El tercer elemento que encontramos en la definición que dimos hace unos días de predicación es que se trata de un mensaje que debe ser transmitido con autoridad, convicción, denuedo, pasión, urgencia, y compasión.
Aunque no todos los predicadores predican del mismo modo, porque no todos tienen la misma personalidad, hay varios elementos de la predicación que van más allá de la personalidad de cada individuo, elementos que son esenciales para que podamos calificar con toda justicia un discurso oral como predicación.
La personalidad del predicador incidirá en la manera como estas cosas se manifiesten mientras predica, pero cuando hablamos de predicación bíblica estos elementos deben estar ahí. Y el primero de todos es la autoridad.
Comp. Mt. 7:28-29. Estas palabras recogen la reacción del auditorio que escuchó al Señor Jesucristo predicar el Sermón del Monte. Nos dice el evangelista que la gente se admiraba de su doctrina. Literalmente estaban maravillados, sorprendidos, boquiabiertos.
Y ¿qué fue lo que causó tal impresión en ellos? El hecho de que el Señor enseñaba con autoridad y no como los escribas. Él tenía una autoridad que aquellos maestros de la ley no tenían.
Y aunque nuestro Señor Jesucristo posee una autoridad que no comparte con nadie, porque Él es el Hijo de Dios y el Mesías, aun así nosotros Sus ministros estamos llamados a enseñar como Él.
Escribiendo a Tito Pablo le dice, en 2:15: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”. Y es interesante notar cuáles son las cosas que Tito debía enseñar con autoridad: que las mujeres se sujeten a sus maridos, que sean cuidadosas de su casa y críen a sus hijos, cosas que, como bien ha dicho alguien “muchos predicadores ni soñarían abordar… ¡y Tito debía predicarlas con autoridad!” (Don Kistler; Feed My Sheep; pg. 219).
Algo similar escribió a Timoteo en 2Ti. 4:1-2: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
La gente hoy no quiere oír esa clase de predicación, y es probable que algunos no reaccionen bien en la iglesia cuando el pastor predique lo que tiene que predicar, como debe predicarlo. Pero Pablo se adelanta a esta objeción:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2Tim. 4:3-5).
El llamado nuestro permanece igual aunque la gente no quiera oír estas cosas. Cuando te colocas detrás del púlpito debes tener la conciencia de que estás allí para agradar al Señor primariamente, no a tu auditorio: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos… que prediques la Palabra”.
En el día del juicio es a Él que vas a darle cuentas, no a la gente. Predica teniendo como meta que al final de tus días Él diga de ti: “Bien, buen siervo y fiel”. Esa es la única recompensa que todo ministro debe procurar obtener: la aprobación de su Señor; no podemos dedicarnos a agradarle a Él y a los hombres al mismo tiempo (comp. Gal. 1:10).
Leí recientemente acerca de un pastor a quien sus diáconos reprendieron, porque su predicación estaba causando molestia en algunos en la iglesia. “Pastor, Ud. está acariciando el gato al revés”. El pastor les respondió: “Bueno, entonces volteen al gato”.
Una cosa es que la gente se moleste porque estamos siendo rudos o impertinentes en nuestra predicación; y nunca debemos descartar esa posibilidad. Todos nosotros somos susceptibles de pecar en ese sentido. Pero es muy probable que la predicación genere molestias simplemente porque el predicador está ejerciendo la autoridad que Cristo le confirió.
De todos modos, es pertinente que hagamos una aclaración aquí: No debemos confundir “autoridad” con “autoritarismo”. Alguien dijo lo siguiente al respecto: “Algunos predicadores se convierten en ‘pequeños pontífices’, dictadores espirituales que hacen del púlpito un trono, de la iglesia su reino y de la Biblia una herramienta de manipulación”.
El Señor advirtió a Sus discípulos que se cuidaran de ese espíritu: “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:25-28). El más grande asumió la postura de un siervo.
Y Pedro exhorta a los pastores de la iglesia en su primera carta a apacentar “la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplo de la grey” (1P. 5:2-3).
La autoridad de los ministros es de una naturaleza muy distinta al autoritarismo que manifiestan muchos que ocupan posiciones de liderazgo. Pero sigue siendo autoridad; solo que la nuestra es delegada.
El ministro del evangelio no es otra cosa que un pecador salvado por gracia. Pero Dios lo ha apartado para el santo ministerio y lo ha dotado de autoridad para que hable a los hombres en Su nombre.
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:18-20).
Nota que Cristo no nos ha llamado a predicar “todas las cosas que yo he sugerido”, sino “todas las cosas que os he mandado”. Él tiene toda potestad en los cielos y en la tierra, y ha enviado a Sus ministros como heraldos para que hablen en Su nombre. Cuando nos colocamos detrás del púlpito debemos entregar ese mensaje divino con toda la autoridad que nos ha conferido el que nos envió.
Algunos en la iglesia se contentan con comentar el sermón después del culto, o hablar durante la semana acerca de lo que se predicó el domingo en la iglesia, pero eso no es suficiente.
Como bien señaló el puritano Thomas Watson: “Si lo que Dios intentó al darnos Su Palabra era que habláramos acerca de ella, se la hubiera dado a los loros”.
Él nos dio Su Palabra para ser obedecida; y comisionó a Sus ministros para que hagan saber a los hombres qué es lo que deben obedecer. Mi hermano, cuando te colocas detrás del púlpito lo haces en calidad de embajador. El Dios del cielo te envió con un mensaje que debes comunicar a los hombres con autoridad.
Otro elemento que debemos notar aquí es que la autoridad del predicador se deriva necesariamente del mensaje que predica.
Si has sido llamado a predicar la Palabra de Dios, sería totalmente contradictorio y contraproducente que lo hicieras sin autoridad. No estamos trayendo un tema que es sujeto a debate. Si a través de una exégesis cuidadosa y concienzuda estás seguro de que eso es lo que enseña la Palabra de Dios, entonces predícala con autoridad, con un “así dice el Señor”.
Por supuesto, esa autoridad delegada del ministro es fortalecida o debilitada en proporción al compromiso que mostremos en nuestras vidas de obedecer la Palabra que predicamos (comp. 1Tim. 4:12; Tito 2:6-7).
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
martes, 2 de marzo de 2010
El predicador debe hablar con autoridad
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1 comentario:
Teniendo esto en mente, es que el apóstol Pablo les dice a los hermanos que habitaban en la ciudad de Tesalónica, en 1ra. a Tesalonicenses cap. 2 versos 3 y 4: “Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones.”
Luego de recordarles, que el Evangelio que el les predicó le había sido encomendado por Dios, añade: “así hablamos”. Es decir, hablamos con autoridad, por que la misma viene de Dios mismo.
Y, ¿Qué Efectos Prácticos y Visibles produjo esta forma de Predicar?
Ello recibieron la Palabra predicada, como venida de la misma presencia de Dios; y Dios Espiritu Santo Produjo en ellos Salvación, y una Nueva Manera de Vivir: Santa y Agradable a Dios; Verso 13: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibieron la palabra de Dios que oyeron de nosotros, la recibieron no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes. Porque ustedes, hermanos, vinieron a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea...”
Si queremos que a las personas que les predicamos les ocurra lo mismo; aquí tenemos Una de las Claves: ¡Prediquemos con Autoridad!
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