En el preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, redactada en 1776, sus autores comienzan con estas palabras: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; [y] que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Esa es una verdad evidente, dice este famoso documento, algo que no necesita pruebas ni argumentación: que la búsqueda de la felicidad es un derecho inalienable con el que Dios dotó a todos los hombres, lo mismo que el derecho a la vida y a la libertad.
Ahora bien, independientemente de las discusiones que pueda provocar esta declaración, lo cierto es que todo hombre anhela ser feliz. Todas las decisiones que nosotros hacemos y todas las cosas que decidimos no hacer, están motivadas por el anhelo de ser felices. Aún el hombre que decide suicidarse, lo hace porque cree que será mejor para él estar muerto que vivo. Todo hombre desea ser feliz.
El problema es que el concepto que mucha gente tiene hoy sobre lo que es la felicidad no es el mismo que los autores de la Declaración de Independencia tenían en mente en 1776. Este es un concepto que ha sufrido cambios significativos en la sociedad occidental, sobre todo en los últimos 100 años.
Por ejemplo, un Diccionario reciente define la felicidad “como una sensación de satisfacción placentera”. La felicidad se identifica aquí con una sensación de placer. De donde podemos deducir que mientras más placer sienta un hombre más feliz será.
Creo que fue Howard Hughes que dijo: “La buena vida es cara… la otra no es vida”. ¿Cuál es la idea que subyace detrás de esa frase? Que la vida que realmente vale la pena ser vivida es la de aquellos que tienen suficiente capacidad económica para poder hace lo que les venga en ganas. Si la felicidad se define primordialmente en términos de “sensación de placer”, mientras más placeres te puedas dar, más feliz serás.
En un libro que estuve ojeando recientemente, uno de sus autores cuenta que cuando su hija estaba en 8vo grado, formaba parte del equipo de fútbol de la escuela; y en un partido donde estaban siendo vapuleados por el equipo contrario, el entrenador les dijo estas palabras de “aliento” en el receso del juego: “Chicas, no se preocupen por la puntuación. La razón por la que nosotros jugamos fútbol es para divertirnos; así que tratemos de hacer un alboroto en esta segunda mitad del partido y regresemos a casa felices cualquiera que sea el resultado final.”
El autor entonces comenta: “La razón por la que mi esposa y yo queríamos que nuestra hija jugara fútbol era que aprendiera a perder y a ganar, a cooperar con otros, a hacer sacrificio por una meta de largo alcance, lo cual requiere poner a un lado por el momento la gratificación instantánea” (J. P. Moreland; The Lost Virtue of Happiness; pg. 16).
¿Ven la diferencia de concepto? La meta del entrenador era divertir a las chicas; la meta de esos padres era desarrollar un carácter. Ese entrenador es un buen ejemplo del cambio de mentalidad del que hemos estado hablando.
La cultura consumista en la que nos ha tocado vivir, apela constantemente a la satisfacción del momento, incluso a expensas de lo que podríamos considerar una vida de virtud.
Palabras como “disciplina”, “sacrificio”, “perseverancia”, “trabajo duro” no son agradables para el oído de muchos en esta generación.
Como alguien ha dicho: “Si la felicidad consiste en tener un sentimiento interno de diversión o satisfacción placentera, y si esa es nuestra meta principal (en la vida), ¿hacia dónde enfocaremos nuestra atención todo el día? Nosotros seremos el foco de atención, y el resultado será una cultura de individuos absortos en sí mismos que no son capaces de vivir por algo que esté más allá de ellos mismos” (Ibíd.; pg. 17).
Todo gira en torno al “yo” y a la satisfacción personal. Y eso produce un estilo de vida narcisista e individualista, que afecta profundamente las relaciones humanas, porque nadie quiere compromisos o ataduras; cada cual está tratando de usar a los otros a conveniencia.
Eso no solo afecta nuestras relaciones; nos afecta a nosotros también; produce un vacío de significado y de propósito en el hombre, porque fuimos creados para algo más trascendental, de más largo alcance que nuestro pequeño mundo personal.
