentado escapar varias veces del reino, pero siempre fracasa en su intento. Pronto se da cuenta de que es imposible escapar de allí. Las murallas que rodean el reino son muy altas, y la única puerta de acceso, tanto para salir como para entrar, siempre se mantiene estrechamente vigilada.

Triste y abatido el hombre de nuestra historia llega a la conclusión de que hay una sola forma de escapar de esta terrible tiranía: a través de la muerte; así que no le queda más remedio que esperar a que llegue ese momento.

Pero no lejos de allí hay otro reino, gobernado por un rey justo y bueno, cuyas órdenes y decretos siempre procuran el bien de sus súbditos. Este rey ha logrado libertar a varios de los siervos de aquel tirano cruel, y ahora se dispone a libertar a este otro, sólo que su método es bien extraño.

Como nadie puede escapar de allí si no es a través de la muerte, de alguna manera éste rey bueno y justo se las ingenia para penetrar en la ciudad y matar al hombre que está tratando de escapar, al siervo oprimido que anhelaba ser libertado de las garras del tirano.

Y ahora que el individuo ha muerto, las autoridades del reino hacen con él lo que se suele hacer en estos casos: lo sacan de la ciudad y lo entierran en el cementerio que está del otro lado del muro. Por fin el hombre ya no se encuentra bajo aquella terrible tiranía; ha sido libertado por medio de la muerte.

Pero ahí no termina la historia, por supuesto. Una vez dejan solo su cadáver fuera de la ciudad, el rey bueno y justo viene al cementerio, lo resucita, y lo lleva a formar parte de su reino de justicia y de bondad, donde este hombre, lleno de gratitud hacia Su nuevo rey, se esfuerza por agradarlo y obedecerlo en todo.

Algo similar es lo que ocurre con el cristiano, de acuerdo a la enseñanza de Pablo en Rom. 6. El cristiano también había sido por un tiempo esclavo del pecado, como todos los hombres lo son. El pecado era un tirano cruel que lo gobernaba a su antojo, un tirano que exigía ser obedecido con una obediencia absoluta y completa, prometiendo siempre una felicidad que no puede dar.

Pero cuando este hombre participa de la gracia de Dios en Cristo, todo cambia repentinamente. Su vida queda unida a Cristo de tal modo, que no solo hay una total identificación entre él y Cristo, sino también una participación espiritual de lo mismo que Cristo participó a través de Su muerte y resurrección.

Noten como Pablo desarrolla esta idea en Rom. 6, tomando el bautismo como punto de referencia (vers. 3). ¿Qué es lo que el bautismo simboliza? Entre otras cosas, nuestra unión con Cristo. Así como Cristo murió y fue sepultado, así también nosotros somos sumergidos en el agua, como si fuésemos sepultados allí; pero de la misma manera que Cristo se levantó victorioso de la tumba al tercer día, nosotros también salimos del agua como si estuviésemos resucitando también (vers. 4-5).

Hay un misterio en todo esto, algo que escapa a nuestro entendimiento. Dice John Murray al respecto: “Aquí tenemos una unión (la unión del creyente con Cristo) que no podemos definir de una manera específica. Pero es una unión de un carácter espiritual intenso congruente con la naturaleza y la obra del Espíritu Santo, de manera, que de una forma real que rebasa nuestra capacidad de análisis, Cristo mora en su pueblo y su pueblo mora en él” (Redención Consumada y Aplicada; pg. 178).

Cuando Murray nos dice que es una unión de carácter espiritual, lo que quiere resaltar es el hecho de que es algo que está relacionado con la morada del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu Santo es señalado en la Biblia como el Espíritu de Cristo (comp. Rom. 8:9). Ese Espíritu de Cristo mora en los creyentes, y de ese modo nosotros estamos en Cristo y El en nosotros.

Aunque no entendamos todo lo que encierra nuestra unión con Cristo, es claro en la Escritura que nosotros estamos unidos a Él desde el mismo instante en que la obra de redención fue aplicada en nuestras vidas, y por lo tanto, como consecuencia de esta unión, hemos muerto juntamente con Él, y juntamente con El hemos resucitado a una vida nueva (comp. Ef. 2:4-6).

Toda nuestra salvación está ligada a esta maravillosa verdad: estamos en Cristo. Ahora bien, ¿qué tiene todo esto que ver con Rom. 6:14? Pablo concluye su disertación acerca de nuestra unión con Cristo diciendo que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Como hemos dicho ya, estar unido a Cristo significa entre otras cosas, que hemos muerto con Él, y hemos resucitado a una vida nueva; y eso, en un sentido práctico, implica que el pecado ya dejó de ser nuestro rey. Volviendo a nuestra historia, decíamos que aquel individuo estaba sometido a una férrea dictadura, que en el caso del creyente no es otra que la dictadura del pecado.

Ese pecado no nos dejaba en libertad de hacer lo correcto, no nos dejaba obedecer libremente a Dios, y eso nos ponía en una terrible situación porque todo hombre está obligado a obedecer a Dios. El hombre como criatura de Dios no tiene otra opción que obedecer los mandamientos de Dios.

Pero debido a que es un esclavo del pecado, no quiere ni puede obedecer como debe hacerlo. La ley está sobre él, demandando ser obedecida, pero el pecador no tiene en sí mismo la capacidad de obedecerla.

Eso es lo que significa estar bajo la ley; es estar en la terrible situación de tener que obedecer la ley, pero sin los recursos que necesita para obedecerla; teniendo que obedecer la ley, pero al mismo tiempo esclavizado a ese tirano que es el pecado, y que nos mueve a actuar en contra de la ley.

¿Qué ha hecho Cristo por nosotros? Que nos libertó de ese tirano a través de Su muerte y Su resurrección. Al morir juntamente con Cristo, ya no estamos más bajo el yugo opresor del pecado; el pecado dejó de ser nuestro rey. Si yo muero mañana, el dr. Leonel Fernández dejaría de ser mi presidente. Yo estoy bajo la autoridad del gobierno dominicano mientras esté vivo y sea dominicano; pero una vez muera, voy a dejar de estar bajo esa autoridad.

Eso es lo que sucede con el cristiano. El estaba bajo el dominio del pecado mientras vivía en ese reino. Pero al morir con Cristo, ya dejó de estar sujeto a ese dominio (comp. Rom. 6:10-11). El pecado sigue siendo un enemigo para el creyente, pero ha dejado de ser su rey (comp. Rom. 6:12-14).

