En la entrada anterior me concentré en el tema de la omnisciencia de Dios, estableciendo el hecho de que Dios conoce perfectamente todas las cosas, incluyendo las acciones futuras de los hombres. Pero eso plantea algunas de las interrogantes que más perplejidad han causado en la historia de la filosofía. John Byl explica la naturaleza del problema:
“¿Tenemos tal cosa como libre albedrío? ¿Realmente tenemos elección cuando hacemos una elección? ¿O están nuestras decisiones completamente predeterminadas por nuestro carácter y circunstancias? Si nuestras elecciones son predeterminadas, ¿deberíamos ser considerados moralmente responsables? ¿Es el libre albedrío posible en un mundo determinista, donde todas nuestras decisiones pueden ser completamente explicadas en término de causas previas? ¿O el libre albedrío requiere algún elemento de azar? ¿Puede Dios predecir completamente todas nuestras decisiones humanas? ¿Cómo podemos reconciliar el libre albedrío humano con la soberanía divina?”.
A lo largo de la historia muchos filósofos han asumido que el libre albedrío es imposible en un mundo donde todos los eventos y decisiones pueden ser completamente predichos, aún sea por Dios mismo. Esto ha traído como consecuencia la negación del libre albedrío o de la soberanía y omnisciencia de Dios.
Por ejemplo, D. J. Bartholomew, en su libro “God of Chance” (“El Dios de la Causalidad”), dice que el universo debe contener elementos de azar de modo que pueda haber lugar para una genuina libertad y responsabilidad humana.
Es importante señalar que en este caso se está usando la palabra “azar”, no para referirse a una mera coincidencia o a la ignorancia humana, sino a un evento que ocurre sin ninguna causa suficiente. John Byl aclara: “Un evento casual, en ese sentido, es uno inherentemente impredecible”.
En este artículo trataré de dilucidar las dificultades que se levantan al querer armonizar la omnisciencia y soberanía de Dios con la libertad y responsabilidad humana.
Una definición de libre albedrío:
John Byl define “libre albedrío” como “la libertad de la voluntad para escoger y actuar por sí misma, sin coerción”. En una votación por ejemplo, experimentamos esa libertad al deliberar acerca de nuestra decisión (por quién voy a votar), al hacer una decisión (yo decido cuál candidato prefiero), y al llevar a cabo lo que he decidido (con mi mano pongo una marca sobre el candidato escogido).
Esa elección mental depende de varios factores, como la opinión que tengo acerca de la capacidad que tiene el candidato de gobernar, o de sus cualidades morales, o por qué supongo que es mejor que los demás candidatos; pero la elección será libre si fue llevada a cabo sin ninguna coerción externa.
De manera que al usar la expresión “libre albedrío” me refiero simple y llanamente a la capacidad que tenemos de hacer lo que queremos. Lamentablemente, el hombre en su pecado no se puede disponer a sí mismo a querer el bien. En ese sentido, y aunque suene paradójico, su “libre albedrío” es un esclavo, hasta que es libertado por Cristo.
Dos perspectivas opuestas:
La mayoría de los cristianos están de acuerdo en el hecho de que los hombres tenemos una voluntad, que nuestras elecciones son genuinas y que somos responsables. El punto de controversia es si nuestras decisiones son completamente predecibles.
Suponiendo que una persona se encontrara en una situación dada, con las mismas condiciones externas y con la misma disposición interna, ¿tomaría siempre la misma decisión? Esta pregunta ha sido respondida de dos maneras distintas, representando cada una dos nociones distintas de libre albedrío.
Los que responden que “sí” creen en una libertad de espontaneidad. “Nosotros decidimos y actuamos como nos place. Siempre que nuestros actos sean expresiones de lo que queremos hacer ellos deben ser considerados como libres, aún si lo que queremos está en cierto modo determinado. Esta noción de libertad es compatible con el determinismo” (John Byl).
Por eso se le conoce como “compatibilismo” o “determinismo suave”, a diferencia del “determinismo duro” que dice que todas nuestras acciones son determinadas por causas materiales de las que nosotros no tenemos control (como están obligados a creer todos los materialistas).
Los compatibilistas afirman que nuestras decisiones siempre tienen una razón de ser, aunque no siempre estamos apercibidos de tales razones. Nuestro carácter, nuestras experiencias, nuestra cosmovisión, todo eso determina las decisiones que tomamos.
Como Dios nos conoce perfectamente, Él puede predecir con toda certeza cuáles serán nuestras decisiones. Pero esas decisiones son libres en el sentido de que fueron hechas voluntariamente y no por ninguna coerción de fuera. Y aún si hubiese alguna coerción externa, lo que decidamos sigue siendo nuestra decisión.
La posición contraria a la de los compatibilistas es la de los incompatibilistas que asumen que el libre albedrío y el determinismo no son compatibles. Estos creen más bien en una libertad de indiferencia. El hombre es libre de tomar una decisión completamente diferente a la que hubiese podido tomar en la misma circunstancia externa y con la misma condición interna (carácter, estado mental, emocional, etc.).
Según ellos, nuestras decisiones no están completamente determinadas por nuestro carácter, experiencia o cosmovisión. De hecho, aún tenemos la libertad de actuar en contra de nuestra naturaleza. Es por eso que esta postura también ha sido llamado libertarianismo. Mañana, si el Señor lo permite, ampliaré un poco más ambas posiciones.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
martes, 15 de diciembre de 2009
¿Puede el hombre ser un agente libre en un mundo gobernado por un Dios soberano?
Etiquetas:
compatibilismo,
libertarianismo,
Soberanía de Dios
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario