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lunes, 31 de agosto de 2009

¿Se encuentra cerca la Segunda Venida de Cristo?


Por Sugel Michelén

A pesar de que Cristo mismo dijo en una ocasión que nadie conoce el día y la hora de Su venida, en casi todas las épocas de la historia han aparecido algunos que han pretendido desentrañar los misterios del calendario profético de Dios
(recientemente alguien sugirió la posibilidad de que Barack Obama sea el anticristo, basándose en una increíble gimnasia exegética de Lucas 10:18); esto ha traido como consecuencia un terrible descrédito a las profecías bíblicas y ha dado pie para que algunos tomen a burla algo que deberían tomar muy seriamente .

Pedro nos dice en su segunda carta que en los postreros días vendrían burladores, “andando en sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2P. 3:3-4). Esas burlas, dice Pedro, son motivadas por sus propias concupiscencias; no son más que una manifestación del anhelo interno de los pecadores de que esa promesa nunca sea cumplida.

Pero es indudable que, al arriesgarse a identificar ciertos eventos de la historia con las señales del fin, muchos que profesan ser cristianos han contribuido a desacreditar las profecías que anuncian la venida del Señor y los cambios dramáticos que ese hecho traerá consigo.

Ahora bien, independientemente de que algunos se burlen de los anuncios bíblicos con respecto al fin, y de que otros hayan deformado esta doctrina, lo cierto es que Dios ha revelado algunas cosas con respecto al futuro y nos manda a vivir en el presente a la luz de eso que Él nos ha revelado.

En 1Pedro 4:7, el apóstol se vale de esa realidad para exhortar a sus lectores a vivir una vida cristiana consecuentemente: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración”.

La palabra que RV traduce como “fin” significa literalmente “consumación” y no meramente “conclusión” o “cesación”. Es la palabra griega “telos” que da la idea de algo que llegó al cumplimiento de un propósito o meta.

Por ejemplo, cuando se hablaba del “telos” de una guerra, no se quería señalar simplemente que los dos bandos habían dejado de pelear, sino que uno había obtenido finalmente la victoria. O cuando se hablaba del “telos” de un hombre, lo que se quería significar no era que había muerto, sino que había llegado a la madurez.

Así que cuando Pedro dice aquí que el fin de todas las cosas se acerca, se está refiriendo indudablemente al tiempo cuando la historia humana, tal como la conocemos ahora, llegue a su consumación en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

El problema es que Pedro escribió ese pasaje en el primer siglo de nuestra era. ¿En qué sentido pudo decir hace cerca de 2000 años que el fin se estaba acercando? La palabra griega que usa Pedro aquí y que RV traduce como “acercarse” ciertamente posee la idea de un evento que está a punto de ocurrir, pero también se refiere a un evento importante que se encuentra delante de nosotros como un hito, como el próximo punto luminoso del calendario, aun cuando ese evento no fuese a ocurrir en cualquier momento.

Por ejemplo, en Jn. 2:13 se nos dice que estaba cerca (la misma palabra que usa Pedro) la fiesta de la pascua. Sin embargo, esa fiesta siempre se celebraba en una fecha determinada; este era un evento que nunca tomaba a los judíos por sorpresa, que nunca llegaba repentinamente. Pero siendo una de las tres grandes fiestas religiosas de Israel, era una especie de hito en el calendario anual de los judíos.

La vida está llena de hitos así. Muchas muchachas comienzan a soñar con el momento en que cumplan los 15 años, 4 ó 5 años antes de que eso ocurra, o con el día de sus bodas.

En el caso particular que nos ocupa, Pedro sabía que la segunda venida de Cristo no era algo que podía ocurrir en cualquier momento, porque el mismo Señor se había encargado de advertir a Sus discípulos que antes de Su venida debían ocurrir algunas cosas.

Acercándose al final de Su ministerio el Señor Jesucristo se sintió conmovido por todo lo que habría de ocurrir con Jerusalén por haberle rechazado (comp. Mt. 23:37-39). Esto impactó profundamente a los discípulos que todavía en ese momento estaban esperando que Cristo instaurara Su reino mesiánico en cualquier momento, teniendo como sede la ciudad de Jerusalén.

En ese contexto surge la pregunta que da pie al discurso del Monte de los Olivos: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). En la mente de los discípulos la destrucción de Jerusalén y del templo eran eventos tan catastróficos que debía preceder el fin del mundo. Pero el Señor les hace ver en el resto del discurso que una cosa no sucedería inmediatamente después de la otra:

“Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:4-8).

