Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

lunes, 14 de junio de 2010

Martín Lutero y la Reforma en Alemania


Clase de Escuela Dominical, Historia de la Reforma, del domingo 13 de Junio.

Cuando consideramos el movimiento de la Reforma del siglo XVI, necesariamente tenemos que referirnos a la figura de Martín Lutero; tan ligado está el movimiento reformador con este personaje histórico, que ambas historias se confunden entre sí, de modo que en ocasiones la historia de la Reforma es la historia de Lutero y la historia de Lutero se agiganta en la Reforma.

Como todos los grandes personajes de la historia, Lutero no siempre ha sido interpretado correctamente. Sus enemigos lo han pintado como un demente movido por su deseo de grandeza y por su lascivia, llegando a colgar sus hábitos para casarse con una monja, y poniendo en peligro los cimientos de la Iglesia “verdadera”; sus seguidores, en cambio, no siempre han sido objetivos al evaluar sus virtudes, presentándolo como un héroe casi sobrehumano y cercano a la infalibilidad. Pero la verdad es que no podemos situar a Lutero ni en un lado ni en el otro.

Lutero fue sin duda un gran hombre de Dios, un instrumento divino para llevar a cabo lo que ha sido probablemente el movimiento más importante de la historia de la Iglesia después de Pentecostés; pero Dios colocó Su tesoro en un vaso de barro, para que de Él siga siendo la excelencia del poder. Al estudiar la vida de Lutero, el barro sale a relucir en varias ocasiones, para recordarnos que este instrumento de la gracia de Dios “era un hombre sujeto a pasiones iguales que las nuestras”.

En él veremos un ejemplo de cómo la gracia de Dios puede sostener a débiles mortales, para llevar hacia adelante la luz de la verdad, aun en contra de imperios terrenales y de los principados y potestades en las regiones celestes; y si Dios lo hizo con él, debemos seguir trabajando con firmeza y entusiasmo por la expansión del evangelio, porque el Dios de Lutero continúa gobernando soberanamente el universo.

NACIMIENTO E INFANCIA DE LUTERO

Para comprender a Lutero y su obra no sólo es necesario que conozcamos su contexto histórico más amplio (como vimos en la lección pasada), sino también su contexto más inmediato. Martín nació en el seno de una familia campesina el 10 de noviembre de 1483, en la ciudad de Eisleben. Sus padres, Hans y Grette (o Margarita), eran extremadamente severos con sus hijos. El mismo Lutero nos cuenta cómo en una ocasión su madre lo golpeó tan severamente por el hurto de una nuez, que la golpiza llegó hasta la sangre. Cuando más adelante ingresó a la escuela en Mansfeld, encontró el mismo tipo de disciplina. “Un día fui golpeado con la vara 15 veces en una sola mañana por nada. Se me pidió que declinara y conjugara, y yo no había aprendido la lección”.

Indudablemente, esta severidad influyó enormemente en él, no sólo en su carácter, sino también en su visión de Dios. Era muy difícil para este niño imaginarse a un Dios bondadoso y amante que podía conjugar perfectamente Su justicia infinita con una misericordia también infinita. Lutero llegaría a odiar la frase “la justicia de Dios”, en la cual, paradójicamente, luego encontró el descanso que su alma atribulada necesitaba.

A los 18 años de edad ingresó en la Universidad de Erfurt, obteniendo en 1505 obtuvo su título de Maestro en Artes, (título equivalente al de Doctor en Filosofía), y comenzó de inmediato a prepararse para entrar en la escuela de Derecho, aunque no por deseo propio, sino para satisfacer el deseo de su padre.

Pero en julio de ese mismo año, cuando contaba con 22 años de edad, el joven Martín decidió ingresar al convento de los agustinos. Las razones que llevaron a Lutero a tomar esa decisión, que tanto desagradó a su padre, fueron varias. Dos semanas antes de entrar al monasterio pasó por una experiencia que le llenó de terror; volviendo de la casa paterna lo sorprendió una terrible tormenta y en medio de los truenos y los rayos, Lutero comenzó a pensar en la muerte y el infierno; pensando en esto, repentinamente un rayo cayó cerca de él y sobrecogido por el miedo prometió a Santa Ana que si le libraba de la tormenta se haría monje. Más adelante Lutero diría que la severidad de su hogar influyó también en su decisión; en realidad Lutero no deseaba ser abogado y el monasterio también era una forma de escapar de las ambiciones de su padre.

LUTERO COMO MONJE

Había 20 conventos en Erfurt cuando Lutero decidió hacerse monje y de todos ellos eligió el que tenía fama de fiel observancia de las reglas monásticas: el de los eremitas agustinos, donde se convirtió en un monje a carta cabal: “Era un monje piadoso - escribiría luego y observaba tan estrictamente las reglas de mi orden que... si alguna vez un monje alcanzó el cielo con sus monacato, también habría yo llegado allí... Si aquello hubiese continuado algún tiempo más, me habría torturado hasta la muerte con mis vigilias, rezos, lecturas y otros trabajos”.

Mientras sus compañeros se confesaban de vez en cuando, conforme a las demandas de la orden, Lutero lo hacía diariamente; y era tal su preocupación por confesar todos sus pecados, que en ocasiones pasaba hasta cuatro horas en el confesionario. ¿Cómo podría un pecador como él estar en comunión con un Dios infinitamente justo y todopoderoso? Para lograr tan difícil tarea observaba con severidad y hasta crueldad todos los ritos y penitencias necesarios para expiar los pecados. En ese tiempo se dedicó asiduamente al estudio de los padres, así como de la Escritura misma; también era muy devoto de la virgen María.

