Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Deseas hacer un plan de lectura y no sabes por dónde comenzar?

En la siguiente lista de 50 libros sugeridos me he concentrado en aquellos que no sean muy voluminosos y que estén disponibles en español. Espero que pueda ser de ayuda para aquellos que están haciendo planes concretos de lectura para el 2010 (no para que los lean todos, obviamente, sino para que tengan un parámetro de selección).

1. Confesiones (Agustín de Hipona)
2. El Progreso del Peregrino (Juan Bunyan)
3. La Peregrina (Bunyan)
4. Remedios Preciosos Contra las Artimañas de Satanás (Thomas Brooks)
5. El Reposo Eterno de los Santos (Richard Baxter)
6. Consolación Divina (Thomas Watson)
7. Los Afectos Religiosos (Jonathan Edwards)
8. Diario de David Brainerd (publicado por Edwards)
9. El Secreto de la Vida Cristiana (J. C. Ryle)
10. Lecturas Matutinas (C. H. Spurgeon)
11. Lecturas Vespertinas (C. H. Spurgeon
12. La Soberanía de Dios (Arthur Pink)
13. Los Atributos de Dios (Arthur Pink)
14. Confiando en Dios Aunque la Vida Duela (Jerry Bridges)
15. En Pos de la Santidad (J. Bridges)
16. El Gozo de Temer a Dios (J. Bridges)
17. Hacia el Conocimiento de Dios (J. I. Packer)
18. Cartas del Diablo a su Sobrino (C. S. Lewis)
19. Humildad (C. J. Mahaney)
20. La Vida Cruzcéntrica (Mahaney)
21. Un Llamamiento a la Renovación Espiritual (Donald Carson)
22. ¿Hasta Cuando, Señor? (Donald Carson)
23. La Predestinación (Loraine Boettner)
24. La Redención Consumada y Aplicada (John Murray)
25. Piense Conforme a la Biblia (Editor General John MacArthur)
26. Depresión Espiritual (Martyn Lloyd-Jones)
27. ¿Por qué lo Permite Dios (Lloyd-Jones)
28. Autoridad (Lloyd-Jones)
29. La Fe a Prueba (Lloyd-Jones)
30. ¿Abandonado por Dios? (Sinclair Ferguson)
31. La Iglesia al Final del Siglo XX (Francis Schaeffer)
32. Huyendo de la Razón (F. Schaeffer)
33. Él está Presente y no está Callado (F. Schaeffer)
34. Spurgeon: Una Nueva Biografía (Arnold Dallimore)
35. Spurgeon: Un Príncipe Olvidado (Iain Murray)
36.
¿Dónde Estaba Dios? (Erwin Lutzer)
37. Agustín, Lutero y Calvino (John Piper)
38. Bunyan, Cowper y Brainerd (John Piper)
39. Newton, Simeon y Wilberforce (John Piper)
40. Atanasio, Owen y Machen (John Piper)
41. Los Placeres de Dios (John Piper)
42. Escogidos por Dios (R. C. Sproul)
43. Cómo Defender su Fe (R. C. Sproul)
44. El Alma en Busca de Dios (Sproul)
45. El Enemigo que Llevamos Dentro (Kris Lundgaard)
46. Entre la Gracia y la Verdad (Randy Alcorn)
47. El Fin de los Tiempos (Samuel Waldrom)
48. La Sombra de la Cruz (Walter Chantry)
49. ¿Qué ha Pasado con el Infierno? (John Blanchard)
50. El Cielo (Randy Alcorn)

Espero que algunos se animen a recomendar algunos libros que no estén en esta la lista, que no sean muy voluminosos y que estén disponibles en español (aunque no todas las recomendaciones serán necesariamente publicadas).

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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Planes de lectura para leer la Biblia en un año

Para aquellos que deseen leer toda la Biblia en el 2010, aquí hay varios planes que pueden usar. Personalmente recomiendo Book-at-a-Time Bible Reading Plan de los Navegantes, ya que tiene la ventaja de que cada 6 días provee uno de reflexión en el que pueden ponerse al día si se atrasan en algún momento durante la semana.

Bible Reading Plan -- Complete Bible

Comprehensive Bible Reading Plan (365 Days)

Varios planes de lectura bíblica en un año

Book-at-a-Time Bible Reading Plan

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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Sobre la evolución y la maternidad

"Si la evolución funciona, ¿cómo es que las madres todavía sólo tienen dos manos?"

Ed Dussault

Tomado de Citas Edificantes. Si desea recibir estas citas regularmente, puede subscribirse aquí.



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6 consejos prácticos para cultivar el hábito de lectura

Algunas personas se excusan de lo poco que leen diciendo que no tienen hábito de lectura. Pero al igual que cualquier otro hábito, éste puede ser desarrollado. He aquí algunos consejos prácticos.

1. Lea. Esto parece muy obvio, pero nadie podrá desarrollar un buen hábito de lectura con solo desearlo (Pr. 13:4). Tiene que leer.

2. Comience poco a poco. Si no tiene hábito de lectura, trace una meta pequeña al principio, como leer de 3 a 4 páginas al día (eso le llevará menos de diez minutos; de manera que, en la mayoría de los casos, los que dicen que no leen por falta de tiempo, en realidad carecen de interés). Ahora, piense en esto: leyendo 3 ó 4 páginas al día, podrá leer 1095 a 1460 páginas al año, el equivalente de 5 a 7 libros de 200 páginas cada uno. Por supuesto, 3 ó 4 páginas al día es sólo un comienzo; luego puede añadir algunas más poco a poco.

3. Comience con libros cortos, preferiblemente de menos de 200 páginas. Cada vez que pueda terminar un libro alimentará su esperanza de continuar esforzándose. Por el contrario, cada vez que comience un libro y lo deje por mitad se desanimará de seguir intentando (y el diablo sabe aprovechar el desánimo para que desistamos de nuestros propósitos piadosos).

4. Lleve siempre un libro con Ud. Nunca sabemos en qué momento tendremos tiempo disponible para leer (haciendo fila, en una sala de espera, aún en los embotellamientos - al menos en nuestro país, etc.).

5. Busque a un amigo (o amiga, según el caso) para que lean un libro juntos (no necesariamente al mismo tiempo, sino coordinadamente); así se pueden animar el uno al otro a llegar a la meta, a la vez que pueden beneficiarse mutuamente al comentar la lectura. Recuerde la enseñanza de Eclesiastés 4:9ss: "Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero !ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante... y cordón de tres dobleces no se rompe pronto".

6. Ore por eso. Al igual que con cualquier otro hábito piadoso, necesitamos de la ayuda del Espíritu de Dios para poder cultivar un buen hábito de lectura.

Puede que le cueste al principio remplazar malos hábitos por los buenos (por ejemplo, ver menos televisión, hablar menos por teléfono o dejar a un lado la computadora para ponerse a leer un buen libro), pero bien vale la pena pagar ese precio.


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martes, 29 de diciembre de 2009

¡El Señor escuchó nuestro clamor!


El abogado llamó al pastor Eduardo esta mañana para informarle que la fiscalía había desestimado todos los cargos. ¡Dios escuchó las oraciones de Su pueblo! Nuestros hermanos están todavía en Miami esperando una certificación por escrito para regresar de nuevo a nosotros. Muchas gracias a todos aquellos que se identificaron con los Saladín en este tiempo de dificultad e intercedieron por ellos ante el trono de nuestro Dios (pueden leer aquí toda la historia de este caso).

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El hábito de lectura de un cristiano saludable


Una máxima en nutrición dice: “Tu eres lo que comes”. Pues, de igual manera, en el reino espiritual tú eres lo que lees. Como alguien ha dicho, busque a un cristiano activo, saludable, que está creciendo en gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y verá que en la mayoría de los casos es alguien que posee un buen hábito de lectura (a menos que la persona no sepa leer, o tenga problemas para obtener buena literatura).

Y dado que nos acercamos al fin del 2009 y principio del 2010, este es un buen momento para reflexionar sobre nuestro hábito de lectura y para hacer planes concretos, tanto para la lectura de la Biblia como para la lectura de buenos libros.

Estos principios fueron extraídos de una clase de Escuela Dominical impartida hace unos años por el pastor Albert Martin; así como de un folleto escrito por Sinclair Ferguson acerca del hábito de lectura.

Un cristiano saludable apreciará la lectura de la Biblia por encima de cualquier otro tipo de lectura

El primer salmo del salterio describe a un creyente en buen estado de salud espiritual. En el vers. 1 nos dice que es un hombre bienaventurado, y en el vers. 3 que es como un árbol plantado junto a corriente de aguas; es un creyente que se encuentra dando fruto abundante, y cuya alma se encuentra vigorosa y fuerte. Ahora, noten lo que se dice de este hombre en los versículos 1-3:

"Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará".

La delicia primaria de este hombre es meditar la Palabra de Dios. No se limita a leer la Escritura, sino que medita lo que lee (comp. Sal. 119:15-16, 24, 72, 97, 140).

Cualquier cosa que esté sustituyendo tu Biblia como la fuente primaria para conocer a Dios y Su voluntad, esa lectura se está convirtiendo en un obstáculo para ti. Nada debe sustituir el deleite espiritual que debemos extraer del libro inspirado de Dios. Los libros devocionales son buenos como aperitivos, no como sustitutos.

Un cristiano saludable juzgará los escritos de todo autor humano por la infalible Palabra de Dios

Este hombre dice como Isaías: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).

El que no hable conforme a la Escritura es porque la luz de la gloria de Dios no ha iluminado aún su entendimiento. Es con ese criterio que debemos evaluar todo lo que leamos fuera de las Sagradas Escrituras:

“No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1Ts. 5:19-22).

No todo debe ser menospreciado, pero todo debe ser examinado, y de algunas cosas debemos abstenernos (vers. 22).

