Así como la lectura de la Palabra es un termómetro para medir la vida espiritual del creyente, así también lo es la oración. Cuando el creyente ha decaído en la frecuencia de su vida de oración, y cuando al orar lo hace inadecuadamente, esa es una señal de decadencia.
¿Qué sucede cuando un creyente está caminando cerca de Dios? Que tendrá una comprensión más clara de sus propias necesidades espirituales, los pecados con los que tiene que luchar, los peligros que tiene que enfrentar cada día (comp. 1Jn. 1:5-9 - andar en luz no es sinónimo de una vida sin pecado; más bien el que anda en luz verá más claramente sus propias corrupciones, lo que lo moverá a confesar sus pecados delante de Dios).
Una persona que tiene tal comprensión de sí mismo no tiene que estar buscando palabras para llenar su tiempo de oración; esas cosas fluirán de su corazón necesitado.
Pero cuando nuestras oraciones no son más que un mero formalismo religioso, y un conjunto de peticiones generales, eso puede indicar que no estamos aborreciendo el pecado que mora en nosotros, y que en vez de estar en pie de lucha contra ellos los estamos tolerando.
Santiago nos dice que no tenemos lo que queremos porque no pedimos; pero también nos advierte que podemos pedir mal (comp. Sant. 4:2).
El fervor en nuestras oraciones crecerá en la misma medida que crezca en nosotros un entendimiento de nuestras debilidades, corrupciones y necesidades, así como un entendimiento de la capacidad y disponibilidad de Dios para suplirnos.
Por eso Richard Baxter recomienda a todo aquel que no sabe qué pedir, que estudie bien su corazón y su vida: “... y pronto encontrará – dice él – una multitud de corrupciones internas que lamentar, una multitud de carencias que deben ser suplidas, debilidades que deben ser fortalecidas, desórdenes que deben ser rectificados, y pecados cometidos que deben ser perdonados...” (Christian Directory; pg. 490).
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jueves, 18 de febrero de 2010
5. Cuando oramos escasamente o en una forma inadecuada, ése es un síntoma de decadencia espiritual
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