Nació cerca del 1320 en Hipswell, al norte de Yorkshire; estudió en Oxford, donde llegó a ser profesor de teología, y más tarde (1360) rector del Balliol College. Fue ordenado sacerdote católico, y laboró en varias parroquias, sobretodo en Lutterworth.
Para comprender la vida de este hombre, es necesario que echemos un vistazo a la Inglaterra del siglo XIV.
La relación Iglesia-Estado enfrentaba algunos problemas, sobre todo por el hecho del enriquecimiento de la Iglesia a expensas del Estado; gran parte del dinero inglés estaba siendo enviado a Aviñón (donde estaba el Papado).
A eso debemos añadir que la moralidad del clero dejaba mucho que desear y que fue precisamente en el siglo XIV que ocurrió el Gran Cisma, que tanta vergüenza trajo a la Iglesia de Roma.
El Parlamento se encontraba dividido; por un lado estaban lo que apoyaban la Iglesia y por el otro lado, el partido anticlerical con Juan de Gante a la cabeza, quien en 1366 encargó a Wyclif, en su calidad de “Clérigo al servicio del Rey”, que preparase una defensa a favor del Parlamento y a su negativa de pagar el tributo del Rey al Papa.
En 1376 fue enviado a Brujas a discutir con agentes pontificios el mismo asunto. Más adelante Juan de Gante pidió a Wyclif que defendiera desde Londres su propuesta de confiscar parte de los bienes de la Iglesia, lo cual atrajo sobre Wyclif una dura ofensiva por parte del clero.
Gregorio XI promulgó una bula condenando 18 proposiciones de Wyclif, tomadas en su mayoría del tratado “Del Dominio Civil”. Pero la Iglesia no podía frenar el auge que las enseñanzas del reformador había tomado entre el populacho y entre algunos nobles; estos últimos veían con buenos ojos el privar a la Iglesia de algunos de sus bienes.
El Papa había ordenado al arzobispo que si Wyclif no se arrepentía debían arrestarlo y mantenerlo encadenado hasta recibir nuevas instrucciones. Sin embargo, no se pudo llevar a efecto la orden pontificia; Oxford decidió defender a su nuevo héroe.
El 27 de marzo murió Gregorio XI y el cisma pontificio que sobrevino debilitó el Papado y toda la autoridad de la Iglesia. A partir de ese momento Wyclif reforzó su ofensiva publicando pequeñas obras, muchas de las cuales estaban en inglés y por ende, se propagaron con rapidez.
En algunas de esas obras decía que los monasterios eran “cuevas de ladrones, nidos de serpientes, casas de demonios vivientes”. En otra parte se preguntaba que si era cierto que el Papa tenía poder de salvar las almas del purgatorio, ¿por qué no mostraba su amor cristiano sacándolos a todos de allí?
“Jesucristo no tenía donde descansar la cabeza pero dicen que este Papa tiene más de la mitad del Imperio... Jesucristo era manso... El Papa sentado en su trono, obliga a los señores a besarle los pies”.
Entre las doctrinas que le ganaron a Wyclif el repudio de la Iglesia, tenemos, entre otras:
1. Su doctrina sobre el señorío:
Wyclif se preguntaba ¿en qué consiste el verdadero señorío? A lo que respondía que no hay otro señorío fuera de Dios; toda criatura tiene dominio sobre otra sólo porque Dios se lo ha dado, pero hay algunos que se toman prerrogativas que no le corresponden.
¿Cómo podemos distinguir, entonces, el señorío verdadero de aquel que es una mera usurpación? Wyclif hallaba la respuesta en la persona de Jesucristo. Jesucristo no vino para ser servido, sino para servir; de igual modo, sólo puede ser legítimo aquel que, estando en una posición de señorío, se dedica a servir y no a ser servido.
2. Su doctrina sobre la predestinación:
Dios es soberano y, por ende, da su gracia a quien le place y ha predestinado desde la eternidad a todos aquellos que han de salvarse. Las buenas obras no salvan, sino que indican que aquel que las hace ha recibido la gracia divina y es uno de los elegidos.
En ese mismo orden de ideas, decía que sólo Adán y Eva poseyeron libre albedrío, pero que con su desobediencia lo perdieron para sí mismos y para los demás.
3. Su doctrina sobre la Confesión auricular:
“La confesión privada hecha a los curas no es necesaria, sino traída más tarde por el maligno pues Cristo no la usó ni ninguno de sus apóstoles después de Él”.
En otra parte decía que los curas abusaban de la confesión con fines econó-micos y políticos; y “mediante la confesión secreta un fraile y una monja pueden pecar en compañía.”
4. Su doctrina sobre la Santa Cena:
Negaba que algún sacerdote tuviera poder de cambiar el vino en sangre y el pan en cuerpo de Cristo. Para él no había una pretensión más abominable que decir que un cura pudiese realizar ese milagro creador.
5. Su doctrina sobre la autoridad del Papa:
Decía que ésta estaba supeditada a la Escritura. Concordaba con Tertuliano en el sentido de que las Escrituras le pertenecen a la Iglesia y por tanto, han de ser interpretadas por ella.
Pero no creía que la Iglesia fuese lo mismo que la jerarquía; al igual que Agustín, decía que la Iglesia era el conjunto de los predestinados; consecuentemente, el pueblo debía tener las Escrituras en su propio idioma, tarea ésta que Wyclif llevó a cabo al traducir la Biblia en inglés.
Para propagar sus ideas Wyclif formó un grupo de predicadores que algunos, en tono de burla, llamaron “Lollardos” (probablemente derivado del holandés “Lollaerd” - murmurar).
En 1384 el Papa Urbano VI citó a Wyclif a Roma; pero Dios tenía un llamado distinto para este gran hombre. El 28 de diciembre del mismo año sufrió un ataque de parálisis y tres días después murió.
La Iglesia no pudo hacerle nada en vida, pero en el Concilio de Constanza, el 4 de mayo de 1415, sus huesos fueron desenterrados y sus cenizas fueron arrojadas en un arroyo. No obstante, el pueblo de Dios le recordará pos siempre como “la estrella matutina de la reforma”.
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martes, 4 de mayo de 2010
John Wyclyf: La estrella matutina de la Reforma
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1 comentario:
Gracias Hno. Sugel por estos comentarios.
Creo que tiene vacaciones este mes, y deseo las disfrute y nuestro Salvador lo renueve física, emocional y espiritualmente, cada día para su gloria.
Saludos
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