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miércoles, 2 de junio de 2010

La reforma conciliar

(Clase de Escuela Dominical, Historia de la Reforma, del domingo 30 de Mayo, 3ra parte).

Debido al cisma que sufrió la Iglesia Católica a finales del siglo XIV, cada vez se levantaban más voces reclamando la convocación de un concilio que no se plegara a la voluntad del Papa, sino que trajera una verdadera reforma dentro de la Iglesia.

Esta idea no era nueva. Ya Guillermo de Occam había planteado su teoría conciliar durante la cautividad babilónica: un concilio de teólogos debe tener más autoridad que la opinión de un solo hombre.

Sin embargo, había un problema que resolver: ¿Quien habría de convocar el concilio? No podía ser el papado, porque ahora había dos papas rivales clamando legitimidad. Tampoco podía ser un monarca, porque prácticamente todos los soberanos de Europa se inclinaban hacia uno u otro Papa y, por lo tanto, ninguno de ellos podía hacer una convocatoria que se tomara como imparcial.

El problema fue resuelto cuando los cardenales de ambos papas decidieron intervenir abandonando a uno y a otro y convocando un concilio universal que habría de reunirse en Pisa en el 1409. Como resultado de sus deliberaciones, ambos papas fueron depuestos, no sin antes declararlos: “cismáticos manifiestos, partidarios obstinados, que aprueban, defienden y patrocinan el cisma”.

Pero aún estaba pendiente otro tema que debían abordar en este concilio: la excesiva centralización del poder en el papado. De modo que, antes de elegir a un nuevo papa y disolver el concilio debían asegurarse que el papa electo acatara su autoridad.

Resuelta ambas cuestiones, el cónclave se reunió de nuevo y eligió al arzobispo de Milán, Pedro Filareto, quien tomó el nombre de Alejandro V. Sin embargo, antes que resolver el problema, el Concilio de Pisa lo complicó todavía más por cuanto Benito y Gregorio seguían insistiendo en la legitimidad de su papado, teniendo ambos cierto apoyo en Europa.

De modo que ahora, en vez de dos, había tres papas, aunque Alejandro gozaba sin duda del reconocimiento más general.

Luego de la muerte de Alejandro V los cardenales eligieron como sucesor a Baltasar Cossa, quien tomó el nombre de Juan XXIII. De él se dice que había comenzado su carrera como pirata, y al momento de la muerte de Alejandro era considerado el dueño de la ciudad de Boloña sobre la cual ejercía una autoridad tiránica (es importante aclarar que en el siglo XX hubo otro Papa llamado Juan XXIII; la razón para esto es que la Iglesia Católica no reconoce como legítimo al Juan XXIII del siglo XV).

La situación de Juan XXIII en Italia era cada vez más precaria por la amenaza de los napolitanos que estaban a punto de tomar la ciudad. Dado que muchos le habían dejado solo, el papa tuvo que huir de Italia y buscar refugio en el emperador de Alemania, Segismundo, el emperador más poderoso de Europa en aquellos días.

Segismundo trató de hacer uso de su autoridad para ponerle fin al cisma que dividía la iglesia, por lo que decidió brindarle protección a Juan XXIII, pero con la condición de que convocara un concilio universal que debía reunirse en Constanza a finales de 1414 (fue en este concilio donde Juan Huss fue juzgado y condenado a morir en la hoguera).

El Concilio inició sus sesiones a fines de 1414. En un principio todo parecía muy favorable para Juan XXIII; pero muy pronto la situación tomó un giro muy diferente.

Los embajadores de Gregorio XII dieron a conocer en el concilio su disposición a renunciar si los otros dos papas hacían lo mismo. Por otra parte, el concilio decidió que las votaciones no se tomarían por individuos sino por naciones; eso implicaba que los italianos, en cuya mayoría numérica Juan confiaba, sólo tenían un voto.

Finalmente, el concilio pidió la renuncia de Juan XXIII, quien huyó disfrazado de Constanza tan pronto se le presentó la oportunidad. Unos dos meses más tarde fue apresado y llevado de vuelta a Constanza donde presentó su renuncia. Inmediatamente, Gregorio XII hizo lo mismo. En cuanto Benito XIII, aunque siguió reclamando la legitimidad de su papado, casi todos los que le apoyaban le dieron la espalda.

Ahora que nadie ocupaba la silla papal, todo parecía indicar que la reforma conciliar había triunfado. Antes de dar por terminado el concilio de Constanza, y luego de promulgar una serie de medidas con miras a corregir algunos de los males que afectaban la iglesia, los conciliaristas establecieron la obligación de llevar a cabo asambleas conciliares en 1423, 1430, y luego cada 10 años.

Inmediatamente después eligieron a un nuevo papa entre los cardenales presentes, quien tomó el nombre de Martín V. La primera asamblea se llevó a cabo en 1423, tal como se había acordado. Pero la asistencia fue poca; ni siquiera el papa se presentó, sino que se contentó con enviar representantes. Cuando se acercaba la fecha para la próxima asamblea, en 1430, murió Martín V luego de haber convocado el concilio.

Su sucesor, Eugenio IV, trató de disolver la asamblea, pero recibió una gran presión de los que apoyaban la reforma conciliar. Eugenio IV no tuvo más remedio que declarar la legitimidad de este concilio reunido en Basilea; y aunque él mismo no asistió a la reunión, envió a cuatro legados como sus representantes.

En el concilio de Basilea fueron decretados una serie de medidas con miras a limitar el poder del Papa, así como sus recursos económicos. El movimiento conciliar parecía estar en su mejor momento.

Pero algo inesperado sucedió. El emperador de Constantinopla, apoyado por el patriarca de la Iglesia oriental, acudió al Papa buscando ayuda debido al fuerte asedio de los turcos otomanos (Constantinopla cayó finalmente en 1453, es decir, unos 20 años más tarde).

Tanto el Emperador como el Patriarca (jefe supremo de la Iglesia Ortodoxa Griega que se dividió de la Iglesia Católica Romana en 1054) se mostraron dispuestos a subsanar el cisma que había dividido las iglesias de oriente y occidente por casi cuatro siglos, y aún a participar del concilio si éste se celebraba en una ciudad más accesible a Constantinopla.

El papa entonces decretó que el concilio se transfiriera a Ferrara; pero la mayoría decidió permanecer en Basilea. Así que ahora la situación se había revertido, teniendo un solo Papa y dos concilios. Este concilio cobró de repente mucha importancia debido a que tanto el Emperador como el Patriarca de Constantinopla expresaron su disposición a aceptar la supremacía papal.

Mientras tanto, el concilio de Basilea se fue radicalizando cada vez más y poco a poco comenzó a perder el apoyo que antes disfrutaba. De ese modo, la doctrina de los conciliaristas comenzó un proceso de decadencia que favoreció al papado.

Unos años más tarde Lutero llegaría a pensar que el mejor medio de defender su Reforma era convocando un concilio universal. Pero ya para esa época el movimiento conciliar había perdido su fuerza.

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