Un cristiano saludable hará uso de los dones que Cristo ha dado a Su iglesia, a través de las páginas escritas cuándo éstos estén providencialmente disponibles

Pablo dice en Ef. 4:11 que el mismo constituyó pastores y maestros para beneficio de los creyentes. Esos dones son de la Iglesia, para el beneficio de todos los creyentes (comp. 1Cor. 3:21ss).

Hoy podemos beneficiarnos de aquellos grandes hombres que a lo largo de la historia de la Iglesia han sido grandemente usados por Dios (Agustín, Calvino, Edwards, Owen, Bunyan, Spurgeon).

Hasta el último momento de su vida Pablo quiso seguir adquiriendo conocimiento (comp. 2Tim. 4:6, 9-13); él sabía que debía amar a Dios con toda su mente, sin importar la edad.

Tyndale, a punto de ser martirizado, escribió una carta muy similar; pedía un gorro de lana por el frío, pero pedía también sus manuscritos del AT y el NT, su gramática y su diccionario.

Un cristiano saludable buscará establecer una dieta regular y balanceada de lectura

Muchos de los nutrientes que necesitamos no se encuentran almacenados en nuestros cuerpos. Esos nutrientes están siendo consumidos constantemente, por así decirlo, a través de nuestros procesos corporales. Si tales nutrientes no son continuamente reemplazados, eventualmente sufriremos las consecuencias.

Es por eso que en nuestra dieta debe haber regularidad y balance. No podemos decir, por ejemplo: “Enero será el mes de los minerales, febrero el de los carbohidratos, marzo el de las proteínas, etc.”. Eso no funciona así. Y ese mismo principio se aplica en la vida espiritual.

¿Qué constituye esa dieta regular y balanceada? Notemos que la Palabra de Dios viene a nosotros de diversas formas: historia, biografías, poesía, doctrina, deberes, promesas, etc. Es multiforme y multi intencional:

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Tim. 3:16-17).

Algunos pasajes serán para corregirnos, otros para instruirnos, etc. Tomando esto como un patrón, debemos decir que el cristiano saludable no lee únicamente historia, o biografías, o teología, o libros devocionales, etc. Dios no se limitó a una sola forma literaria y a una sola intención; nosotros tampoco debemos limitarnos en ese sentido.

Un cristiano saludable buscará establecer u programa de lectura realista, moderado y consistente

Al hablar de un programa realista nos referimos a uno que toma en cuenta la variedad de responsabilidades que tenemos (como hijos de Dios, como esposos - 1P. 3:7; como padres de familia - 1Tim. 5:4, 8; etc.). Si no somos realistas pronto nos desanimaremos. También debemos tomar en cuenta nuestra condición actual (si no tenemos el hábito de correr diariamente no comencemos con 8 Km.).

Pero también debemos ser consistentes. El fruto del Espíritu comienza con amor y termina con auto-control. Esto incluye el manejo de nuestro tiempo.

Un cristiano saludable modificará su programa de lectura cuando, por alguna razón providencial sea necesario hacerlo

Es útil hacer un plan, tanto para la lectura de la Biblia como para la lectura de otros libros; pero es posible que tengamos que variar ese plan debido a circunstancias inesperadas que llegarán a nuestras vidas por la providencia de Dios.

En esos momentos debemos recordar que los planes de lectura no están escritos en piedra. Tal vez en nuestro plan de lectura teníamos pautado leer La Predestinación, de Loraine Boettner en el mes de marzo; pero al llegar a ese mes notamos algo de frialdad en nuestros corazones; tal vez nos conviene más leer El Alma en Busca de Dios, de R. C. Sproul.

Habiendo dicho esto, es necesario advertir que debemos cuidarnos de la indisciplina y de ceder a los deseos del corazón. Algunos libros no son de fácil de lectura; si nos llevamos de nuestros deseos y de la inclinación de nuestros corazones nunca los leeremos.

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lunes, 28 de diciembre de 2009

David Oistrakh interpretando a Bach

Para los amantes de la música de Bach, y aquellos que no lo son aún, los invito a escuchar esta interpretación del primer movimiento del concierto para violín en A menor, interpretado por David Oistrakh.



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domingo, 27 de diciembre de 2009

Tim Keller sobre el diezmo


“Ha habido ocasiones cuando las personas han venido a mí como su pastor y me han preguntado acerca del ‘diezmo’, el dar una décima parte de su ingreso anual. Ellos observan que en el Antiguo Testamento hay mandamientos muy claros con respecto a que los creyentes deben dar un 10 por ciento. Pero en el Nuevo Testamento los requisitos específicos y cuantitativos son menos prominentes. A menudo me preguntan: ‘¿Realmente no crees que ahora, en el Nuevo Testamento, se exige de manera absoluta a los creyentes dar un diez por ciento? ¿Verdad que no?’ Lo niego con la cabeza y ellos dan un suspiro de alivio. Pero prontamente añado: ‘Te diré la razón por la que no ves el requisito del diezmo claramente delineado en el Nuevo Testamento. Piensa. ¿Has recibido más de la revelación, verdad y gracia de Dios que los creyentes del Antiguo Testamento o menos?’ Usualmente hay un silencio de incomodidad. ‘¿Somos más “deudores de la gracia” que lo que fueron ellos o menos? ¿“Diezmó” Jesús su vida y su sangre para salvarnos o lo dio todo?’ El diezmo es un estándar mínimo para los creyentes cristianos. Realmente no quisiéramos encontrarnos en una posición en la que demos menos de nuestros ingresos que lo que hicieron aquellos que tuvieron un entendimiento menor de lo que Dios hizo para salvarles” (Tim Keller; Counterfeit Gods, pg. 62; extraído de Citas Edificantes).

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sábado, 26 de diciembre de 2009

¿Por qué era necesario que Cristo naciera de una virgen?

En el día de ayer el mundo recordaba el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo en la aldea de Belén y todas las circunstancias extraordinarias que rodearon este evento. Pero el más extraordinario de todos (aparte de la encarnación misma) es, sin duda alguna, el hecho de que Jesús naciera de una virgen, tal como había sido profetizado por Isaías unos 700 años antes: “He aquí la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel” (Isaías 7:14).

Ahora bien, ¿por qué tuvo que ser así? ¿Por qué nació Jesús de una virgen? Lo primero que debemos decir al respecto es que no se debe al hecho de que haya algo pecaminoso en la relación sexual entre dos personas casadas.

Dios creó el sexo, y no únicamente para asegurar la preservación de la especie, sino para el disfrute conyugal.

En el libro de Proverbios se exhorta al hombre casado a beber el agua de su propia cisterna, una referencia al placer sexual, como vemos en el contexto: “Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud. Como cierva amada y graciosa gacela, sus caricias tu satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre” (Proverbios 5:15-19).

Y el autor de la carta a los Hebreos nos dice que la relación sexual en el matrimonio es honrosa y sin mancha (Hebreos 13:4). La idea de que haya algo impuro en el sexo, en el caso de dos personas casadas, proviene de una influencia neoplatónica, no del cristianismo bíblico.

El nacimiento de Jesús fue virginal porque la unión de un espermatozoide y un óvulo da inicio a la vida de una nueva persona; pero en el caso de la persona de Jesucristo, Éste ya existía en el seno de la Trinidad como el eterno Hijo de Dios.

En el vientre de María, en forma milagrosa, el Espíritu Santo preparó una naturaleza humana para la segunda Persona de la Trinidad (Lucas 1:35), de modo que ese niño que se gestó en su vientre era Dios-Hombre, poseyendo todos los atributos que hacen a Dios ser Dios y al hombre ser hombre (excepto que Jesucristo fue sin pecado – Hebreos 4:15).

El Salvador de los pecadores tenía que ser Dios para poseer en Sí mismo el valor infinito que se requería para saldar la deuda infinita que tenemos con la justicia de Dios por nuestros pecados; pero tenía que ser Hombre para poder morir en la cruz en nuestro lugar, ya que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

Ese es el mensaje del evangelio, que el Justo murió por lo injustos, “para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

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viernes, 25 de diciembre de 2009

Jesucristo se encarnó, primariamente, para la gloria de Dios


Aunque no sabemos con certeza la fecha del nacimiento de nuestro Señor y Salvador, muchos asumen que Jesús nació un 25 de Diciembre. Se trata de una tradición tan arraigada en la conciencia colectiva de nuestra sociedad que no importa cuántos artículos se escriban al respecto, cada año será Navidad en esta misma fecha.

También parece obvio para muchos que el nacimiento de Cristo favorece a la humanidad de algún modo. No todos tienen una idea muy clara del beneficio que el hombre recibe relacionado con este evento, pero es algo que se asume: Jesús nació por nuestro bien.

Sin embargo, recientemente leí un artículo, escrito por Bob Gonzales, decano del Seminario Bautista Reformado en Easley, Carolina del Sur, que nos recuerda una verdad, a menudo olvidada aún por los cristianos: que el Hijo de Dios se encarnó, primariamente, para la gloria de Dios.

En el primer himno navideño que alguna vez haya sido compuesto, el canto de los ángeles en Lucas 2:14, eso es evidente: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (LBLA). Como bien señala Bob Gonzales, nosotros no podremos apreciar realmente lo que significa el nacimiento de Cristo para la humanidad, a menos que apreciemos primero lo que significó este evento para Dios mismo.

Ahora bien, entre los cristianos decimos a menudo que debemos hacer todas las cosas para la gloria de Dios, aún cosas tan cotidianas como comer y beber (comp. 1Cor. 10:31). Pero ¿qué significa eso? ¿En qué sentido nosotros debemos hacer todo lo que hacemos para darle gloria a Dios?

Obviamente, nosotros no podemos hacer a Dios más glorioso de lo que Él es; pero nosotros sí podemos, y debemos, hacer las cosas con la intención de manifestar en alguna medida los atributos que hacen a Dios un Ser lleno de gloria.

El salmista nos dice en el Sal. 19 que “los cielos cuentan la gloria de Dios”. Así como la genialidad de un artista se conoce por sus obras, la gloria de Dios se manifiesta claramente a través de todo lo que Él ha hecho.