El Señor no está enseñando aquí que esas eran las señales de Su venida, sino todo lo contrario: “mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin”. Jerusalén sería destruida, como realmente ocurrió en el año 70 d. C., el templo sufriría tal destrucción que no quedaría una piedra sobre otra, exactamente como Cristo lo profetizó, pero estas señales, y todas las demás que aparecen en el texto, no eran más que “principio de dolores”.

Así como los dolores de la mujer encinta son cada vez más frecuentes y más fuertes, podemos presuponer que estas señales serán también más frecuentes y más fuertes a medida que nos acerquemos a la venida del Señor. Pero la intención obvia de Cristo era la de preparar a Sus discípulos para la dilación de Su venida.

La destrucción de Jerusalén no era más que el inicio de una serie de calamidades que habría de sufrir el pueblo de Israel y la tierra de Palestina a lo largo de la historia (comp. Lc. 21:20-24 – aparte de que el evangelio debía ser predicado en todas las naciones, comp. Mt. 24:14).

Así que en el NT se enseña claramente que habría de transcurrir un período de tiempo entre la ascensión de Cristo y Su regreso. Esa es la advertencia que Pablo da a la iglesia de Tesalónica en su segunda carta:

“Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2Ts. 2:1-3).

Los apóstoles no tenían ni idea de cuánto podía durar esa dilación, pero sí sabían que algunas cosas debían ocurrir primero, incluyendo la destrucción de Jerusalén y del templo de Salomón, que todavía estaban en pie cuando Pedro escribió su primera carta.

De hecho, en su segunda carta Pedro aborda este problema de la dilación (comp. 2P. 3:1-4). La exhortación del Señor Jesús a permanecer velando, en Mateo 24:42-51, era un claro indicativo de que la iglesia tendría que esperar por un tiempo indefinido la segunda venida.

Nosotros no sabemos cuándo ocurrirá ese evento, pero hay dos cosas que podemos decir con toda certeza: En primer lugar, que el evento ocurrirá sin duda alguna, de la misma manera que se han cumplido cientos de profecías bíblicas al pie de la letra.

Y en segundo lugar, que nos estamos acercando cada vez más a la venida de nuestro Señor. Ese es el punto en el horizonte de la historia hacia dónde debe mirar nuestra fe.

Leí de alguien que en una ocasión viajaba por una carretera interestatal en Arizona, cerca del Gran Cañón, cuando se topó con un letrero que tenía dos distancias marcadas: un pequeño pueblo llamado Williams, y que quedaba a 27 millas, y los Ángeles, California, a 459 millas. El pequeño pueblo era avisado cuando ya el viajero estaba cerca de él, porque era un lugar sin importancia. Pero la ciudad de los Ángeles en California posee una importancia tal que es señalada en la carretera cientos de millas antes de llegar.

Pues de la misma manera, el Nuevo Testamento pone delante de nosotros la segunda venida de Cristo como el gran evento que sigue en el plan redentor de Dios, porque sea que estemos vivos o que estemos muertos cuando llegue ese momento, todos los creyentes sufrirán una profunda transformación (comp. Hch. 1:9-11; 1Cor. 15:51-58).

En ese momento Dios cumplirá a plenitud Sus propósitos redentores y el paraíso perdido vendrá a ser el paraíso recobrado. He ahí, mis amados hermanos, el hito luminoso del calendario de Dios que debemos poner delante de nuestros ojos.

Es verdad que ha habido mucho fanatismo en el manejo de las profecías bíblicas concernientes a la segunda venida de Cristo y el fin del mundo; pero no debemos caer en el extremo pecaminoso de perder de vista aquello que debiera estar en el horizonte de nuestra fe. Pablo nos dice en 1Ts. 1:9-10 que los creyentes nos hemos convertido “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo”.

La historia humana se mueve sin retroceso hacia su consumación y lo que importará a final de cuentas son aquellas cosas que hagamos aquí y ahora, que tengan trascendencia más allá del presente.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).

El hecho de tener una visión global de la historia humana nos ayuda a hacer decisiones sabias en la vida. Vivir únicamente para lo que tenemos delante de nuestras narices es tener la vista muy corta. Más bien debemos mirar hacia aquellas cosas que no se ven, sino con los ojos del alma; “pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Cor. 4:18).

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