El pecado no puede obligarnos otra vez (y noten con cuidado las palabras que estoy usando: el pecado no puede obligarnos otra vez a desobedecer a Dios, a transgredir la ley y pecar); ¿por qué? Porque no estamos bajo la ley, no estamos en esa terrible situación de tener que obedecer la ley y no tener ningún recurso para obedecerla, sino que estamos bajo la gracia.

El estar bajo la gracia es contar con todos los recursos que emanan de la gracia en virtud de nuestra unión con Cristo en Su resurrección (vers. 4). ¿Significa esto que el creyente ya no tiene ningún problema con el pecado? ¿Que el pecado ya no representa ningún peligro para el creyente? ¡Por supuesto que no!

Lo que estamos diciendo es que el pecado ya no reina en nuestras vidas, y por lo tanto, no puede obligarnos a violar la ley de Dios. El pecado sigue siendo un terrible enemigo, un enemigo astuto, pero en virtud de nuestra unión con Cristo, al haber muerto y resucitado con Él, no tenemos que ceder a las demandas del pecado. Hemos muerto al pecado, dice Pablo, y ahora estamos vivos para Dios.

En Col. 1:13 Pablo lo explica de este modo: Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y (nos ha) trasladado al reino de su amado Hijo”. Ya no estamos sujetos a ese tirano cruel, sino que con gozo, gratitud y devoción servimos a Aquel que nos ha hecho libres (Rom. 6:15-23).

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viernes, 16 de abril de 2010

¿En qué contexto dijo Pablo que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?

Siempre que vamos a estudiar un pasaje de las Escrituras, una de las primeras cosas que debemos hacer es situar el texto en su contexto. Cuando un texto se aísla de su entorno fácilmente podemos ponerlo a decir cosas que no dice, y que incluso contradicen otras enseñanzas de la Palabra de Dios.

En mis primeros meses de conversión llegó a casa un Testigo de Jehová. Yo no conocía mucho la Escritura, pero había aprendido la regla hermenéutica de interpretar un texto a la luz de su contexto. Así pude librarme cuando el testigo en cuestión me citó 1Cor. 15:19 para decirme que los que solo esperamos en Cristo somos los más dignos de lástima de todos los hombres.

Basta con leer unos versículos antes y otros después para ver que Pablo no está diciendo tal cosa, sino argumentando a favor de la resurrección de Cristo: si los muertos no resucitan, entonces Cristo no resucitó, y si Cristo no resucitó, entonces los que esperamos en Él somos dignos de pena. Pero ¡gloria al Señor! Cristo resucitó y, por lo tanto, los que esperamos en Él somos los seres más bienaventurados del planeta.

Para comprender adecuadamente el contenido de Rom. 6:14, debemos observarlo a la luz de su contexto inmediato, el capítulo 6 de Romanos, así como también a la luz de su contexto más amplio, el tema central de la epístola a los Romanos.

El tema central de esta carta es el glorioso evangelio de nuestro Señor Jesucristo. El apóstol Pablo no conocía esta Iglesia personalmente, pero deseaba ardientemente visitarles algún día para fortalecer la fe de estos hermanos, y para predicar el evangelio en esta gran ciudad (comp. 1:13-17).

Ahora bien, ¿qué entendía Pablo por el evangelio? ¿Cuál era el contenido de este mensaje que él deseaba predicar en Roma? Esto es lo que el apóstol pasa a explicar a partir del vers. 18 del capítulo 1.

En toda esa sección de la carta, hasta 3:20, Pablo establece la culpabilidad del hombre por causa de su pecado. Necesitamos la salvación que el evangelio ofrece, porque somos culpables delante de Dios. No tiene sentido alguno que hablemos de salvación a un grupo de personas que no conoce el peligro del cual necesitan ser salvados.

Si vamos a predicar adecuadamente el evangelio debemos partir de la culpabilidad humana y de la ira de Dios por causa del pecado. A partir de 3:21 Pablo pasa a explicarnos cómo el pecador es justificado, declarado justo y hecho acepto delante de Dios, gratuitamente por medio de la fe en la persona y la obra del Señor Jesucristo (cap. 3:21-23).

Todos pecaron, pero ahora pueden ser justificados por medio de la fe en Jesucristo. No somos salvos por guardar la ley, como enseña el legalista; somos salvos por medio de la fe (comp. 3:28-30). En todo el cap. 4 Pablo ilustra esta enseñanza con la vida de Abraham, el cual creyó a Dios, y su fe le fue contada por justicia.

Abraham no fue acepto delante de Dios por su obediencia; fue justificado por su fe. Luego en el cap. 5 Pablo nos habla en los vers. 1-11 de los resultados de la justificación, de lo que implica el haber sido justificados por medio de la fe, a saber, que ahora tenemos paz con Dios, que hemos sido plenamente reconciliados con Dios, y todo eso, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Y así llegamos finalmente al vers. 12 del cap. 5 donde Pablo presenta un paralelismo entre Adán y Cristo, en una de las secciones más difíciles de la carta a los Romanos, y una de las más difíciles de toda la Biblia.

No vamos a entrar a considerar profundamente este pasaje, pero debemos tener al menos una idea general de lo que enseña ya que estos versículos son los que sirven de base para lo que Pablo va a decir en el capítulo 6, que es donde se encuentra el versículo que estamos considerando.

La idea que Pablo establece en esta sección de su carta es que así como la desobediencia de Adán trajo consigo la condenación de toda la raza humana, así también a través de la obediencia de Cristo vino la salvación a los hombres (vers. 18-19). Por medio de Adán entró el pecado y el reino de la muerte; por medio de Cristo vino la justicia y el reino de la gracia.

Podemos decir que toda la historia de la redención gira en torno a estos dos hombres: Adán y Cristo. El primero, Adán, hizo la redención necesaria; el segundo, Cristo, llevó a cabo la obra de redención.

Todos los hombres que alguna vez lleguen al cielo, alcanzarán ese privilegio en base a una sola cosa: la obediencia de Jesucristo. Es por Su justicia que somos salvos, no por la nuestra. Es Su obediencia la que provee salvación al pecador por medio de la fe, no la obediencia nuestra, porque nosotros no somos obedientes sino mas bien pecadores.

Y es ahí precisamente donde la ley de Dios entra en escena. Uno de los propósitos de Dios al darnos la ley es mostrarnos cuán pecadores somos. La ley no fue dada para que nosotros tratemos de salvarnos obedeciéndola, sino mas bien para que veamos cuán terrible es nuestra condición al no poder obedecerla (Rom. 5:20-21).

