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jueves, 15 de octubre de 2009

El llamado divino al ministerio pastoral debe ser confirmado por otros

Independientemente de lo profundo y desinteresado que pueda ser el anhelo de una persona por el ministerio, la Biblia también enseña que ese llamamiento debe ser confirmado por otros. El ministerio pastoral reviste de tanta trascendencia que Dios no ha dejado este asunto únicamente a la consideración del candidato, porque generalmente no somos muy objetivos evaluándonos a nosotros mismos.

Cuando Pablo dice en 1Tim. 3:1-7 que es necesario que el obispo sea irreprensible (y todo lo demás que añade en el texto), está presuponiendo que esa evaluación será hecha por otros que pueden dar testimonio de que estas calificaciones están allí.

Dice el Señor en Mt. 5:14 que una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Cuando un individuo posee las calificaciones que son necesarias para entrar al ministerio, esto se hace evidente para aquellos que lo rodean.

Eso no quiere decir que la Iglesia o los pastores llaman a un hombre al ministerio; eso es prerrogativa de Dios únicamente. Pero el llamado de Dios al ministerio debe ser evidente a los hermanos de la Iglesia, así como a los pastores. Veamos el caso de la elección de ese grupo de servidores en Hch. 6:1-6, que algunos consideran los primeros diáconos de la iglesia:

“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos”.

Noten que, aunque los apóstoles tenían una autoridad superior a la de cualquier pastor hoy día, sin embargo pidieron a la Iglesia que se involucraran buscando de entre ellos mismos esos hombres. Y ¿cuál fue la participación que tuvieron los apóstoles (los cuales fungían como pastores de la Iglesia de Jerusalén)? Ellos instruyeron a los hermanos para que eligieran correctamente (vers. 3), y dieron su aprobación final (vers. 6).

La Iglesia señala a esos hombres, pero esta selección debe contar con la aprobación final de los pastores ya constituidos. De ahí que Pablo diga a Timoteo, en 1Tim. 5:22: “No impongas con ligereza las manos a ninguno”. Si Timoteo no tenía otra opción que aceptar la elección de la Iglesia esas palabras estaban demás.

Lamentablemente, muchas personas entran al ministerio a sus propias expensas, sin que una iglesia o un grupo de pastores hayan tenido la oportunidad de evaluar cuidadosamente su carácter (conforme a las directrices apostólicas en 1Tim. 3:1-7 y Tito 1:5-9); y los resultados de esa ligereza están a la vista.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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