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sábado, 21 de noviembre de 2009

Vientos de Guerra


Desde hace ya cierto tiempo, las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela han venido tambaleándose, colocando ambos países al borde de un conflicto armado.

La situación ha subido de temperatura luego de que militares venezolanos destruyeran dos puentes peatonales fronterizos sobre el río Táchira, por considerarlos ilegales y porque podrían convertirse en punto de acceso de grupos armados colombianos para penetrar en territorio venezolano.

Si sumamos a esto el reciente incidente entre Chile y Perú (cuando un oficial de la Fuerza Aérea peruana admitió haber revelado a Chile secretos de seguridad nacional) y la situación en Honduras, vemos que el panorama en nuestra América Latina se ha vuelto altamente inflamable.

La pregunta que debemos hacernos ahora es, ¿por qué? ¿Por qué surgen las guerras entre los seres humanos? ¿Qué lleva al hombre a convertirse en el lobo del hombre? La respuesta a estas preguntas pueden resultar muy complejas, pero todas las guerras tienen, en el fondo, una causa común:

“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? – pregunta Santiago en su carta – ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (4:1).

La palabra griega que se traduce como “pasiones” es hedonon de donde proviene nuestra palabra “hedonismo”. El Diccionario de la Real Academia define “hedonismo” como: “Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida”. El hedonista procura satisfacer sus deseos, pasiones y ambiciones a costa de lo que sea.

El problema es que tarde o temprano el hedonista chocará de frente con los deseos, pasiones y ambiciones de otra persona, y cuando eso ocurra surgirá el conflicto. Esa es la razón, según la Biblia, de por qué existen las guerras, las pequeñas y las grandes, las que enfrentan a dos amigos, a dos esposos, a dos bandos en una misma nación como ocurrió en nuestro país en el año 1965, o las guerras que enfrentan a dos países.

Podemos buscar otras explicaciones sociológicas, políticas, económicas, e incluso religiosas y culturales; y es probable que algunos de esos factores incidan de una forma importante en el conflicto. Pero si seguimos escarbando hasta llegar a la raíz, nos toparemos con el pecado, con el egoísmo del hombre, con su ambición desmedida, su obstinación y su crueldad entre otras cosas.

Las guerras nos recuerdan que el hombre no es ese ser maravilloso que algunos describen, lleno de bondad y de nobleza, sino más bien un ser de contraste, creado a la imagen de Dios, pero al mismo tiempo dañado por causa del pecado; capaz de las acciones más heroicas y elevadas, y al mismo tiempo de los crímenes más bajos y atroces.

El hombre tiene valía por la imagen divina que porta, pero necesita ser redimido debido a su condición caída. Y esa redención sólo se obtiene en Cristo, el Dios encarnado, confiando únicamente en la obra que Él llevó a cabo en la cruz del calvario para pagar nuestra deuda con la justicia divina. Sólo en Él puede el hombre reconciliarse con Dios, y cultivar el carácter necesario para obtener la paz verdadera con otros hombres. “Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Ef. 2:14).


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

1 comentario:

ale_peluca dijo...

Muy buena reflexión.
Da el pié para preguntarse uno mismo en que puntos de su vida esta pensando hedonistamente.