Nunca fue la intención de Dios salvar al hombre a través de la ley. El objetivo de la ley es mostrar nuestra pecaminosidad, nuestra impotencia, para que vayamos a Cristo.

Vino la ley, y ¿qué sucedió? ¿Pudo el hombre obedecerla? No; dice Pablo que cuando vino la ley abundó el pecado, el pecado vino a ser aun más evidente por medio de la ley; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia: Dios ofrece salvación gratuita al pecador, por medio de la fe en Jesucristo, solamente por la fe.

Esa es la buena noticia del evangelio; eso es lo que el evangelio nos ofrece, salvación gratuita por medio de la fe, no por medio de las obras. Si algún día vas a llegar al cielo no será por tus méritos, sino por confiar enteramente en la obediencia de Cristo.

Pero es aquí precisamente donde el legalista tiene problemas. Donde quiera que se predique este evangelio que ofrece salvación gratuita, basada únicamente en la obediencia de Cristo, encontraremos esta objeción: que este evangelio conduce al libertinaje.

“Si no son mis buenas obras las que me salvan, sino que soy salvo solo por fe, entonces puedo vivir como me plazca, y como quiera seré salvo. Si la gracia sobreabundó donde abundó el pecado, vamos a pecar para que venga más gracia”.

Esa es la objeción con la que Pablo trata en el capítulo 6: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:1-2).

El creyente ha muerto con Cristo, de tal modo que el pecado no puede seguir siendo su estilo de vida. Ahora bien, ¿qué es el pecado? ¿Cómo se define el pecado en la Biblia? Como una transgresión a la ley de Dios (comp. Rom. 4:15; 5:13; 1Jn. 3:4: “El pecado es infracción de la ley”).

El evangelio que anuncia salvación gratuita por medio de la fe no puede ser un incentivo para el pecado, sino todo lo contrario: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rom. 6:12-14).

Sea lo que sea que signifique este texto, no puede significar que ya no estamos obligados a obedecer la ley moral de Dios. Por eso Pablo continúa diciendo: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Rom. 6:15). Más adelante veremos a qué se refiere Pablo cuando dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia.

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jueves, 15 de abril de 2010

No bajo la ley, sino bajo la gracia

Uno de los textos favoritos de los antinomianos, aquellos que niegan la vigencia de la ley moral en la vida del cristiano, es Rom. 6:14: “No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia”.

Para ellos está claro que los creyentes en Cristo no tienen obligación alguna con el Decálogo; que esa ley quedó en desuso con la obra redentora de Cristo; y más aún, que cualquier intento de establecer obediencia a la ley moral de Dios es un atentado contra la gracia del evangelio.

“El estar bajo la gracia, significa que no estamos bajo la ley; por tanto, aquellos que se ponen bajo la ley, están negando la gracia, están negando la esencia misma del evangelio de Cristo”. Pero ¿es esto realmente lo que enseña este pasaje de las Escrituras, que los cristianos no tienen ya ninguna obligación con la ley moral de Dios?

Si esto fuese así, ¿cómo podríamos congeniar este texto con todas las otras enseñanzas de las Escrituras que en una forma clara y contundente nos muestran que mientras Dios sea Dios y el hombre sea hombre estamos bajo la obligación de obedecer Sus estándares morales?

¿Significa esto acaso que ya no tiene importancia si violamos los Diez Mandamientos? ¿Que ya no es pecado adulterar, ni robar, ni cometer homicidio? Si los Diez Mandamientos no están en vigor, y ya no atan al cristiano, ¿deberíamos concluir, entonces, que el hacer estas cosas ya no son pecaminosas?

Esta interpretación de las palabras de Pablo tiene repercusiones muy serias como podemos ver. Si Pablo estaba enseñando aquí que la gracia de Dios anula la ley, debemos suponer que un cambio enorme se ha producido en el mundo con la venida de Cristo, que no solo afecta el gobierno de Dios, sino también Su carácter.

Los Diez Mandamientos no son más que un reflejo del carácter santo de Dios. Si estos han caducado, y ya no demandan ser obedecidos, ¿dónde queda en todo esto el carácter de Dios? ¿Será acaso que Su carácter ha cambiado, que Dios es ahora menos santo y menos justo? Yo estoy seguro que ningún antinomiano estaría dispuesto a afirmar una cosa como esta.

¿Cómo explicamos el cambio, entonces? Alguien dirá: “Eso es muy simple: Dios sigue siendo santo, pero ante nuestra imposibilidad de cumplir la ley, Cristo la cumplió en nuestro lugar, para que nosotros no tuviéramos que preocuparnos por esto”.

Suena ingenioso, pero choca una vez más con el carácter de Dios. Dios es amor, dice la Escritura, y en Su amor Él desea nuestro bien, y es precisamente porque quiere nuestro bien que no sólo nos dio Su ley, sino que también nos transforma para que podamos andar en esa senda bienaventurada (comp. Deut. 5:28-29; 6:24; 10:12-13; Sal. 1; 19:8; 119:1).

No es solo para preservar Su gloria y Su santidad que Dios exige que Su pueblo sea santo, sino también por el mismo bien del pueblo. Es que Dios sabe que el pecado es un engaño, que promete mucho y no da nada, excepto frustración y dolor. Si Dios echara a un lado las demandas de Su ley, ¿dónde queda ahora el amor y la bondad que El manifestó en el hecho de darnos la ley?

¿Podríamos decir que un padre ama a sus hijos, cuando ese padre no les da ninguna instrucción, ninguna dirección, cuando ese padre no procura que sus hijos vayan por un camino que él sabe que es el mejor para ellos? La Biblia dice que un padre que no corrige ni instruye a sus hijos, está mostrando con ello que no los ama, sino que los aborrece.

¿Es nuestro Dios un Padre descuidado e irresponsable? ¿O es más bien un Padre que desea lo mejor para Sus hijos, y que no solo les dio Su ley, sino que también los disciplina para que vivan conforme a esa ley? ¿Cuál de estas imágenes representan mejor a nuestro Padre celestial? Comp. He. 12:5-11.

Nuestro Dios no es un Padre irresponsable. El disciplina a Sus hijos para que anden en santidad; y andar en santidad no es otra cosa que vivir a la luz del carácter moral resumido en los Diez Mandamientos. ¿Qué significa, entonces, Rom. 6:14? ¿En qué sentido no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? Más adelante espero responder esta pregunta.