Los compañeros de su orden pronto se percataron, no sólo de las luchas inter-nas de Lutero, sino también de su gran capacidad intelectual, sobre todo su agudeza teológica en las polémicas. También el vicario general de los agustinos se percató de ello, llegando a ser gran amigo de Lutero; John Von Staupitz era vicario general desde 1503, y en muchas ocasiones visitaba el convento de Erfurt, ocasiones que el monje atribulado aprovechaba para oír sus consejos y consolaciones.

Fue Staupitz quien animó a Lutero para que se hiciera sacerdote, para que obtuviera el grado de Doctor en Divinidad y para que se dedicara a la predicación. Ocupado precisamente en su estudio de la Escritura, un día de 1508 ó 1509, fue impactado con Romanos 1:17, aunque en ese momento no comprendió del todo lo que esta frase significaba: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (1:17).

En un principio Lutero quedó muy sorprendido con estas palabras: ¿Por qué Pablo conectaba en este texto la buena noticia del evangelio con la justicia de Dios? ¿Acaso no demanda esa justicia que el pecador sea castigado por sus pecados? Por otra parte ¿cómo es eso de que el justo vivirá por la fe? ¿No había sido él enseñado desde niño que debía acumular méritos a través de las buenas obras para poder salvarse? Finalmente Lutero comprendió por el estudio de la Biblia que esa justicia de la que Pablo habla en Romanos es la que Dios imparte a los pecadores por medio de la fe en Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo (Romanos 4:4-5, 5:1; 10:3-4; Efesios 2:8-9). Este monje finalmente entendió que la paz con Dios que tanto ansiaba no dependía de sus méritos, sino de los méritos de Aquel que siendo Dios se hizo Hombre para morir en una cruz por la salvación de Su pueblo.

Más tarde, por recomendación del vicario, lo trasladaron al monasterio de Wittemberg en 1509, donde tomó el cargo de instructor de lógica y física y más adelante pasó a ser profesor de teología en la Universidad recién fundada por el elector de Sajonia, Federico III el Sabio (este era uno de los siete electores del Sacro Imperio Romano Germánico del que hablamos en la lección anterior).

Su profundidad de pensamiento, así como la claridad de su estilo, pronto llamó la atención de todos los catedráticos de la Universidad, por lo que no sólo creció el número de estudiantes, sino también de profesores que acudían a oírle. Por otra parte, como dijimos anteriormente, Staupitz comenzó a presionar a Lutero para que predicara en la Iglesia de los agustinos, quien luego de rechazar varias veces la propuesta, aceptó predicar, primero en el convento y más adelante en la Iglesia. Consecuentemente, el ayuntamiento de la ciudad lo nombró predicador de la iglesia principal de Wittemberg.

En 1510 Lutero fue enviado a Roma para algo concerniente a la orden de los agustinos; este viaje marcó un hito en la vida de Lutero, por cuanto tenía la esperanza de aclarar muchas dudas en la “santa ciudad”. A pesar de que Lutero hizo todas las devociones del peregrino, como subir de rodillas la escalera santa, las palabras de Romanos 1:17 resonaban en su conciencia casi en cada escalón “el justo vivirá por la fe”. Por otra parte, la Roma que Lutero vio en su viaje no era la “santa ciudad” digna de ser la sede y cabeza de la iglesia católica, sino más bien, como él la describiría 10 años más tarde, “una abominación”.

Cuando regresó a Wittemberg (febrero de 1511), no solamente fue ascendido en la Universidad, sino también nombrado vicario general provincial de su orden. Entre los años 1512 y 1517 sus ideas religiosas fueron apartándose cada vez más de las doctrinas oficiales de la iglesia; asiduamente se refería a “nuestra teología”, comparándola con la teología que se enseñaba en Erfurt. Comenzó a predicar en contra de las fábulas que inventaban los clérigos y a censurar a los predicadores de indulgencias que se aprovechaban de la simplicidad del pueblo. En julio de 1517, invitado por el duque Jorge de Sajonia a predicar en Dresde, sostuvo que la mera aceptación de los méritos de Cristo era suficiente para la salvación. Como podemos ver la revolución estaba a punto de comenzar.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

1 comentario:

Romanos 8:35-39 dijo...

¡Amén!¡Amén!¡Amén! :)
Entonces esa idea que Martín Lutero trataba de comprender en Romanos 1:17, y que por gracia de Dios Padre, pudo comprender, es el mismo concepto que todos los que no han nacido de nuevo no han podido comprender, porque han sido entregados a una mente corrupta y reprobada, y han preferido las tinieblas antes que la luz, porque sus obras son malas, y no quieren que sean expuestas a la luz de Cristo.

Porque así como Rom 1:17 dice: "Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: El justo por la fe vivirá", se puede decir con seguridad en Cristo, que la "justicia de Dios" fue la presentación de su unigénito, el Sr. Jesucristo, para expiar de manera gratuita (por parte de nosotros, sólo creer por fe en El) los pecados de todo aquel que en El ha creido, de esta manera nos justificó, porque nos amó primero al morir por nosotros, y nosotros hemos aceptado por fe, su sacrificio de amor, entregando a su único hijo por amor a nosotros. Así se revela la justicia del Padre Celestial, y nosotros "los que hemos creido", somos justificados por esta fe en El..Por eso nosotros vivimos por fe, porque hemos creido en El.

¡Gracias! Dios sea con usted.


Atentamente,

Romanos 8:35-39