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lunes, 9 de noviembre de 2009

La doctrina de la Iglesia Católica Romana sobre la Revelación Divina


En un siglo tan pluralista como el que vivimos, muchos pretenden minimizar las diferencias entre el catolicismo romano y las iglesias protestantes para mostrar que, después de todo, no somos tan diferentes como pudiera parecer a simple vista.

Pero lo cierto es que las diferencias entre ambas confesiones son insalvables, comenzando con la más básica de todas: el concepto que el catolicismo romano tiene de la revelación divina.

Los teólogos católicos comparan la revelación con una fuente de la que fluyen dos corrientes a través de las cuales Cristo nos transmite Su Palabra: el Nuevo Testamento y la tradición.

James G. McCarthy, en su libro El Evangelio Según Roma, nos explica: “La Iglesia Católica enseña que a fin de que el cúmulo de la verdad revelada por Cristo ‘se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades’, el Señor mandó a los apóstoles que transmitieran la revelación a otros. Esto se llevó a cabo de dos maneras”.

“Primero, los apóstoles transmitieron la fe en forma no escrita, oralmente, es decir, ‘con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones’... La segunda forma fue por escrito: ‘los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.’ Estos escritos llegaron a ser las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento” (El Evangelio Según Roma; pg. 234)

Este dogma se declaró primero en el Concilio de Trento (15145-1563), y luego fue ratificado en los concilios Vaticano I (1869-1870) y Vaticano II (1962-1965). En este último se declaró que “la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en un mismo caudal y tienden a un mismo fin” (cit. por McCarthy; op. cit.; pg. 235).

Así que, cuando la Iglesia Católica habla de la Palabra de Dios, se refiere a una “sola cosa” formada por las Escrituras y la Tradición: “La Tradición y la Escritura constituyen, pues, un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.”

Es importante que comprendamos estas distinciones para no dar lugar a malos entendidos. “Cuando un teólogo católico se refiere a la Palabra de Dios escrita, está hablando de las Escrituras. Si habla de la Palabra de Dios no escrita, está hablando de la Tradición. Pero si se refiere a la Palabra de Dios, probablemente está hablando de las Escrituras y la Tradición juntas. En otras palabras, según la Iglesia Católica Romana, la Biblia solamente no es la Palabra de Dios completa” (Ibíd.; pg. 235).

Que no estamos comprendiendo mal a los teólogos católicos es evidente en estas dos citas adicionales del Concilio Vaticano II; por un lado nos dicen que la Iglesia “... no saca exclusivamente de las Escrituras la certeza de todo lo revelado” (Ibíd.).

Y con respecto a las Sagradas Escrituras dicen que la Iglesia “siempre la ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe” (Ibíd.).

Como bien señala, José Grau: “Un mero cambio de palabras no puede resolver una cuestión tan importante... Aunque se diga que existe una sola Fuente de Revelación, si se sigue afirmando que la misma nos es comunicada a nosotros a través de una doble vertiente: Escritura y Tradición, queda en pie, sustancialmente, el mismo error de querer equiparar la Tradición apostólica inspirada (contenida en el Nuevo Testamento) con la tradición eclesiástica no inspirada... Cambiar los vocablos de Trento y del Vaticano I sin alterar la sustancia de lo que los mismos querían expresar, no hace más bíblica la tendencia teológica del nuevo Romanismo. El problema que tiene planteado Roma es insoluble. Se opuso a la verdadera reforma de la Iglesia en el siglo XVI cerrando los oídos a la Palabra de Dios y, no sólo dividió a la Cristiandad occidental con su rechazo, sino que en Trento formuló sus ‘propias’ doctrinas que canonizaron, de hecho, todas las desviaciones medievales. Mas, ahora, cuatro siglos después, y luego de haber estudiado un poco más atentamente la Sagrada Escritura, los teólogos romanistas se dan cuenta de que, aún deseándolo, no pueden afirmar que la Reforma fue un movimiento surgido a espaldas de la Biblia, sino todo lo contrario. ¿Qué hacer? ¿Rectificar Trento? Imposible, ¿cómo confesar que se equivocó hace cuatro siglos una iglesia que, según se formuló en el Vaticano I, se cree infalible? Todo intento de seria reforma dogmática se enfrentará siempre con estos dos muros: Trento y Vaticano I. No queda otra salida más que el juego de palabras” (op. cit.; pg. 852).


© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

1 comentario:

Pedro Jiménez dijo...

Muy buen artículo pastor Sugel.

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