Misión del Blog

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viernes, 31 de julio de 2009

El Dios soberano versus el genio de la lámpara

Por Sugel Michelén

Disertando acerca de la literatura fantástica, el escritor argentino Jorge Luis Borges hizo el siguiente comentario acerca de los genios que aparecen en los cuentos de las mil y una noches: “Esos genios son omnipotentes, sin embargo, son esclavos de una lámpara, de un anillo o de su poseedor, y basta con frotar la lámpara o el anillo para contar con un esclavo que, a su vez, es omnipotente”. He ahí la gran paradoja de estos seres mitológicos: aunque poseen un poder inmenso, son fácilmente controlados por la mano humana.

Tengo la sospecha de que uno de los grandes problemas del hombre con el único Dios vivo y verdadero que se revela en las páginas de las Sagradas Escrituras es el hecho de que se presenta a Sí mismo como un Dios soberano que no puede ser controlado por ninguna de Sus criaturas. “Él hace según Su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga Su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).

Porque Dios es Dios, Él es soberano, de lo contrario dependería de otras cosas fuera de Sí mismo para llevar adelante Su plan; y si Dios dependiera de otras cosas fuera de Sí mismo ya no sería un Dios auto-suficiente; y si Dios no fuera auto-suficiente, ya no sería Dios. La palabra “Dios” queda vacía de significado cuando no viene asociada con el concepto de soberanía. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A El sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).

Pero Su soberanía descansa también en Su derecho como Creador. En su discurso a los atenienses pronunciado en el Areópago, Pablo les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres como si necesitase de algo; pues Él es quien da vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25).

Por cuanto es el Creador de todas las cosas que existen, Él posee un derecho incuestionable sobre todas ellas. Podemos revelarnos contra esa verdad y acatar las consecuencias o caer rendido a Sus pies reconociendo Su soberanía. Que la sabiduría juzgue cuál es la mejor decisión.

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