Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

domingo, 4 de abril de 2010

¡El Señor Resucitó, Aleluya!


Cuando las personas escuchan el nombre de Jesús, suelen traer a sus mentes algunas imágenes relacionadas con la vida y ministerio de nuestro Señor. En algunos este nombre evoca la historia de la Navidad, y la figura que viene a sus mentes es la de un niño recién nacido acostado en un pesebre rodeado de animales.

En el caso de muchos otros, la imagen que visualizan es la de un crucificado. Cuando escuchan hablar de Jesús, piensan en un hombre severamente maltratado, clavado en una cruz y coronado de espinas.

Pero son pocos, tal vez, los que piensan en el Señor Jesucristo como el Redentor victorioso que llevó a cabo una gran obra de salvación, por medio de la cual miles de millones de todo pueblo, lengua, tribu y nación han sido, y seguirán siendo redimidos para la gloria de Dios, y reunidos en un solo pueblo, la Iglesia.

Y esa es precisamente, la imagen del Señor Jesucristo que encontramos en el Salmo 22. Este Salmo comienza describiendo los sufrimientos de Cristo en la cruz del calvario, pero concluye con un canto de victoria, anticipando sin duda alguna su resurrección.

En la primera parte del Salmo David describe la muerte de un crucificado, un método de ejecución totalmente desconocido para los judíos en sus días, y que vendría a ser utilizado por los romanos cientos de años más tarde.

De igual manera, lo que David describe en la segunda parte de este Salmo sólo podría ser plenamente entendido 1000 años después, con la revelación del Nuevo Testamento.

La primera sección del Salmo comienza con las conocidas palabras del Señor en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Mientras que la segunda sección, se inicia en el versículo 22 con las palabras citadas por el autor de la carta a los Hebreos, las cuales aplica al Señor Jesucristo: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré”.

Este pasaje se encuentra en una sección de la carta en la que el autor quiere resaltar el hecho de que Jesús es superior a los ángeles. Es superior, en primer lugar, porque él es el Hijo de Dios, al cual los mismos ángeles le deben adoración (He. 1:5-14); pero es superior también, porque a él se le ha asignado un reino, en el que todas las cosas le estarán sujetas (He. 2:5-9).

Sin embargo, a pesar de la evidente superioridad de Jesucristo, aún así estuvo dispuesto a hacerse “un poco menor que los ángeles” por medio de la encarnación, y en su condición de Hombre morir en la cruz, pagar nuestra deuda con la justicia divina, de modo que nosotros vengamos a ser sus hermanos; y es aquí precisamente donde entra en juego la cita del Salmo 22 (compare He. 2:10-12).

Estos hermanos a quienes se refiere el Salmo son aquellos que vinieron a ser hijos de Dios por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Él es, una vez más, quien pronuncia las palabras que David recoge en la segunda sección del Salmo 22.

David nos está diciendo aquí que los sufrimientos del crucificado no serían en vano, y que lo sucedido en esa cruz habría de ser publicado hasta los confines de la tierra y de generación en generación (leer versículos 22-31).

En estos versículos se anticipa la expansión del evangelio en tres etapas que se van ampliando como círculos concéntricos: comienza con el pueblo de Israel en los vers. 22-24; luego le sigue una gran asamblea que incluye a judíos y gentiles, en los vers. 25-29; y finalmente el anuncio se expande hasta alcanzar las futuras generaciones, en los vers. 30-31.

Este es un buen día para meditar en esta porción del Salmo 22, en el que David anticipa, por inspiración divina, la resurrección de nuestro Señor y la expansión mundial del evangelio, mil años antes de Su nacimiento.


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