En algunas entradas anteriores he estado hablando de lo que significa realmente venir a Cristo (lo cual no tiene nada que ver con el acto físico de levantar la mano o pasar al frente de una iglesia luego de una predicación evangelística).
Hemos dicho que para venir a Cristo el pecador debe estar consciente de su necesidad espiritual y verse a sí mismo como alguien que merece ser condenado por la justicia de Dios; así como también debe ver a Cristo como Aquel que puede suplir plena y permanentemente su necesidad. Pero eso no es suficiente; ahora es necesario que se apropie de Cristo en una forma activa, inteligente y exclusiva. Ya vimos lo que significa apropiarse de Cristo en una forma activa. Veamos ahora las otras dos.
Debemos apropiarnos de Cristo en una forma una forma inteligente. Y eso, ¿qué significa? Veamos lo que dice el Señor en Jn. 5:39-40: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.
En otras palabras: “Ustedes leen la Escritura, la escudriñan y la estudian, y sin embargo no quieren venir a mí. Eso realmente es contradictorio, dice el Señor, porque Yo soy el tema central de la Escritura. Si realmente se estuviesen beneficiando de la lectura de la Biblia, hace tiempo que habrían venido a mi”.
Este texto nos enseña que venir a Cristo ha de ser el resultado natural que debe desprenderse de lo que aprendemos en la Escritura acerca de Él y, por lo tanto, se trata de algo que involucra nuestra mente y nuestro intelecto.
Eso no quiere decir que hay que ser un intelectual para venir a Cristo. Lo que estoy diciendo es que venir a Él implica por necesidad el uso de la mente y el intelecto. Nuestro entendimiento está envuelto en el ejercicio de la fe. Debemos entender algunas cosas para que podamos venir.
No se trata simplemente de una experiencia mística e irracional conectada con el nombre de Cristo, sino más bien de una confianza plena en Él que se deriva de lo que conozco acerca de Su Persona y acerca de Su obra.
“Confío en Cristo porque por medio de las Escrituras ahora sé quién es Él y lo que hizo. Sé que es el Hijo de Dios, Emanuel, Dios con nosotros, quien por amor a criaturas miserables como nosotros asumió una naturaleza humana, igual en todo a la nuestra, pero sin pecado. De modo que Aquel que creó el universo y sostiene todas las cosas por la Palabra de Su poder, nació como todos nacemos, y vivió como todos vivimos”.
“Pero no sólo eso. También he aprendido en las páginas de las Escrituras que ese Cristo, no sólo vivió una vida perfecta y sin pecado, sino que también fue a la cruz y allí padeció por los pecados de aquellos a quienes Él vino a salvar. Y luego se levantó victorioso de los muertos al tercer día, y ascendió a los cielos, donde se presentó delante del Padre como Aquel que satisfizo plenamente lo que Su justicia requería para salvar a los pecadores”.
Ese es nuestro Señor Jesucristo y eso fue lo que hizo para poder brindar ahora salvación a todos aquellos que vengan a Él en arrepentimiento y fe. Él puede ofrecer salvación, no sólo porque es Dios y Hombre, sino porque hizo lo que hizo: Obedeció la ley divina a la perfección, y luego murió en una cruz para pagar la deuda de todos aquellos a quienes vino a salvar.
Venir a Cristo implica el conocimiento y aceptación de estas verdades fundamentales del evangelio. Por eso decimos que debemos apropiarnos de Cristo, no sólo en una forma activa, sino también inteligente. Es por eso que insistimos en el hecho de que el evangelismo debe ser instructivo. El pecador debe ser instruido, debe ser enseñado para que pueda venir a Cristo”.
Un buen evangelista no es aquel que tiene la capacidad de mantener la atención de su auditorio a través de una oratoria electrizante y conmovedora, alguien que puede mover los sentimientos de la gente, al punto de que al hacer el famoso llamado logrará algunas decisiones.
¡No, mil veces no! Predicar el evangelio implica necesariamente, la transmisión de ciertas verdades fundamentales de la Palabra de Dios acerca de la condición del hombre, la ley de Dios, el carácter de Dios, y sobre todo acerca de la Persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo. El pecador debe abrazar a Cristo en una forma inteligente (comp. Rom. 6:17).
El autor de la epístola a los Hebreos describe la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1). Es una certeza y una convicción. Y más adelante, en el vers. 6 de ese mismo cap. escribió: “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
La fe descansa en el conocimiento de ciertas cosas; por eso nadie puede creer sin involucrar su intelecto. Y este es un punto que debemos enfatizar una y otra vez en esta época en que nos ha tocado vivir. Vivimos en una época anti intelectual, y esa actitud tristemente se ha introducido también en el pueblo evangélico.
En algunos círculos cristianos se exalta la ignorancia como una virtud, y se presenta la fe como un acto ciego de la voluntad. Lo importante para muchos no es lo que sabemos sino lo que sentimos. El sentimiento ha suplantado la razón, cuando la Biblia más bien nos muestra la fe como edificando sobre la razón.
Yo creo en aquello que entiendo razonablemente es la verdad. Soy cristiano porque Dios ha derribado todos los argumentos que en mi altivez se levantaban contra el conocimiento de Él, llevando todos mis pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo. Es así como Pablo plantea la esencia de su ministerio en 2Cor. 10:5.
Pero aún queda algo más. No sólo debemos apropiarnos de Cristo en una forma activa e inteligente, sino también en una forma exclusiva. La invitación que Cristo hace al pecador no deja lugar a dudas: nos invita a venir a Él y solo a Él.
“Venid a mí, todos los que están trabajados y cargados; venid a mí, todos los que tengan hambre y sed. Yo soy el pan de vida. Yo soy la luz del mundo. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”.
Es una invitación exclusiva, porque no hay posibilidad alguna de salvación fuera de Él. “Y en ningún otro hay salvación, dice en Hch. 4:12; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
No hay salvación en ti, ni en tu religión, ni en tu Iglesia. No puede haber salvación fuera de Cristo porque sólo Él es quien es, y sólo Él hizo lo que hizo. “Hay un sólo Dios, y un sólo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1Tim. 2:5).
Quiera el Señor que muchos creyentes despierten y retomen la verdadera predicación del evangelio para que los que pecadores realmente puedan venir a Cristo. Un pecador puede venir a Cristo a través de una prédica defectuosa, pero mientras más defectuosa sea la exposición del evangelio más posibilidades habrá de que muchos crean haber creído cuando en realidad no ha sido así. Ese peligro es real, como vemos en la advertencia del Señor en Mateo 7:21-23.
¡Que Dios nos libre de ser culpables de presentar un mensaje adulterado!
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
viernes, 4 de diciembre de 2009
Para que el pecador sea salvo debe apropiarse de Cristo en una forma inteligente y exclusiva
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