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domingo, 7 de febrero de 2010

Para meditar en el día del Señor: Jesús o Barrabás

Si hay algo que quedó claramente establecido en el juicio contra Jesús es que era inocente de los cargos que le imputaban. Ese fue el testimonio de Judas, el discípulo que lo vendió por 30 piezas de plata; la conciencia no lo dejó vivir sabiendo que había entregado “sangre inocente” (Mateo 27:3-4).

En medio del proceso Pilato recibió una nota de su esposa que decía: “No tengas nada que ver con ese justo” (Mateo 27:19). Y el mismo Pilato intentó en vano soltarle porque estaba convencido de su inocencia; y cuando finalmente lo entregó para ser crucificado, dice el relato evangélico que “tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo” (Mateo 27:24). Sin embargo, y contra toda evidencia, fue condenado a morir.

El Señor Jesucristo, por Su parte, aunque era inocente guardó silencio delante de Sus acusadores (Mateo 26:62-63; 27:12-14). Él estaba determinado a ir a la cruz para dar Su vida en lugar de aquellos que no lo eran. En silencio asumió la culpa de otros y aceptó morir en lugar de ellos. De haberse defendido y haber ganado Su caso nos habría dejado a todos en nuestra culpabilidad.

Lo que estaba en juego en ese juicio, entonces, no era la suerte de Cristo, sino el destino eterno de todos aquellos a quienes él vino a salvar.

El caso de Barrabás ilustra esta verdad evangélica en una forma impactante. Por uno de esos misterios de la providencia el destino de este malhechor quedó ligado al de nuestro Señor Jesucristo cuando Pilato puso al pueblo a elegir entre los dos. Si Jesús era absuelto Barrabás sería condenado, si Jesús era condenado Barrabás sería absuelto. Su libertad dependía de que condenaran a Cristo.

Finalmente Pilato dictó su veredicto: Cristo era inocente, pero aun así debía morir, y por ese veredicto absurdo Barrabás quedó en libertad, al menos en lo que respecta a la justicia humana. Ese fue el verdadero drama de la cruz sólo que en una dimensión aún más profunda: “El justo murió por los injustos, para llevarnos a Dios” (1Pedro 3:18).

Cristo fue juzgado y condenado en el tribunal de los hombres para que los pecadores pudiesen ser absueltos en el tribunal de Dios por medio de la fe en él. He ahí la esencia del evangelio: los pecadores merecen la muerte por sus pecados (Romanos 6:23), pero Cristo satisfizo la justicia divina muriendo en la cruz del Calvario, “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

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