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lunes, 19 de abril de 2010

¿Qué significa que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?

No creo que exagero al decir que la correcta comprensión de Rom. 6:14 puede determinar el que un cristiano sea maduro en su fe; puede proveernos una herramienta vital para nuestro crecimiento en gracia, y nuestra lucha contra el pecado.

Este texto contiene una enseñanza que debe llenar de asombro y de gozo el corazón de todo verdadero hijo de Dios. Pero antes de pasar a considerar el significado del texto a la luz de Rom. 6, quisiera compartir con Uds. una historia, una historia ficticia, que escuché hace unos años y que puede ilustrar lo que Pablo nos enseña en este pasaje.

Imaginemos a un hombre que vive en un reino gobernado por un tirano cruel, que tiene a todos sus súbditos sometidos totalmente a su voluntad. Este tirano impone sus deseos malvados sobre cada uno de sus siervos, y en vez de recompensarlos por su obediencia los maltrata y los tortura.

Ante esta terrible situación, el hombre de nuestra historia ha intentado escapar varias veces del reino, pero siempre fracasa en su intento. Pronto se da cuenta de que es imposible escapar de allí. Las murallas que rodean el reino son muy altas, y la única puerta de acceso, tanto para salir como para entrar, siempre se mantiene estrechamente vigilada.

Triste y abatido el hombre de nuestra historia llega a la conclusión de que hay una sola forma de escapar de esta terrible tiranía: a través de la muerte; así que no le queda más remedio que esperar a que llegue ese momento.

Pero no lejos de allí hay otro reino, gobernado por un rey justo y bueno, cuyas órdenes y decretos siempre procuran el bien de sus súbditos. Este rey ha logrado libertar a varios de los siervos de aquel tirano cruel, y ahora se dispone a libertar a este otro, sólo que su método es bien extraño.

Como nadie puede escapar de allí si no es a través de la muerte, de alguna manera éste rey bueno y justo se las ingenia para penetrar en la ciudad y matar al hombre que está tratando de escapar, al siervo oprimido que anhelaba ser libertado de las garras del tirano.

Y ahora que el individuo ha muerto, las autoridades del reino hacen con él lo que se suele hacer en estos casos: lo sacan de la ciudad y lo entierran en el cementerio que está del otro lado del muro. Por fin el hombre ya no se encuentra bajo aquella terrible tiranía; ha sido libertado por medio de la muerte.

Pero ahí no termina la historia, por supuesto. Una vez dejan solo su cadáver fuera de la ciudad, el rey bueno y justo viene al cementerio, lo resucita, y lo lleva a formar parte de su reino de justicia y de bondad, donde este hombre, lleno de gratitud hacia Su nuevo rey, se esfuerza por agradarlo y obedecerlo en todo.

Algo similar es lo que ocurre con el cristiano, de acuerdo a la enseñanza de Pablo en Rom. 6. El cristiano también había sido por un tiempo esclavo del pecado, como todos los hombres lo son. El pecado era un tirano cruel que lo gobernaba a su antojo, un tirano que exigía ser obedecido con una obediencia absoluta y completa, prometiendo siempre una felicidad que no puede dar.

Pero cuando este hombre participa de la gracia de Dios en Cristo, todo cambia repentinamente. Su vida queda unida a Cristo de tal modo, que no solo hay una total identificación entre él y Cristo, sino también una participación espiritual de lo mismo que Cristo participó a través de Su muerte y resurrección.

Noten como Pablo desarrolla esta idea en Rom. 6, tomando el bautismo como punto de referencia (vers. 3). ¿Qué es lo que el bautismo simboliza? Entre otras cosas, nuestra unión con Cristo. Así como Cristo murió y fue sepultado, así también nosotros somos sumergidos en el agua, como si fuésemos sepultados allí; pero de la misma manera que Cristo se levantó victorioso de la tumba al tercer día, nosotros también salimos del agua como si estuviésemos resucitando también (vers. 4-5).

Hay un misterio en todo esto, algo que escapa a nuestro entendimiento. Dice John Murray al respecto: “Aquí tenemos una unión (la unión del creyente con Cristo) que no podemos definir de una manera específica. Pero es una unión de un carácter espiritual intenso congruente con la naturaleza y la obra del Espíritu Santo, de manera, que de una forma real que rebasa nuestra capacidad de análisis, Cristo mora en su pueblo y su pueblo mora en él” (Redención Consumada y Aplicada; pg. 178).

Cuando Murray nos dice que es una unión de carácter espiritual, lo que quiere resaltar es el hecho de que es algo que está relacionado con la morada del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu Santo es señalado en la Biblia como el Espíritu de Cristo (comp. Rom. 8:9). Ese Espíritu de Cristo mora en los creyentes, y de ese modo nosotros estamos en Cristo y El en nosotros.