Ninguno de nosotros ha visto nunca a Rembrandt o a Miguel Ángel o a Leonardo Da Vinci, pero sí hemos visto a través de sus obras la sorprendente capacidad artística que tenían. Pues de la misma manera, aunque en un sentido infinitamente mayor, nosotros vemos un despliegue de la gloria de Dios a través de Su creación.

Sin embargo, de todas las manifestaciones que Dios ha escogido para mostrar Su gloria, ninguna es más magnificente ni más elocuente que el nacimiento de Cristo. Piensa en todas las obras de Dios, y escoge la que consideres más asombrosa y extraordinaria, y ninguna se compara siquiera con el portento de Belén.

Para poder contemplar este evento en su justa dimensión debemos retroceder en el tiempo al origen de la creación tal como Dios lo revela en las Escrituras. Dice en Gn. 1:1 que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. Y ¿cuál era el propósito que Dios tenía en mente para todas las cosas que Él creó? La Biblia también responde esa pregunta: Para Su gloria, para reflejar a través de ellas la magnificencia de Su poder, de Su sabiduría, de Su bondad (Rom. 11:36).

Si el hombre no hubiese pecado, ni hubiese pretendido destronar a Dios, no sólo vería claramente la gloria de Dios en todo lo creado, sino que se gozaría en ello. El hombre no tendría conflicto alguno en reconocer que Dios es Dios, y que nosotros, como criaturas Suyas, debemos vivir para Él.

La alabanza del salmista en el Salmo 8 sería para nosotros algo tan común como respirar o comer: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! … Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”

Pero lamentablemente el hombre no permaneció en la condición en la que fue creado, sino que se rebeló contra su Creador; y su rebeldía trajo consigo un sinnúmero de consecuencias terribles para la creación en la que Dios lo había colocado como mayordomo o administrador.

Con la entrada del pecado vino también el dolor, la enfermedad, la muerte. El hombre vino a ser el mayor peligro de sí mismo; y lo que es aún peor, se convirtió en un enemigo de ese Dios al que debía glorificar y obedecer.

Y aunque la creación continúa allí como un testigo elocuente de los atributos que hacen a Dios un Ser glorioso, más allá de lo que nuestros labios pueden expresar o nuestra mente imaginar, en vez de postrarse ante la evidencia, el hombre ha decidido suprimir la verdad que esa creación transmite.

Esa es la acusación que hace Pablo contra la raza humana en Rom. 1:21-23: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”.

Pero ese no es el fin de la historia. Desde el mismo momento en que el hombre cayó en pecado, Dios reveló un plan de salvación a través del cual habría de revertir los efectos que el pecado produjo en Su creación y hacer un despliegue de Su gloria mucho más excelso que el que Su creación original hubiese podido manifestar.

Ese es el gran tema de la Biblia: el Redentor que habría de venir para recobrar lo que el hombre había perdido, en el mismo terreno en que el hombre lo perdió. Lo primero que Dios revela es que este Redentor habría de nacer de una mujer (Gn. 3:15).

Luego rque sería de la familia de Abraham.

Luego de Isaac.

Luego de Jacob.

Luego de Judá.

Luego de la familia de Isaí, y específicamente de David.

Luego nos dice que nacería en Belén (Mi. 5:2) y que nacería de una virgen (Is. 7:14).

Luego que habría de nacer durante la dominación mundial de los romanos (libro de Daniel).

Algo interesante de todas estas profecías era el hecho de que los mismos profetas no entendían del todo lo que estaban profetizando. Y no sólo ellos.

Escuchen lo que dice el apóstol Pedro en su primera carta: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1P. 1:10-12).

Los ángeles sabían que Dios tenía un plan, pero probablemente ellos tampoco conocían todos los detalles, ni cómo encajaban todas esas piezas de información que Dios había estado revelando a través de los siglos.

Hasta que de repente el misterio fue desvelado: la segunda persona de la Trinidad asumió una naturaleza humana semejante en todo a la nuestra, pero sin pecado, para poder redimir al hombre y revertir, de una vez por todas, los efectos terribles del pecado en la creación de Dios.

Eso explica la alabanza angelical en Lc. 2:14. Lo que esos ángeles contemplaron aquella noche en Belén era lo más impresionante que habían visto en toda su existencia: a Su propio Hacedor, Dios el Hijo, acostado en un pesebre como un niño indefenso.

El Dios del cielo se había vestido de humanidad, no sólo para redimirnos, sino para magnificar la gloria de Dios como nunca antes. He ahí el gran significado de la Navidad. Si no miramos este evento a la luz de la gloria de Dios estamos perdiendo el foco esencial de ese evento que ocurrió hace más de 2,000 años.

Cristo nació para la gloria de Dios. Por eso, en este día y en el resto del año, nos unimos al coro angelical, y con nuestra boca, y de todo corazón, entonamos este canto: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (LBLA).


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“Porque un niño nos es nacido”

No sin razón Stefan Zweig dedica uno de los capítulos de su libro “Doce Momentos Estelares de la Humanidad” al oratorio El Mesías de Handel. La obra fue compuesta en Londres en 1741, durante tres semanas de trabajo frenético. El libreto es una concatenación de fragmentos de versículos de la Biblia (de la versión King James) compilados por Charles Jennes, comenzando con las profecías del AT (específicamente del libro de Isaías) sobre la venida del Mesías, y culminando con la victoria de Cristo y la instauración de Su reino.

Disfruten esta interpretación del texto de Isaías 9:6, con el acompañamiento de la Orquesta Filarmónica de Londres, conducida por Sir Colin Davis.

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.




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jueves, 24 de diciembre de 2009

“Los ángeles no son arminianos”

El curioso título de esta entrada es en realidad una cita del gran predicador inglés del siglo XIX Charles Spurgeon, en referencia al texto de Lucas 2:14, cuando una multitud de las huestes angelicales apareció de repente a un grupo de pastores, alabando a Dios por el nacimiento de Cristo.

Los ángeles no cantaron esa noche: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (como muchos suelen citar este texto). No. Su canto de alabanza no exalta la buena voluntad del hombre, sino la buena voluntad de Dios: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace” (LBLA).

Por eso alguien dijo una vez que todas las religiones del mundo presentan al hombre tratando de alcanzar a Dios; pero sólo el cristianismo nos muestra a Dios alcanzando al hombre. De no haber sido por la iniciativa divina no habría ningún evangelio que predicar.

La salvación es del Señor. Él la diseñó. Él la llevó a cabo. Él la aplica con poder en los corazones de aquellos a quienes les place. Y eso es precisamente lo que los ángeles expresan en su canto.

“Los ángeles no eran arminianos” – dice Spurgeon. “Ellos cantaron: Gloria a Dios en las Alturas. Ellos no creían en una doctrina que destrona a Cristo, y coloca la corona en la cabeza de los mortales. Ellos no creían en un sistema de fe que hace que la salvación dependa de la criatura… No, mis hermanos; puede haber predicadores que se deleiten en predicar una doctrina que magnifica a los hombres; pero los ángeles no se deleitan en ese evangelio. Las únicas buenas nuevas que hacen a los ángeles cantar son aquellas que ponen a Dios de primero, a Dios al final [y] a Dios en el medio… en la salvación de Sus criaturas”.

En Su buena voluntad Dios decidió salvar al hombre, a pesar del precio tan alto que tendría que pagar por nuestra salvación: la encarnación y muerte de Su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Y en base a esa obra redentora, hoy ofrece por medio del mensaje del evangelio salvación gratuita para todo aquel que cree.

¡Alabado sea Dios porque la salvación de los pecadores está en Sus manos! De haber estado en las nuestras nadie sería salvo.

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Así nació el arminianismo y se formularon los cinco puntos del calvinismo

Jacobo Arminio (1560-1609) fue un pastor y teólogo holandés que había estudiado bajo la dirección del sucesor de Calvino en Ginebra, Teodoro de Beza, en 1582; de modo que su formación teológica fue profundamente calvinista.

Fue ordenado al ministerio pastoral en 1588 y nombrado como pastor en Ámsterdam, donde adquirió mucho renombre. Un año más tarde, los dirigentes de la Iglesia en Ámsterdam le pidieron a Arminio que refutara las opiniones del teólogo Dirck Koornhert, el cual se oponía a algunas de las doctrinas calvinistas, en particular la doctrina de la predestinación.

En su preparación para este debate, Arminio se dedicó a fondo al estudio de los escritos de Koornhert, pero éstos le llevaron más bien a refutar el calvinismo y declararlo insostenible. A pesar de eso, en 1603 Arminio fue llamado a asumir la cátedra de teología en la Universidad de Leyden, donde sus doctrinas opuestas al calvinismo fueron más conocidas aún. Esto trajo como consecuencia un enfrentamiento con los calvinistas, de manera particular con otro profesor de la facultad, Francisco Gomaro.

Ahora, es importante señalar aquí que en lo tocante a la predestinación, tanto uno como los otros afirmaban que la predestinación para salvación era una enseñanza bíblica; pero, mientras el calvinismo afirma que los elegidos ejercen fe porque fueron predestinados por Dios desde antes de la fundación por el puro afecto de Su voluntad, Arminio enseñaba más bien que Dios predestinó a todos aquellos que Él sabía de antemano que iban a querer.

Así que el foco del debate no era si había predestinación o no, sino sobre la base de dicha predestinación. Por otra parte, también es justo señalar que Arminio rechazó enfáticamente la enseñanza de Pelagio en lo que respecta a la caída de Adán. Según Pelagio, la caída de Adán sólo lo afectó a él; pero Arminio creía, en cambio, que la caída había arruinado la raza humana dejándola bajo el dominio del pecado.