Mientras más centrada en sí misma se torna una persona, más se aísla de la realidad y más se llena de temores y ansiedades. Pero lamentablemente, ese pensamiento ha calado tanto en nuestra cultura, que aún personas que profesan ser cristianas, evalúan las iglesias, no en base a las características que la Biblia presenta de un ministerio sano, sino en la medida en que esas iglesias llenan su agenda personal, lo que ellos entienden como sus necesidades.
Hasta el currículo de las escuelas y de las universidades ha sido impactado con esta mentalidad. La educación moderna se mide primariamente en términos del éxito profesional y económico.
Por eso muchas universidades han eliminado todas aquellas materias que históricamente formaban parte del currículo, y cuyo propósito era ayudar a las personas a desarrollar una vida moral e intelectual dirigida hacia el bien común. Pero el pensamiento que prima hoy es que si esas cosas no nos ayudan a conseguir un trabajo más lucrativo, ¿para qué perder el tiempo en ellas?
Una vez más, la formación del carácter no es la meta; la meta es una vida exitosa en términos económicos, para poder satisfacer nuestros deseos en mayor medida.
Como decía un anuncio publicitario hace unos años: “Tu trabajas y te ganas el derecho a descansar y gozar de la buena vida”. Ese es el centro de la cuestión.
Pero ese no es el concepto de felicidad que nosotros encontramos en la Biblia. La Biblia también habla del gozo y de la felicidad, pero solo como algo que se obtiene buscando otra cosa. De ahí la paradoja que Cristo plantea a Sus discípulos cuando dice en Mt. 16:24: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.
¿En qué contexto pronunció Cristo estas palabras? Si leen los versículos anteriores, verán que el Señor acaba de anunciar a los apóstoles que le era necesario ir a Jerusalén y allí padecer mucho de los líderes religiosos, y luego ser muerto en mano de ellos.
Entonces Pedro toma aparte a Jesús y le dice: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. Y Cristo lo reprende diciéndole: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en la de los hombres” (Mt. 16:21-23).
En otras palabras: “Yo tengo una agenda divina que cumplir, y esa agenda está por encima de mi seguridad o de mi comodidad”. Es en ese contexto que Cristo habló de perder la vida con el fin de ganarla. Se trata de perderla en un sentido para ganarla en otro muy superior.
Nosotros fuimos creados para la gloria de Dios y para gozar de Él por siempre; eso quiere decir que fuimos creados para encontrar nuestro deleite y satisfacción personal en algo que trasciende nuestra existencia.
Eso no significa que el creyente deba buscar el sufrimiento por el sufrimiento; o que no debemos disfrutar de las cosas “disfrutables” de esta vida (comp. 1Tim. 6:17).
Pero sí significa que la meta principal del hombre no es disfrutar del mayor número de experiencias placenteras que podamos, sino de cumplir en la mayor medida posible el papel que nos toca en la agenda de Dios, mientras continuamos desarrollando nuestro carácter para ser cada vez más como Él es.
En palabras de Cristo, en Mt. 6:33, debemos buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia” y todas las demás cosas serán añadidas.
Y una vez más, tenemos que preguntarnos, ¿en qué contexto Cristo dijo eso? Cundo enseñaba a los Suyos a lidiar con el afán y la ansiedad por las cosas “necesarias” de este mundo (comp. Mt. 6:25ss).
El Señor está advirtiendo a Sus discípulos que no comentan el error de poner como prioridad lo que es de importancia secundaria. O como dice C. S. Lewis: “No podrás obtener cosas secundarias poniéndolas de primero; solo podrás obtener esas cosas secundarias poniendo primero lo primero” (Ibíd; pg. 15).
Y lo primero no somos nosotros y nuestra agenda. Tampoco es el placer y el entretenimiento. Lo primero es el reino de Dios y la obra que Él está haciendo en nosotros como ciudadanos de ese reino.
¡Que Dios nos ayude a tener un orden correcto de prioridades en nuestras vidas, para la gloria de Su nombre y el bien de nuestras almas!
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
miércoles, 10 de marzo de 2010
La verdadera felicidad y cómo obtenerla
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1 comentario:
Y así sea, para la gloria de Dios.
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