Misión del Blog

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miércoles, 30 de junio de 2010

El evangelio es un mensaje acerca del pecado

En la entrada anterior vimos que el evangelio es un mensaje acerca de Dios. Pero ahora debemos avanzar un paso más adelante y decir también que es un mensaje acerca del pecado. Fue para resolver el problema del pecado que Dios envió a Su Hijo Jesucristo al mundo.

Cuando el ángel anunció a José que María estaba embarazada, fruto de la obra del Espíritu Santo, le comunicó que el niño debía llamarse Jesús, “porque él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).

Dios le envió un ángel a José para que le respondiera las tres preguntas más cruciales que podemos hacer acerca de ese niño que se estaba gestando en el vientre de María y del carácter de Su misión.

En primer lugar, ¿quién es éste niño? El ángel responde: Él es Jesús, y este nombre es la forma griega del nombre Josué, cuyo significado es “Jehová es salvación” o “Jehová ciertamente salvará”. Así que desde el principio del evangelio se establece claramente el hecho de que este niño no es otro que la segunda Persona de la Trinidad, Dios el Hijo.

Segunda pregunta, ¿cuál es la misión de este niño? El vino a salvar a Su pueblo.

Tercera pregunta, ¿y de qué cosa tenían ellos que ser salvados? ¿Qué mal tan terrible acecha a estos hombres y mujeres, que la segunda Persona de la Trinidad tuvo que encarnarse para rescatarlos? El ángel responde: El vino a salvar a su pueblo de sus pecados.

No sólo de las consecuencias del pecado, sino también del pecado mismo. Cristo vino a salvarnos de la culpa del pecado, de la esclavitud del pecado, de la depravación que ese pecado ha obrado en todas y cada una de las partes que componen nuestra humanidad. A eso vino Cristo, a buscar y a salvar lo que se había perdido.

No podemos, entonces, predicar el evangelio de Cristo, y obviar el elemento del pecado en esa predicación. El evangelio es una buena noticia, pero solo para aquellos que aceptan primero esta mala noticia: somos pecadores, hemos transgredido la ley de Dios, y estamos bajo condenación (comp. Rom. 3:9-12).

Dios nos dice en Su Palabra que estamos enemistados con El por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, que hemos sido rebeldes a su santa ley, que no hemos vivido conscientemente dedicados a cumplir el propósito para el cual fuimos creados: glorificar a Dios en todo cuanto hacemos y gozarnos en Él por siempre.

Por eso nadie puede afirmar que es cristiano, mientras no afirma al mismo tiempo que es pecador, y que esa terrible condición que hemos descrito era realmente su condición antes de conocer a Cristo.

Probablemente no eres todo lo malo que pudiera llegar a ser; de hecho, es posible que seas mejor que muchos hombres y mujeres que conoces, y que seas un hombre o una mujer lleno de principios morales. Pero eso no elimina el testimonio de la Escritura respecto a ti.

Generalmente los hombres piensan de sí mismos que son personas esencialmente buenas, que en ciertas circunstancias hacen cosas malas. Pero Cristo piensa algo muy distinto acerca del hombre. Hablando de la oración, Jesús dijo en cierta ocasión: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan” (comp. Mt. 7:11).

Cristo dice aquí que el hombre es una criatura mala, de la cual salen en ocasiones cosas buenas. Y ahora yo te pregunto, ¿estás de acuerdo con esa evaluación que hace Cristo de ti? Porque nadie será nunca un cristiano verdadero hasta tanto no se vea sí mismo como un pecador que necesita del perdón de Dios. “Los sanos no tienen necesidad de médico…”, dice el Señor.

Cristo vino a salvar pecadores, El vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Y los creyentes tenemos el privilegio de proclamar este mensaje del evangelio a los pecadores; un mensaje que nos habla de Dios, que nos habla acerca del pecado, acerca de Cristo y acerca del arrepentimiento y la fe.

Es nuestro privilegio vivir por ese evangelio, llevar ese olor del conocimiento de Cristo e impregnarlo en todo cuanto hagamos, como señala Pablo en 2Cor. 2:14-16. A Dios le ha placido usar ese evangelio para salvar a los pecadores. Que Dios nos conceda la gracia y la fortaleza, no sólo de proclamarlo, sino también de vivir a la altura de Su llamamiento.


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