Por Sugel Michelén
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor
de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos!
En este poema el poeta nicaragüense Rubén Darío expresa la angustia existencial del hombre ante la realidad de una vida consciente que se dirige hacia un destino final inevitable e incierto. Podemos tratar de evadir esta inquietud existencial y vivir del modo más evasivo posible, pero eso no elimina la realidad de que existimos y de que algún día nos enfrentaremos con la experiencia de la muerte. Es de sabios inquirir ¿qué nos espera después? Esta no es una pregunta escapista. Lo que pensemos al respecto ejercerá una influencia determinante en nuestra vida aquí y ahora.
Y no son muchas las opciones. De hecho, prácticamente se reducen a dos. Podemos partir de la premisa de que no existe Dios, sino que fuimos arrojados a la existencia por una fuerza ciega, a través de un proceso evolutivo casual en el que no intervino ningún Ser inteligente. En tal caso tendríamos que llegar a la terrible conclusión de que nuestra vida en este mundo es un absurdo. Podríamos intentar darle un significado a cada momento de nuestra existencia, pero nuestra existencia en sí no tendría sentido alguno y, por supuesto, tampoco habría para nosotros ninguna esperanza. Si venimos de la nada, a la nada volveremos.
David Hume expresó claramente el desasosiego que causa en el hombre esta postura filosófica: “¿Dónde estoy, o qué soy? ¿De qué manera recibí mi existencia, y a qué condición volveré…? Me siento confundido… y comienzo a imaginarme a mí mismo en la más mísera condición… rodeado de las más negras tinieblas”. Si echamos a Dios a un lado eliminamos toda esperanza racional para el hombre. Si no fuimos creados por un Dios sabio, bueno y todopoderoso, no hay nada que esperar. De la nada vinimos y a la nada volveremos. Sin Dios sólo queda… lo fatal.
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor
de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos!
En este poema el poeta nicaragüense Rubén Darío expresa la angustia existencial del hombre ante la realidad de una vida consciente que se dirige hacia un destino final inevitable e incierto. Podemos tratar de evadir esta inquietud existencial y vivir del modo más evasivo posible, pero eso no elimina la realidad de que existimos y de que algún día nos enfrentaremos con la experiencia de la muerte. Es de sabios inquirir ¿qué nos espera después? Esta no es una pregunta escapista. Lo que pensemos al respecto ejercerá una influencia determinante en nuestra vida aquí y ahora.
Y no son muchas las opciones. De hecho, prácticamente se reducen a dos. Podemos partir de la premisa de que no existe Dios, sino que fuimos arrojados a la existencia por una fuerza ciega, a través de un proceso evolutivo casual en el que no intervino ningún Ser inteligente. En tal caso tendríamos que llegar a la terrible conclusión de que nuestra vida en este mundo es un absurdo. Podríamos intentar darle un significado a cada momento de nuestra existencia, pero nuestra existencia en sí no tendría sentido alguno y, por supuesto, tampoco habría para nosotros ninguna esperanza. Si venimos de la nada, a la nada volveremos.
David Hume expresó claramente el desasosiego que causa en el hombre esta postura filosófica: “¿Dónde estoy, o qué soy? ¿De qué manera recibí mi existencia, y a qué condición volveré…? Me siento confundido… y comienzo a imaginarme a mí mismo en la más mísera condición… rodeado de las más negras tinieblas”. Si echamos a Dios a un lado eliminamos toda esperanza racional para el hombre. Si no fuimos creados por un Dios sabio, bueno y todopoderoso, no hay nada que esperar. De la nada vinimos y a la nada volveremos. Sin Dios sólo queda… lo fatal.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
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