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miércoles, 14 de abril de 2010

Algunas reflexiones de nuestro viaje a Haití


Por Vivian Mateo y Aylín Michelén

Aunque el Señor nos dio la oportunidad de hacer algunas cosas por los niños que conocimos en Haití la situación de ambos orfanatos, sobre todo el de uno de ellos que queda en la montaña, nos dejó con un gran sentido de impotencia y de responsabilidad.

Sabemos que el Señor estuvo con nosotros y bendijo nuestro tiempo allá al concedernos tener una mejor concepción de la realidad en Haití. Pudimos hablar con los encargados de cada orfanato y así constatar sus necesidades. El Señor nos concedió darnos cuenta de que en muchos sentidos la realidad de Haití es muy parecida a la nuestra en algunas partes de nuestra ciudad.

Lo que pasa es que en Puerto Príncipe esa realidad que vemos en algunos barrios de aquí es prácticamente TODA la realidad. Igualmente, la sobrepopulación de Puerto Príncipe (debido a que no hay prácticamente ningún bachillerato ni universidad en otras partes del país y las familias se mudan a Puerto Príncipe para que sus hijos puedan ir a la escuela), hace también que la situación de necesidad y pobreza sea abrumadora.

Aunque ya había mucha necesidad antes del terremoto, es muy duro ver la cantidad de personas viviendo en condiciones sumamente difíciles. La mayoría de las personas están viviendo en casas de campañas, aún y si su casa no sufrió daños. Lo cierto es que ahora mismo hay miles y miles de personas viviendo los síntomas del trastorno de estrés post-traumático que ha provocado el terremoto (con sus muchas réplicas). Están aterrorizados de estar en sus casas, luego de haber vivido y visto las consecuencias devastadoras en la ciudad.

Vimos un pueblo que está tratando de volver a retomar su vida, se ve mucho comercio en las calles. Pero, por otra parte, la ciudad a dos meses del terremoto aún no está siendo reconstruida. Vemos la ciudad en la misma destrucción, tan sólo que los escombros ya nos están en plena calle, aún la casa de gobierno.

Nosotros esperábamos encontrarnos con un Haití que no tenía ningún tipo de belleza... pero estábamos sumamente equivocados. Con las personas que tuvimos contacto resultaron ser sumamente cálidas y amables. Las montañas que rodean a Puerto Príncipe y sobre la que está Puerto Príncipe son majestuosas y hermosas. Hay muchos árboles en la ciudad. Tuvimos aún la oportunidad de ir a una de sus playas, y la intensidad de los colores del mar y los caracoles, la arena... nos dejaron totalmente cautivados.

Los hermanos que nos recibieron en Esperanza son encantadores y cálidos y nos gozamos increíblemente en la unión con nuestros hermanos haitianos. Ellos aguantaron nuestros pobres intentos de hablarles en creole y fueron sumamente pacientes al enseñarnos las palabras que les pedíamos. Igualmente su alegría en servirnos, en darnos el café caliente que nos gustaba, o el jugo de frutas que nos refrescaba, fue para nosotros un regalo del Señor mismo.

Hay cuatro pasajes que no abandonan nuestra mente:

Isaías 58: 6-11--
¿No es éste el ayuno que yo escogí....no es para que partas TU pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante?
...Si te ofreces al hambriento y sacias el deseo del afligido entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía.

Juan 1: 14--
Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Lucas 17: 10--
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, deben decir: "Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber."

Santiago 1: 27--
La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo.

Hasta cierto punto nuestro viaje fue increíblemente cómodo. Nos quedamos en Esperanza Internacional, donde nos atendieron sumamente bien. Dormimos en camas, bajo techo, comimos comidas deliciosas, fuimos al orfanato y luego de unas pocas horas, dejábamos a los niños en la misma situación en que los dejamos.... y cuando nos fuimos nos preguntamos, “¿Realmente estamos nosotros siendo como el Señor Jesús?? ¿Estamos probando lo que EL hizo??” Nosotros NO nos encarnamos como el Señor lo hizo.

Y lo que queremos transmitir a nuestra iglesia es que es cuando nos encarnamos que vemos mayormente la gloria de Jesús. Fue en SU encarnación que El manifestó su gloria. SU gloria consistió en despojarse de TODO, hacerse hombre y humillarse hasta la muerte. Esa fue SU GLORIA. Hermanos, encarnarnos es ponernos en la piel del otro que está sufriendo; es hacer NUESTRA su causa. Encarnarnos es no ignorar la miseria de nuestros semejantes. Implica sacrificio, implica muerte al yo, implica el riesgo de cansarnos, aún de enfermarnos... pero si queremos probar mayores medidas de la gloria de Dios, si queremos conocer y gustar la gloria de Dios, nosotros tenemos que vivir Isaías 58 con nuestras vidas. No UNA vez al año, no solamente dando de nuestro dinero y posesiones. Es sacrificarnos en oración, rogando para que la gloria de Dios sea derramada a favor del desvalido, del desnudo y del hambriento.

El pastor Alan Dunn dijo después de que Arif y Kathy Khan murieron que nosotros debemos vivir como personas que realmente hemos muerto. Hermanos, ¿hemos muerto realmente? No es sólo morir al yo, es estar dispuestos a morir. ¿Hemos internalizado nuestra muerte física? Porque hacer nuestra la causa del desvalido implica morir. Porque es que nuestra vida es una niebla que aparece por un momento y luego desvanece… ¿cómo demostraremos a nuestros hijos, nuestros jóvenes y nuestra generación que la fe que profesamos no es muerta? ¿Tenemos nosotros ese mismo sentir que hubo en Jesus, que no escatimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse? ¿Escatimamos a nuestros hijos, esposos, familia nuestra propia vida? Quien no aborrece esto por causa de Cristo no es digno de El. Debemos vivir como si realmente ya hemos sido crucificado. No se trata de nosotros, se trata del Reino de Dios y éste trasciende nuestras vidas.

Ahora mismo Haití está lleno de personas sin hogar, sin comida, sin esposos, sin padres... y el nosotros amarlos no es sólo más que hacer lo que se nos ha mandado. Hermanos, somos siervos INUTILES. El orar, ofrendar e ir a Haití no es algo que se ve bien en nuestro currículo. Es simplemente cumplir con nuestro deber de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es que no orar, y no hacer NUESTRA la causa de la situación allí es simplemente desobediencia! Qué glorioso es imitar a nuestro Señor Jesucristo, quien siendo la gloria del cielo, vino por amor a tí y a mí. ¡Cuánta gracia es nuestra! ¡Qué precioso es Jesús! Gracias MIL por orar por nosotros!! Que el Señor les bendiga!

