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miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuando al orar no se tiene facilidad de expresión

Algunos creyentes se sienten perturbados con su vida de oración, porque al orar no perciben en sí mismos la facilidad de expresión que otros poseen. Aquellos tienen un lenguaje fluido, y tienen cierta facilidad para terminar sus peticiones con expresiones emotivas y pertinentes. Pero este hermano no posee esa capacidad, y a duras penas puede expresar las peticiones de su corazón.

A menudo Satanás se aprovecha de tal cosa para abatirnos y de ese modo debilitar nuestra resolución de dedicarnos a orar. Tal vez él esté susurrando en tu interior: “Si al menos tuvieras el don que posee el hermano tal o cual para orar, entonces podrías dedicarte con más esmero a la oración; pero en tu caso particular deberías dejarle eso a los que pueden hacerlo mejor que tu”.

¿Qué debemos hacer cuando somos atacados de ese modo? Al igual que en el caso anterior, al menos ya sabemos lo que no debemos hacer: no debemos dejar de orar. Recuerda que Satanás está tratando de obstaculizar tu vida de oración; por tanto, una cosa que no debes hacer es dejarte arrastrar por sus insinuaciones. Orar es una necesidad para todo hijo de Dios, y también es un deber; si algo nos obstaculiza para impedirnos que cumplamos con nuestro deber de orar, no debemos atacar al deber, sino al obstáculo.

Pero, ¿cómo podemos defendernos de este ataque? ¿Cómo podemos vencer este obstáculo?

Recuerda que Dios no mira como mira el hombre:

Cuando Dios desechó a Saúl y encomendó a Samuel que buscase otro rey, el Señor le reveló que ese rey sería tomado de los hijos de Isaí. Samuel se dirigió a la casa de Isaí y pidió a Isaí que llamase a sus hijos.

Dios no le había revelado aún cuál de ellos sería, porque quería enseñar a Samuel una gran lección; y no sólo a Samuel, sino a nosotros también. Primero llegó Eliab, y desde que Samuel lo vio supuso que ése era el hombre a quien Dios había señalado: “De cierto delante de Jehová está su ungido” (1Sam. 16:6).

En su lógica humana Samuel pensó que este individuo reunía todas las cualidades necesarias para ser rey. Y esto ya de entrada nos muestra un grave error que Samuel estaba cometiendo, y que nosotros también cometemos a menudo: ¿En base a qué había llegado Samuel a semejante conclusión?

Únicamente en base a lo que veían sus ojos. Samuel no conocía el interior de este individuo, nunca antes lo había visto; él no sabía cuáles eran los hábitos de vida de este hombre, ni cómo reaccionaba ante las crisis de la vida.

¿Cuál fue el veredicto de Dios en este caso? “Y Jehová respondió a Samuel: no mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1Sam. 16:7).

Este ejemplo es muy ilustrativo en cuanto al tema que estamos tratando. El Señor no está escuchando la hermosura del lenguaje de los que oran; Él está observando la sinceridad del corazón. La falta de frases hermosas en la oración lo único que muestran es que no posees facilidad de expresión (o al menos, la facilidad de expresión que otros poseen); pero si vas a tener un defecto es mejor que sea en tu lenguaje y no en tu corazón.

¿Qué es mejor, tener un cuerpo sano en una ropa llana y sencilla, o tener un cuerpo enfermo envuelto en los más finos y caros vestidos? Como bien señala Gurnall: “¿Acaso no prefieres ser sincero con una pobre capacidad de expresión, que tener un corazón podrido con una excelente don de oratoria?”.

Recuerda que Dios no acepta nuestras oraciones por la forma en que nos expresemos, sino por la obra de Cristo:

Santiago dice que “la oración del justo puede mucho” (Sant. 5:16). La oración de este hombre es eficaz porque procede de un alma que ha sido justificada delante de Dios. “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos... Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (Sal. 34:15, 17).

El Señor oye a los justos. Pero ¿cómo puede un hombre pecador llegar a ser considerado “justo” delante de Dios? A través de la obra redentora de Cristo. Es por medio de Cristo que nuestras oraciones llegan delante del trono de Dios; y todo creyente, el que habla bien como el que no posee facilidad de expresión, cuenta con ese recurso en su vida de oración (comp. 1P. 2:4-5).

Si no fuera por el ministerio intercesor de Cristo, nada de lo que hacemos para Dios sería aceptable en Su presencia. Pero cuando vayas a orar, deja que esta verdad te sirva de estímulo: tú tienes un Sacerdote que está intercediendo por ti todo el tiempo. Por medio de Él tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo cuantas veces queramos y cuantas veces lo necesitemos (He. 10:19-22).

Esto no quiere decir que no existan ciertos vicios en las oraciones de algunos con los cuales debemos luchar; o que no debemos esforzarnos por aprender a usar argumentos bíblicos en nuestras oraciones, o por integrar en nuestras conversaciones con Dios el lenguaje que Dios mismo usa en las Escrituras.

Cuando vamos delante del trono de Dios en oración debemos hacerlo con la conciencia de la solemnidad del deber que será realizado. Nuestras palabras no deben salir atropelladamente de nuestros labios. Debemos orar ordenadamente y con un propósito definido. Pero siempre encontraremos algunos que nos exceden en sus oraciones. Por más que nos esforcemos en mejorar nuestra expresión, nuestra capacidad tiene un límite.

Pero no olvides que es por medio de Cristo que nuestras oraciones son escuchadas. Es por causa de Él que el cetro de la misericordia está extendido para nosotros en todo tiempo.

Y cuando un santo se dispone a orar la sangre de Cristo purifica sus oración de imperfecciones; lo que Dios escucha no es la hermosura de las expresiones usadas, sino la sinceridad de ese corazón que ha sido purificado por la sangre de Cristo, el sentido de necesidad de esa alma que ora, su asombro al meditar en la grandeza de Dios, su gratitud al considerar los dones inmerecidos que recibimos diariamente de Su mano; eso es lo que Dios escucha y lo que Dios observa cuando oramos.


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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