Siempre que vamos a estudiar un pasaje de las Escrituras, una de las primeras cosas que debemos hacer es situar el texto en su contexto. Cuando un texto se aísla de su entorno fácilmente podemos ponerlo a decir cosas que no dice, y que incluso contradicen otras enseñanzas de la Palabra de Dios.
En mis primeros meses de conversión llegó a casa un Testigo de Jehová. Yo no conocía mucho la Escritura, pero había aprendido la regla hermenéutica de interpretar un texto a la luz de su contexto. Así pude librarme cuando el testigo en cuestión me citó 1Cor. 15:19 para decirme que los que solo esperamos en Cristo somos los más dignos de lástima de todos los hombres.
Basta con leer unos versículos antes y otros después para ver que Pablo no está diciendo tal cosa, sino argumentando a favor de la resurrección de Cristo: si los muertos no resucitan, entonces Cristo no resucitó, y si Cristo no resucitó, entonces los que esperamos en Él somos dignos de pena. Pero ¡gloria al Señor! Cristo resucitó y, por lo tanto, los que esperamos en Él somos los seres más bienaventurados del planeta.
Para comprender adecuadamente el contenido de Rom. 6:14, debemos observarlo a la luz de su contexto inmediato, el capítulo 6 de Romanos, así como también a la luz de su contexto más amplio, el tema central de la epístola a los Romanos.
El tema central de esta carta es el glorioso evangelio de nuestro Señor Jesucristo. El apóstol Pablo no conocía esta Iglesia personalmente, pero deseaba ardientemente visitarles algún día para fortalecer la fe de estos hermanos, y para predicar el evangelio en esta gran ciudad (comp. 1:13-17).
Ahora bien, ¿qué entendía Pablo por el evangelio? ¿Cuál era el contenido de este mensaje que él deseaba predicar en Roma? Esto es lo que el apóstol pasa a explicar a partir del vers. 18 del capítulo 1.
En toda esa sección de la carta, hasta 3:20, Pablo establece la culpabilidad del hombre por causa de su pecado. Necesitamos la salvación que el evangelio ofrece, porque somos culpables delante de Dios. No tiene sentido alguno que hablemos de salvación a un grupo de personas que no conoce el peligro del cual necesitan ser salvados.
Si vamos a predicar adecuadamente el evangelio debemos partir de la culpabilidad humana y de la ira de Dios por causa del pecado. A partir de 3:21 Pablo pasa a explicarnos cómo el pecador es justificado, declarado justo y hecho acepto delante de Dios, gratuitamente por medio de la fe en la persona y la obra del Señor Jesucristo (cap. 3:21-23).
Todos pecaron, pero ahora pueden ser justificados por medio de la fe en Jesucristo. No somos salvos por guardar la ley, como enseña el legalista; somos salvos por medio de la fe (comp. 3:28-30). En todo el cap. 4 Pablo ilustra esta enseñanza con la vida de Abraham, el cual creyó a Dios, y su fe le fue contada por justicia.
Abraham no fue acepto delante de Dios por su obediencia; fue justificado por su fe. Luego en el cap. 5 Pablo nos habla en los vers. 1-11 de los resultados de la justificación, de lo que implica el haber sido justificados por medio de la fe, a saber, que ahora tenemos paz con Dios, que hemos sido plenamente reconciliados con Dios, y todo eso, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Y así llegamos finalmente al vers. 12 del cap. 5 donde Pablo presenta un paralelismo entre Adán y Cristo, en una de las secciones más difíciles de la carta a los Romanos, y una de las más difíciles de toda la Biblia.
No vamos a entrar a considerar profundamente este pasaje, pero debemos tener al menos una idea general de lo que enseña ya que estos versículos son los que sirven de base para lo que Pablo va a decir en el capítulo 6, que es donde se encuentra el versículo que estamos considerando.
La idea que Pablo establece en esta sección de su carta es que así como la desobediencia de Adán trajo consigo la condenación de toda la raza humana, así también a través de la obediencia de Cristo vino la salvación a los hombres (vers. 18-19). Por medio de Adán entró el pecado y el reino de la muerte; por medio de Cristo vino la justicia y el reino de la gracia.
Podemos decir que toda la historia de la redención gira en torno a estos dos hombres: Adán y Cristo. El primero, Adán, hizo la redención necesaria; el segundo, Cristo, llevó a cabo la obra de redención.
Todos los hombres que alguna vez lleguen al cielo, alcanzarán ese privilegio en base a una sola cosa: la obediencia de Jesucristo. Es por Su justicia que somos salvos, no por la nuestra. Es Su obediencia la que provee salvación al pecador por medio de la fe, no la obediencia nuestra, porque nosotros no somos obedientes sino mas bien pecadores.
Y es ahí precisamente donde la ley de Dios entra en escena. Uno de los propósitos de Dios al darnos la ley es mostrarnos cuán pecadores somos. La ley no fue dada para que nosotros tratemos de salvarnos obedeciéndola, sino mas bien para que veamos cuán terrible es nuestra condición al no poder obedecerla (Rom. 5:20-21).
Nunca fue la intención de Dios salvar al hombre a través de la ley. El objetivo de la ley es mostrar nuestra pecaminosidad, nuestra impotencia, para que vayamos a Cristo.
Vino la ley, y ¿qué sucedió? ¿Pudo el hombre obedecerla? No; dice Pablo que cuando vino la ley abundó el pecado, el pecado vino a ser aun más evidente por medio de la ley; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia: Dios ofrece salvación gratuita al pecador, por medio de la fe en Jesucristo, solamente por la fe.
Esa es la buena noticia del evangelio; eso es lo que el evangelio nos ofrece, salvación gratuita por medio de la fe, no por medio de las obras. Si algún día vas a llegar al cielo no será por tus méritos, sino por confiar enteramente en la obediencia de Cristo.
Pero es aquí precisamente donde el legalista tiene problemas. Donde quiera que se predique este evangelio que ofrece salvación gratuita, basada únicamente en la obediencia de Cristo, encontraremos esta objeción: que este evangelio conduce al libertinaje.
“Si no son mis buenas obras las que me salvan, sino que soy salvo solo por fe, entonces puedo vivir como me plazca, y como quiera seré salvo. Si la gracia sobreabundó donde abundó el pecado, vamos a pecar para que venga más gracia”.
Esa es la objeción con la que Pablo trata en el capítulo 6: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:1-2).
El creyente ha muerto con Cristo, de tal modo que el pecado no puede seguir siendo su estilo de vida. Ahora bien, ¿qué es el pecado? ¿Cómo se define el pecado en la Biblia? Como una transgresión a la ley de Dios (comp. Rom. 4:15; 5:13; 1Jn. 3:4: “El pecado es infracción de la ley”).
El evangelio que anuncia salvación gratuita por medio de la fe no puede ser un incentivo para el pecado, sino todo lo contrario: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rom. 6:12-14).
Sea lo que sea que signifique este texto, no puede significar que ya no estamos obligados a obedecer la ley moral de Dios. Por eso Pablo continúa diciendo: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Rom. 6:15). Más adelante veremos a qué se refiere Pablo cuando dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia.
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viernes, 16 de abril de 2010
¿En qué contexto dijo Pablo que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?
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2 comentarios:
muy bueno el resumen de los primeros capítulos de Romanos.
ansioso por ver como sigue el tema de la ley y la gracia.
Gracias!! de verdad que Romanos es un libro asombroso.Acabo de estudiarlo en el Instituto de la IBI, y de verdad que ha sido sin igual.Gracias Cristo por tu Evangelio!
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