Alguien dijo una vez que la hipocresía es un homenaje que el vicio le rinde a la virtud. Todo el mundo quiere aparentar que es honesto, íntegro y veraz, porque reconocemos en silencio que existe lo bueno y lo malo; de la misma manera que reconocemos también que lo primero es digno de alabanza, mientras lo segundo debe ser condenado.
Por más relativismo que profese el hombre occidental, todos presuponemos la existencia de un patrón ético y moral al que debemos conformarnos. Queremos aparentar que somos virtuosos porque sabemos que la deshonestidad, la falta de integridad y la mentira son vicios detestables.
Por eso nos molesta sobremanera cuando un político corrupto promueve su imagen de hombre serio para ganarse el favor popular. ¿Se imaginan cómo sería la presente campaña electoral si muchos de los candidatos tomaran por error una pócima que los obligue a ser veraces?
“Quiero que voten por mí, para poder satisfacer mis ansias de poder, de riqueza y de gloria. No tengo la menor intención de trabajar por el bien de mi país, y prometo darle curso únicamente a los proyectos que beneficien mi bolsillo y mi partido”.
Pero no todos los políticos son corruptos, ni todos los corruptos son políticos. El homenaje que la hipocresía le rinde a la virtud se encuentra por todos lados:
En el periodista que vende su pluma, pero se jacta de su independencia y objetividad.
En el empresario que se presenta ante la sociedad como un hombre decente y respetable, pero engaña al fisco, o es infiel a su esposa, o todas las anteriores.
En el ciudadano común y corriente que critica al político, al empresario y al periodista corruptos, pero se roba la energía eléctrica, o compra las pruebas nacionales para que su hijo pase de curso.
La lista puede llegar a ser interminable.
Pero el día llegará cuando todos los hombres (grandes y pequeños, famosos y desconocidos) compareceremos ante el Juez de toda la tierra, que no puede ser sobornado ni confundido con trucos legales.
Dice la Biblia que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Ningún pecador saldrá absuelto en ese tribunal, excepto el que hoy se acoge a la misericordia de Dios en Cristo, quien murió en la cruz del calvario, “el justo por los injustos”, para pagar nuestra deuda con la justicia de Dios.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
lunes, 12 de abril de 2010
El homenaje del hipócrita
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