Para aquellos que no pudieron asistir a la charla de matrimonio el viernes 30 de Abril, decidí postear las notas en dos partes (para los que asistieron, este puede ser un buen repaso). Sugiero que lean este post buscando los textos bíblicos citados.
Es indudable que el matrimonio es actualmente una institución en crisis. La tasa de divorcio es sumamente alta, y tenemos razones para sospechar que muchos de los que continúan casados tampoco tienen una relación satisfactoria.
Esa realidad ha contribuido a producir en la sociedad occidental una perspectiva cínica y pesimista del matrimonio, como si se tratara de una carga onerosa que unos pobres desgraciados están obligados a llevar por el resto de sus vidas.
Pero, ¿se supone que esto debe ser así? ¿Creó Dios el matrimonio para castigar a los hombres en su pecado o como un regalo deleitoso que deberíamos disfrutar?
Veamos brevemente lo que la Biblia dice al respecto, tanto en el AT como en el NT.
A. Gn. 1 al 3:
Este es un pasaje crucial, porque allí encontramos el ideal de lo que el matrimonio estaba supuesto a ser antes de la caída.
Muchos siglos más tarde, tanto el Señor Jesucristo como el apóstol Pablo, apelan a este pasaje del Génesis para traer enseñanzas pertinentes sobre la vida matrimonial. Así que este es un texto sumamente relevante para nuestro tema porque nos muestra el diseño original de Dios para el matrimonio.
Dice en Gn. 1:26-28 que Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, pero también los creó con géneros distintos para que pudieran complementarse el uno al otro. Ambos poseen la misma naturaleza como seres humanos y la misma dignidad, pero no el mismo género.
Dice en el vers. 27: “A imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Y es obvio que se está implicando aquí algún tipo de unión entre ellos, porque dice en el vers. 28 que Dios los bendijo y les ordenó fructificar y multiplicarse. Esta relación era parte de lo que Dios consideró “bueno en gran manera” al terminar la creación (vers. 31).
Más adelante, en el cap. 2, la Escritura vuelve sobre el relato de la creación, pero esta vez nos da un cuadro más ampliado de lo que realmente ocurrió ese sexto día en que Dios creó al hombre y la mujer.
Adán fue creado primero y colocado por Dios en el jardín del Edén. En ese lugar el hombre tenía todo lo que podía necesitar para una existencia deleitosa (la palabra Edén significa precisamente “delicia”), incluyendo lo más importante: una relación perfecta con Dios.
Sin embargo, el mismo Dios declara en el vers. 18 que no era bueno para el hombre estar solo. Y la idea del texto no era que la soledad fuera mala en sí misma, porque antes de la caída no había nada malo en el mundo, ni siquiera el hecho de estar solo.
Pero el Señor nos hace ver en esta declaración que antes de crear a la mujer el hombre estaba incompleto. Su deleite en el jardín del Edén no era total, porque le faltaba una compañera de su propia naturaleza que fuera su complemento.
Nosotros conocemos muy bien lo que ocurrió inmediatamente después: el Señor dio a Adán la tarea de ponerle nombre a los animales, posiblemente con la intención de hacerle ver su soledad; todos los animales tenían su contraparte, “mas para Adán, no se halló ayuda idónea para él”.
Ninguna de esas criaturas podría suplir la profunda necesidad que este hombre tenía de alguien que pensara como él, que compartiera con él esos rasgos distintivos que diferencian al hombre de los animales. Este hombre necesitaba urgentemente una persona como él.
¿Y qué hizo Dios? Lo puso a dormir, formó de sus costillas la ayuda que él necesitaba, lo despertó de su sueño y le presentó a su mujer. Y cuando Adán vio a Eva, podemos suponer que fue una sorpresa extraordinaria (comp. Gn. 2:23).
Estas son las primeras palabras humanas que la historia recoge y algunos estudiosos de las Escrituras entienden que esta declaración tiene en el original una estructura poética. Así que las primeras palabras históricamente registradas que el hombre pronunció fueron probablemente las líneas de un poema dedicado a la mujer.
