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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Tercera escena: La adoración de los magos


Con la información que obtuvieron los magos se dirigieron a Belén en busca del Rey que había nacido; en ese momento reaparece en el cielo aquella luz brillante que habían visto en el oriente, la cual los fue guiando hasta llevarlos al lugar preciso donde podían encontrar al Señor Jesucristo. Es obvio que no se trataba de una estrella ordinaria. Esa luz brillante tenía que ir a muy baja altura para poder señalar a los magos la casa donde estaba Jesús. Probablemente se trataba de una manifestación de la gloria de Dios.

“Y al ver la estrella – dice Mateo, se regocijaron con muy grande gozo”. Literalmente el texto dice que “Se gozaron sobremanera con gran gozo”. Mateo quiere expresar que estos magos estaban rebosantes de alegría. Habían viajado cientos de kilómetros para conocer a ese Rey tan importante que había nacido.

“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (vers. 11). Noten que cuando los magos llegaron al lugar, José, María y el niño ya no estaban en el establo; habitaban en una casa, y Jesús no era un bebé recién nacido.

Pero hay otras cosas a las que deseo llamar vuestra atención. En primer lugar, que la persona central de esa escena es el niño Jesús. Mateo dice que al entrar en la casa los magos “vieron al niño con su madre María”. El foco primario de su atención fue el niño.

De hecho, siempre que Mateo menciona a Cristo con su madre en este texto los coloca en ese mismo orden (vers. 13, 14, 20, 21). Siempre el niño es mencionado primero. Él es el personaje central de esta historia.

Muy probablemente los magos compartieron muchas cosas con esta pareja de esposos que Dios había escogido para que fuesen los padres terrenales del Mesías, pero Él era la persona importante aquí.

Más aun, el texto dice que estos hombres, al ver al niño se postraron para adorarle (a Él). No a María, sino al niño. No tenemos nada en contra de la madre de Jesús, pero debemos insistir en el hecho de que sólo Dios merece ser adorado.

Ahora, traten de visualizar la escena que Mateo describe en este pasaje. Aquí tenemos a un grupo de hombres poderosos, acostumbrados a tratar con reyes y altos dignatarios orientales, postrados en adoración delante de un niño de menos de 2 años de edad, en una oscura aldea de una nación insignificante en aquellos días.

No sabemos qué tanta información tenían ellos acerca del Mesías, pero es obvio que veían en Él a un personaje de suprema importancia, y aun es posible que de alguna manera se les hubiese revelado que ese niño era el Hijo de Dios.

Noten los obsequios que le llevaron (vers. 11). No queremos ver más allá de lo que está escrito, pero muy buenos comentaristas señalan el hecho de que estos regalos fueron cuidadosamente escogidos para expresar ciertas cosas.

El oro era el regalo apropiado para un Rey.

El incienso se usaba comúnmente en la adoración a Dios.

Y la mirra tenía varios usos, pero casi todos conectados con el servicio a los hombres: se usaba como perfume, también se mezclaba con vino para que actuara como un anestésico y para embalsamar a los muertos.

Así que estos regalos que los magos llevaron a Jesús podían tener cada uno de ellos un significado especial: el oro para resaltar que el niño era un Rey, el incienso para señalar que era Dios, y la mirra para señalar que era un Hombre. No podemos ser dogmáticos al respecto, pero Dios pudo haber movido a estos magos a regalar estas cosas específicas, aún si ellos mismos no entendían del todo las implicaciones de estos regalos.

Pero queda el testimonio del gran honor que estos hombres rindieron a Jesús: viajaron más de 1,600 kilómetros para conocerle, se postraron para adorarle cuando apenas era un niño, y los obsequios que le llevaron eran dignos, y eso sí podemos decirlo con certeza, de un personaje de suprema importancia. La adoración que los magos le rindieron estaba totalmente justificada.

La historia concluye cuando los magos son avisados por Dios en un sueño que no volvieran a Herodes, sino que tomaran otra ruta para volver a su nación (vers. 12).

