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jueves, 4 de febrero de 2010

La doctrina del libre albedrío y el pecado original durante la Edad Media temprana

Agustín fue venerado durante la Edad Media temprana, pero aun aquellos que decían defender sus doctrinas o no entendían del todo las implicaciones de sus enseñanzas o trataban de “suavizarla”. En esta entrada veremos dos casos opuestos dos “defensores” de Agustín.

Gregorio el Grande

Uno de los personajes más importantes al inicio del período conocido como Edad Media fue Gregorio el Grande. Nacido en Roma alrededor del 540 d. C. fue elegido Papa en el 590 luego de haberse dedicado por entero a la vida religiosa.

Gregorio no pretendía ser un pensador original; de hecho, según él todo lo que parecía novedoso debía evitarse a toda costa, “pues la tarea del maestro cristiano no es decir algo nuevo, sino repetir lo que la iglesia había enseñado desde su mismo nacimiento”.

Durante el Siglo VI Gregorio defendió la antropología de Agustín; sin embargo, el suyo es un agustinianismo moderado, como habría de ocurrir a partir de entonces con la mayoría de sus defensores, debido precisamente al hecho de que “durante la Edad Media, Agustín fue entendido solamente tal como era interpretado por Gregorio”, como dice Berkhof.

Justo L. González señala: “A pesar de toda su sabiduría, Gregorio vivió en un tiempo de ignorancia, y en cierta medida tenía que ser partícipe de esa ignorancia. Además, por el solo hecho de tomar a Agustín como maestro infalible, Gregorio tuerce el espíritu mismo de su maestro venerado, cuyo genio estuvo, en parte al menos, en su mente inquieta y sus conjeturas aventuradas. Lo que para Agustín no fue sino suposición, en Gregorio se vuelve certeza”.

Al igual que Agustín, Gregorio enseñaba que por el pecado de Adán toda su descendencia vino a ser pecadora y sujeta a la condenación. “Pues la raza humana – dice Gregorio – se corrompió en su primer padre como en la raíz y ha transmitido esa esterilidad a sus ramas”.

Sin embargo, “él consideraba el pecado como una debilidad o enfermedad más bien que culpa, y enseñaba que el hombre no perdió el libre albedrío sino sólo la buena voluntad… El cambio del hombre se inicia en el bautismo, el cual obra la fe y cancela la culpa de los pecados del pasado. La voluntad es renovada y el corazón se llena con el amor de Dios, y de este modo, el hombre es capacitado para merecer algo de Dios… Aun cuando habla de la gracia irresistible, y de la predestinación, como el secreto consejo de Dios respecto a un número cierto y definido de los elegidos, ésta sólo es, después de todo, una predestinación basada en el pre-conocimiento. Dios llama a la salvación un cierto número definido, puesto que Él sabe que ellos aceptaran el Evangelio”.

Esa es la razón, según él, por la que Dios se refiere a los creyentes como elegidos, “porque percibe – dice Gregorio – que perseverarán en la fe y en las buenas obras”.

Esta fue la interpretación de Agustín aceptada generalmente durante la temprana Edad Media. Y aunque surgieron algunas voces que defendieron un agustinianismo más puro, tales voces fueron acalladas.

Godescalco de Orbais

Tal fue el caso de Godescalco de Orbais (803 aprox. al 868). Luego de una vida perturbada, Godescalco encontró la paz de su alma en la doctrina de la elección, a la cual él llamaba “la más saludable de las verdades”.

“Así como el Dios inmutable predestinó inmutablemente a todos sus elegidos a la vida eterna desde antes de la fundación del mundo por su gracia gratuita, así este mismo Dios inmutable ha predestinado inmutablemente por su justo juicio a muerte justamente eterna a todos los réprobos que en el día del juicio serán condenados a causa de sus deméritos”.

De manera que para él, lo mismo que para Agustín, “la obra redentora de Cristo sólo atañe a los predestinados”.

Su doctrina fue condenada en Maguncia en el 848, mientras él fue castigado severamente y condenado a prisión perpetua. Sus adversarios se sentían atemorizados por las “peligrosas consecuencias” que la doctrina de predestinación como la enseñaba Godescalco podían traer sobre la iglesia:

“Los sacramentos perderían entonces su valor – decían ellos, y llegarían a ser una mera forma y trivialidad; la motivación de las obras buenas, es decir, la idea de los castigos y recompensas, desaparecería y la vida moral… sería destruida”.

Los adversarios de Godescalco no estaban unificados en cuanto al tema de la predestinación, por lo que el debate continuó aún después de su condena. Este debate produjo las declaraciones de los Concilios de Quiercy y de Valencia en el 853 y 855 respectivamente. El primero adoptó una postura semipelagiana, mientras que el segundo adoptó un agustinianismo moderado.


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