“La voluntad del hombre no es libre de hacer ningún bien a menos que sea… libertada por el Hijo de Dios a través del Espíritu de Dios”, decía Arminio. En otro lugar, muestra su acuerdo con Agustín en este punto: “Porque Cristo dijo: ‘Separados de mí nada podéis hacer’. Y San Agustín, luego de meditar diligentemente sobre cada palabra en este pasaje, dice lo siguiente: ‘Cristo no dice, separados de mí sólo pueden hacer un poco’; tampoco dice, ‘Separados de mí no pueden hacer ninguna cosa que sea ardua’; ni tampoco, ‘Separados de mí lo harán con dificultad’; sino que dice, ‘Separados de mí nada podéis hacer’.”

De modo que en cuanto a esto, Arminio parece estar de acuerdo con Agustín, Lutero y Calvino. El punto donde Arminio se apartó ellos fue en el hecho de que para él la gracia de Dios es necesaria para la salvación, pero no asegura la salvación de nadie; en otras palabras, la gracia es una condición necesaria, pero no suficiente.

Arminio declara: “Toda persona no regenerada posee una voluntad libre, y la capacidad de resistir al Espíritu Santo, de rechazar la gracia de Dios que le es ofrecida, de menospreciar el consejo de Dios contra sí mismos, de rehusar aceptar el Evangelio de la gracia, y de no abrirle a aquel que toca la puerta de su corazón”.

De modo que si el pecador no responde al llamado, la culpa es enteramente suya (en eso todos estamos de acuerdo); pero ¿qué si acepta? En otras palabras ¿quién es, a final de cuentas, el que tiene la decisión de la salvación en sus manos? Por implicación, según Arminio la salvación depende, en última instancia, de la decisión humana y no de la soberanía de Dios.

Luego de la muerte de Arminio, en 1609, sus seguidores fueron acusados de herejía, por lo que, en 1610, presentaron a los Estados de Holanda un Memorial de Protesta (Remonstrance en inglés, por lo que fueron llamados “remonstrantes”), en el que planteaban su posición, incluyendo en la segunda parte los cinco puntos de su propia doctrina.

Acerca de este documento dice James Orr: “En comparación con el Arminianismo posterior, la Protesta está redactada con moderación, afirmando, por ejemplo, la necesidad de la operación del Espíritu para la regeneración y para la producción de todo lo espiritualmente bueno en el hombre, y declina pronunciarse sobre la cuestión de la perseverancia, igual que a Arminio había hecho.”

Pero defiende la expiación universal, así como también que la predestinación se basa en la presciencia de Dios (es decir, en el conocimiento que Dios de quienes han de ejercer fe). También afirman que el pecador puede resistir la gracia de Dios. “Esta última frase no es muy acertada – dice Orr, porque todos tienen que admitir que en algún sentido la gracia es resistible; el único punto a debatir es la naturaleza del poder que, en el caso del regenerado, vence eficazmente esta resistencia.”

Estos artículos fueron firmados por 46 ministros remonstrantes. Los calvinistas, por su parte, emitieron una contra protesta. Pero, como no llegaban a un acuerdo, finalmente se decidió resolver la disputa mediante un sínodo al que fueron invitados casi todas las iglesias nacionales reformadas.

Éste fue celebrado en Dordrecht desde el 13 de Noviembre de 1618 hasta el nueve de mayo de 1619. Estuvieron presentes 84 miembros y 18 comisionados seculares del Palatinado, Hesse, Nassau, Frieslandia Oriental, Bremen, Emden, Inglaterra, Escocia, Ginebra y Suiza alemana.

Los Cánones del Sínodo de Dort condenaron la posición arminiana, a la vez que presentaron cinco puntos contrarios, que han sido conocidos como los cinco puntos del Calvinismo.

Por un lado declaran que el hecho de que “sólo algunos de entre los miembros de la raza humana pecadora alcancen la fe, debe atribuirse al Consejo eterno de Dios. Dios eligió en Cristo un número definido de seres humanos para la salvación, en tanto que, en su justicia, dejó a los demás entregados a la perdición.”

En cuanto a la eficacia de la muerte de Cristo, afirman que ésta “es suficiente para expiar los pecados de todo el mundo.” Sin embargo, su obra de expiación está limitada en el hecho de que Dios tenía la intención de que fuese eficaz solamente para quienes “fueron elegidos desde la eternidad para salvación.”

También afirman la total depravación de la raza humana, así como la gracia irresistible de Dios y la perseverancia final de los santos por la obra preservadora de la gracia de Dios.

No obstante, el arminianismo no murió allí. Sus doctrinas fueron asimiladas por los bautistas generales, los menonitas holandeses y, un poco más tarde, por el metodismo wesleyano (aunque este último se aleja aún más de la doctrina reformada de la salvación). Hoy día es la doctrina de la mayoría de las iglesias en América.

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Tercera escena: La adoración de los magos


Con la información que obtuvieron los magos se dirigieron a Belén en busca del Rey que había nacido; en ese momento reaparece en el cielo aquella luz brillante que habían visto en el oriente, la cual los fue guiando hasta llevarlos al lugar preciso donde podían encontrar al Señor Jesucristo. Es obvio que no se trataba de una estrella ordinaria. Esa luz brillante tenía que ir a muy baja altura para poder señalar a los magos la casa donde estaba Jesús. Probablemente se trataba de una manifestación de la gloria de Dios.

“Y al ver la estrella – dice Mateo, se regocijaron con muy grande gozo”. Literalmente el texto dice que “Se gozaron sobremanera con gran gozo”. Mateo quiere expresar que estos magos estaban rebosantes de alegría. Habían viajado cientos de kilómetros para conocer a ese Rey tan importante que había nacido.

“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (vers. 11). Noten que cuando los magos llegaron al lugar, José, María y el niño ya no estaban en el establo; habitaban en una casa, y Jesús no era un bebé recién nacido.

Pero hay otras cosas a las que deseo llamar vuestra atención. En primer lugar, que la persona central de esa escena es el niño Jesús. Mateo dice que al entrar en la casa los magos “vieron al niño con su madre María”. El foco primario de su atención fue el niño.

De hecho, siempre que Mateo menciona a Cristo con su madre en este texto los coloca en ese mismo orden (vers. 13, 14, 20, 21). Siempre el niño es mencionado primero. Él es el personaje central de esta historia.

Muy probablemente los magos compartieron muchas cosas con esta pareja de esposos que Dios había escogido para que fuesen los padres terrenales del Mesías, pero Él era la persona importante aquí.

Más aun, el texto dice que estos hombres, al ver al niño se postraron para adorarle (a Él). No a María, sino al niño. No tenemos nada en contra de la madre de Jesús, pero debemos insistir en el hecho de que sólo Dios merece ser adorado.

Ahora, traten de visualizar la escena que Mateo describe en este pasaje. Aquí tenemos a un grupo de hombres poderosos, acostumbrados a tratar con reyes y altos dignatarios orientales, postrados en adoración delante de un niño de menos de 2 años de edad, en una oscura aldea de una nación insignificante en aquellos días.

No sabemos qué tanta información tenían ellos acerca del Mesías, pero es obvio que veían en Él a un personaje de suprema importancia, y aun es posible que de alguna manera se les hubiese revelado que ese niño era el Hijo de Dios.

Noten los obsequios que le llevaron (vers. 11). No queremos ver más allá de lo que está escrito, pero muy buenos comentaristas señalan el hecho de que estos regalos fueron cuidadosamente escogidos para expresar ciertas cosas.

El oro era el regalo apropiado para un Rey.

El incienso se usaba comúnmente en la adoración a Dios.

Y la mirra tenía varios usos, pero casi todos conectados con el servicio a los hombres: se usaba como perfume, también se mezclaba con vino para que actuara como un anestésico y para embalsamar a los muertos.

Así que estos regalos que los magos llevaron a Jesús podían tener cada uno de ellos un significado especial: el oro para resaltar que el niño era un Rey, el incienso para señalar que era Dios, y la mirra para señalar que era un Hombre. No podemos ser dogmáticos al respecto, pero Dios pudo haber movido a estos magos a regalar estas cosas específicas, aún si ellos mismos no entendían del todo las implicaciones de estos regalos.

Pero queda el testimonio del gran honor que estos hombres rindieron a Jesús: viajaron más de 1,600 kilómetros para conocerle, se postraron para adorarle cuando apenas era un niño, y los obsequios que le llevaron eran dignos, y eso sí podemos decirlo con certeza, de un personaje de suprema importancia. La adoración que los magos le rindieron estaba totalmente justificada.

La historia concluye cuando los magos son avisados por Dios en un sueño que no volvieran a Herodes, sino que tomaran otra ruta para volver a su nación (vers. 12).

He aquí la historia de estos magos de oriente que visitaron al Señor Jesucristo en Su infancia, y la reacción que suscitó en cada uno de los personajes que participaron en este evento. Ahora solo me resta preguntarte, ¿cómo reaccionarás tu ante el hecho de que el Hijo de Dios se hizo Hombre?

En este pasaje encontramos las respuestas típicas de los hombres cuando son enfrentados con la Persona de Cristo: Herodes quiso destruirlo, los escribas fueron indiferentes, y los magos le adoraron. ¿Cuál de esos ejemplos te describe a ti?

Seguramente nadie querría identificarse abiertamente con el rey Herodes, pero lo cierto es que este hombre reaccionó como la mayoría de los hombres reacciona cuando se les predica el evangelio y se les presenta a Cristo como el Señor y el Salvador.

¿Por qué Herodes quiso destruir a Jesús? Porque su trono peligraba, porque quería seguir siendo rey. Y ese es el mismo problema que tienen los hombres con Cristo. Nadie se molesta con el Cristo amante que hacía milagros, sanaba enfermedades y daba de comer a los pobres. El Cristo que molesta a los pecadores es Aquel que se presenta como Rey y Señor. Como Aquel que tiene derecho pleno sobre nuestra vida.

La razón por la que mucha gente rechaza el evangelio es porque quieren seguir teniendo control de sí mismos. No quieren ni pensar que el “Yo” sea destronado para dar lugar a otro Rey, ni siquiera al Hijo de Dios.