Así que el matrimonio no sólo fue parte del conjunto de cosas con los que Dios pobló el jardín del Edén para el deleite del hombre y la mujer; el matrimonio fue la corona de ese deleite, sobrepasado únicamente por la relación que nuestros primeros padres tenían con Dios.
Lamentablemente ese no es el fin de la historia. En el capítulo 3 del Génesis tenemos el relato de la caída; y una de las primeras consecuencias que el pecado produjo fue que la relación matrimonial quedó profundamente afectada (comp. Gn. 3:12, 16).
La razón por la que muchos no pueden encontrar deleite en el matrimonio no es la incompatibilidad de caracteres ni las presiones del mundo; la razón es el pecado.
Sin embargo, la Biblia enseña que aún después de la caída el matrimonio puede y debería ser una relación deleitosa.
B. Deut. 24:5:
Los hombres recién casados eran excluidos por un año completo de ir a la guerra o de ocuparse en cualquier otro asunto que los obligara alejarse de sus casas. La idea no parece ser que el individuo estaría todo ese año sin hacer absolutamente nada, sino que no se le involucrara en ningún asunto que lo obligara a ausentarse del hogar y descuidar a su esposa (comp. Deut. 20:7).
Se esperaba del recién casado que pusiera especial atención a esa nueva relación que había iniciado con su esposa, a la cual él debe alegrar en vez de causarle la inquietud de que pueda perder la vida si se va a la guerra, o la tristeza de que no esté en su hogar.
De más está decir que el cuadro que tenemos aquí no es el de una esposa que se va a poner muy contenta cuando el esposo le diga que va a estar fuera de casa por un tiempo. Es una relación donde el deleite de ambos consiste en estar juntos el uno con el otro. Dios espera que ésta sea una relación deleitosa.
“Si, pero eso es al principio, durante la luna de miel. Pero después nos envolvemos en la rutina de la vida y conocemos mejor al elemento con el que estamos casados y entonces el panorama cambia drásticamente”. Hay un proverbio árabe que dice que los primeros días de casados son de miel y los otros son de hiel. Pero, ¿realmente debería ser así?
C. Pr. 5:15-19:
Hay varias cosas que quisiera destacar de este pasaje. En primer lugar, estos versículos enseñan claramente que el matrimonio es una relación deleitosa. En el versículo 15 se le compara con el deleite que sentimos cuando calmamos nuestra sed.
En el vers. 15 se compara a la esposa con una cisterna, que era lo que usaban los judíos para acaparar el agua de la lluvia, y también se la compara con un pozo que se nutre por un río de aguas subterráneas.
Luego en el vers. 18 se exhorta directamente al hombre a que se alegre con su mujer; y en el vers. 19 a que encuentre en ella plena satisfacción (la gacela era comúnmente usada en la poesía oriental como símbolo de belleza y de los encantos femeninos – lit. el texto dice: “sus senos te satisfagan… y en su amor embriágate”, o “intoxícate”).
Por otro lado, el texto da la idea de que este no es un matrimonio de recién casados. Aquí se exhorta al hombre a alegrarse con la mujer de su juventud, aunque hayan pasado los años y ya no sean tan jóvenes ninguno de los dos, y la piel no esté tan tersa como al principio, y la figura haya cambiado. Si los dos llegan a viejo deben seguir deleitándose el uno con el otro.
En vez de buscar satisfacción con una mujer extraña, bebe el agua de tu misma cisterna y los raudales de tu propio pozo.
No es verdad que la variedad sea tan satisfactoria como la pintan. En realidad eso es un engaño. Cuando bebes de los labios de una mujer extraña te será muy excitante al principio, pero la dulzura de sus besos se convertirá en ajenjo tarde o temprano (comp. vers. Pr. 5:3-4).
