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martes, 13 de octubre de 2009

El llamado de Dios al ministerio pastoral


Alguien dijo una vez con mucha razón que “si bien es cierto que trabajar en el ministerio es una tarea que debemos considerar como un privilegio, también debemos tomar en cuenta las advertencias que encontramos en la Escritura de no entrar en el oficio pastoral sin estar debidamente señalado por Dios para esa obra.”

Hablando de los falsos maestros, dice el Señor en Jer. 23:32: “Yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo.” Si no es Dios mismo que los está enviando, tampoco serán de provecho, porque no tendrán los dones y capacidades necesarios, ni tendrán la bendición de Dios; y muy probablemente tampoco tendrán una buena motivación.

El ministerio pastoral debe ser llevado a cabo por hombres que Dios ha llamado y capacitado para ello. Es Dios mismo quien llama a los hombres al ministerio, no la iglesia.

Lo que hace la iglesia en ese proceso, como bien señala Charles Bridges, es acreditar “a aquel a quien Dios interna y apropiadamente ha cualificado. Este llamado, entonces, [el de la iglesia] sólo comunica una autoridad oficial” (The Christian Ministry; pg. 91). Pero la iglesia no hace pastores, ni puede impartir a los pastores los dones y capacidades que ese hombre necesitará para el oficio.

Veamos brevemente algunos textos.

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:35-38).

A la vista de toda esa multitud de personas desamparadas y dispersas como ovejas que no tenían pastor y ante la realidad de que la mies es mucha y los obreros son pocos, ¿cuál es la exhortación del texto?

“Vamos a compartir públicamente la necesidad que hay de pastores, a ver si alguien se anima; o podemos acercarnos a todos aquellos que tengan ciertas capacidades de liderazgo y de oratoria para que asuman el pastoreo de esta gente. Después de todo es mejor tener pastores que hagan medianamente el trabajo que no tener ningún pastor.”

Eso no fue lo que hizo el Señor. Cristo exhorta a Sus discípulos que rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a Su mies. Nadie debe enviarse a sí mismo al ministerio cristiano, ni tomar la prerrogativa de enviar a otros. El Señor no ha conferido a nadie ese derecho. Sólo Dios posee la autoridad de designar quiénes son los que deben trabajar en este oficio.

Hch. 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.

Antes que nada, noten que los términos “ancianos”, “obispos” y “pastores” se usan indistintamente en el NT (comp. vers. 17); todos señalan el mismo oficio pero desde distintos ángulos. Estos ancianos/obispos/pastores debían considerar seriamente la enorme responsabilidad que tenían en sus manos, no sólo por la naturaleza de aquello que debían cuidar, la iglesia del Señor, sino también por el origen del encargo. “Fue el Espíritu Santo el que los colocó como supervisores para pastorear ese cuerpo local de creyentes que Cristo compró con Su sangre”.

Ef. 4:8-11: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.

Pablo presenta al Señor Jesucristo aquí como el Salvador resucitado que da dones a Su iglesia. Y para hacernos conscientes de todo lo que implicó ese proceso, Pablo enmarca su instrucción en la enseñanza del Sal. 68:18, el cual cita libremente, y en donde se habla de la victoria de Jehová sobre Sus enemigos.

Lo que se dice de Jehová en ese Salmo del AT, Pablo lo explica como teniendo su cumplimiento en Cristo nuestro Señor, una clara indicación de que Pablo veía a Jesús como el Dios encarnado. Ahora ¿de qué está hablando Pablo aquí cuando dice que Cristo subió a lo alto, y llevó cautiva la cautividad?

En aquellos días, cuando el ejército regresaba victorioso de la batalla, el que los había capitaneado era recibido en medio de una procesión triunfal, llevando consigo a todos los enemigos que habían sido tomados cautivos. Entonces el capitán o el general solía repartir con los suyos los despojos que habían sido quitados a los enemigos vencidos; él repartía el botín.

Y esa es precisamente la figura que Pablo nos presenta aquí. Cristo nuestro Señor es el guerrero victorioso que en la cruz del calvario tuvo una victoria aplastante sobre las huestes del mal. Él venció la muerte por medio de Su muerte.

Y luego subió a lo alto, aludiendo a su ascensión a los cielos, pero no como un capitán derrotado, sino como un glorioso Salvador que había comprado salvación y liberación para un sinnúmero de almas que antes eran cautivas de Satanás, pero que ahora eran Sus cautivos.

El llevó cautiva una multitud de cautivos, y de ellos tomó el botín y lo repartió con los Suyos. ¿Cuál era este botín? Los dones que Él ha repartido a Su pueblo, algunos de los cuales se mencionan de manera particular en el vers. 11, y entre los cuales están los pastores y maestros.

La enseñanza bíblica no puede ser más clara. Es Dios quien llama a los hombres al ministerio, no la iglesia, ni los seminarios. Este es un llamamiento tan solemne que en los textos que acabamos de leer las tres personas de la Trinidad son mencionadas de manera distintiva como involucradas en el llamado.

En Mt. 9:38 Cristo dice a Sus discípulos que debían orar al Señor de la mies para que envíe obreros a Su mies, en una clara referencia a Dios el Padre. Pero Pablo dice en Hch. 20:28 a los ancianos de Éfeso que fue el Espíritu Santo el que los colocó como supervisores de la iglesia que el Señor compró con Su sangre. Y en Ef. 4 dice que fue el mismo Cristo el que repartió esos dones.

Es Dios quien llama. El papel que la iglesia juega en todo esto es la de reconocer a esos hombres que Dios ha llamado, usando como norma de evaluación los principios que el Señor dejó establecido en Su Palabra en pasajes como 1Tim. 3 y Tito 1.

Esa comisión de la iglesia es indispensable y sumamente importante para que un hombre pueda entrar al ministerio de una forma ordenada. Pero no debemos perder de vista que ese llamado viene de Dios no de los hombres.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muchas gracias por este mensaje, me pregunto muchas veces sobre esto, pues he tenido un fuerte deseo en mi corazón de entregar mi vida por completo a está labor, pero siempre al evaluar los pasajes mensionados nunca encajo en ellos, sin embargo hay un gran deseo por conformarme a ellos, aunque a veces me parezca imposible. En algunas posibilidades el Señor me ha permitido llevar su palabra, y es indescriptible para mi, y aunque persiste este deseo, muchas veces me desaliento por mi condición, o testimonio.