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jueves, 5 de noviembre de 2009

El juicio de Dios sobre el mundo incrédulo: LA EVIDENCIA


Luego de presentar su acusación contra el mundo incrédulo, Pablo presenta la evidencia: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Rom. 1:19-22).

El argumento de Pablo es que hay un conocimiento de Sí mismo que Dios ha puesto al alcance de todos los hombres, tanto fuera como dentro de cada ser humano. Juan Calvino dice al respecto: “Sin discusión alguna afirmamos que los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural” (Institución; Libro I; cap. III.1).


No importa qué tan primitiva sea una sociedad, en ella encontraremos que los hombres llevan consigo ese sentido de lo divino. Decía Cicerón que “no hay pueblo tan bárbaro, [ni] gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la convicción de que hay Dios” (cit. por Calvino; Ibíd.). Y Cicerón mismo era un pagano.

Ese conocimiento puede estar distorsionado por causa del pecado, pero está allí. Como dijo alguien una vez: “El hombre es un religioso incurable”. Si no adora al verdadero Dios, buscará otra cosa que adorar. La idolatría no es más que ese afán del hombre de llenar el vacío que queda cuando se resiste a adorar al Dios verdadero.

Pero esa idolatría, como bien señala Calvino, “da suficiente testimonio” de ese conocimiento innato que Dios ha colocado en todo hombre. Ese es un sentimiento que viene esculpido en el alma por naturaleza y que no puede ser destruido. Nadie nace siendo ateo o agnóstico. El ateo viene a ser ateo rechazando ese sentimiento de la divinidad que trajo de fábrica.

Pero ese conocimiento de Dios no es interno únicamente: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (vers. 20).

El mundo está hecho de tal manera que hace visible al Dios que lo hizo, aunque Él en esencia es invisible para el ojo humano. El poder y la deidad de Dios se hacen claramente visibles, siendo entendidas, o percibidas por la mente humana, por medio de las cosas hechas.

Como un artista que desea ser conocido, Dios ha puesto Su firma en todo el universo que creó y le dio al hombre la capacidad de entender esa evidencia. Esa es la verdad que el hombre ha detenido con injusticia. Eso no quiere decir que la creación nos revela todo lo que necesitamos conocer acerca de Dios, pero sí lo suficiente como para saber que Él existe, que Él es poderoso y que posee las propiedades que normalmente asociaríamos con la Deidad.

Y no olvidemos que cuando Pablo dijo eso todavía no se había inventado el microscopio o el telescopio y muchos secretos del universo permanecían ocultos para el hombre; pero aún así Pablo dice que el conocimiento que se tenía en esa época era suficiente como para llegar a la conclusión de que este universo no pudo hacerse sólo, ni ser el resultado de un afortunado accidente.

Supongamos que dejo encendida mi computadora en casa y cierro la puerta con llave, dejando dentro únicamente a un gato. Cuando llego a casa unas horas más tarde, me encuentro en la pantalla una nota que dice: “Prepárate para morir esta noche; hoy te llegó tu hora”. ¿Qué sería lo primero que pasaría por mi cabeza? Que alguien entró en casa y dejó esa nota allí con un propósito.

Puede ser un chiste de mal gusto o puede ser una amenaza escalofriante, pero la posibilidad de que el gato haya caminado por el teclado y haya escrito un mensaje así por accidente es prácticamente nula.

En ese caso la causa no es suficiente para explicar el efecto; necesariamente tengo que seguir investigando. Ahora, nota algo interesante. El hombre está hecho de tal manera que es incapaz de encontrarse con algo así y no reaccionar y tratar de buscar una explicación. Y no sólo en un caso como este en que su vida puede estar en peligro. El hombre razona, piensa lógicamente, se hace preguntas. Por eso es que las novelas y películas de detectives son tan populares. Hay una curiosidad natural en el hombre que lo mueve a atar cabos y sopesar la evidencia para saber finalmente qué fue lo que pasó.

Y no ha habido nunca película o novela que haya presentado un caso tan fascinante como la existencia del universo y nuestra vida en él. Si hay algo que ningún hombre puede evadir es el hecho de que existe y de que alrededor de él hay un universo maravilloso repleto de cosas sin número que demandan una explicación.

Y por más vuelta que busquemos, sólo tenemos dos opciones posibles para explicar esa realidad: O el mundo fue hecho con propósito por un Ser racional e inteligente (esa es la posición teísta), o es el resultado de fuerzas ciegas e impersonales que produjeron por accidente todo cuanto existe (esa es la posición del naturalista).

Un origen personal e inteligente o una fuerza ciega e impersonal, no existe otra opción. O el mundo fue creado con un propósito por un Ser inteligente y todopoderoso o surgió por sí sólo cuando la materia comenzó a evolucionar y a producir por accidente todo cuanto existe.