En la parábola de las diez minas que aparece en Lc. 19, Cristo pone en la boca de aquellos que le rechazan las siguientes palabras: “No queremos que este reine sobre nosotros”.

He ahí la esencia del problema. Los pecadores quieren seguir reinando sobre sus propias vidas, igual que Herodes, y es ese deseo el que los mantiene alejados de Aquel que es la fuente de todo bien, Aquel que vino para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Es ese tu caso?

¿O serás como los escribas y sacerdotes de Israel? Escucharon hablar de Cristo y ni siquiera se interesaron, no mostraron interés alguno en verificar la historia. “Prefiero no pensar en eso”, dicen muchos. El problema es que algún día te presentarás delante de ese Rey y tendrás que dar cuenta por tu indiferencia. Si el Hijo de Dios se encarnó tiene que haber sido por algo muy importante.

Y es que no había otra forma de salvar a los pecadores. Alguien tenía que pagar el precio, Alguien tenía que morir por nuestros pecados, Alguien que no tuviese ninguna deuda pendientes que pagar por Sí mismo, sino que fuese santo y sin mancha.

Para eso se encarnó el Hijo de Dios, porque solo Él llenaba el requisito. El murió siendo inocente para que pecadores culpables pudiesen ser absueltos. Y hoy ofrece salvación perfecta y gratuita para todo aquel que cree. Ese es el mensaje que el evangelio anuncia: que la justicia perfecta de Cristo está disponible por medio de la fe para nosotros que no tenemos justicia alguna.

Tratar ese mensaje con indiferencia no es otra cosa que un aborrecimiento pasivo hacia la persona del Hijo de Dios. Nadie puede permanecer neutral ante la persona de Cristo. Él mismo dijo en cierta ocasión: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama” (Mt. 12:30).

Nadie puede serle indiferente. O estás en el grupo de los que le aman o en el grupo de aquellos que le aborrecen. Quiera Dios que en aquel día no seas hallado en compañía de los enemigos del Rey de reyes y Señor de señores, porque lamentarás eternamente haber nacido.

Ojalá que muchos de los que leen estas líneas adquieran la sabiduría de estos magos de oriente; la poca información que tenían fue suficiente para postrarse ante el Hijo de Dios y adorarle. ¿Será ese tu caso? Seguramente tienes más información que la que tenían estos magos. En el día del juicio estos hombres agravarán la condenación de muchos que con más conocimiento no hicieron lo que ellos hicieron.

Si aún no eres creyente, no sigas despreciando el don de amor que Él ofrece libremente a los pecadores: salvación perfecta y gratuita por medio de la fe.


La obra que acompaña esta entrada es La Adoración de los Magos, de Rubens.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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martes, 22 de diciembre de 2009

¿Cambió Calvino su posición en cuanto a la expiación limitada antes de morir?


Un hermano me preguntó esta mañana si era cierto que Calvino cambió su posición sobre la expiación limitada antes de morir, ya que alguien le había dado esa información basado, supongo yo, en las siguientes palabras de Calvino, registradas en su último Testamento el 25 de Abril de 1564: “Testifico también y declaro, que ruego suplicantemente de Él, que se plazca en lavarme y purificarme en la sangre la cual mi Redentor Soberano ha derramado por los pecados de la raza humana, que bajo su amparo pueda yo estar en pie delante de Su tribunal”.

Antes que nada, es importante establecer que la validez de una doctrina no depende de los teólogos que la defiendan, sino de que estén basadas en una correcta interpretación de las Escrituras. La labor de los teólogos del pasado es de mucha importancia, y debe ser considerada con atención, sobre todo cuando se trata de hombres como Calvino, admirado por amigos y enemigos por su cuidadosa exégesis del texto bíblico.

Ahora bien, afirmar que Calvino cambió su posición con respecto a la expiación limitada basándose en esta frase de su Testamento es perder de vista por completo el extenso material que encontramos en su Institución de la Religión Cristiana, así como en sus comentarios y tratados teológicos.

En cuanto al significado de la muerte de Cristo, Calvino establece claramente en su Institución que ésta compró, real y efectivamente, el perdón de los pecados de aquellos por quienes derramó Su sangre en la cruz; en otras palabras, Calvino declara que Cristo no murió para hacer posible la salvación de todos, sino más bien para salvar efectivamente a algunos. Por otra parte, Calvino también enseña que únicamente los elegidos disfrutan del perdón de los pecados por la obra de Cristo en la cruz; en otras palabras, y como Paul Helm señala al respecto, “el efecto de la muerte de Cristo es hacer expiación por los pecados de un número definido de personas (y en este sentido es apropiado hablar de una expiación limitada)” (Calvin & the Calvinists; pg. 13-14).

En cuanto a lo primero, Calvino señala: “Que Jesucristo nos ha ganado de veras con su obediencia la gracia y el favor del Padre, e incluso que lo ha merecido, se deduce clara y evidentemente en muchos testimonios de la Escritura. Yo tengo por incontrovertible, que si Cristo satisfizo por nuestros pecados, si pagó la pena que nosotros debíamos padecer, si con su obediencia aplacó a Dios, si, en fin, siendo justo padeció por los injustos, con su justicia nos ha adquirido la salvación” (Inst.; II.xvii.3).

Y en otro lugar añade: “La razón de este misterio puede verse en el capítulo primero de la epístola a los Efesios. Allí San Pablo, después de haber enseñado que nosotros fuimos elegidos en Cristo, añade que en el mismo hemos alcanzado gracia. ¿Cómo comenzó Dios a recibir en su favor y gracia a los que Él había amado antes de ser creado el mundo, sino porque desplegó su amor al ser reconciliado por la sangre de Cristo?” (Inst. II.xvii.2).

Lo que Calvino está diciendo aquí es que los mismos que fueron elegidos, son los que alcanzaron gracia en virtud del mismo Cristo que nos reconcilió con el Padre por Su sangre.

En cuanto al decreto de la elección, Calvino dice lo siguiente: “Las palabras de Jesucristo son tan claras, que por más vueltas que den los hombres, jamás las podrán oscurecer. ‘Ninguno’, dice, ‘puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere’ (Jn. 6, 44, 65); más ‘todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí’ (Jn. 6, 45). Si todos indistintamente se postrasen delante de Jesucristo, la elección sería común; pero, por el contrario, en el pequeño número de los creyentes aparece esta grandísima distinción. Por eso, el mismo Jesucristo después de decir que los discípulos que le habían sido dados eran la posesión de su Padre, poco después añade: ‘No ruego por el mundo, sino por éstos que me diste; porque tuyos son’ (Jn. 17, 9). De donde se sigue que no todo el mundo pertenece a su Creador, sino en cuanto que la gracia de Dios retira a unos pocos de la maldición y la ira de Dios y de la muerte eterna; los cuales de otra manera se perderían… Por lo demás, aunque Cristo media entre el Padre y los hombres, con todo no deja de atribuirse el derecho de elegir que juntamente con el Padre le compete: ‘No hablo’, dice, ‘de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido’ (Jn. 13, 8). Si alguno pregunta de dónde los ha elegido, Él mismo responde en otro lugar: ‘del mundo’ (Jn. 15, 19), al cual excluye de sus oraciones cuando encomienda Sus discípulos al Padre” (Inst. III.xxii.7).

No quisiera cansarlos con citas, pero permítanme añadir una más. Luego de afirmar que la fe no precede a la elección, sino la elección a la fe, Calvino declara: “Este orden lo muestran claramente las palabras de Cristo: ‘Esta es la voluntad del Padre: que de todo lo que me diere, no pierda yo nada’ (Jn. 6, 39). Si quisiera que todos se salvasen, les daría a su Hijo para que los guardara y los incorporara a todos a Él con el santo nudo de la fe. Pero la fe es una prenda singular de su amor paterno que reserva en secreto para los que Él adoptó como hijos. Por esta razón dice Cristo en otro lugar: ‘Las ovejas siguen al pastor, porque conocen su voz; pero no siguen al extraño, porque no conocen la voz de los extraños’ (Jn. 10, 4-5). ¿De dónde les viene este discernimiento, sino de que Cristo ha taladrado sus oídos? Porque nadie se hace a sí mismo oveja, sino que Dios es el que da la forma y lo hace. Y esta es la razón de por qué nuestro Señor Jesucristo dice que nuestra salvación está bien segura y fuera de todo peligro para siempre, porque es guardada por la potencia invencible de Dios (Jn. 10, 29)” (Inst. III.xxii.10).

Resumiendo lo que hemos visto hasta ahora (y créanme que fue difícil seleccionar las citas de un montón de referencias), Calvino enseña en su Institución, basado en abundantes textos de las Escrituras, que Cristo con Su muerte expió los pecados de aquellos a quienes vino a salvar, esto es, a los que el Padre eligió para disfrutar de esta salvación desde antes de la fundación del mundo.

¿Qué quiso decir, entonces, al afirmar en su Testamento final que Cristo derramó Su sangre por los pecados “de la raza humana”? Lo mismo que afirma una y otra vez en otros lugares: Que Cristo no murió para salvar una raza específica; sino para conformar un pueblo de toda tribu, lengua, pueblo y nación.

Comentando el texto de Juan 1:29, dice Calvino: “Y cuando él dice, el pecado del mundo, él extiende este favor indiscriminadamente a toda la raza humana; para que los judíos no piensen que él fue enviado para ellos únicamente” (Calvin’s Commentaries, Volume XVII; pg. 64.

Y acerca de Juan 3:16 escribió: “Él ha empleado el término universal todo aquel, tanto para invitar a todos indiscriminadamente a participar de la vida, como para eliminar cualquier excusa de los incrédulos. Tal es también el significado del término Mundo, el cual había usado anteriormente; pues a pesar de que nada se encontrará en el mundo que sea digno del favor de Dios, sin embargo él se muestra a sí mismo como el que reconcilia al mundo entero, cuando invita a todos los hombres sin excepción a la fe de Cristo… Recordemos, por el otro lado, que aunque la vida es prometida universalmente para todo aquel que cree en Cristo, aún así la fe no es común a todos. Porque Cristo es dado a conocer y presentado a la vista de todos, pero los elegidos son los únicos a quienes Dios abre los ojos, para que ellos le busquen por fe” (Ibíd., pg. 125).

