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Proclamar el señorío de Jesucristo sobre todos los aspectos de la cultura

miércoles, 7 de julio de 2010

El evangelio es un mensaje acerca de Jesucristo

En dos post anteriores vimos que el evangelio es un mensaje acerca de Dios y acerca del pecado. Pero ahora debemos avanzar un paso más adelante y decir que el evangelio es un mensaje acerca de Jesucristo.

Cuando vamos a la Escritura para ver lo que ella tiene que decirnos acerca del evangelio, vemos de inmediato que la figura de nuestro Señor Jesucristo ocupa un lugar central y fundamental. Él es la esencia misma del mensaje evangélico.

Cualquiera que sea el aspecto que analicemos de este mensaje, terminaremos siempre topándonos con Su Persona; y si en algún momento lo perdemos de vista es posible que nos estemos extraviando por un camino de error y falsedad.

Yo sé que esto puede sonar muy obvio para algunos, pero les pido que continúen leyendo; no debemos tomar por sentado que todos los que dicen predicar el evangelio están viendo las implicaciones de esta declaración.

Pablo dice en Rom. 1:1-3: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios, que por medio de sus profetas ya había prometido en las sagradas Escrituras. Este evangelio habla de su Hijo, que según la naturaleza humana era descendiente de David”.

Pablo era un apóstol, separado de manera especial como siervo de Jesucristo para ser un portavoz del mensaje de salvación, un mensaje de salvación que está en perfecta consonancia con todo aquello que Dios había revelado en el antiguo pacto (vers. 2).

El mensaje de Pablo no era nuevo; todos los profetas del AT habían hablado de esta promesa, la promesa de salvación por gracia por medio de la fe. Así que el evangelio encuentra su base de apoyo en el AT. Allí encontraremos una serie de figuras, de tipos, o de profecías directas, que enseñaban acerca de la gran obra de salvación que Dios habría de efectuar por gracia.

Ahora bien, ¿cuál es el punto focal de este evangelio? ¿Alrededor de qué cosa gira todo lo concerniente a ese mensaje de salvación? Vers. 3: “Este evangelio habla de su Hijo, que según la naturaleza humana era descendiente de David”. El evangelio que fue prometido en el AT, y que Pablo proclamaba tenía un tema central: nuestro Señor Jesucristo. Él es el centro de toda la Escritura.

El mismo Cristo dijo a los judíos en Jn. 5:46: “Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él”. Cualquiera que sea la sección bíblica que usted escoja, se encontrará necesariamente con la Persona de nuestro Señor. Por lo tanto, no podríamos, predicar el evangelio y al mismo tiempo dejar fuera de nuestra exposición la Persona de Cristo.

Ahora bien, ¿qué significa realmente predicar el nombre de Cristo? ¿Querrá decir esto acaso que el nombre de Jesús contiene cierto poder especial, de tal manera que la sola mención de su nombre obrará en el corazón del pecador para traerlo al arrepentimiento y a la fe?

Algunas personas tienen ciertas concepciones supersticiosas con el nombre de Cristo. Piensan que con solo mencionar el nombre “Jesús” eso es suficiente para que ocurran una serie de cosas extraordinarias. Pero, ¿es acaso eso lo que enseña la Escritura? ¿Es eso lo que significa predicar el nombre de Cristo?

Por supuesto que no. La fe salvadora es producida en el corazón del pecador por el poder del Espíritu Santo, en el contexto de la proclamación de ciertas verdades esenciales acerca de Su persona, y acerca del significado de Su obra redentora.

Acerca de Su Persona

Noten el orden que estamos usando. Estamos hablando aquí de la proclamación de ciertas verdades concerniente a la Persona de Cristo, y concerniente a Su obra redentora. La obra de Cristo carece por completo de significado si perdemos de vista quien es Él como verdadero Dios y como verdadero Hombre. Si pasamos por alto este aspecto del mensaje estamos echando por tierra toda la obra de redención.

Veamos esto ejemplificado en la predicación de Pablo: “y en seguida se dedicó a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios” (Hch. 9:20).

Pablo no hablaba de Jesús como “un” hijo de Dios, sino como “el” Hijo de Dios; lo cual equivale a decir que Jesús de Nazaret no era otro que Dios el Hijo. Pablo era judío, y por lo tanto conocía muy bien las implicaciones que sus palabras tenían para un hebreo.

Decir a un judío que Jesús era el Hijo de Dios, era atribuirle naturaleza divina a esa Persona (comp. Jn. 5:17-18). Otro ejemplo de esto lo vemos en el evangelio de Juan. Este evangelio fue escrito con un propósito muy definido (comp. Jn. 20:30-31).

Todo el material que Juan seleccionó, cada uno de los milagros que narró, cada una de las palabras que recogió de los labios de Cristo, fueron escogidas de acuerdo a este propósito central. Él quería demostrar que Jesús era el Cristo y el Hijo de Dios.

Y todo eso, ¿para qué? ¿Para proveer algún tipo de instrucción profunda a un selecto grupo de teólogos prominentes? ¡No! Juan estableció esas verdades en su evangelio porque la aceptación de esas doctrinas es esencial para la salvación misma. “Para que creyendo (que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios), tengáis vida en su nombre”.