Y lo que Pablo dice en el capítulo 1 de Romanos es que el universo revela por todas sus partes las manos de un Creador personal inteligente que hizo todas las cosas con un propósito. Eso es tan claro, dice Pablo, que el hombre que no se postra ante Dios y le adora queda sin excusa; literalmente, sin apología para defender su caso cuando tenga que presentarse ante Él para dar cuenta de sí en el día del juicio.

Y a medida que la ciencia ha ido avanzando ha ido descubriendo cosas cada vez más sorprendentes que apoyan la posición de que el universo fue creado con propósito por un Ser personal inteligente:

El ajuste fino del universo para que pueda funcionar y para que la vida pueda ser posible en este planeta, incluyendo la vida humana; todas las muestras de diseño que vemos en la creación y que presuponen lógicamente un diseñador; la enorme cantidad de información contenida en la materia viva. Siempre que se habla de información, se presupone algún ser inteligente que origina y transmite la información.

En una novela de Carl Sagan que luego fue llevada a la pantalla de cine, titulada “Contacto”, un grupo de astrónomos detectan la existencia de vida extraterrestre inteligente. Estudiando millones de señales de radio procedentes del espacio descubren que algo está emitiendo la secuencia de los números primos comprendidos entre el 2 y el 101.

Un número primo es aquel que sólo se puede dividir por sí mismo y la unidad: el 2, el 3, el 5, el 7, el 11, el 13, el 17 y así sucesivamente. Y eso es precisamente lo que escuchan estos astrónomos a través de pulsos y pausas. Por ejemplo, el número 2 eran dos pulsos y pausa; luego 3 pulsos y pausa; luego 5 y pausa; y así con los demás hasta llegar a una secuencia 1126 pulsos y pausas comprendiendo todos los números primos del 2 al 101.

La probabilidad de que esas señales secuenciales se hayan producido en el espacio por pura casualidad, son prácticamente nulas. Eso es lo que lleva a estos astrónomos de la novela de Sagan a la conclusión de que debía ser algún tipo de comunicación de parte de seres inteligentes de otros planetas.

El problema con el que se enfrentan los naturalistas es que, al estudiar la materia viva, la ciencia ha podido constatar que está llena de información. Por ejemplo, el ADN del núcleo de la célula contiene toda la información necesaria para construir las proteínas, que es lo que hace que un organismo sea funcional. “Cada uno de los 10 billones de células del cuerpo humano contiene una base de datos mayor que la Enciclopedia Británica” (Lennox; pg. 75).

Como si se tratara de un alfabeto donde las letras tienen que estar en una secuencia específica para formar palabras y las palabras a su vez en una secuencia específica para formar oraciones que transmitan información, así también la secuencia de bases de la cadena ADN contiene un mensaje preciso, “escrito en un alfabeto formado por las 4 letras A, C, G, T. Un gen es una larga cadena de estas letras que codifica la información correspondiente a una proteína, y un genoma es el conjunto completo de genes de un individuo” (Ibíd.).

Por ejemplo, “el ADN de la bacteria Escherichia coli tiene unos 4 millones de letras y ocuparía mil páginas de un libro; el genoma humano tiene más de 3 mil millones de letras y ocuparía toda una biblioteca” (Ibíd.). Por eso Bill Gates comparó el ADN como un programa informático, “pero mucho más avanzado que cualquier software que hayamos podido crear hasta ahora”, dice él (cit. por Lennox; pg. 78).

La pregunta es: ¿Por qué ante tanta evidencia muchos hombres de ciencia descartan la idea de un Ser inteligente que creó todas las cosas con un propósito? ¿Por qué empecinarse en decir que todo fue el producto de un accidente casual, aún cuando eso está en contra de todo sentido común?

Pablo responde en el vers. 21: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”.
He ahí el problema. El hombre no quiere humillarse ante Dios y darle el honor debido, no quiere reconocer el hecho de que no es dueño de su existencia y que debe someterse a la voluntad de un Ser superior. Un evolucionista dijo claramente: “Me niego a creer en Dios, entonces ¿qué otra alternativa me queda aparte de la evolución?” (cit. por MarActhur; La Batalla por el Comienzo; pg. 113).

No es que la evidencia científica le llevó a dejar de creer en Dios y a favorecer la evolución, es que de antemano le repugna la idea de que exista Dios y entonces no tiene otra alternativa que hacerse evolucionista. Esa es precisamente la acusación de Pablo en Romanos 1:18: “Detienen con injusticia la verdad”.

En una serie para la PBS titulada “Evolución”, el naturalista Daniel Dennett informa a la audiencia que uno de los grandes logros de Darwin fue el de reducir el diseño del universo a “una materia en movimiento sin propósito ni significado.”