No tenemos que escoger entre el deleite pecaminoso del adulterio o el santo aburrimiento del matrimonio. No. Ese no es el cuadro que la Biblia presenta de la relación conyugal.
En una entrevista que se le hizo a un actor muy conocido por sus papeles románticos en la pantalla, le preguntaron: ¿Cómo se puede ser un gran amante? Para sorpresa del entrevistador y de toda la audiencia, el actor respondió:
“Un gran amante es aquel que puede satisfacer a una sola mujer a lo largo de toda su vida… y puede ser satisfecho por una sola mujer a lo largo de toda su vida. Un gran amante no es aquel que va [de una mujer a otra]. Cualquier perro puede hacer eso”.
D. Cantar de los Cantares:
Este libro presenta serias dificultades al estudioso de las Escrituras por la trama de su historia y por la cantidad de figurales orientales que usa, muchas de ellas con un claro simbolismo erótico.
Pero hay algo que vemos claramente en el libro y es que presenta un cuadro deleitoso del amor conyugal, a pesar de las dificultades que pueda surgir en la pareja. En Cantar de los Cantares vemos al hombre y a la mujer deleitándose en la compañía mutua, en la contemplación mutua y en la relación sexual.
Él le dice en 1:15: “He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí eres bella; tus ojos son como palomas”. Y ella le responde: “He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce; nuestro lecho es de flores”.
Los amantes expresan libremente lo que sienten el uno por el otro. Más adelante, en 2:3 ella dice: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar”.
El manzano parece ser una metáfora de protección y dependencia. La fuerza de Salomón le inspiraba confianza a la sulamita; por eso le deleitaba sentarse en su sombra.
Ella encuentra un gran deleite en la protección que le brinda su amado, pero también se deleita en la relación que tiene con él: “Su fruto fue dulce a mi paladar”.
El cuadro que este libro presenta de la relación conyugal es el de una relación deleitosa.
E. Is. 62:1-5:
En el vers. 4 encontramos un juego de nombres para mostrar el contraste entre la nación que sería llevada al cautiverio, abandonada por Dios, y la nación que sería redimida.
De ser “Desamparada” y “Desolada” vendría a ser llamada Hefzi-ba (“mi deleite está en ella”) y Beula (“Desposada). Dios expresa el deleite que siente por Su pueblo comparando Su relación con el de un esposo por Su esposa. “Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (vers. 5). Dios se goza en Su pueblo (comp. Sof. 3:17).
Y de la misma manera el creyente se deleita en su Dios. En el Sal. 4:7 David dice al Señor: “Tu diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto”.
Y en el Sal. 16:8: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma”. Y luego añade en el vers. 11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.
Hay un deleite mutuo entre Dios y Su pueblo. Pues del mismo modo debe haber un deleite mutuo en la relación conyugal. Se supone que el esposo se goce con la esposa y la esposa con el esposo. Lo extraño debiera ser que fuera de otro modo.
Y lo mismo vemos en el NT (comp. Ef. 5:25ss). Aunque en este pasaje no se habla del deleite matrimonial de manera explícita, sí se compara la relación de Cristo con la iglesia con la relación del esposo con la esposa. Y nosotros sabemos por muchos otros textos de las Escrituras que la relación de Cristo con Su iglesia, y la relación de la iglesia con Cristo, es una relación deleitosa.
“El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17).
Es por eso que el creyente aguarda con expectación la llegada de aquel día en que esa relación que ahora tiene con Cristo por la fe, sea consumada en las bodas del Cordero (comp. Ap. 19:6-8).
Pienso que estos textos que hemos citado hasta ahora son suficientes para probar el punto que queríamos probar: Dios enseña en Su Palabra que la relación matrimonial debería ser una relación deleitosa.
Pero ese deleite matrimonial debe ser debidamente cualificado, como veremos en nuestra próxima entrada.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
lunes, 10 de mayo de 2010
El deleite en el matrimonio bíblicamente probado
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