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lunes, 13 de julio de 2009

La “trivialización” de Dios

Sugel Michelén

Uno de los problemas religiosos más profundos del hombre moderno no es tanto el ateísmo sino más bien la “trivialización” de Dios. El concepto que muchos tienen de Dios es el de una energía impersonal, un “algo” indescriptible que de alguna manera misteriosa incide en el mundo, pero al que no es necesario que tomemos en cuenta a la hora de actuar o tomar nuestras decisiones. Ese “dios” carece de justicia y santidad, y tal parece que su única preocupación es que gocemos de la vida y la pasemos lo mejor que podamos.

Pero independientemente de lo que cada persona piense al respecto, Dios es como Él es, y Él ha revelado de Sí mismo en Su Palabra todo cuanto necesitamos conocer por el momento. Un Dios que no se revela nos dejaría a merced de nuestra imaginación, con la consecuencia inevitable de que terminaríamos fabricando un ídolo a nuestra medida, conforme a nuestra imagen y semejanza. Cuando el hombre fabrica sus dioses hace una proyección en grande de sí mismo. Por eso los dioses olímpicos de la Grecia antigua manifestaban las mismas pasiones pecaminosas y las mismas inconsistencias de sus adoradores.

Pero Dios no nos ha dejado en oscuridad con respecto a la información que necesitamos para conocerle. Él se ha revelado al hombre en la creación (Su revelación general) y en la Biblia (Su revelación escrita).

David nos dice en el Salmo 19 que “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de Sus manos”. Y el apóstol Pablo dice en un tono similar que “las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20). La creación revela el poder del Creador, Su sabiduría, Su inmensidad.

Pero esa información no es suficiente. Necesitamos también una revelación escrita en la que Dios nos comunique, con proposiciones lógicas y razonables, lo que necesitamos saber sobre Sí mismo, sobre la creación y sobre la historia. Sin esa revelación la palabra “dios” queda reducida a un símbolo lingüístico desprovisto de significado.

Por eso no basta con decir que creemos en Dios; debemos aceptar sin reservas Su revelación escrita, de lo contrario, nuestro impulso religioso nos conducirá a la idolatría y no a la adoración del Dios Trino, infinito y personal que es digno de toda gloria y honor; ese Dios a quien todos los hombres deben amar y servir con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas.

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