Muchas veces, cuando el creyente ora viene a su mente la duda sobre el derecho que tiene de ir delante del trono de Dios y hacer peticiones tan pretenciosas. “¿Qué derecho tienes de pedir cosas tan grandes? Esas son bendiciones que el Señor tiene reservada para ciertos favoritos, para creyentes que son más fieles que tú. Tal vez si fuera (tal o cual hermano) que estuviera pidiendo eso, pero ¿tú?”.
Cuando tus pensamientos te atormenten de ese modo, y te estén impidiendo acercarte libremente al trono de la gracia, considera los siguientes contraargumentos.
Compara la grandeza de Dios con la grandeza de tu petición:
Uno de los deberes que tienen los hijos de Dios es el de engrandecer a Dios: “Engrandeced a nuestro Dios” (Deut. 32:3). Eso no quiere decir que nosotros debemos hacer a Dios más grande de lo que es, porque tal cosa es imposible; pero lo que se nos pide aquí es que reconozcamos su grandeza, que la proclamemos y que actuemos conforme a ella.
Cuando el cachorro de león se pasea confiado al lado de sus padres, él está proclamando con su actitud que anda bien acompañado. De igual modo, el creyente debe proclamar con su actitud que su Dios es grande, eterno, todopoderoso. Y en ningún otro lugar reconocemos esto con más intensidad que en nuestra cámara secreta de oración. Allí nadie nos ve, pero nuestra confianza está proclamando la grandeza de Dios.
Y si ese es nuestro Dios, ¿qué podemos pedirle que sea demasiado grande para Él? Hay cosas que no nos atreveríamos a pedirle a una persona común y corriente, pero que sí podríamos pedirla a un presidente. Así también hay cosas que no podríamos pedirla a un presidente, pero que sí podemos pedirla a Dios (comp. 2R. 6:26-27).
¿Qué nos ilustra esto? Que mientras más grande es la petición que hacemos, más grande es a nuestros ojos la persona a quien nos dirigimos. Y ¿qué nos dice la Escritura acerca de nuestro Dios? Que “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef. 3:20).
¿Es tu petición que Dios perdone tus pecados? Nunca pienses que estos son demasiado grandes como para ser perdonados, porque dice la Escritura que nuestro Dios se deleita en misericordia, y que Él es amplio en perdonar.
¿O es tu petición que te libre de un pecado que te está martirizando y esclavizando? El Dios al cual estás orando es capaz de abrir cualquier prisión de maldad en la cual puedas estar encerrado.
Los egipcios tenían una cruel tiranía sobre los israelitas, y dice en Ex. 14:24: “Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios... y trastornó el campamento”. Una sola mirada suya es capaz de desbaratar todo un ejército, y de terminar la más cruel de las tiranías.
¿O estás pidiendo tal vez que Dios te libre de una gran aflicción? ¿Estás en este momento sumido en tinieblas y no ves ni un rayo de luz por ningún lado? Recuerda entonces que Dios hizo todo lo que se ve de lo que no se veía.
Siendo Él un espíritu puro, tiene tanto poder como para crear la materia usando únicamente Su Palabra. No debe ser difícil para Él organizar esa materia cuando de repente nos parezca que todo a nuestro lado es caótico y desordenado.
Hermano, la misericordia de Dios no es menor que su poder; ni su poder es menor que su misericordia. Él ha decretado que Su poder infinito esté disponible para obrar en nuestras vidas de modo que todas las cosas sean para nuestro bien. Él mismo Señor dijo a Abraham en una ocasión: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gn. 18:14).
Así que si en un momento dado piensas que tu petición es muy grande, lo primero que debes hacer es comparar tu petición con la grandeza de Dios. Eso te dará más confianza para acercarte al trono de la gracia y derramar tus preocupaciones en la presencia de Aquel que cuida de nosotros con un amor infinito e inmutable.