No puede haber salvación donde hay ignorancia o un rechazo abierto de estas verdades. Creer en Cristo implica la aceptación de su divinidad. Sólo serán salvos aquellos que creen en su corazón y confiesan con sus bocas que Jesús es el Señor, el Dios todopoderoso, creador y sustentador del universo.

Pero no sólo es necesaria la aceptación de su divinidad, sino también de su humanidad. Él era Dios y era Hombre. Y es interesante notar que las primeras herejías que surgieron en el seno del cristianismo no atentaban contra la deidad de Cristo, sino más bien contra su humanidad.

Ese verbo que en la eternidad estaba con Dios, que era Dios mismo, Aquel por quien todas las cosas fueron hechas “fue hecho carne, y habitó entre nosotros” dice Juan en su evangelio. Dos naturalezas, la divina y la humana, subsistiendo en la misma Persona, con todos los atributos que hacen a Dios ser Dios, y con todos los atributos que hacen a un hombre ser hombre.

De modo que el Creador y Sustentador del universo padeció hambre, sed, cansancio, dolor. Si negamos Su humanidad le haremos el mismo daño a Su obra redentora que le haríamos si negásemos Su divinidad. Debía ser Dios para que Su obra de redención fuese válida y perfecta; debía ser Hombre para que pudiese morir en una cruz.

He ahí el personaje central del evangelio. No se trata simplemente de hablar de un tal Jesús, o de mencionar ese nombre como si la simple pronunciación de esas cinco letras fuese a ejercer un poder mágico en los pecadores que lo escuchen.

Jesucristo es el Hijo de Dios que ha venido en carne, verdadero Dios y verdadero Hombre; y el evangelio que Dios usa para salvar a los pecadores es aquel que proclama estas verdades de tal manera que puedan ser captadas y asimiladas por el intelecto humano, iluminado por el poder del Espíritu de Dios.

Pero ese evangelio no sólo contiene ciertas proposiciones doctrinales acerca de la Persona de Cristo, sino también...

Acerca de Su obra redentora

Decir a un pecador que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre es el punto de partida; pero ahora es necesario que ese pecador comprenda que fue lo que este Dios-Hombre hizo para salvar a todos aquellos que crean en Él.

Noten cómo predicó el evangelio en el día de Pentecostés en Hch. 2:22-24. Aquí tenemos un sermón que apela primeramente al entendimiento a través de una declaración ordenada y precisa de aquellas cosas que nuestro Señor realizó durante Su ministerio terrenal: Sus milagros, Su muerte en la cruz, Su resurrección y ascensión. Y en los vers. 32-36 encontramos la poderosa conclusión del sermón.

La predicación apostólica tomaba en cuenta la forma en que Dios constituyó nuestra humanidad. Sus sermones no apelan primariamente a la voluntad, ni mucho menos a las emociones; apelan al entendimiento. Los pecadores no serán salvados a menos que no comprendan quién es Cristo y qué cosa vino Cristo a hacer para salvarlos.

Nadie será salvo a no ser en el contexto de una comprensión de aquellas verdades esenciales contenidas en la Escritura acerca de quién es Cristo y acerca de la naturaleza de Su obra. Y nadie, absolutamente nadie, llegará a la comprensión de esas verdades a no ser que se exponga de una forma u otra a una exposición clara y comprensible de esas verdades.

Noten el resumen que Pablo mismo nos da de su predicación en 1Cor. 15:1-4. He ahí el mensaje del evangelio que Pablo predicaba: Cristo murió, ¿por qué murió? Porque era la única forma posible de salvar a los pecadores.

El pecador debe conocer los hechos históricos acerca de Cristo, que no se trata de una fábula hermosa, sino de hechos reales que ocurrieron en un espacio de tiempo específico, en un lugar específico.

Debe conocer la naturaleza sustitutiva de lo que Él hizo, que no murió en una cruz por causa de sus pecados, porque no cometió ninguno, sino por causa de los pecados cometidos por aquellos a quienes El vino a salvar.

Que la ira de Dios fue derramada sobre Él a pesar de que Él era santo, porque en ese momento estaba siendo hecho pecado por causa nuestra. Que el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y que por su llaga fuimos nosotros curados.

El pecador debe saber que Su obra de salvación fue perfecta, que Dios el Padre aceptó el pago que Dios el Hijo efectuó en la cruz del Calvario; que cuando Cristo clamó en la cruz “Consumado es”, estaba declarando con ello que la deuda había sido saldada, y que de ahí en adelante todo aquel que creyese en Él y en Su obra redentora sería librado por siempre de toda condenación.

Que a esa obra de salvación no podemos añadir nada, ninguna obra de parte nuestra, ningún ritual, absolutamente nada (comp. Hch. 4:12).

He ahí el corazón del evangelio: la proclamación del glorioso mensaje cuyo centro es Dios el Hijo encarnado muriendo por los pecadores, y salvándolos únicamente por gracia por medio de la fe.


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