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miércoles, 4 de noviembre de 2009

El juicio de Dios contra el mundo incrédulo: LA ACUSACIÓN


La carta de Pablo a los Romanos es una presentación del evangelio que toma como punto de partida la necesidad que el hombre tiene de la salvación que el evangelio anuncia. El evangelio es la buena noticia de que Dios ha provisto salvación a los hombres a través de la Persona y la obra de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Pero para que ese mensaje tenga sentido y sea relevante, lo primero que debemos conocer es el peligro del cual el hombre necesita ser salvado.

Hablarle de salvación a un individuo que cree no tener ningún problema ni correr ningún peligro, es como querer vender a muy buen precio un tratamiento de quimioterapia, 100% efectivo, a una persona que no sabe que tiene cáncer.

Y eso es precisamente lo que Pablo nos explica en los primeros 3 capítulos de Romanos: ¿Cuál es el problema humano que ameritó un plan de salvación tan costoso como el que Dios diseñó a través de la encarnación y muerte de la Segunda Persona de la Trinidad, nuestro Señor Jesucristo?

Pablo responde en Rom. 1:18: La ira de Dios:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Rom. 1:18-25).

Necesitamos ser salvados porque tenemos serios problemas con la justicia de Dios. Si bien es cierto que nuestro Dios es bueno y que para siempre es Su misericordia, la Biblia también revela que Él es perfectamente santo y perfectamente justo, y que por causa de Su justicia Él no puede ser indiferente al pecado del hombre.

Sobre todo tomando en consideración que el hombre no peca en ignorancia, sino con conocimiento (vers. 18). Esa palabra “detener” da la idea de contrarrestar una fuerza que nos impulsa hacia el otro lado.

Hay una verdad que Dios ha dado a conocer al hombre, pero a la que el hombre le pone resistencia, se resisten al conocimiento que Dios les imparte. Y ¿qué conocimiento es ese? No se trata de la verdad que ha sido revelada a través de Cristo y de Su Palabra, sino más bien la revelación general de Dios que está disponible para todos los hombres por igual, como veremos en un momento.

Lo que Pablo está diciendo aquí es que Dios ha revelado lo suficiente de Sí mismo, como para dejar sin excusa, aún a aquellos que no tienen en sus manos Su Palabra. Por supuesto, si tales personas son culpables, ¡cuánto más culpable no serán aquellos que sí poseen ese conocimiento!

Por eso es que Pablo dirá más adelante que tanto lo judíos (que conocían las Escrituras) como los gentiles (que en sentido general no la conocían), todos están bajo pecado, todos son igualmente responsables, porque no es por falta de información que son incrédulos, ni porque esa información sea deficiente o poco convincente. No.

Es por eso que un razonamiento intelectual por sí solo nunca podrá traer a un incrédulo a la salvación. No importa qué tan buena pueda ser una argumentación, ni cuán lógicos y racionales podamos ser en nuestra presentación del evangelio, eso por sí sólo no resuelve el problema, porque no es un problema intelectual.

Pedro nos dice en 1P. 2:8 que los incrédulos tropiezan en la palabra siendo desobedientes – y la palabra que usa allí es un verbo compuesto que significa: “No permitirse a uno mismo ser persuadido”. No es por falta de argumentos que son incrédulos, es por la deshonestidad con la que manejan la evidencia; en otras palabras, ellos no creen porque no quieren creer.

¿Quiere decir esto que argumentar con un incrédulo es completamente inútil? No, no es eso lo que quiero decir. Como hemos visto ya, Pedro nos manda a estar siempre preparados para presentar defensa, con mansedumbre y reverencia, ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en nosotros.

Lo que quiero resaltar es que el problema no es intelectual sino moral y espiritual y, por lo tanto, no se resuelve meramente con argumentos intelectuales. El problema del incrédulo es mucho más profundo. Él aborrece a Dios y aborrece Su ley, y no desea sopesar los argumentos con honestidad. Él necesita la gracia de Dios obrando en Su corazón.

Sin embargo, la gracia de Dios no actúa anulando el razonamiento humano, sino más bien restaurándolo; y uno de los medios que Dios usa para hacer eso es una presentación del evangelio que pueda derribar la fortaleza seudo intelectual en la que el pecador se esconde de Dios, convencerle de pecado y llevarle a buscar en Cristo el perdón y la reconciliación con Dios.

Dios en Su gracia puede usar argumentos y evidencias presentados con el poder del Espíritu Santo, para traer convicción de pecado (“estoy siendo deshonesto delante de Dios y sosteniendo una posición absurda”), y puede que eso lo mueva a venir a Cristo en arrepentimiento y fe.

He ahí, entonces, la acusación que Pablo formula contra el mundo incrédulo: en su impiedad e injusticia los hombres han detenido con injusticia la verdad. En nuestra próxima entrada veremos las evidencias.


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