No fue mi intención defender bíblicamente la doctrina de la expiación limitada (eso tendría que esperar otra entrada), sino más bien aclarar que Calvino no cambió su posición al respecto antes de morir. De hecho, en ese mismo Testamento, reitera que la doctrina que enseñó en la ciudad de Ginebra era conforme a la Palabra de Dios, la cual procuró enseñar “pura y sinceramente”.

Si desean ampliar este tema, recomiendo el libro de Paul Helm citado anteriormente, Calvin &the Calvinists. En cuanto a la doctrina de la expiación limitada, de todo corazón recomiendo el clásico de John Owen The Death of Death in the Death of Christ.

Para los que deseen leerlo, aquí les dejo el Testamento de Calvino completo, tal como aparece en el Volumen VIII de la obra de Philip Schaff, History of the Christan Church:

" ’In the name of the Lord, Amen. I, John Calvin, minister of the Word of God in this Church of Geneva, being afflicted and oppressed with various diseases, which easily induce me to believe that the Lord God has deter-mined shortly to call me away out of this world, have resolved to make my testament, and commit my last will to writing in the manner following: First of all, I give thanks to God, that taking mercy on me, whom He had created and placed in this world, He not only delivered me out of the deep darkness of idolatry in which I was plunged, that He might bring me into the light of His gospel, and make me a partaker in the doctrine of salvation, of which I was most unworthy; and not only, with the same mercy and benignity, kindly and graciously bore with my faults and my sins, for which, however, I deserved to be rejected by Him and exterminated, but also vouchsafed me such clemency and kindness that He has deigned to use my assistance in preaching and promulgating the truth of His gospel. And I testify and declare, that it is my intention to spend what yet remains of my life in the same faith and religion which He has delivered to me by His gospel; and that I have no other defence or refuge for salvation than His gratuitous adoption, on which alone my salva-tion depends. With my whole soul I embrace the mercy which He has exer-cised towards me through Jesus Christ, atoning for my sins with the merits of His death and passion, that in this way He might satisfy for all my crimes and faults, and blot them from His remembrance. I testify also and declare, that I suppliantly beg of Him, that He may be pleased so to wash and purify me in the blood which my Sovereign Redeemer has shed for the sins of the human race, that under His shadow I may be able to stand at the judgment-seat. I likewise declare, that, according to the measure of grace and good-ness which the Lord hath employed towards me, I have endeavored, both in my sermons and also in my writings and commentaries, to preach His Word purely and chastely, and faithfully to interpret His sacred Scriptures. I also testify and declare, that, in all the contentions and disputations in which I have been engaged with the enemies of the gospel, I have used no impos-tures, no wicked and sophistical devices, but have acted candidly and sin-cerely in defending the truth. But, woe is me! my ardor and zeal (if indeed worthy of the name) have been so careless and languid, that I confess I have failed innumerable times to execute my office properly, and had not He, of His boundless goodness, assisted me, all that zeal had been fleeting and vain. Nay, I even acknowledge, that if the same goodness had not assisted me, those mental endowments which the Lord bestowed upon me would, at His judgment-seat, prove me more and more guilty of sin and sloth. For all these reasons, I testify and declare that I trust to no other security for my salvation than this, and this only, viz. that as God is the Father of mercy, He will show Himself such a Father to me, who acknowledge myself to be a miserable sinner. As to what remains, I wish that, after my departure out of this life, my body be committed to the earth (after the form and manner which is used in this Church and city), till the day of a happy resurrection arrive. As to the slender patrimony which God has bestowed upon me, and of which I have determined to dispose in this will and testament, I appoint Anthony Calvin, my very dear brother, my heir, but in the way of honor only, giving to him for his own the silver cup which I received as a present from Varanius, and with which I desire he will be contented. Everything else belonging to my succession I give him in trust, begging he will at his death leave it to his children. To the Boys’ School I bequeath out of my succession ten gold pieces; as many to poor strangers; and as many to Joanna, the daughter of Charles Constans, and myself by affinity. To Samuel and John, the sons of my brother, I bequeath, to be paid by him at his death, each four hundred gold pieces; and to Anna, and Susanna, and Dorothy, his daughters, each three hundred gold pieces; to David, their brother, in reprehension of his juvenile levity and petulance, I leave only twenty-five gold pieces. This is the amount of the whole patrimony and goods which the Lord has bestowed on me, as far as I can estimate, setting a value both on my library and mova-bles, and all my domestic utensils, and, generally, my whole means and effects; but should they produce a larger sum, I wish the surplus to be divided proportionally among all the sons and daughters of my brother, not excluding David, if, through the goodness of God, he shall have returned to good behavior. But should the whole exceed the above-mentioned sum, I believe it will be no great matter, especially after my debts are paid, the doing of which I have carefully committed to my said brother, having confi-dence in his faith and good-will; for which reason I will and appoint him exe-cutor of this my testament, and along with him my distinguished friend, Lawrence Normand, giving power to them to make out an inventory of my effects, without being obliged to comply with the strict forms of law. I empower them also to sell my movables, that they may turn them into money, and execute my will above written, and explained and dictated by me, John Calvin, on this 25th day of April, in the year 1564.’


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Segunda escena: La turbación de Herodes


Cuando los magos llegaron a la ciudad de Jerusalén, fue tal la conmoción que se generó que la noticia llegó a oído de Herodes; éste se espanta y manda a llamar a los principales sacerdotes en Israel y a los escribas para que le den más detalles de las profecías que hablaban del Cristo, para luego convocar a los magos a una reunión privada.

Ahora, para comprender la turbación de este hombre y de toda la ciudad, es necesario que conozcamos algunos datos históricos. Herodes no era judío, sino idumeo y, por lo tanto, no estaba supuesto a ocupar el trono de Israel; en otras palabras, era un usurpador.

Cuando los romanos capturaron a Judea en el año 63 a. de C., en los días de Pompeyo, el padre de Herodes, llamado Antípater, que era un hombre muy astuto y que en ese tiempo era gobernador de Edom, aprovecha la situación para buscar el favor de los romanos.

En ese tiempo los judíos estaban atravesando por una situación interna muy difícil como nación y no podían ponerse de acuerdo entre sí; así que los romanos nombraron a Antípater procurador de Judea, y él a su vez nombró a su hijo Herodes como tetrarca de Galilea. Eso ocurrió en el año 47 a. de C.

Unos años más tarde el emperador Augusto extiende el territorio de Herodes hasta incluir toda Palestina, y es así como este hombre llega a ser rey de los judíos sin ser judío. Y, como debemos suponer, por esta misma razón tuvo que enfrentar un montón de dificultades para mantenerse en el puesto.

Tal vez para suavizar un poco la situación, Herodes se casó con una judía llamada Mariamna quien era descendiente de la última familia que había gobernado a Israel antes de que los romanos se hicieran cargo de la situación.

Pero nunca dejó de tenerle terror a todo lo que sonara a conspiración, un problema que se fue agudizando con los años; mientras más viejo, Herodes se hacía más paranoico y más cruel.

Como la familia de su esposa había gobernado anteriormente a Israel, parece que muchos judíos albergaban la esperanza de que volvieran a reinar de nuevo, pero Herodes se encargó de ir matándolos uno por uno.

Primero mató al hermano de su esposa, luego a uno de sus tíos, luego a su abuelo, después la mató a ella y un año después a su madre; y por si eso fuera poco, finalmente mató a los tres hijos que había tenido con Mariamna, porque ellos también llevaban esa sangre.

Era tal la crueldad de este hombre que unos días antes de morir mandó a encarcelar a un grupo de los más distinguidos ciudadanos de Jerusalén, dejando órdenes expresas de que todos ellos fuesen ejecutados cuando él muriera, para asegurarse así de que al menos en Jerusalén se llorara el día de su muerte.

Ahora, imagínense lo que pudo haber pensado Herodes cuando escuchó la noticia de que un grupo de la casta de los magos había llegado del oriente preguntando dónde estaba el rey de los judíos que había nacido.

Herodes se perturbó grandemente, y toda la ciudad se perturbó también, porque sabían lo peligroso que era este hombre cuando se sentía amenazado. Es muy probable que la perturbación del pueblo no fuera por la visita de los magos, sino por temor a la reacción de Herodes.

Por experiencia sabían que esa agitación del rey podía significar sangre, como de hecho ocurrió. Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores, para asegurarse de que no se gestara ninguna conspiración en contra suya alrededor de ese niño.

Pero volviendo al curso de nuestra historia, Herodes convocó a los principales sacerdotes y a los escribas para saber más de este asunto y ellos confirmaron que el Mesías habría de nacer en Belén. Miqueas lo había profetizado unos 700 años antes.

De paso, Cristo no hubiese podido cumplir esa profecía adrede, ni muchas otras que se cumplieron a lo largo de Su vida. Nadie puede decidir ni la familia ni el lugar de su nacimiento. Cristo nació en el lugar preciso, en el tiempo preciso y en la familia precisa.

En este relato llama poderosamente la atención la reacción de los sacerdotes y los escribas; ellos escuchan lo que dicen los magos, conocen la profecía bíblica, pero aun así se muestran indiferentes.

Los magos, que tenían menos información, se movieron cientos de kilómetros para conocer a Jesús y adorarle; pero estos líderes de Israel que lo tenían ahí mismo, a la vuelta de la esquina, no hicieron absolutamente nada para verificar el hecho. Fueron totalmente indiferentes. Ni se airaron como Herodes, ni le adoraron como los magos; simplemente volvieron a sus asuntos como si nada hubiera pasado.

Pero volvamos otra vez al relato. Herodes llamó a los magos en secreto, muy probablemente para no despertar mayores sospechas y comentarios entre el pueblo, y finge interés religioso (vers. 7-8). Ya Herodes sabía dónde habría de nacer el niño, ahora quiere información para poder calcular su edad.