Rogando por mayores medidas del Espíritu de Cristo,

Vivian Mateo y Aylín Michelén

P.D. Aquí una lista de necesidades en ambos orfanatos para que sepan mejor cómo orar.
Necesidades del orfanato de la montaña:

1. Se come lo que llega cada semana; no cuentan con un sustento confiable, del que ellos dependan.
2. La mayoría no tiene camas. Duermen en el suelo, arriba de mesas, debajo de las mesas,en casas de campañas.
3. Su nutrición no es balanceada.
4. No están recibiendo ternura ni cuidado emocional. Las personas que los están cuidando también están viviendo los efectos traumáticos del terremoto. Piensen en las implicaciones que tiene esto en la vida de un niño. Cuando un niño no recibe amor, cuando no conoce la seguridad del afecto de sus padres, cuando no experimenta la seguridad del amor de sus padres, es trastornado a niveles sumamente profundos.
5. Las escuelas en Haití cerraron después del terremoto, así que no están recibiendo educación.
6. No están viviendo en el contexto y la protección de una rutina diaria.
7. No hay personal suficiente para la cantidad de niños que allí habitan.

En el orfanato que se llama Child Hope, hay mucha más organización y atención. El website de ellos es www.childhope.org para más información de cómo se pueden involucrar!

Este orfanato no solo se limita a servir a los niños que viven allí, sino que tienen un programa de alimentación en donde los niños de la comunidad que tampoco tienen casas, 3 veces a la semana se les da comida, tienen un tiempo de juegos, adoración y predicación de la Palabra.

También tienen necesidad, sobre todo de recursos humanos. Necesitan profesores, doctores,enfermeras que estén dispuestos a dar una semana, dos y hasta dos meses para venir ayudar con el colegio, la clínica y el orfanato que ellos tiene.

En la foto, de izquierda a derecha: Carmen Naranjo, George Muñoz, Katherine Bautista, Magaly Jimenez, Elayne Mañón, Aylín Michelén, Vivian Mateo y Esdras Ventura.
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martes, 13 de abril de 2010

¿Pueden los animales ser gay?


Por el Dr. Albert Mohler

El New York Times Magazine ofrece una fotografía de conejos en la portada de su edición del domingo de Pascua, pero el artículo hace una pregunta bastante inusual: “¿Pueden los animales ser gay?”

“Diversas formas de actividad sexual del mismo sexo se han registrado en más de 450 especies diferentes de animales hasta ahora, desde flamencos hasta bisontes, escarabajos, guppies y jabalíes”, informó Jon Mooallem. Bueno, esta es una estadística bastante sorprendente en muchos sentidos. Parece que los investigadores han estado tratando de documentar estas actividades y explicarlas. Hasta la fecha, sólo se ha logrado una documentación superficial y una controversia significativa en cuanto a la forma de explicarlo.

Mooallem explica:

En la mayoría de las especies, el sexo homosexual se ha documentado de manera esporádica, y no parece haber sino algunos casos de animales individuales que participan en ella exclusivamente. Durante más de un siglo, este tipo de observación por lo general fue añadida como una curiosidad en trabajos científicos, si es que se reportaba, y no se perseguía como un asunto legítimo de investigación. Los biólogos trataron de explicar lo que habían visto, o lo desestimaron como una teoría sin sentido - un error aislado en un universo darwiniano… donde todas las facetas del comportamiento de un animal se orientan hacia la reproducción.


La historia de la cubierta comienza en Hawái, donde los observadores están documentando el comportamiento de los albatros. Un investigador, Lindsay C. Young, señaló la existencia de algunas parejas de aves del mismo sexo, algunas de las cuales "han estado juntas" por varios años o más. ¿Son estas aves lesbianas?

Young se niega a hablar de albatros “straight” o “lesbianas” porque estos son los términos humanos. Sin embargo, ella usa el término “animales homosexuales” para su discusión sobre la colonia de albatros. “Esta colonia es, literalmente, la mayor proporción de - no sé cuál sería el término correcto: ‘¿animales homosexuales?’ - en el mundo. Ella agregó, “estoy segura que algunas personas piensan que esto es una gran cosa, y otros podrían pensar que no lo es.”

Bueno, al menos un grupo de homosexuales con sede en Denver celebró el estado de la colonia, refiriéndose “al amplio grupo de padres albatros que son lesbianas.” Stephen Colbert reportó la historia en Comedy Central, refiriéndose a las aves como “albatresbians”.

Todo este asunto de la sexología animal es susceptible de provocar algunas miradas de asombro. Para ser justos, Lindsay Young parece ser bastante profesional, al no utilizar términos explícitos. Un aspecto fascinante de esta investigación es el hecho de que la determinación del sexo de algunos animales puede ser bastante difícil. Cuando los científicos observan dos animales en un comportamiento sexual, generalmente asumen que la pareja es heterosexual. Un biólogo se refiere a esto como “sesgo heterosexista.” Bruce Bagemihl dijo: “Todavía hay una presunción general de la heterosexualidad. Los individuos, poblaciones o especies son consideradas enteramente heterosexuales hasta que se demuestre lo contrario.”

La cobertura de la revista es a la vez interesante y, en general, ecuánime. Como Jon Mooallem reconoce, se trata de un tema relativamente nuevo de investigación en animales, pero que ha atraído una gran atención. La razón es obvia - la cuestión de la homosexualidad es uno de los debates más controvertidos en nuestra cultura. Ambas partes en el debate tienen un interés vital en los datos, y más interés aún en la interpretación de los datos.

Aquellos que presionan para la normalización de la homosexualidad están ansiosos de probar que el comportamiento homosexual es natural, o al menos no antinatural. La existencia documentada de la homosexualidad animal supuestamente ayudaría a probar su caso. Por otra parte, los opositores a la normalización de la homosexualidad desde hace mucho tiempo han señalado el hecho central de que la homosexualidad biológica no da lugar a la reproducción - que es la meta de cada especie.

Al hacer estas observaciones, los científicos están comprometidos con una cosmovisión evolutiva, por lo que sus conclusiones sobre la homosexualidad de los animales deben encajar dentro de la estructura del pensamiento evolutivo. Teniendo en cuenta el aspecto de la no-reproductiva de las conductas homosexuales, esto plantea un reto significativo. Dicho llanamente, la conducta homosexual en cualquier forma parece ir en contra de la lógica de la evolución.