Aunque no entendamos todo lo que encierra nuestra unión con Cristo, es claro en la Escritura que nosotros estamos unidos a Él desde el mismo instante en que la obra de redención fue aplicada en nuestras vidas, y por lo tanto, como consecuencia de esta unión, hemos muerto juntamente con Él, y juntamente con El hemos resucitado a una vida nueva (comp. Ef. 2:4-6).

Toda nuestra salvación está ligada a esta maravillosa verdad: estamos en Cristo. Ahora bien, ¿qué tiene todo esto que ver con Rom. 6:14? Pablo concluye su disertación acerca de nuestra unión con Cristo diciendo que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Como hemos dicho ya, estar unido a Cristo significa entre otras cosas, que hemos muerto con Él, y hemos resucitado a una vida nueva; y eso, en un sentido práctico, implica que el pecado ya dejó de ser nuestro rey. Volviendo a nuestra historia, decíamos que aquel individuo estaba sometido a una férrea dictadura, que en el caso del creyente no es otra que la dictadura del pecado.

Ese pecado no nos dejaba en libertad de hacer lo correcto, no nos dejaba obedecer libremente a Dios, y eso nos ponía en una terrible situación porque todo hombre está obligado a obedecer a Dios. El hombre como criatura de Dios no tiene otra opción que obedecer los mandamientos de Dios.

Pero debido a que es un esclavo del pecado, no quiere ni puede obedecer como debe hacerlo. La ley está sobre él, demandando ser obedecida, pero el pecador no tiene en sí mismo la capacidad de obedecerla.

Eso es lo que significa estar bajo la ley; es estar en la terrible situación de tener que obedecer la ley, pero sin los recursos que necesita para obedecerla; teniendo que obedecer la ley, pero al mismo tiempo esclavizado a ese tirano que es el pecado, y que nos mueve a actuar en contra de la ley.

¿Qué ha hecho Cristo por nosotros? Que nos libertó de ese tirano a través de Su muerte y Su resurrección. Al morir juntamente con Cristo, ya no estamos más bajo el yugo opresor del pecado; el pecado dejó de ser nuestro rey. Si yo muero mañana, el dr. Leonel Fernández dejaría de ser mi presidente. Yo estoy bajo la autoridad del gobierno dominicano mientras esté vivo y sea dominicano; pero una vez muera, voy a dejar de estar bajo esa autoridad.

Eso es lo que sucede con el cristiano. El estaba bajo el dominio del pecado mientras vivía en ese reino. Pero al morir con Cristo, ya dejó de estar sujeto a ese dominio (comp. Rom. 6:10-11). El pecado sigue siendo un enemigo para el creyente, pero ha dejado de ser su rey (comp. Rom. 6:12-14).

El pecado no puede obligarnos otra vez (y noten con cuidado las palabras que estoy usando: el pecado no puede obligarnos otra vez a desobedecer a Dios, a transgredir la ley y pecar); ¿por qué? Porque no estamos bajo la ley, no estamos en esa terrible situación de tener que obedecer la ley y no tener ningún recurso para obedecerla, sino que estamos bajo la gracia.

El estar bajo la gracia es contar con todos los recursos que emanan de la gracia en virtud de nuestra unión con Cristo en Su resurrección (vers. 4). ¿Significa esto que el creyente ya no tiene ningún problema con el pecado? ¿Que el pecado ya no representa ningún peligro para el creyente? ¡Por supuesto que no!

Lo que estamos diciendo es que el pecado ya no reina en nuestras vidas, y por lo tanto, no puede obligarnos a violar la ley de Dios. El pecado sigue siendo un terrible enemigo, un enemigo astuto, pero en virtud de nuestra unión con Cristo, al haber muerto y resucitado con Él, no tenemos que ceder a las demandas del pecado. Hemos muerto al pecado, dice Pablo, y ahora estamos vivos para Dios.

En Col. 1:13 Pablo lo explica de este modo: Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y (nos ha) trasladado al reino de su amado Hijo”. Ya no estamos sujetos a ese tirano cruel, sino que con gozo, gratitud y devoción servimos a Aquel que nos ha hecho libres (Rom. 6:15-23).

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

3 comentarios:

D dijo...

Al morir Jesus en la cruz, fue abolido todo aquello por cuanto le perteneciamos al pecado y a satanas, ya nos daba libertada los oprimidos, sacó a los encarcelados en las regiones y prisiones de cautividad, dandonos esperanza,y vida eterna, si morimos,lo hacemos carnalmente pero vivimos la vida eterna con Cristo, vivimos en el tiempo de la gracia, lastima que aún muchas personas no se han dado cuenta aún
interesante tema .

Bendiciones desde Panamá
y de http://desaluz.blogspot.com

Anónimo dijo...

El Amor y la misericordia de Dios Inmensamente grande para con nosotros
Felicidades una buena iniciativa

Johan Estrada dijo...

Me parece un muy buen artículo. Explica un texto basado en el contexto dentro del cual está inmerso, aclarando muchas dudas que surgen al querer entender un sólo versículo aislado. Gracias por la entrada.