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viernes, 16 de octubre de 2009

La competencia doméstica del hombre llamado al ministerio pastoral

Volviendo una vez más sobre las calificaciones que Pablo nos provee en 1Tim. 3:1-7, vemos que vienen enmarcadas en el término general “irreprensible”: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible” (vers. 1-2).

Esta palabra obviamente no significa “sin pecado”, sino que señala a un hombre que no puede ser acusado verazmente de nada que lo marque como indigno de estar en la posición de embajador de Jesucristo.

Y ahora Pablo nos provee cinco categorías distintas en las que debemos chequear esta vida irreprensible, comenzando por el hogar. Se espera de los pastores que sean hombres de probada fidelidad conyugal, así como también que hayan dado muestras de sabiduría al gobernar a sus hijos: “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?) (1Tim. 3:2, 4-5)”.

En Tito 1:6, Pablo vuelve sobre esta calificación: “el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”.

La palabra que RV traduce como “creyentes”, puede ser traducida también: “dignos de confianza”, “fidedignos”. Por eso algunas versiones lo traducen: “que tenga hijos obedientes”. Varias razones nos mueven a pensar que esta es la traducción correcta de este controversial pasaje.

En primer lugar, porque no tiene mucho sentido decir que los hijos de los pastores deben ser creyentes, y luego añadir: “que no estén acusados de disolución y de rebeldía”; si se supone que son creyentes, esa nota aclaratoria está demás.

En segundo lugar, esta calificación es paralela a la de 1Tim. 3:4, y allí no dice que el pastor debe tener hijos creyentes, sino “que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad”.

En tercer lugar, lo que Pablo enfatiza en el texto es que los hombres que sean considerados para el ministerio pastoral deben mostrar competencia en el gobierno de sus hogares. Pero si creemos que Dios es soberano en la salvación de los pecadores, nadie puede asegurar que la competencia de un padre tendrá como resultado la salvación de sus hijos. En otras palabras, la fe o incredulidad de los hijos no siempre es un indicativo con respecto a la calificación de un hombre.

En cuarto lugar, esa calificación plantearía un serio problema en la práctica. Supongamos que elegimos a un pastor con un niño de un año de edad. Obviamente, no podríamos exigir que ese niño sea creyente. Pero ¿qué si llega a los 6 y todavía es incrédulo – descalifica eso al padre? Y si llega a los 8 o a los 10 o a los 12 y sigue sin convertirse. ¿A cuál edad ya no pueden seguir siendo inconversos los hijos de los pastores? Dondequiera que pongamos el límite será completamente arbitrario.

El punto de focal de esta calificación es la competencia del pastor para gobernar y dirigir a los que están a su cuidado, no la respuesta de aquellos que están bajo su cuidado (en este caso, los hijos). Obviamente, la respuesta de los hijos a la crianza de este hombre es un indicativo que nos ayuda a evaluar si el individuo es competente o no; y mientras los hijos se encuentren bajo su techo deben mostrar respeto a su autoridad. Pero esa competencia no siempre da como resultado la salvacion de los hijos; de hecho, un buen gobierno no siempre garantiza sumisión y contentamiento de parte de los gobernados.

El ejemplo más contundente que podemos dar en ese sentido es el de Dios mismo. Dios es un Padre perfecto; en Sus tratos para con nosotros Él combina perfectamente la ternura y la firmeza; Sus demandas siempre son justas y sabias; pero aún así Él tiene hijos rebeldes. Escuchen la queja de Dios, en Isaías 1:2: “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí”.

Y unos capitulos mas adelante vuelve de nuevo sobre este asunto: “Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” (Isaías 5:1-5).

Sabemos que ningún padre terrenal puede decir con una limpia conciencia: “Hice por mi hijo todo lo que pude haber hecho”; pero este pasaje nos muestra que la respuesta de los gobernados no siempre refleja la competencia del que gobierna (si desean ampliar este tema, recomiendo este post de Justin Taylor en el blog de Desiring God titulado Unbelief in an Elder's Children - "Incredulidad en el hijo de un pastor").

¿Qué debemos evaluar, entonces? Las normas que un padre impone sobre su casa; la forma sabia, amorosa y firme en que hace valer su autoridad; la manera como aplica la disciplina paterna cuando es necesario. Los pastores gobiernan la iglesia, dice Pablo, y por lo tanto, los que son elegidos para ejercer este oficio deben mostrar competencia en el gobierno de sus hogares.


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1 comentario:

felix dijo...

pero a muchos pastores nos importa poco lo que dice la biblia, y de esa manera pervertimos el evangelio de Jesucristo. como dice Pablo a los Romanos 2:24 porque el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa vuestra.