Mooallem trata de explicar:

Algo similar puede estar ocurriendo con lo que percibimos como sexo homosexual en una variedad de especies animales: podemos estar agrupando una gran cantidad de comportamientos basados simplemente en una semejanza superficial. Dentro de la lógica de cada especie o grupo de especies, muchas de estas conductas parecen tener sus propias causas y consecuencias - su significado evolutivo propio, por así decirlo. El biólogo de Stanford Joan Roughgarden me dijo que debemos pensar de todos estos animales como “polifacéticos” con sus partes privadas.

Las implicaciones políticas del tema son claros - los que fomentan la normalización de la homosexualidad quieren ser capaces de señalar investigaciones que demuestren la normalidad de la homosexualidad en la naturaleza. Aquí es donde los cristianos tienen que pensar con mucho cuidado. Algunos creyentes serán tentados a descartar la investigación como falsa o irrelevante. Esto sería un error.

El mundo que conocemos es un mundo que muestra todos los efectos del pecado humano y la maldición del juicio de Dios sobre el pecado. A pesar de que la gloria de Dios aún brilla a través de su estado caído, la naturaleza ahora imperfecta muestra la gloria de Dios. Debido a la maldición, el mundo que nos rodea ahora revela y contiene innumerables elementos que son “naturales”, pero no normativos. Las enfermedades y los terremotos son naturales, pero no normativos.

La evidencia de comportamiento homosexual entre los animales es sólo otro recordatorio de que vivimos en un mundo caído – un mundo en el que todas las dimensiones de la creación muestran evidencias de la Caída. Esta nueva investigación nos lleva de regreso a Génesis 3.

Los esfuerzos para reclamar una base genética para la homosexualidad están enraizados en la suposición de que nuestros genes nos dicen cuál es la intención de Dios para con nosotros. En un mundo caído, esta es una suposición falsa. Sólo la Palabra de Dios nos puede decir cuál es la intención de Dios. No podemos derivar nuestra moral sexual de un laboratorio - y mucho menos a partir de observaciones de una colonia de albatros.

“Lo que hacen los animales - lo que es percibido como ‘natural’ - parece tener un extraño potencial moral”, sugiere Jon Mooallem. Eso es comprensible, dadas las muy controvertidas batallas sobre la sexualidad que marcan nuestro tiempo. De hecho, el apóstol Pablo nos advierte que el comportamiento homosexual es de en realidad “contra la naturaleza.” [Romanos 1:26-27] Sin embargo, nosotros no adquirimos ese conocimiento mediante la observación de los albatros. Tenemos ese conocimiento porque Dios habló de eso en su Palabra.


Tomado del blog del Dr. Albert Mohler.
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lunes, 12 de abril de 2010

El homenaje del hipócrita

Alguien dijo una vez que la hipocresía es un homenaje que el vicio le rinde a la virtud. Todo el mundo quiere aparentar que es honesto, íntegro y veraz, porque reconocemos en silencio que existe lo bueno y lo malo; de la misma manera que reconocemos también que lo primero es digno de alabanza, mientras lo segundo debe ser condenado.

Por más relativismo que profese el hombre occidental, todos presuponemos la existencia de un patrón ético y moral al que debemos conformarnos. Queremos aparentar que somos virtuosos porque sabemos que la deshonestidad, la falta de integridad y la mentira son vicios detestables.

Por eso nos molesta sobremanera cuando un político corrupto promueve su imagen de hombre serio para ganarse el favor popular. ¿Se imaginan cómo sería la presente campaña electoral si muchos de los candidatos tomaran por error una pócima que los obligue a ser veraces?

“Quiero que voten por mí, para poder satisfacer mis ansias de poder, de riqueza y de gloria. No tengo la menor intención de trabajar por el bien de mi país, y prometo darle curso únicamente a los proyectos que beneficien mi bolsillo y mi partido”.

Pero no todos los políticos son corruptos, ni todos los corruptos son políticos. El homenaje que la hipocresía le rinde a la virtud se encuentra por todos lados:

En el periodista que vende su pluma, pero se jacta de su independencia y objetividad.

En el empresario que se presenta ante la sociedad como un hombre decente y respetable, pero engaña al fisco, o es infiel a su esposa, o todas las anteriores.

En el ciudadano común y corriente que critica al político, al empresario y al periodista corruptos, pero se roba la energía eléctrica, o compra las pruebas nacionales para que su hijo pase de curso.

La lista puede llegar a ser interminable.

Pero el día llegará cuando todos los hombres (grandes y pequeños, famosos y desconocidos) compareceremos ante el Juez de toda la tierra, que no puede ser sobornado ni confundido con trucos legales.

Dice la Biblia que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

Ningún pecador saldrá absuelto en ese tribunal, excepto el que hoy se acoge a la misericordia de Dios en Cristo, quien murió en la cruz del calvario, “el justo por los injustos”, para pagar nuestra deuda con la justicia de Dios.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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viernes, 9 de abril de 2010

Una dicotomía desastrosa

Cuando un creyente no tiene un claro entendimiento del tipo de relación que debemos tener con el mundo, tres cosas pueden ocurrir que terminen minando su salud espiritual.

Una disociación de Dios y su vida secular

Este creyente ve muy poca o ninguna relación entre su vida laboral y su cristianismo. Inconscientemente, él contempla estos dos aspectos de su vida como dos líneas paralelas que no se juntan nunca o casi nunca. Y como resultado de esa disociación, este cristiano mantiene a Dios alejado de uno de los renglones más importante de su vida.

La Biblia dice que aún las cosas más cotidianas de nuestra vida, como comer o beber, debemos hacerlo para la gloria de Dios (1Cor. 10:31); ¡cuánto más nuestra vida laboral a la que dedicamos tantas horas de nuestro tiempo cada semana!

No podemos desconectar nuestro cristianismo de nuestra vida laboral, porque el mismo Dios que nos salvó es el que nos llamó y capacitó para que contribuyamos de alguna manera al cumplimiento del mandato cultural; sea que se trate de un ingeniero, de un taxista, de una ama de casa, de un abogado o un albañil.

Todos tenemos una responsabilidad que cumplir en el mundo en el que Dios nos ha colocado, y debemos hacerlo con excelencia para Su gloria y el bien de nuestro prójimo.

Otra posible consecuencia es que nos dediquemos a trabajar con ahínco, pero...

Con una mala motivación para hacer las cosas con excelencias

Noten una vez más el texto de Col. 3 que leímos hace un momento. Pablo está exhortando a los siervos a hacer un trabajo excelente, pero también a hacerlo con una motivación correcta: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (vers. 23-24).

