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miércoles, 24 de marzo de 2010

La distorsión de Titanic: Una lección sobre el presente


Es indudable que el cine muchas veces distorsiona los hechos de la historia; pero otras veces sus distorsiones históricas nos dicen algo acerca de nuestra realidad presente. Donald E. Carson nos brinda un buen ejemplo en su último libro “Escandalous”:

¿Has visto la película Titanic que se proyectó hace unos doce años atrás? La gran nave está llena de las personas más ricas del mundo, y, según la película, mientras el barco se hunde, los ricos empiezan a trepar hacia los pocos e inadecuados botes salvavidas, haciendo a un lado a las mujeres y a los niños en su deseo desesperado de vivir. Marineros británicos sacan sus pistolas y disparan al aire, gritando: “¡Atrás! ¡Atrás! ¡Mujeres y niños primero!” Por supuesto, en realidad nada de eso sucedió. El testimonio universal de los testigos que sobrevivieron al desastre es que los hombres se quedaron atrás e instaban a las mujeres y a los niños a que subieran a los botes salvavidas. John Jacob Astor estuvo allí, en ese momento el hombre más rico del mundo, el Bill Gates de 1912. Empujó a su esposa hacia un barco y la puso sobre él… Alguien le instó a que entrara también. Él se negó: los barcos eran muy pocos, y debían ser para las mujeres y los niños primero. Dio un paso atrás y se ahogó. El filántropo Benjamin Guggenheim estuvo presente. Él viajaba con su amante, pero cuando se dio cuenta de que era poco probable que sobreviviera, le dijo a uno de sus siervos, “Dile a mi esposa que Benjamin Guggenheim conocía su deber”, y él se quedó atrás y se ahogó. No hay un sólo reporte de que algunos ricos desplazaran mujeres y niños en su loca carrera por sobrevivir.

Cuando la película fue comentada en el
New York Times, el crítico preguntó por qué el productor y director de la película había distorsionado la historia de manera tan flagrante en cuanto a esto. La escena que se describe es inverosímil desde el principio. ¿Marineros británicos sacando pistolas? La mayoría de los agentes de policía británicos no portaban armas; y los marineros británicos ciertamente no la usaban. Entonces ¿por qué esta distorsión deliberada de la historia? El crítico responde a su propia pregunta: si el productor y director hubiese dicho la verdad, dijo, nadie le habría creído.

Pocas veces he leído una evaluación más condenatoria de la evolución de la cultura occidental, especialmente en la cultura anglosajona, en el siglo pasado. Hace cien años aún existía en nuestra cultura suficiente residuo de la virtud cristiana del auto-sacrificio por el bien de los demás, del imperativo moral que busca el bien de otros a costa de uno mismo; los cristianos y no cristianos pensaban que era noble… escoger la muerte por el bien de los demás. Apenas un siglo más tarde ese curso de acción se considera tan increíble que la historia tuvo que ser distorsionada (páginas 30-31).

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