Pero no pregunta directamente lo que quiere saber: “¿Qué edad Uds. creen que el niño tiene ahora?” No. “¿Cuándo fue que apareció esa estrella?” Fue en base a esta información que Herodes calculó que el niño tenía para ese tiempo unos dos años de edad (vers. 16).

Así que es incorrecto ubicar a los magos en el pesebre, cuando Jesús era apenas un recién nacido. Cuando los magos llegaron a Belén, Jesús tenía unos 2 años de edad y ya vivía en una casa con sus padres (vers. 11). Pero esto pertenece a la tercera escena de nuestra historia.

La obra que acompaña esta entrada es
"La matanza de los inocentes", de Rubens.

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lunes, 21 de diciembre de 2009

Tres escenas relacionadas con la Navidad: La llegada de los magos


Muchas personas suelen recrear en estos días de Navidad la escena del pesebre donde nació Jesús. Para tales fines colocan debajo del arbolito la figura del niño Jesús con José y María, los pastores, los animales y, por supuesto, los magos que fueron a visitar al niño para llevarle presentes en actitud de adoración.

Pero ¿quiénes eran estos magos? ¿De dónde vinieron? ¿Por qué se alteró tanto el rey Herodes cuando estos hombres aparecieron en Jerusalén preguntando por el nacimiento de Cristo? ¿Eran realmente tres reyes de oriente llamados Melchor, Gaspar y Baltazar? ¿Es correcto ubicarlos en la escena del nacimiento de Cristo, postrados ante Él en el pesebre?

Pongamos a un lado todas las tradiciones que desde niños hemos escuchado acerca de esta historia y analicemos este relato tal como aparece en el evangelio de Mateo 2:1-12:

"Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino".

La palabra “mago” parece provenir de una raíz que significa “grandeza”. En los escritos de Heródoto aparece por primera vez para referirse a una tribu de los medos que llegó a desarrollar una gran habilidad en el estudio de la ciencia y, de manera particular, de la astronomía.

Más adelante el nombre “magi” comenzó a usarse para señalar a los filósofos, sacerdotes o astrónomos orientales. Estos hombres se dedicaron al estudio de la astronomía, la religión y la medicina. Muchos de ellos creían en la existencia de un solo Dios, así como en el deber de los hombres de practicar el bien y desechar el mal.

En el imperio persa llegaron a ser muy influyentes y poderosos, tanto que algunos historiadores afirman que nadie podía llegar a ser rey sin ser entrenado y coronado por los magos. En el libro de Daniel los encontramos en Babilonia junto a los sabios, los astrólogos y los adivinos del reino.

Debido a que muchos de ellos se envolvieron en las ciencias ocultas y en la adivinación, la palabra “mago” adquirió también la connotación que nosotros le damos hoy en nuestro idioma, es decir el que se dedica a la magia y al ocultismo. Pero no todos los magos eran dados a este tipo de cosas.

Con respecto a los magos de nuestra historia, es obvio que tenían conocimiento acerca de la venida del Mesías. Si vinieron de Babilonia, no podemos olvidar que los judíos estuvieron cautivos allí por 70 años, y que Daniel y sus amigos tuvieron contacto con ellos; y es muy probable que por este medio hayan adquirido conocimiento del Dios verdadero y de la esperanza mesiánica.

También en la región de los medos y los persas había muchos judíos dispersos que pudieron transmitir este conocimiento a los magos que habitaban esta región.

No sabemos cómo los magos de nuestra historia se enteraron con tanta precisión del nacimiento de Cristo; Mateo no nos brinda esa información. Pero de alguna manera Dios les hizo saber que el Mesías que por tanto tiempo esperado había nacido; así que decidieron hacer un largo y dificultoso viaje (probablemente de más de 1,600 kms), para tributarle adoración.

El hecho de que presentaran tres regalos distintos dio lugar a la leyenda de que eran tres magos. Más adelante, durante la Edad Media, se añadieron otros detalles:

Que eran reyes del oriente.
Que sus nombres eran Melchor, Gaspar y Baltasar.
Que cada uno de ellos representaba a los tres hijos de Noé.
Y que uno vino de la India, otro de Egipto y otro de Grecia.

En el siglo XII el obispo de Colonia en Alemania afirma haber encontrado sus restos. Pero lo cierto es que la Biblia no da tantos detalles. Simplemente nos dice que unos hombres pertenecientes a esta poderosa casta oriental se enteraron del nacimiento de Cristo y vinieron a adorarle.

Con respecto a la estrella que les sirvió de guía, no sabemos a ciencia cierta de qué se trataba. La palabra griega que se usa aquí señala cualquier objeto de gran brillantez. Unos piensan que se trataba de una estrella, otros hablan de una conjunción de planetas, e incluso de un cometa.

Particularmente me inclino a pensar que se trataba de la gloria de Dios, esa misma gloria que había guiado al pueblo de Israel en el desierto en forma de una columna de fuego, y que Lucas nos dice que apareció en el momento en que Cristo nació (Lc. 2:8-11).

Quizás fue esa misma luz la que vieron. Noten que el texto de Mateo no dice que la estrella los había guiado por todo el camino desde el oriente hasta Judea. Simplemente dice que ellos vieron la estrella e iniciaron el viaje. Es así como estos magos llegan a Jerusalén, y eso nos lleva de la mano a la segunda escena de nuestra historia que postearemos mañana, si el Señor lo permite.

El cuadro que ilustra esta entrada es La Adoración de los Reyes Magos, de El Bosco.

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viernes, 18 de diciembre de 2009

Cuando no entendemos la providencia de Dios

Muchas veces juzgamos las acciones de otros tomando como punto de referencia lo que nosotros hubiésemos hecho de haber estado en su lugar. “Si yo hubiese sido fulano, habría hecho esto o aquello”. Pero, si bien eso podría funcionar en ocasiones a escala horizontal, eso nunca funciona a nivel vertical. Cometen un grave (y peligroso) error los que intentan evaluar las decisiones y métodos de Dios con un parámetro humano; inconscientemente piensan: “Si yo fuera Dios lo hubiese hecho de otro modo”; pero no tenemos ni el conocimiento ni la sabiduría que Dios tiene.

Ese fue el problema que Job afrontó. Él pasó por grandes aflicciones: la pérdida de todos sus bienes; luego la pérdida de todos sus hijos; y, finalmente, la pérdida de su salud. Y, como si todo eso fuera poco, tuvo que enfrentar la incomprensión de su mujer y sus amigos. Pero ninguna de esas cosas fue para Job tan dolorosa como la perplejidad que le causaba la actuación de Dios en todo esto. Cuando leemos el libro de Job no encontramos en ningún lugar una petición a Dios para que le devolviera sus bienes materiales o su salud, ni que le diera más hijos. Lo único que Job pedía una y otra vez era una explicación: “Dios, tu sabes que no soy un impío, tu sabes que he andado en integridad delante de ti, ¿por qué ha venido todo esto a mi vida; por qué tantas aflicciones y tanto dolor?” Esa perplejidad era para Job sumamente dolorosa; nada podía compararse con el sufrimiento interno que le causaba no entender por qué Dios actuaba de ese modo. “Si tan solo pudiera tratar este asunto directamente con Dios, si tan solo me diera una explicación”.

Finalmente vemos en el capítulo 38 que Dios accede a la petición de Job. El Dios todopoderoso rompe Su silencio, pero en vez de responder sus preguntas más bien multiplica sus interrogantes: “Ahora ciñe como varón tus lomos; Yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel?” Y así continúa Dios, formulando pregunta tras pregunta, todas totalmente fuera del alcance de la comprensión de este hombre que tanto insistió en que se le diera una explicación. Dios quería que Job viera su limitación.

Esta es una lección que todo creyente debe aprender si desea llegar a ser un cristiano maduro y estable. Muchas veces nuestras actitudes ante las dificultades de la vida revelan que, consciente o inconscientemente, estamos haciendo exigencias similares a las de Job: “Dios tiene que explicarme lo que Él está haciendo porque esto no tiene ningún sentido para mí”. Pero tales exigencias presuponen dos premisas que son completamente falsas. La primera es que tenemos el derecho de demandarle a Dios una explicación. La segunda es que si Dios accediera a nuestro reclamo entenderíamos cabalmente lo que Él está haciendo. Pero lo cierto es que Dios no está obligado a darnos una explicación de Sus actos; como dice Eliú a Job en su discurso: “él no da cuenta de ninguna de Sus razones” (Job 33:13); y aún si accediera a darnos una explicación, no podríamos entender plenamente Su modo de obrar. Debemos aceptar humildemente que la mente de Dios está fuera del alcance de nuestro entendimiento. Dios llevó a Job a entender que él era una criatura limitada, a la vez que le llevó a meditar en aquellas cosas que él sí conocía: Él ha hecho un universo maravilloso que revela tanto Su bondad como Su sabiduría; de manera que podemos confiar en Él, aún en medio de aquellas circunstancias que no podemos entender.

Mi amado hermano, no es necesario que Dios levante por completo el telón de la providencia para que podamos confiar en Él. Ese mismo Dios que creó el universo, y que gobierna todas las cosas con Su poder, es el mismo en cuya mano está tu vida. No necesitamos que Él nos explique Sus planes con todo detalle para que podamos descansar confiados – y no olvides que si accediera a explicarlos, tampoco lo entenderíamos. Lo que Él ha revelado de Sí mismo a través de Su creación y de Su Palabra es suficiente.

Tratemos de visualizar por un momento las repercusiones que tienen las acciones de cada ser humano y cada cosa que ocurre en el mundo, como si se trataran de hondas que se forman en el agua de un estanque a la caída de una piedra. Son innumerables las repercusiones que cada acción humana puede tener en otros. Nosotros mismos no somos conscientes de la forma en la que nuestra vida puede afectar a un montón de personas en un momento dado.