El señorío de Cristo abarca cada aspecto de la vida humana. Abraham Kuyper, un teólogo holandés, lo expresó muy claramente cuando le tocó dar el discurso inaugural de la Universidad Libre de Ámsterdam: “No existe una sola pulgada en todo el dominio de nuestra vida humana acerca del cual Cristo… no proclame: ‘Mío’”.

Es precisamente por esa razón que todo lo que hagamos debemos hacerlo de corazón. ¿Saben lo que ocurre cuando un creyente saca a Dios de su vida laboral, cuando no ve ninguna relación entre su trabajo y su cristianismo? Que entonces se dedica a su trabajo con una motivación indigna.

El empeño que pone en hacerlo bien está alimentando su codicia y su vanagloria, y ambas cosas son fatales para la vida espiritual.

¿Cuál es tu motivación principal para levantarte cada mañana y dirigirte a tu trabajo? Porque si es la motivación de hacerte rico, escucha lo que dice la Escritura al respecto: (comp. Pr. 23:4-5; Ef. 4:28; 1Tim. 6:17).

“No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Pr. 23:4-5).

“El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28).

“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1Tim. 6:9-10).

Finalmente esa dicotomía puede producir...

Un complejo permanente de culpa por no poder estar más dedicado a una labor más “espiritual” excepto cuando tiene la oportunidad de compartir el evangelio con sus compañeros de trabajo

Y no es que haya algún problema en que un cristiano tenga el deseo de compartir el mensaje del evangelio a otros. Así debe ser. Pero el creyente no debe ver el trabajo como un mal necesario que sólo se justifica cuando de alguna manera puede conectarlo con el evangelismo o las misiones.

La vida laboral o artística no necesita ese tipo de justificación. Por supuesto, el hecho de ser cristiano ejercerá una influencia determinante en nuestra ética laboral, o en el uso que damos al dinero que ganamos trabajando.

El creyente que tiene la conciencia de que todo cuanto tenemos le pertenece al Señor, y que sólo somos mayordomos temporales de esos bienes, seguramente hará un buen uso de sus riquezas si Dios prospera su diligencia de ese modo. Pablo dice a Timoteo en 1Tim. 6:17-19 (voy a citar la traducción que hace el comentarista Hendriksen):

“En cuanto a los (que son) ricos en términos de esta era presente, mándales que no sean orgullosos, ni que pongan su esperanza en (la) incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, quien nos provee ricamente con todo para (nuestro) deleite. 18 (Mándales) que hagan lo que es bueno, que sean ricos en buenas obras, prontos para dar, dispuestos a compartir, 19 atesorando (así) para sí, (lo que formará) un excelente fundamento para la (era) venidera, para que puedan echar mano de la vida real”.

Dios nos da para que demos. Esa es una buena motivación para dedicarnos a hacer con excelencia lo que Dios nos ha mandado a hacer. Pero no olviden que la motivación primordial es el hecho de que, al hacer nuestro trabajo:

1. Estamos haciendo lo que Dios ordenó a todo hombre que hiciera en el mandato cultural.
2. Estamos poniendo en operación los dones y talentos que Dios nos dio para ello.
3. Estamos reflejando de alguna manera las multiformes capacidades del Dios que nos hizo a Su imagen y semejanza (Dios es el médico original, el arquitecto original, el padre original, el manufacturador original, el artista original, y así con todo lo demás).
4. Y estamos beneficiando a nuestra generación con nuestro trabajo; en algunos casos eso será muy evidente (el médico que descubre una vacuna o un tratamiento para el cáncer), pero en otros casos esa conexión no será tan obvia (el ejemplo de las madres y las amas de casa).

Que Dios nos ayude a contemplar nuestras vocaciones y labores respectivas desde una perspectiva bíblica, para que no terminemos cosechando una decadencia en nuestra vida espiritual al sacar a Dios fuera de nuestra existencia 8 horas cada día.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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jueves, 8 de abril de 2010

Ni mundanalidad ni aislamiento


Para entender el tipo de relación que los creyentes deben tener con el mundo, evitando los extremos de la mundanalidad y el aislamiento, es extremadamente importante que pongamos en perspectiva cuál es el lugar que ocupa el hombre en el contexto de las doctrinas bíblicas de la creación y la redención.

LA DOCTRINA BIBLICA DE LA CREACION

Aunque la biología moderna se ha empeñado en presentar al hombre como un animal racional, en el primer capítulo del Génesis vemos una diferencia marcada entre la creación del hombre y del resto de los seres vivos que pueblan el planeta tierra. Al hablar de la creación de las plantas y los animales, el texto bíblico insiste en que fueron creados “según su género”, “según su especie”, “según su naturaleza” (comp. Gn. 1:11-12, 20-21, 24-25).

Pero entonces llegamos a los versículos 26 al 28 y encontramos una terminología completamente distinta: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.

Este recuento histórico no sólo nos enseña que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, sino también que Dios colocó al hombre en una posición de dominio sobre todo lo creado con el propósito de desarrollar el potencial escondido en la creación. Esto se ve más claramente en Gn. 2:15: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”.

Esto es lo que conocemos como el “mandato cultural”. Nosotros solemos asociar la palabra “cultura” con ciertas manifestaciones artísticas, sobre todo en su aspecto elitista, no popular (la música clásica, la ópera, el teatro clásico).

Pero la palabra “cultura” se relaciona más bien con la idea de “cultivar”, e incluye todo tipo de actividad humana que contribuya al desarrollo, enriquecimiento y aún esparcimiento de la sociedad.

El hombre como mayordomo y corregente de la creación debía transformar su entorno para la gloria de Dios y para el bien de la sociedad humana. De manera que el trabajo no fue parte del castigo divino por haber pecado, sino un aspecto fundamental de la responsabilidad que el hombre tenía desde el principio como mayordomo de Dios.

Si el hombre hubiese permanecido en obediencia, todos los aspectos de su vida hubiesen sido sagrados, no solo su tiempo de comunión con Dios, sino también el desempeño sus labores cotidianas en el cumplimiento del mandato cultural.

Pero nuestros primeros padres no permanecieron en la condición en la que fueron creados, sino que se rebelaron contra Dios, y todos los aspectos de la vida humana quedaron trastornados por causa del pecado, tanto la relación del hombre con Dios, como la relación de los hombres entre sí y la relación del hombre con la naturaleza:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).