Defiéndete contraponiendo las promesas de Dios a tus temores:
Para que la oración del creyente sea efectiva debe estar basada en las promesas que Dios nos ha dejado en Su Palabra, ya que Dios no hará aquello que Él no ha prometido hacer. Por ejemplo, supongamos que un individuo decide dejar de comer para siempre, y subsistir únicamente por medio de la oración. ¿Puede Dios preservar la vida de ese individuo, aún este deje de comer? Sí, Dios tiene poder para hacerlo. Pero, ¿sabe qué es lo que muy probablemente le sucederá a este hombre? Que se morirá de hambre, porque Dios ha prometido sostener nuestra vida física a través de los alimentos.
Así que el creyente ora basado en las promesas que Dios nos ha revelado en las Escrituras, y Él nos ha prometido que todas las cosas obrarán para nuestro bien; ha prometido suplirnos la gracia que necesitamos para que nuestro peregrinaje sea firme y seguro.
Cuando tus pensamientos te hagan dudar por lo grande de la petición, contraataca interponiendo las promesas de Dios. Es cierto que la misericordia que estás pidiendo es inmensamente grande, comparada con lo que realmente mereces. Pero el Rey soberano del universo te ha dado permiso para pedir esas cosas; y, más aún, te ha prometido responder tu petición conforme a Su sabiduría y Su bondad. “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces (Jer. 33:3).
Recuerda que Cristo pagó por las misericordias que necesitas:
Creyente, no es en tu propio nombre que estás acudiendo al trono de Dios, porque si fuera así no encontrarías nada, sino en el nombre de Cristo, y el Padre no le niega nada a Su Hijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará (Jn. 16:23).
Noten que el asunto aquí no es únicamente que el creyente debe pedir al Padre la bendición requerida en el nombre de Cristo, sino que es también en ese Nombre que el Padre lo hará. Cristo es el canal a través del Cual fluyen todas las bendiciones de Dios. Todas las bondades de las cuales Dios nos hace partícipes Cristo las compró para nosotros en la cruz.
Cristo compró para ti regeneración, fe, arrepentimiento, perdón de pecados, comunión con Dios, etc. Orar en el nombre de Cristo no significa mencionar Su nombre al final de la oración. Es ir delante del Padre basado en lo que Cristo adquirió para ti.
Supongamos que Juan Pérez es administrador de una empresa, y que como tal, Juan puede firmar cheques de la cuenta que esta empresa tiene en un banco equis. Si Juan Pérez acude a ese banco como administrador, y con un cheque de la empresa, él puede sacar de ese banco todos los fondos que desee.
Pero si acude al banco en su propio nombre, y emite un cheque personal, el banco no sacará el dinero de la empresa para dárselo, sino que examinarán la cuenta personal de Juan Pérez para ver si tiene los fondos necesarios.
Cuando el creyente acude al trono de la gracia, no lo está haciendo por sí mismo, ni en sus propios méritos; él está acudiendo en el nombre de Cristo, basado en los méritos de Él. Podemos ir delante de Dios porque Cristo, Su Hijo, compró esas misericordias para nosotros. Esa es la enseñanza de He. 4:14-16.
Así que la próxima vez que vayas a orar, y tus pensamientos te arrastren al terreno de la duda, diciéndote: “Pero, ¿quién te has creído tú que eres?” Es el momento de responder: “Yo sé que no soy nadie, y que no tengo derecho a pedir nada por mí mismo delante del trono de Dios; pero yo estoy orando en el nombre de Cristo. Es en Sus méritos que confío, no en los propios”.
He aquí algunos de los remedios que podemos usar como creyentes para defendernos de las estratagemas de Satanás. Sólo deseo recordarles para concluir que en el reino de Cristo hay una ley por la que se rigen todas las cosas: “Conforme a vuestra fe os será hecho”.
Quiera el Señor aumentar nuestra fe y, por consiguiente, aumentar nuestra vida de oración, al escuchar estos argumentos que nos estimulan a traer continuamente nuestra causa delante del trono de la gracia, y a echar nuestras ansiedades sobre Él sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
domingo, 11 de octubre de 2009
Cuando al orar pedimos cosas grandes y nosotros nos sentimos muy pequeños
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