He aquí la historia de estos magos de oriente que visitaron al Señor Jesucristo en Su infancia, y la reacción que suscitó en cada uno de los personajes que participaron en este evento. Ahora solo me resta preguntarte, ¿cómo reaccionarás tu ante el hecho de que el Hijo de Dios se hizo Hombre?

En este pasaje encontramos las respuestas típicas de los hombres cuando son enfrentados con la Persona de Cristo: Herodes quiso destruirlo, los escribas fueron indiferentes, y los magos le adoraron. ¿Cuál de esos ejemplos te describe a ti?

Seguramente nadie querría identificarse abiertamente con el rey Herodes, pero lo cierto es que este hombre reaccionó como la mayoría de los hombres reacciona cuando se les predica el evangelio y se les presenta a Cristo como el Señor y el Salvador.

¿Por qué Herodes quiso destruir a Jesús? Porque su trono peligraba, porque quería seguir siendo rey. Y ese es el mismo problema que tienen los hombres con Cristo. Nadie se molesta con el Cristo amante que hacía milagros, sanaba enfermedades y daba de comer a los pobres. El Cristo que molesta a los pecadores es Aquel que se presenta como Rey y Señor. Como Aquel que tiene derecho pleno sobre nuestra vida.

La razón por la que mucha gente rechaza el evangelio es porque quieren seguir teniendo control de sí mismos. No quieren ni pensar que el “Yo” sea destronado para dar lugar a otro Rey, ni siquiera al Hijo de Dios.

En la parábola de las diez minas que aparece en Lc. 19, Cristo pone en la boca de aquellos que le rechazan las siguientes palabras: “No queremos que este reine sobre nosotros”.

He ahí la esencia del problema. Los pecadores quieren seguir reinando sobre sus propias vidas, igual que Herodes, y es ese deseo el que los mantiene alejados de Aquel que es la fuente de todo bien, Aquel que vino para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Es ese tu caso?

¿O serás como los escribas y sacerdotes de Israel? Escucharon hablar de Cristo y ni siquiera se interesaron, no mostraron interés alguno en verificar la historia. “Prefiero no pensar en eso”, dicen muchos. El problema es que algún día te presentarás delante de ese Rey y tendrás que dar cuenta por tu indiferencia. Si el Hijo de Dios se encarnó tiene que haber sido por algo muy importante.

Y es que no había otra forma de salvar a los pecadores. Alguien tenía que pagar el precio, Alguien tenía que morir por nuestros pecados, Alguien que no tuviese ninguna deuda pendientes que pagar por Sí mismo, sino que fuese santo y sin mancha.

Para eso se encarnó el Hijo de Dios, porque solo Él llenaba el requisito. El murió siendo inocente para que pecadores culpables pudiesen ser absueltos. Y hoy ofrece salvación perfecta y gratuita para todo aquel que cree. Ese es el mensaje que el evangelio anuncia: que la justicia perfecta de Cristo está disponible por medio de la fe para nosotros que no tenemos justicia alguna.

Tratar ese mensaje con indiferencia no es otra cosa que un aborrecimiento pasivo hacia la persona del Hijo de Dios. Nadie puede permanecer neutral ante la persona de Cristo. Él mismo dijo en cierta ocasión: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama” (Mt. 12:30).

Nadie puede serle indiferente. O estás en el grupo de los que le aman o en el grupo de aquellos que le aborrecen. Quiera Dios que en aquel día no seas hallado en compañía de los enemigos del Rey de reyes y Señor de señores, porque lamentarás eternamente haber nacido.

Ojalá que muchos de los que leen estas líneas adquieran la sabiduría de estos magos de oriente; la poca información que tenían fue suficiente para postrarse ante el Hijo de Dios y adorarle. ¿Será ese tu caso? Seguramente tienes más información que la que tenían estos magos. En el día del juicio estos hombres agravarán la condenación de muchos que con más conocimiento no hicieron lo que ellos hicieron.

Si aún no eres creyente, no sigas despreciando el don de amor que Él ofrece libremente a los pecadores: salvación perfecta y gratuita por medio de la fe.


La obra que acompaña esta entrada es La Adoración de los Magos, de Rubens.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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