Noten que el trabajo en sí no fue parte del castigo, sino el dolor y el sentido de frustración que el hombre habría de experimentar a partir de ese momento en relación a su trabajo.

El hombre perdió el paraíso por causa de su pecado, y nunca más lo volvería a recobrar hasta que Dios restaurara por completo todo el daño que el pecado había causado. Y es precisamente en este punto de la historia donde entra en juego la doctrina de la redención.

LA DOCTRINA BIBLICA DE LA REDENCIÓN

Tan pronto el pecado hizo su entrada en el mundo, Dios prometió enviar un Redentor por medio del cual se habrían de revertir todos los efectos dañinos que el pecado había causado (comp. Gn. 3:15).

A partir de esta promesa inicial de Gn. 3 Dios comienza a revelarle a Su pueblo detalle tras detalle acerca de ese Redentor que habría de venir. Fue por la fe en ese Salvador prometido que se salvaron los judíos creyentes del AT, como nos enseña el autor de la carta a los Hebreos en el cap. 11.

Pero ¿qué sucedió después de la entrada del pecado con el mandato cultural que Dios había dado al hombre en el huerto del Edén? ¿Continúa siendo un deber del hombre desarrollar el potencial de la creación para la gloria de Dios y el bien de la sociedad humana? ¡Por supuesto que sí!

Tanto creyentes como incrédulos tienen la responsabilidad de cultivar la creación, y han sido dotados de diversas capacidades para llevar a cabo esa labor, aunque los incrédulos no reconozcan que sus capacidades provienen de Dios.

Noten cómo continúa la historia bíblica luego de la entrada del pecado en Gn. 3. Dios había prometido a Adán y Eva que de la simiente de la mujer vendría el Redentor. Por eso, cuando Eva sale embarazada por primera vez, tal parece que ella creyó que había concebido al Salvador prometido: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Gn. 4:1).

Algunos eruditos creen que esta frase debe ser traducida: “Con la ayuda del Señor he dado a luz al hombre”. Pero en vez de ser el Salvador prometido, Caín se convirtió en el primer homicida de la historia al quitarle la vida a su hermano por envidia.

Pero entonces Dios hace algo bien extraño: no sólo le perdona la vida a Caín a pesar de su homicidio, sino que también decide protegerlo para que otros no le hagan a él lo que él le hizo a su hermano (comp. vers. 14-15).

¿Por qué Dios decidió preservarle la vida a Caín? La respuesta la tenemos, en parte, los próximos versículos. No sólo se nos dice que Caín construyó una ciudad, sino que de entre sus descendientes estaban: “Jabal, el cual fue padre de los que habitan en tiendas y crían ganados”; “Jubal, el cual fue padre de todos los que tocan arpa y flauta”; y “Tubal-Caín, artífice de toda obra de bronce y de hierro” (comp. Gn. 4:16-22).

A pesar de la impiedad de la familia de Caín, Dios los capacitó para que llevaran a cabo el mandato cultural. Ellos no lo hacían para la gloria de Dios; pero aún así estaban haciendo la labor que Dios ordenó al hombre que hiciera en el huerto del Edén.

A través de la historia muchos incrédulos han producido grandes obras de arte de increíble hermosura y genialidad; han contribuido al avance de la ciencia, de la tecnología; han hecho descubrimientos de enorme importancia para el desarrollo de la civilización. ¿Saben por qué? Porque Dios los ha dotado, en Su gracia común, de un montón de capacidades distintas para que lleven a cabo el mandato cultural.

Esa labor ya dejó de ser sagrada por causa de la caída. En la Biblia vemos una separación marcada entre el reino de Dios y el quehacer temporal que el hombre debe llevar a cabo en este mundo. Hay una diferencia entre lo secular y lo sagrado, en el sentido de que hay cosas que pertenecen a la vida aquí y ahora, y otras que son separadas de su uso común para el uso exclusivo de la adoración a Dios (los utensilios del tabernáculo y del Templo, por ejemplo).

Pero ese quehacer temporal o secular sigue siendo honorable porque es el mismo Dios el que ordenó que se hiciera y el que capacita al hombre en Su gracia común para que ese trabajo sea hecho.

Fue el entendimiento de esta doctrina lo que impulsó el enorme progreso que experimentaron los países del norte de Europa que abrazaron la Reforma Protestante en el siglo XVI. El comercio, la ciencia, las artes, la industria, todo fue permeado por esta perspectiva de hacer las cosas con excelencia para la gloria de Dios y el bien del prójimo.

Estos hombres entendieron que todos tenemos un llamado distinto para servir en la sociedad, poniendo nuestros dones y talentos al servicio del mandato cultural.

El artista protestante no tenía que justificar su labor pintando cuadros que inspiraran devoción religiosa, como hacían los artistas católicos romanos de la Edad Media. Ellos no sentían la presión de que debían “santificar” su arte usándolo para promover intereses religiosos y morales. El mero hecho de hacer un cuadro que produjera placer estético era suficiente.

Es por eso que pintores como Rembrandt o Durero, que abrazaron la cosmovisión reformada, produjeron obras tan hermosas y tan realistas. No era necesario que se dedicaran a pintar únicamente escenas bíblicas; y cuando lo hacían, los personajes de sus cuadros eran hombres y mujeres comunes y corrientes.

Como dice Michael Horton, “la Reforma enfatizó la verdad de que Dios se había hecho humano [en la persona de Cristo], dignificando así la vida terrenal y secular”.
La creación era un motivo digno para ser plasmado en el lienzo, porque era la creación de Dios. Un autor cristiano llamado Hans Rookmaker, fundador del departamento de historia del arte en la Universidad Libre de Ámsterdam, sintetizó esta perspectiva perfectamente en el título de una de sus obras: “El arte no necesita justificación”.

Pero lo mismo podemos decir de cualquier otra vocación. Un arquitecto cristiano no tiene que justificar su labor profesional diseñando iglesias. Ni el Juez cristiano ha sido llamado a “cristianizar” el juzgado orando públicamente antes de cada juicio o leyendo una porción de la Biblia.

Ellos no pueden dejar de ser cristianos en el desempeño de su vocación; pero al mismo tiempo deben empeñarse en hacer las cosas con excelencia, porque tienen una clara conciencia de que están sirviendo a Dios y a su generación con lo que hacen.

Pocos textos de las Escrituras presentan esta enseñanza tan claramente como Col. 3:22-24:

“Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.

En nuestra próxima entrada veremos como la falta de entendimiento de estas verdades puede llevar a muchos creyentes a decaer espiritualmente.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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