Por Xavier Memba
Esta es la segunda entrega del artículo que publicamos hace unos días a raíz de la muerte sorpresiva de Michael Jackson, de nuestro hermano y amigo Xavi Memba, y usado con permiso de kerigma.net.
Siguiendo la estela que ha dejado la muerte de Michael Jackson (como si hubiéramos asistido al paso de una estrella fugaz), hoy continuamos nuestra reflexión justo ahí donde la dejamos; suspendida de la pregunta ¿Quieres ser una estrella?
Cuando hablamos de famosos de verdad, no de los de pacotilla o de esos que se hacen famosos porque son los “ex” de fulano o de mengana en ese turbio mundillo del famoseo; sabemos que estamos hablando de gente con algún talento, alguna habilidad o algún don que los ha hecho destacar de forma especial por encima de la media. El manager lo único que ha tenido que hacer ha sido potenciar ese don o talento que por naturaleza uno ya tenía. Pero cuando hablamos de nuestra relación con Dios, las palabras de Pablo en Filipenses 2:13 creo que no dejan lugar a dudas: “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.”
Hay una frase que cada Navidad mucha gente repite año tras año, sin caer en la cuenta que no es del todo exacta (en el sentido bíblico). Me refiero a esa frase que los ángeles cantaron al anunciar a los pastores el nacimiento de Jesús en Belén. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz para con los hombres de buena voluntad!” En principio, parece como si esas fueran las palabras que los ángeles cantaron; aunque en realidad sus palabras fueron más bien como siguen: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”(Lucas 2:14). La diferencia es obvia ¿verdad? “hombres de buena voluntad” y “buena voluntad para con los hombres” no es lo mismo. Se podría decir de la primera frase que suena piadosa, pero sólo la segunda es bíblica, porque es la que se ajusta al testimonio de la Palabra de que Dios, en Cristo Jesús, no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (Mateo 9:13); él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).
Un poco más adelante en su discurso, Pablo le dice a los filipenses que como cristianos han sido llamados a ser luminares en el mundo (Filipenses 2:15); más concretamente, luminares o estrellas en el mundo que resplandecen en medio de la oscuridad de una generación maligna y perversa (aquí no hay nada que nos haga pensar en hombres de buena voluntad), sino en hombres y mujeres que desesperadamente necesitan la buena voluntad de Dios… el evangelio que Pablo anunciaba, el cual animaba a los filipenses a anunciar y que nosotros también estamos llamados a anunciar a los hombres y mujeres de nuestra generación.
A lo largo del Nuevo Testamento, es evidente la asociación que se establece entre el evangelio y la luz. Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12); y también nos dejó bien claro que como discípulos suyos también hemos sido llamados a ser luz en el mundo (Mateo 5:14-16). Hay muchos otros textos que podríamos citar en los que vemos esta manera de presentar y de identificar el evangelio con la luz. Pero tal vez Juan 3:16-21 es el primero que viene a nuestra mente, por ser uno de los pasajes más conocidos al encapsular (especialmente el famoso versículo 16) de una forma tan concisa el evangelio:
De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al descubierto. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios.”
De ahí, siguiendo el pensamiento de estos versículos que acabamos de leer, Pablo concluye diciendo: “porque Dios es el que en vosotros produce tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad.”
¿Quieres ser una estrella? Si conoces a Cristo y le reconoces como Señor, al igual que los filipenses, Pablo te dice que ya eres una estrella… un luminar en medio de la oscuridad de este mundo. De hecho, lo que nos permite identificar una estrella (de las del cielo) como tal, es que cuando levantamos los ojos y contemplamos la oscuridad del firmamento, brilla . Una estrella no puede hacer otra cosa que brillar (con mayor o con menos intensidad); pero como luminar en el telón de una noche oscura, la estrella lo que hace es brillar; y brillar es a lo que todo seguidor de Cristo está llamado: brillar en nuestras relaciones personales, brillar en nuestra vida de pareja, brillar en nuestro trabajo (ya sea voluntario o pagado), brillar en nuestros compromisos y obligaciones, brillar en nuestras conversaciones, buscando la edificación del Cuerpo de Cristo, sin murmuraciones ni contiendas, en espíritu de unidad…. y todo ello no para hacernos un nombre o pasar a la posteridad, sino para la gloria o la fama de Cristo. Pues a diferencia de las estrellas de la astronomía, como cristianos no brillamos por luz propia sino por la luz de Dios.
¿Quieres ser una estrella? Si no conoces a Cristo, es a él a quien necesitas presentarte. Sólo él puede darte el potencial que necesitas y sólo en él tus esfuerzos para llegar a ser alguien en esta vida van a encontrar la respuesta (tal vez no la que esperas), pero sin duda la que necesitas. Confía en Dios, descansa en su consejo y mirando a Jesús podrás empezar a caminar con gozo hacia una nueva vida cuyo éxito (de acuerdo a Jim Elliot) no depende de todo cuanto hayas podido dejar atrás, y que de todos modos jamás podrás retener para siempre, sino en lo que has ganado y que jamás podrás perder.
Lejos del famoseo ruidoso de los reality shows, lejos de la fantasía de una vida supuestamente fácil y sin complicaciones gracias a la fama y al dinero, lejos de la vanidad de una vida orientada al reconocimiento y a la gloria de nuestros propios logros (como el hermoso destello de una estrella fugaz), lejos de todo ello y no precisamente centrando nuestras vidas en ello, necesitamos encontrar urgentemente el verdadero brillo singular de la estrella sin igual que es Cristo Jesús.
Usado con permiso de kerigma.net
miércoles, 1 de julio de 2009
Una Estrella Fugaz 2 de 2
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