Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

lunes, 26 de octubre de 2009

¡Cuidado con la lengua!

Alguien escribió satíricamente la siguiente descripción: “Soy más mortífero que el estridente proyectil de un obús. Yo gano sin matar. Destruyo casas, quebranto corazones y arruino vidas. Viajo en alas del viento. No hay inocencia lo bastante fuerte para intimidarme, ni pureza lo bastante pura para desalentarme. No me importa la verdad, no respeto la justicia, ni tengo misericordia con los indefensos. Mis víctimas son tantas como la arena del mar, y a menudo son también inocentes. Nunca olvido y casi nunca perdono”.

Supongo que ya muchos se habrán dado cuenta que este autor está describiendo el chisme; pero lo que se dice aquí de ese pecado en particular puede aplicarse a todos los pecados de la lengua en general. Por eso la Biblia nos advierte una y otra vez que tengamos mucho cuidado con nuestro hablar.

Escuchen esta pequeña muestra del libro de Proverbios:

Pr. 11:9: “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría”.

Pr. 12:18: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”.

Pr. 15:4: “La lengua apacible es árbol de vida; mas la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu”.

Pr.18:21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”.

Y en un tono similar Santiago escribe en su carta:

“He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (3:6-8).
¡Qué instrumento tan poderoso es la lengua! ¡Y cuánto daño puede llegar a hacer cuando está fuera de control!

El pastor John MacArthur enumera algunas de los epítetos que la Biblia usa para describir la lengua: “malvada, engañosa, perversa, inmunda, corrupta, aduladora, difamante, chismosa, blasfema, insensata, jactanciosa, amargada, maldiciente, contenciosa, sensual y vil. Y esta lista no es exhaustiva”.

Es a la luz de esa sobria realidad que Pablo escribe en Ef. 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”.

La palabra que RV traduce como “corrompida” significa literalmente “podrida, dañada, contaminada”; en el tiempo de Pablo era usada para referirse a una comida descompuesta. Todos sabemos lo que sucede cuando algo se pudre: no solo hace daño al que lo come, sino que sabe y huele mal. Las cosas podridas deben echarse bien tapadas a la basura.

Y lo que Pablo nos dice en este texto es que algunas palabras tienen ese mismo problema. Son palabras podridas, dañadas, contaminadas, y corrompen al que las escucha. Tales palabras, dice Pablo, no son consecuentes con la nueva vida que nosotros tenemos en Cristo. Si somos cristianos, si nuestros corazones han sido transformados por el poder del evangelio, debemos tomar todas esas palabras y echarlas bien tapadas en el bote de la basura para que no puedan dañar a nadie.

Una de las evidencias que revelan la transformación del corazón en la vida de un hombre o de una mujer es que su boca está siendo purificada y convertida en un instrumento de bendición. Santiago está preocupado porque los que profesan la fe puedan hacer una evaluación adecuada de su fe.

Esa es una de las enseñanzas de la carta de Santiago (comp. 1:26 – el capítulo 3:1-12 se encuentra en este contexto). Lo que Santiago está diciendo aquí es que la realidad espiritual del corazón queda al descubierto por nuestra forma de hablar, no por las actividades religiosas en las que estemos envueltos.

Nuestra liturgia puede ser correcta, lo mismo que nuestra teología, pero uno de los indicadores más confiables de nuestra verdadera condición espiritual es nuestra lengua. El Señor Jesucristo lo dijo de esta manera, en Mateo 12:

“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Más yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado (Mt. 12:33-37).

El árbol se conoce por el fruto y de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre y la mujer cuyos corazones han sido transformados por el poder del evangelio deben mostrarlo a través de un hablar transformado.

Ahora, eso no quiere decir que tan pronto nos convertimos dejamos de tener problemas con la lengua. La Biblia enseña que el pecado todavía mora en nosotros, y aunque ha dejado de ser nuestro rey sigue siendo nuestro enemigo. Y si le damos oportunidad usará nuestros labios para hacer mucho mal.

Recientemente me topé con un dato que llamó mi atención. “Se ha calculado que la persona promedio hablará unas 18,000 palabras al día, suficientes para un libro de cincuenta y cuatro páginas. ¡En un año eso llega a sesenta y seis volúmenes de 800 páginas!”

Si estamos en el promedio, pasaremos un quinto de nuestras vidas hablando. Y muchas personas hablan más que eso. ¡Imagínense todas las cosas dañinas que se pueden decir en toda una vida!

De ahí el mandato de Pablo en Ef. 4:29: “Que ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Pablo no dice aquí que debemos disminuir el número de palabras corrompidas que salen de nuestra boca. Más bien el Espíritu Santo lo inspiró para escribir un mandato absoluto: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Y ¿eso qué incluye? Eso lo veremos, si el Señor lo permite, en una entrada posterior.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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