Ahora imaginemos que en vez de una piedra son diez las que han caído en el estanque, y tratemos de visualizar cómo las hondas de todas chocan entre sí, interactuando unas con otras. Pero ahora supongamos que no son diez, sino cien, o mil, o un millón, o seis billones; entonces tendremos una idea aproximada de la enorme complejidad de la providencia divina que gobierna todas las cosas y seres para Su gloria y para el bien de Su pueblo. Todo esto sin eliminar en absoluto la responsabilidad humana.

El hombre no es un autómata; es un ser creado a la imagen de Dios con intelecto, voluntad, auto determinación y emociones. Cuando toma una decisión lo hace conforme a lo que desea, es su decisión, él es responsable. Sin embargo, Dios sigue siendo Soberano y Su plan perfecto será llevado a su cumplimiento.

“¿Quién entendió la mente del Señor?” Pregunta Pablo en el versículo 34 de Romanos 11. La respuesta, por supuesto, es: Nadie. Nadie entendió ni entenderá jamás la mente del Señor, no a plenitud. Sus juicios son insondables y Sus caminos son inescrutables. Como dice el profeta Isaías en el capítulo 40 versículo 28: “su entendimiento no hay quien lo alcance”.


Extracto del libro “Palabras al Cansado”.

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jueves, 17 de diciembre de 2009

La verdadera historia del arresto del pastor Saladín


Conozco a Eduardo Saladín y a su esposa Patricia desde hace más de 27 años, de los cuales tenemos unos 24 trabajando juntos en el ministerio de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo. Durante ese tiempo hemos desarrollado una amistad muy cercana, lo que me ha brindado la oportunidad de ver su integridad en acción en un montón de detalles, tanto a nivel empresarial como eclesiástico.

Pero la buena fama es frágil y puede verse comprometida en un segundo, como ocurrió con nuestro hermano el pasado 12 de diciembre, cuando fue arrestado en el aeropuerto de Miami antes de abordar el avión que lo traería de vuelta a su país, al detectarse que llevaba consigo una pistola en su maletín. La noticia corrió como reguero de pólvora a través de la Internet y los noticieros televisados a partir de esa misma noche.

La verdadera historia es que Eduardo posee una pistola que adquirió legalmente y para la cual cuenta con los permisos correspondientes. En un país tan inseguro como el nuestro no es poco común que empresarios como él porten un arma, sobre todo tomando en cuenta el hecho de que Eduardo tiene que trasladarse casi todos los fines de semana al interior de la isla.

Recientemente Eduardo adquirió un maletín más grande para guardar su computadora portátil y sus libros, y en el que su pistola cabe cómodamente. Al salir de viaje hacia Miami el pasado miércoles 10 de diciembre, tomó consigo el maletín olvidando por completo que la pistola estaba allí. A ese olvido se sumó que al pasar la inspección en el aeropuerto de República Dominicana, sorprendentemente la pistola no fue detectada.

Pero el día de su regreso a Santo Domingo, los agentes de seguridad del aeropuerto de Miami detectaron el arma, produciéndose de inmediato su arresto.

Eduardo conoce perfectamente las normas de seguridad de los aeropuertos como para arriesgarse a llevar consigo una arma de fuego intencionalmente. Sin embargo, el caso ha sido publicitado como si se tratara de una acción criminal (en algunos medios se dijo incluso que Eduardo había declarado que él había viajado antes portando su arma, algo que no fue cierto).

Este incidente ha sido motivo de mucha tristeza entre las personas que conocen el testimonio probado de este hombre. No obstante, nosotros sabemos que nuestro Dios es soberano y que Él tiene control aún de situaciones como éstas en las que nuestro olvido entra en juego. Nuestra oración a Dios es que los cargos sean retirados y el testimonio de Eduardo sea resarcido, no sólo por su reputación, sino primariamente por la reputación del evangelio.

No sabemos con certeza cuáles propósitos puede tener Dios en un incidente como éste, pero al menos podemos aprender algunas lecciones.

Por un lado, este incidente nos enseña que no debemos ser rápidos en llegar a conclusiones al evaluar las acciones de los demás. Cuando la esposa de Potifar acusó a José de haber intentado violarla, cualquiera diría que las pruebas contra él eran contundentes, sin embargo todos sabemos que José no era culpable (comp. Gn. 39).

También nos enseña que debemos ser muy cuidadosos al manejar la información que recibimos a través de los medios de comunicación, sobre todo cuando afectan reputaciones ajenas. Dice en Proverbios 18:13 que “es necio y vergonzoso responder antes de escuchar” (NVI). Tampoco debemos olvidar que vivimos en un mundo caído que aborrece a Dios y a Su Palabra, y que muchas veces aprovecha incidentes como éstos para pisotear el nombre de Cristo y de Su iglesia, manipulando o tergiversando la información si fuere necesario. Aunque Eduardo declaró que ha sido un empresario de las artes gráficas por unos 30 años, la prensa ni lo mencionó, señalando únicamente el hecho de que es un pastor.

Por último, también nos enseña que debemos confiar en Dios, aún en medio de situaciones que parecen ir en detrimento del evangelio. Un pastor arrestado con un arma de fuego antes de abordar un avión es una imagen bastante desfavorable para la iglesia de Cristo. Pero la promesa de Rom. 8:28 sigue vigente: Todas las cosas ayudan a bien a aquellos que aman a Dios.

No sabemos cómo Dios ha de glorificarse en la vida de Eduardo y Patricia en medio de esta situación, pero no tenemos la menor duda de que así será porque nuestro Dios es fiel y veraz, y Su Palabra permanece para siempre.


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Oral Roberts murió este martes pasado a los 91 años


El famoso tele evangelista y uno de los principales promotores del evangelio de la prosperidad, falleció este martes pasado. En Sujetos a la Roca Eduardo Flores posteó un breve, pero iluminador resumen del ministerio de Roberts y del impacto negativo de su teología, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Si desean un análisis más extenso, también pueden leer lo que escribió el Dr. Al Mohler al respecto.

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El libre albedrío: Algunas objeciones contra el compatibilismo respondidas

A diferencia del libertarianismo, los compatibilistas creemos que todas las decisiones humanas son causadas completamente por nuestro carácter y nuestras circunstancias. Por tal razón, pueden ser conocidas de antemano por alguien que nos conozca perfectamente. La Biblia asevera que Dios posee ese tipo de conocimiento en lo que respecta a los seres humanos (comp. Sal. 139:1-6; He. 4:12-13), aparte de que todas las cosas ocurren conforme al designio de Sus decretos eternos (Ef. 1:11).

Los opositores del compatibilismo presentan tres objeciones básicas en contra de esta postura: 1) Que nos reduce a simples marionetas; 2) Que es equivalente al fatalismo; y 3) Que elimina nuestra responsabilidad moral. Veamos brevemente cada una de estas objeciones.

“El compatibilismo nos reduce a simples marionetas”:

Debemos tener cuidado de no equiparar el compatibilismo con el determinismo materialista. Según los deterministas materialistas todos nuestros pensamientos, decisiones y acciones pueden ser explicados en términos de leyes y conceptos físicos. En tal caso, lo que nosotros creemos pensar o decidir no son más que ilusiones creadas por nuestras neuronas cerebrales.

El compatibilismo, en cambio, reconoce el papel rector que juega nuestra mente, nuestras creencias y nuestras decisiones. Tenemos un “yo” real que delibera, que escoge, que discrimina, que decide actuar de un modo y no de otro. Pero ese “yo” toma las decisiones que toma por algunas razones que vienen determinadas por nuestro carácter, creencias y circunstancias.

“El compatibilismo es equivalente al fatalismo”:

John Byl responde esta objeción diciendo: “El compatibilismo implica que Dios, con Su completo conocimiento de todas Sus criaturas y de sus decisiones, puede predecir completamente todas las situaciones futuras del mundo. De ahí se deriva que Dios conoce el futuro completamente. Más aún, Dios conoce completamente como ese futuro podría cambiar si Él fuera a alterar algunos detalles actuales. Por lo tanto, Dios puede planificar completamente cómo ha de desarrollarse el futuro”.

Pero eso no significa que seamos fatalistas. En el determinismo todos los eventos futuros ocurrirán de cierta manera y no de otra debido a las causas que entrarán en juego, incluyendo nuestras decisiones y acciones.

En el fatalismo, en cambio, todos los eventos futuros ocurrirán inevitablemente de cierto modo, sin importar lo que nosotros decidamos y hagamos. En otras palabras, no hay nada que podamos hacer para escapar de nuestro destino.

El fatalismo no toma en cuenta el hecho de que nuestra voluntad es una causa activa que contribuye a determinar nuestro futuro. En las Escrituras vemos claramente que nuestras decisiones hacen una diferencia y que nosotros somos responsables de las consecuencias que cosechamos debido a nuestras decisiones y acciones (comp. Hch. 3:14-15).

Por otro lado, el conocimiento que Dios tiene del futuro no influencia nuestras decisiones, porque nosotros no tenemos acceso a ese conocimiento divino. Él sabe lo que vamos a hacer, pero nosotros no sabemos lo que Él sabe. Por lo tanto, cuando tomamos una decisión es en base a la voluntad del “yo” y no forzados por ninguna fuerza externa.

“El compatibilismo elimina nuestra responsabilidad moral”:

La moral tiene que ver con lo correcto o incorrecto que pueda ser la acción de un agente libre que actúa intencionalmente y no requiere que nuestras decisiones sean hechas sin ninguna razón. “La libertad que se necesita para la responsabilidad moral no es la libertad libertaria de causación sino más bien una libertad de coerción de parte de fuerzas externas a nosotros mismos” (John Byl).

Conclusión:

No es necesario que neguemos la soberanía de Dios o el libre albedrío humano para armonizar la información bíblica. Ciertamente hay algunas cosas que no entendemos, pero eso no significa que sean ilógicas, sino más bien que somos finitos y no tenemos toda la información y capacidad que se requieren para comprenderlas plenamente.

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