Misión del Blog

Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

martes, 22 de junio de 2010

En la iglesia no cantamos para entretener

¿Cuáles son los propósitos que queremos alcanzar con los himnos que entonamos en nuestros cultos de adoración? Esta es una pregunta fundamental. Si no sabemos qué buscamos lograr con nuestros cantos, no tendremos ningún criterio objetivo para decidir cuáles son los himnos que debemos cantar.

Pero debido a la confusión reinante con respecto a este asunto, primero voy a enfocar esta pregunta desde una perspectiva negativa. Y lo primero que debemos resaltar es que nosotros no cantamos en la iglesia para entretener.

Eso debería ser obvio para todo aquel que conozca la naturaleza y misión de la iglesia; pero lamentablemente, vivimos en medio de una generación donde el entretenimiento y la diversión ocupan un lugar preponderante. Y la iglesia no es inmune a esa cultura del entretenimiento.

Esta es una época tendiente a lo superficial, lo ligero, lo intrascendente, lo que satisface en el momento; donde sentirse bien es más importante que ser bueno; donde verse bien y pasarla bien, es mil veces más importante que el cultivo de todo aquello que es necesario para vivir bien.

Y cuando esa forma de pensar comienza a penetrar en la iglesia, de inmediato se inicia un proceso de “trivialización”. Las cosas trascendentes, como la gloria de Dios, la obra de Cristo, el llamado del evangelio a la fe y al arrepentimiento, comienzan a ser “trivializados”, tratados con ligereza para que la gente se sienta en ambiente.

Y las primeras áreas que posiblemente sean afectadas con esta mentalidad serán el canto congregacional y la música de la adoración. Algunos no parecen entender que una adoración ligera y superficial es tan dañina y tan contraproducente como una predicación ligera y superficial.

El canto es un medio de instrucción (Col. 3:16). Si no debemos tolerar que la predicación se torne en mera diversión, tampoco debemos tolerarlo en nuestras alabanzas.

Yo recuerdo que siendo un recién convertido en algunas iglesias se cantaba un corito que decía: “Fue un día lunes cuando me entregué…”; y así seguía con cada día de la semana. Era muy divertido. O el que dice: “Si Jesús te satisface, da tres palmas”.

Ahora, yo me pregunto, ¿es ese el tipo de cosas que pensaríamos que el Espíritu de Cristo que habita en nosotros quiere que nosotros cantemos? Ya vimos que es Cristo por Su Espíritu el que abre nuestros corazones y nuestras bocas para alabar a Dios (ver aquí). Pero ¿cuál es el tipo de himnos que nosotros esperaríamos que Cristo cante junto a nosotros?

Esa pregunta no es difícil de responder: Aquellos que cumplan el propósito para el cual El se encarnó y dio Su vida en la cruz del calvario. Según Ef. 5:25-26 Cristo se entregó por Su iglesia “… para santificarla”, no para divertirla o librarla del aburrimiento.

Aunque debo aclarar aquí que lo que se opone a la cultura del entretenimiento no es la cultura del aburrimiento, sino la cultura de la trascendencia. Que nadie piense que estamos abogando por un culto pesado y aburrido. No. Ningún aspecto de la adoración debería ser un somnífero; pero tampoco está supuesto a ser un pasatiempo.

Nosotros no venimos a la iglesia para divertirnos y entretenernos un rato, sino para tener comunión con el Dios que hizo los cielos y la tierra, para encontrarnos con Cristo, contemplar Su gloria, escuchar Su Palabra, renovar nuestro compromiso de someternos a Su voluntad y exhortar a otros en amor a hacer lo mismo. Y ninguna de estas cosas debe tornarse en un mero pasatiempo.

Como dice John MacArthur, hablando del canto en la iglesia: “Nunca se debe permitir abaratar lo que no tiene precio ni trivializar lo que es insondable y profundo” (Efesios; pg. 316). Y nada hay más preciado e insondable que las verdades que Dios ha revelado de Sí mismo en Su Palabra y que nosotros debemos proclamar con nuestros himnos y con nuestra predicación.

Cantar en la iglesia para entretener o convertir el culto de adoración en un espectáculo, no es otra cosa que una profanación de lo sagrado y una ofensa al Dios que nos llama adorarle con temor y reverencia.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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