Aparte de que esa es una declaración filosófica que los naturalistas aceptan por fe, porque no puede ser probada científicamente, lo interesante es que ellos no pueden funcionar en el mundo en una forma coherente con esa filosofía. Permítanme explicar a qué me refiero.

Si todo el universo se reduce a materia en movimiento sin propósito ni significado, eso quiere decir que el hombre no es más que una máquina y nada más, como una computadora o un carro, solo que mucho más compleja. Para que el hombre fuese una persona, tendría que haber sido creado por un Ser personal, porque entonces el efecto sería mayor que la causa.

Como el naturalista niega esa posibilidad no puede hacer otra cosa que declarar que somos una máquina; el problema es que esa máquina tiene una conciencia de sí misma como si fuera una persona y no simplemente una cosa; y para colmo de males para el naturalista, esa máquina piensa, razona, recuerda cosas, se imagina cosas. ¿Cómo explican esto los naturalistas?

Una de las explicaciones es que todo eso que tú crees que piensas y razonas no es más que una ilusión causada por tus neuronas cerebrales. Ese es uno de los postulados de Francis Crick, que obtuvo el premio Nóbel de fisiología y medicina por ser uno de los descubridores de la estructura del ADN.

Según él todos nuestros gozos y nuestras penas, nuestras memorias y ambiciones, nuestro sentido de identidad personal y nuestro libre albedrío “en verdad no son más que el comportamiento de un vasto ensamblaje de células y sus moléculas asociadas” (cit. por J. Byl; The Divine Challenge; pg. 102).

En otras palabras: “Tú crees que piensas, porque crees que eres una persona y no una máquina, pero eso no es más que un impulso neurológico de tu mecanismo material”. El problema es que eso destruye las mismas posiciones naturalistas.

C. S. Lewis dio en el clavo cuando dijo que si todas nuestras creencias son ilusiones causadas por los genes, eso se aplica también a la creencia misma de que todas nuestras creencias son ilusiones causadas por los genes (Byl; pg. 106). Como alguien ha dicho: Los naturalistas han cortado la rama en la que están sentados.

El problema es que n ingún naturalista puede ser consistente con una creencia como esta. Cuando un naturalista se enferma y el médico le receta un antibiótico que debe tomar cada 8 horas, ¿acaso no confía en su memoria cuando ve en su reloj que han pasado las 8 horas desde la última vez que se tomó el medicamento? ¿O piensa que se trata tal vez de una ilusión causada por sus neuronas?

Para poder vivir en este mundo tal como este mundo ha sido hecho, todos los seres humanos, creyentes y no creyentes, teístas, naturalistas, ateos y agnósticos, tienen que tomar prestado algunas de las presuposiciones fundamentales del cristianismo bíblico, incluyendo la realidad de que este es un mundo que funciona lógicamente y donde las cosas fueron creadas con un propósito; un mundo que podemos conocer y comprender porque fuimos creados por un Dios personal que nos hizo a Su imagen y semejanza con la capacidad de razonar y pensar.

Dios ha hecho las cosas de tal manera que no podemos escapar a Su diseño de ninguna manera. Él es la pieza clave que da sentido y propósito a todo cuanto existe. Es por eso que cuando Dios es puesto a un lado el corazón humano queda entenebrecido: perdió la clave (vers. 21-22).

He ahí la explicación de todas estas teorías absurdas. Negar a Dios en un mundo creado por Él obligatoriamente lleva al hombre a plantear alternativas con las que nadie puede vivir coherentemente y que entorpecen el razonamiento humano.

Sólo así podemos entender cómo es posible que personas inteligentes caigan en contradicciones tan evidentes. Un científico ateo nos dice que él no puede creer nada que no sea probado científicamente; pero eso no es verdad. Todo hombre, incluyendo el científico, parte de presuposiciones que él acepta por fe, incluyendo esa misma declaración la cual no puede ser probada científicamente.

Cuando un agnóstico dice que nadie puede saber con certeza si Dios existe o no, está negando la posibilidad de obtener un conocimiento esencial. Pero al mismo tiempo está presuponiendo poseer un conocimiento increíblemente vasto que le permite llegar a semejante conclusión.

¿Qué dirías de un hombre a quien le ponen delante un problema matemático de gran complejidad y luego de examinarlo te dice que ese problema no tiene solución? ¿Pensarías que está negando la posibilidad del conocimiento matemático o que él cree que su conocimiento es tan vasto en esa rama que se siente capaz de declararlo insoluble?

¿Para qué escribe un libro o hace investigaciones un individuo que cree que sus pensamientos y creencias son una ilusión creada por sus genes? “Profesando ser sabios, se hicieron necios”.


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