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Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

viernes, 21 de agosto de 2009

Nuestra involucración ESTÉTICA en la adoración

Por Sugel Michelén

Sé que para algunos puede sonar extraño que hablemos de nuestra involucración estética en la adoración; pero lo cierto es que, como seres creados a la imagen de Dios, los hombres somos capaces, no solo de pensar y de sentir, sino también de apreciar la belleza y crear belleza; y esta realidad juega un papel importante cuando estamos adorando, como espero mostrar en esta entrada.

Aunque el concepto de hermosura puede variar de una persona a otra, o de una cultura a otra, los hombres en general reaccionan a lo que ellos consideran hermoso.

Ahora bien, el hecho de que no todos posean el mismo concepto de belleza, ni todos aprecien del mismo modo lo que ven, no debe llevarnos a la conclusión de que la belleza es meramente subjetiva y que depende por completo del gusto, de la cultura o de la preferencia de cada cual.

Como alguien ha dicho muy atinadamente, un atardecer en una isla desértica posee el mismo juego de colores, de luz y de sombra, como la que se puede ver desde otra isla donde habita una colonia de artistas. Una alondra canta la misma canción cuando no hay ningún ser humano que la escuche.

Así que la belleza no depende del que la ve o el que la escucha. Por otro lado, el aprecio por la belleza es algo que puede ser desarrollado. La mirada se educa lo mismo que el oído; y de ese modo los seres humanos pueden alcanzar un aprecio más amplio y preciso por lo que es hermoso.

Pero como en todas las demás facultades humanas, el pecado también ha afectado el sentido estético del hombre. Eso lo podemos ver en el hecho de que los incrédulos pueden disfrutar de una obra artística, sin darle la gloria a Aquel que dio al artista la capacidad de hacer una obra hermosa; o disfrutar de un atardecer y no percibir en ello la gloria del Creador.

Así que la capacidad estética del hombre no funciona adecuadamente. Pero la regeneración produce en nosotros un cambio radical que nos permite alcanzar una nueva apreciación por la belleza. Herbert Carson dice al respecto:

“Un hombre puede haber disfrutado antes de la música o el arte o el paisaje; incluso puede haber sido anteriormente un instruido crítico de arte. Pero ahora, sin embargo, él ve y escucha mucho más. Él está viendo la evidencia del Dios de hermosura obrando en el mundo. Los colores, la luz y la sombra, los sonidos musicales – todo levanta ahora su alma a una apreciación más profunda que nunca antes, y así se postra en adoración”.

Pero no solo eso. También “comienza a apreciar la belleza y la gloria de Dios mismo. La armonía de los atributos de Dios, donde la santidad y la misericordia y el poder y la sabiduría se mezclan en una gloriosa unidad, llenándolo de deleite. La maravillosa coherencia de los elementos del evangelio y de la gran obra de redención lo estimula del mismo modo que un hombre es estimulado por la belleza compleja de un gran logro arquitectónico”.

Es interesante notar que cuando el Señor Jesucristo se refiere a Sí mismo como “el buen pastor” en Jn. 10:11, la palabra griega que usa para “bueno” es kalos, la cual conlleva como un elemento básico de su significado la idea de belleza. El filósofo griego Platón, describe la idea de kalos como algo que combina “lo bueno, lo verdadero y lo hermoso”.

De modo que esta palabra no sólo llama nuestra atención al hecho de que Jesús es moralmente bueno y fiel, sino también al hecho de que hay una hermosura en Su persona y en Su obra que debe provocar en nosotros una respuesta apropiada.

Cuando los ojos de nuestro entendimiento son abiertos en la regeneración, podemos apreciar esa belleza y esa gloria de nuestro Salvador y reaccionar admirados ante ella. Esa es una parte integral de nuestra adoración.

El problema es que todos somos susceptibles de ser auto engañados y pensar que estamos respondiendo adecuadamente a la verdad, cuando podría ser un mero disfrute del estímulo intelectual que nos brinda la presentación de la verdad o la hermosura del acompañamiento instrumental de un himno.

