Por Sugel Michelén
A menudo se ha definido la fe como un salto al vacío, lo que se cree sin evidencias y aún en contra de la razón; pero en lo que respecta al cristianismo nada puede estar más lejos de la realidad que pensar en la fe como un acto ciego de la voluntad.
Cuando un intérprete de la ley preguntó al Señor Jesucristo cuál era el mandamiento más importante, éste respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). Todas las facetas de nuestra personalidad humana deben operar juntas en el amor a Dios: no únicamente nuestra voluntad y nuestras emociones, sino también nuestro intelecto.
Pablo nos dice en Romanos 12:1-2 que el cambio que se opera en el creyente tiene como centro la renovación del entendimiento; la mente juega un papel de suprema importancia en esa obra de transformación.
Y el apóstol Pedro escribe en su primera carta: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1Pedro 3:15).
La palabra griega que se traduce como “defensa” es “apología” y señala la acción de defender algo ofreciendo argumentos positivos a favor de una idea y respondiendo los argumentos negativos que se levanten en su contra; mientras que la palabra griega que se traduce como “razón” es “logos”, que en este caso hace referencia “a la evidencia o argumento que provee justificación racional para una creencia.” Los cristianos deben estar siempre preparados para presentar esa clase de defensa de su fe.
Así que no podemos amar a Dios, ni ser transformados, ni defender lo que creemos sin el uso santificado de nuestro intelecto, de nuestra capacidad de pensar y razonar. Las Escrituras no se oponen al conocimiento per se, sino más bien a la actitud soberbia y arrogante con la que muchos abordan el conocimiento. La respuesta apropiada contra ese mal no es la ignorancia, sino la humildad.
Como dijo Chesterton en cierta ocasión: “Cuando vamos a la iglesia debemos quitarnos el sombrero, no la cabeza.” La fe fanática e irracional es propia de los paganos, no de los cristianos. Lo que Dios requiere del hombre no es que deje de pensar, sino que piense como El (Isaías 55:7-8). La fe cristiana se construye sobre evidencias racionales que nos convencen y persuaden plenamente de que aquello en lo que confiamos es verdadero.
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viernes, 14 de agosto de 2009
La fe: ¿un salto al vacío o un acto racional?
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