Uno de los rasgos distintivos de los seres humanos es su constante apelación a una ley moral que debería regir a todos los hombres por igual. La mayoría de las veces lo hacemos de forma inconsciente, pero todos tendemos apelar al hecho de que “las cosas que deben hacerse de cierto modo”.
C. S. Lewis le llama a esto “La Ley de la Naturaleza Humana”, y cita como ejemplo algunas de las frases típicas que solemos escuchar cuando dos personas discuten: “¿Qué te parecería si alguien te hiciera algo así?” “Ése es mi asiento; yo llegué primero” “Déjalo en paz; no te está haciendo ningún daño” “¿Por qué vas a colarte antes que yo?” “Dame un trozo de tu naranja; yo te di un trozo de la mía”.
En todos estos casos los individuos no solo están manifestando su desagrado con lo que el otro ha hecho, sino que están presuponiendo un conjunto de normas morales que todos deben conocer y obedecer.
Esa es la razón por la que la mayoría de las personas trata de justificar su comportamiento cuando se les recrimina por haber actuado de cierta manera. El mero hecho de excusarnos (o mentir abiertamente diciendo que nunca hemos hecho tal cosa) es un reconocimiento implícito de que conocemos y aceptamos las reglas de juego que deben regir a todos los hombres.
“Dos cosas llenan mi alma de renovada y creciente admiración y reverencia – decía Emmanuel Kant: el firmamento estrellado por encima de mí y la ley moral dentro de mí.”
Pero ¿por qué todos presuponemos que hay ciertas cosas que deben hacerse y ciertas cosas que no? ¿Y qué nos hace pensar que todos conocen las reglas del juego y que todos saben que deben obedecerlas?
Si decimos que son leyes que los hombres han creado a través de su evolución cultural, estamos afirmando también que tales leyes no son morales en sí mismas y, por lo tanto, ni buenas ni malas; son simples normas de supervivencia que la sociedad ha establecido.
Pero si esto es así, ¿qué argumento podemos dar a aquellos que deciden pasar por alto tales reglas y vivir en anarquía? Si les decimos: “Porque esas reglas contribuyen al bien de la mayoría”, éstos pudieran replicar: “El bien de la mayoría es un valor arbitrario creado por otros hombres igual que yo y que no tengo ningún interés en alcanzar”.
Para que la ley moral sea normativa para todos debe ser promulgada por un legislador con autoridad sobre todos. Y Éste no es otro que el Dios que creó el universo y puso en el hombre una conciencia moral. Él es la fuente y fundamento de toda moralidad y justicia.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
jueves, 18 de febrero de 2010
La Ley Moral Dentro de Mí
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