Fácilmente podemos confundir una respuesta meramente estética con la verdadera emoción que se produce en el corazón del creyente cuando sabe que se encuentra ante la presencia de un Dios majestuoso y digno de temor reverente.

No hay que ser un creyente para ser movido por la hermosura de una puesta de sol; y aún el más impío de los hombres puede sentirse arrobado escuchando una buena interpretación del Mesías de Handel.

Esto simplemente evidencia el hecho de que el hombre fue creado con la capacidad de responder a la belleza. Pero sólo el creyente puede ir más allá de la mera apreciación artística, al aprecio de una belleza mayor: el aprecio por la gloria de Dios, que es parte inherente de la verdadera adoración.

Es por eso que al reunirnos como iglesia debemos evitar todo aquello que puede venir a ser una distracción del propósito supremo por el cual nos hemos congregado: adorar al Dios vivo y verdadero “en espíritu y en verdad”.

El exceso en la decoración del edificio, y aún en la música que usamos para acompañar nuestros himnos, puede venir a ser un gran obstáculo para la verdadera adoración. Eso no quiere decir que debamos caer en el extremo de hacerlo feamente para que no distraiga a los adoradores. Aquello que nos provoca irritación estética también puede convertirse en un obstáculo para adorar.

Creo que Dan G. McCartney nos provee un buen balance cuando dice: “La adoración puede ser fea o aburrida, oscureciendo así a Dios y haciendo que Su belleza sea difícil de ver; o puede enfocarse tanto en el arte creativo humano que una belleza sustituta se interponga en el camino y, por lo tanto, haga de nuevo que la propia belleza de Dios sea difícil de ver”.

Así que no estamos en contra de la belleza en la adoración. “Pero esa belleza – sigue diciendo McCartney – tiene que ser ajustada a su tarea de transmitir el peso y la majestad de Dios. Consecuentemente, necesita manifestar simplicidad, sobriedad y ser comedida”.

Esto provoca una tensión en los músicos que acompañan el canto en la iglesia, pero es una tensión saludable, la misma que percibimos en otras áreas de la vida cristiana. ¿Acaso no debe el creyente vivir en tensión para no caer en el extremo del legalismo o en el de la mundanalidad? ¿No se requiere de un fino balance para confiar en Dios mientras nos ocupamos diligentemente en aquello que es nuestra responsabilidad?

Pues de la misma manera, al congregarnos como cuerpo a rendir a Dios la gloria debida a Su nombre tendremos que luchar con la tensión de darle a Dios una adoración excelente, mientras nos cuidamos de no convertir el culto en una sala de espectáculo donde la creatividad artística de los ejecutantes sea el centro de atención.

Nos congregamos como iglesia a darle gloria a Dios a través de nuestro Señor Jesucristo, respondiendo a lo que Él ha revelado de Sí mismo en Su Palabra. Con la facultad de la mente entendemos la verdad y nuestra conciencia despertada y restaurada por el Espíritu de Dios en la regeneración nos permite responder moralmente a ella; entonces se levantan nuestros afectos en una respuesta emocional apropiada y nuestro sentido estético nos permite apreciar la hermosura de Aquel que la ha revelado y del plan que ha diseñado para Su gloria y el bien de Su pueblo en la Persona de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Solo cuando nuestras facultades como seres humanos son gobernadas de ese modo por el entendimiento de la revelación divina es que podemos evitar todo tipo de manipulación y adoración falsa para poder adorar a Dios en espíritu y en verdad.

Que Dios nos conceda una visión cada vez más clara de Su gloria, y de la hermosura de nuestro Salvador, por medio de un mejor entendimiento de Su Palabra, para que admirados y sobrecogidos por la realidad de Su presencia entre nosotros, podamos celebrarle una verdadera fiesta de adoración en cada uno de nuestros cultos.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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